
En esta biografía, a un mismo tiempo parcial y desbocada, Rafael Gumucio cae inevitablemente bajo la seducción de ese personaje multifacético, genial, explosivamente talentoso, múltiple, sin patria única, pura libertad y con un poder singular de conectar con otros gigantes, navegar las aguas de los egos monstruosos, sobreviviendo, seduciendo y encontrando la puerta adecuada para entrar y llegar a los lugares deseados.
por Javier Edwards Renard I 6 Noviembre 2025
La biografía es un género literario complejo, más de lo que puede pensarse a primera vista, y más aún cuando, como en El vértigo de Eros, de Rafael Gumucio, el sujeto bajo la mirada del escritor tiene la talla casi mitológica de Roberto Sebastián Matta Echaurren, o simplemente Matta, “anarquitecto” que, lejos de construir viviendas o edificios, se convirtió en el artista plástico, pintor y principal representante latinoamericano de ese movimiento titánico del siglo XX, el surrealismo, que sigue generando sus más diversos vástagos en el amplio espectro del arte abstracto.
Quizás consciente de la dificultad, Gumucio quiso acotar su empresa con un subtítulo que dice Roberto Matta en Nueva York, 1939-1948, limitando, geográfica y temporalmente, el retrato del artista. A un mismo tiempo parcial y desbocada, en esta biografía Gumucio cae inevitablemente bajo la seducción de ese personaje multifacético, genial, explosivamente talentoso, múltiple, sin patria única y con un poder singular para conectar con otros gigantes, navegar las aguas de los egos monstruosos, sobreviviendo, seduciendo y encontrando la puerta y el portero adecuados para entrar y llegar a los lugares deseados. Gumucio se vuelve Matta y sus circunstancias. La narración busca las conexiones, las casualidades, los puntos que los acercan desde dos tiempos y espacios distintos. Ambos son chiliens (chilenos en francés) y, en el juego de palabras de Matta que recoge Gumucio, también son chi-des-liens, arañas “cagadoras de lazos”.
Dicho así, con esa libertad y desparpajo, que tan evidentes quedan reflejadas en esos cuadros del pintor en que se puede ver la telaraña cósmica del universo y de las conciencias, y en todas las palabras, nombres, datos, asociaciones, interpretaciones propias y ajenas con las que el escritor busca hacerse de una parte (pero al final del todo) de la vida del pintor Aleph, que vive por un tiempo en la ciudad Aleph, que se desplaza por un mundo Aleph, que construye una obra en la que caben todas las obras que emanan de esa “morfología psicológica” que surge como concepto artístico tras una conversación con Breton. Pero Gumucio no es un surrealista, su registro literario ha sido otro y, si en parte es (o fue) de los atrapados por Nueva York, de los hijos inevitables de París, Gumucio volvió a este país cornisa para retratarlo de cerca. No puede escribir lejos de Chile, de hecho.
Cuando uno ve la galaxia que construyen los nombres que rodean el tiempo de Matta y su quehacer artístico (Le Corbusier, García Lorca, Mistral, Neruda, Dalí, Breton, Duchamp, Man Ray, Ernst, Pollock y una lista infinita de astros), no puede sentirse sino vértigo. No el de Blaise Pascal frente al silencio eterno de esos espacios infinitos descubiertos en el siglo XVII, sino el de Gumucio o cualquier explorador de este universo palpitante, lleno de significados e información.
Leyendo El vértigo de Eros pensé en distintas cosas que, desde la mirada cuántica, es posible que estén conectadas: ese maravilloso libro de Allan Janik y Stephen Toulmin, La Viena de Wittgenstein, esas biografías de época que muestran cómo hay momentos en la historia en que todo se conjuga por arte de magia para generar movimientos transformadores en que todas las miradas humanas —desde distintos lenguajes— están queriendo decir lo mismo, esos tiempos axiales a que se refiere Karl Jaspers; o El Danubio de Claudio Magris, en torno a la historia de un río generador de culturas y civilizaciones; y, por último, la obra que está desarrollando una talentosa y joven artista chilena, María Edwards, que también teje constelaciones y partió sus exploraciones en Nueva York.
