Carlos Altamirano: “Cuando el objeto de la obra es uno mismo, hay que escarbarse y llegar hasta donde se tenga que llegar”

¿Cómo una idea se convierte en imagen? ¿Y cómo se pasa de la imagen al texto escrito? ¿Se puede hacer arte sin política? Estas preguntas fueron el eje de una conversación en que el artista repasa su trabajo creativo, que este año se ha desplegado en dos escenarios: el MAC —actualmente en exhibición— y el ex Hospital San José.

por Milagros Abalo I 25 Septiembre 2023

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La muestra Morfologías sensibles, exhibida en el MAC y abierta hasta fines de septiembre, reúne diversas obras de artistas nacionales, entre las cuales se encuentra una serigrafía de Carlos Altamirano que estuvo en el lanzamiento de la Revista de Crítica Cultural, en el año 1995. También inauguró en mayo pasado una instalación en una sala del ex Hospital San José, en la que reúne y mezcla diversos materiales y formatos, como su título lo anuncia: Panorama de Santiago (manchas, videos y cien pinturas abstractas). La muestra quedó montada en el espacio “como semipermanente, solo que no abierta al público, una especie de work in progress, voy a veces y hago cambios, agrego cosas, pienso, escribo, voy con amigos y conversamos”, explica Altamirano en esta conversación realizada en ese mismo escenario.

Esta instalación es una especie de síntesis de tu trayectoria, como si hubieses llegado a un estado más silencioso, económico incluso, una línea más cercana a Beckett.
El estado beckettiano que mencionas me hace mucho sentido. Beckett para mí es una influencia, un sujeto que admiro. Nunca se me había ocurrido hacer la relación, lo miraba como algo inalcanzable, con envidia, me hubiera gustado ser él, pero nunca me he puesto en situación de decir: voy hacia allá.

¿Un estado en el que has ido decantando?
Pienso que sí, que tiene que ver con mi vida actual. Desde hace un tiempo el único sentido que tiene mi trabajo es construir una entidad, no puedo decir un sujeto, sino una entidad que me acompañe, que vaya siendo como yo. Entonces mi trabajo avanza y se va modificando. Y las cosas las voy acarreando, avanzo con todas juntas, con las cosas que he hecho, las que no he hecho, las que me han fallado. Se superponen unas a otras; uno de los videos de esta instalación, por ejemplo, es del año 80, pero lo que tiene encima es otro del 2023. El original muestra una ciudad que está descompuesta, vertiginosa, desagradable, y el video que está arriba muestra una ciudad completamente distinta y que es la misma, el mismo recorrido, la misma calle. Esas tensiones me hacen sentido.

¿Y cómo detectas cuando las cosas, los objetos o las ideas entran en relación?
Es más bien intuitivo, trato de pensar de una manera preverbal, relacionando ideas que visualizo, que sé qué significan y a dónde apuntan, pero que no están verbalizadas todavía, porque al verbalizarlas se fijan, pasan a ser de una determinada manera. Esas sensaciones tienen muchas salidas posibles.

Estuve un buen rato en psicoanálisis, dos o tres sesiones a la semana, en las que me pasaba una hora metiéndome en los rincones donde hay arañas y donde no hay arañas, rincones a los que se me había olvidado ir. Entonces me quedó clara una manera de ser. No sé si me sirvió, porque uno tiene la idea de que te puede sanar de algo, y no te puede sanar de nada. Lo que hizo fue encausarme en mí mismo.

¿Son imágenes?
Son ideas. Es difícil explicar justamente porque no están verbalizadas, y trabajo conectándolas y de repente siento que se enganchan y se transforman en una sola, aun cuando cada una conserva su individualidad. Y aparece el azar, el error, el accidente, la intuición, en fin, todas esas cosas que son parte del pensamiento preverbal. Uno va incorporando, construyendo algo en la medida en que la vida lo va construyendo también.