El libro de Rafael Gumucio se suma al de otros escritores chilenos que han salido a recoger legados (las biografías de Bisama, por ejemplo), quizás como una manera de conjurar la ignorancia, el ruido y la mentira que se instalan campantes en tantos espacios donde habitan los datos y su política. No es un libro perfecto. Por momentos, abruma la cantidad de información, la vorágine de tiempos, lugares, personas e ideas que, habiendo querido delimitar, se le desborda por los cuatro costados. El texto, como suele ocurrir con Gumucio, conforma una telaraña irregular.
Hay cierto ripio en el texto que, sin embargo, sobrevive por la erótica del deslumbramiento y la admiración. Y surge la tentación de exigirle al escritor que estructure el relato desde la sana distancia que aclara y distingue lo anecdótico de lo relevante o que ecualiza adecuadamente los elementos para lograr la armonía deseable.
Aun así, también está la duda sobre si escribir este texto acerca de Matta y sus circunstancias, el europeo, el neoyorquino, el ciudadano del mundo (“Ulises quiso volver a Ítaca, Matta en cambio solo quiso irse”, escribe Gumucio), le ha hecho justicia. Como en el cuadro El espejo de Cronos, algo de desordenado surrealismo era inevitable que se filtrara en la biografía escrita por Gumucio. El vértigo de Eros no es un libro perfecto —pretensión, por lo demás, absurda—, pero imposible imaginarlo más auténtico.
Y es que Matta es una tarea gigante, porque es de esos artistas cuya obra no solo queda registrada en el lienzo, en el objeto mismo, sino que se filtra por todos los espacios, porque se piensa a sí misma y quiere alinearse en un bando y al mismo tiempo revolucionarlo para, finalmente, desbandarlo y crear su propio modo de hacer. El subjetivista abstracto no tiene problemas en convertirse en el representador de figuras primarias, humanas, humanoides, sexualizadas. El Matta de París no es el de Nueva York, ni tampoco el de Italia, el de la amplia Europa de posguerra. Es comunista a su manera, quizás la forma de ser comunista que suelen tener los que se sienten miembros de alguna aristocracia, aquellos que van diciendo y haciendo desde un podio de intocabilidad. El Matta real, el de Gumucio, es polimórfico, seductor, sexual, teórico, polémico, amigo de sus amigos, seductor de mujeres, es el de la Segunda Guerra Mundial, el de la mirada interestelar y, como bien dice el autor, el del miedo visceral que se instala en sus intersticios después de mirar los horrores de los que es capaz la humanidad. También es el padre de Matta-Clark, su hijo distante o distanciado. Dibuja y pinta desde estrellas y microbios a vaginas dentadas, chorrea de oleo la tela, pero tomando distancia de Pollock. Matta lo quiere todo.
Y ello queda registrado, interpretado, matizado en El vértigo de Eros. Al final del libro, Gumucio agradece a Eduardo Inda por la copiosa investigación que le entregó y sin la cual (y tampoco sin el desafío de Eduardo Carrasco “dos Manhattans mediante”) su biografía habría sido imposible.
Vértigo. Hay una belleza en el libro de Gumucio que emana de sus desbordes, de sus —por momentos— segmentos confusos en los que se satura de información, buscando interpretar al autor y entender su tiempo, dibujar con sus palabras el alcance de lo realizado. También, por esa inevitable pretensión de buscar conectar la biografía ajena con la propia que se concreta en la admiración de lo que uno siente cercano, parecido incluso en la diferencia.
Finalmente, Gumucio sobrevive al desafío y entrega un libro que, a pesar de la desmesura, conecta la obra del artista con el ojo ensayístico del escritor que observa no como un experto en pintura sino como un admirador lúcido que intenta traducir las múltiples dimensiones de Matta al texto biográfico, al lenguaje infinito del Eros y Tánatos que aloja en la obra de todo artista genial. Este libro es más que Nueva York y que el período que declara cubrir, 1939-1948, es el homenaje febril al alter ego deseado.
Imagen: Detalle de Mural 10 (1992), de Roberto Matta, en el Museo a Cielo Abierto de Valparaíso.

El vértigo de Eros, Rafael Gumucio, Ediciones UDP, 2025, 301 páginas, $20.000.