¿Y qué es lo que le das a quienes observan tus obras?
No me gusta la expresión, pero de alguna manera es un fragmento de mi mundo interior, cosas que me han sucedido o que he pensado, que he visto, cosas que de alguna manera conforman ese universo que uno tiene en el cráneo. Y lo que hago es agarrarlas y ponerlas a que hablen, así como me hablan a mí, que le hablen a otro. Trato de ser lo menos pedagógico posible.

Iniciaste tu trabajo artístico en diálogo con lo político, ¿crees que en el camino se prescinde del referente concreto?
Sí, yo creo. Ya que pusiste el tema, no me queda más que agarrarme al cuello de Beckett… tiene que ver con aislar. No tengo un discurso político que enunciar a través de mi trabajo. Ni pretendo hacerlo. Tengo una postura política respecto de la vida, y eso necesariamente se traduce en lo que hago. No hay ningún arte que no sea político y que no muestre de alguna manera la ideología del autor, pero desde que dejé de pelear contra la dictadura, lo que hago es mostrar lo que veo y eso necesariamente me hace recogerme. Cuando el objeto de la obra es uno mismo hay que escarbarse hasta donde llegue y buscar lugares que son difíciles de entrar, no tanto por lo incómodo o terribles que puedan ser, sino porque son lugares por los que uno no transita, no los necesitas para la vida cotidiana.

En una conversación con Fernando Balcells decías que el psicoanálisis no te sirvió tanto como sanación sino como método.
Estuve un buen rato en psicoanálisis, dos o tres sesiones a la semana, en las que me pasaba una hora metiéndome en los rincones donde hay arañas y donde no hay arañas, rincones a los que se me había olvidado ir. Entonces me quedó clara una manera de ser. No sé si me sirvió, porque uno tiene la idea de que te puede sanar de algo, y no te puede sanar de nada. Lo que hizo fue encausarme en mí mismo, y agarrar vuelo y seguir siendo yo más tiempo del que era antes, porque uno deja de ser uno muchas veces a lo largo del día. Y lo que he logrado últimamente es ser yo mismo más seguido por más tiempo.

Mientras pintaba cada una de las telas, el tiempo seguía transcurriendo. Nunca vi la pintura completa ni las piezas juntas hasta que las monté en esta muestra, y cuando las monté me produjo una sensación de desaliento enorme, sentí que eso que estaba ahí, esa palabra pueblo, se había apagado de nuevo, había pegado un chispazo y rápidamente había desaparecido. La pintura ya era completamente anacrónica, era como si hubiera pintado la batalla de Chacabuco. Entonces la desordené, se rompió esa unidad, desapareció ese pueblo y se me hizo más vital. Y esa es como la imagen que tengo de Chile. Un desastre, pero es lo que tenemos.

¿Cuál es tu relación con el fracaso?
Me funciona como una característica, a estas alturas no lo califico como bueno o malo, es un dato con el que trabajo constantemente, y miro para atrás y me doy cuenta del fracaso, y a veces lo retomo y lo trato de arreglar o de incorporar a la personalidad de la obra, que sea una parte significativa, que modifique el discurso. Lo mismo nos pasa en la vida. Uno va cambiando y se va modificando a medida que le llegan los chancacazos físicos, mentales, económicos, y de todo tipo. Se convive con eso.

Si tu hijo te dijera que quiere ser artista, qué le dirías.
Estudia física, y una vez que tengas el cerebro entrenado para pensar y para resolver tu vida y tus cosas, dedícate al arte, pero sabiendo algo. Pienso que el que estudia arte no sabe nada útil. Saber pintar es una estupidez, la huevá más inútil que hay.

¿Cómo te desplazas a la escritura? Pienso en tu libro Unas fotografías o en la plaquette que sacaste para la muestra Panorama de Santiago.
Me cuesta mucho la escritura, me cuesta horrores y me fascina. En encontrar la palabra adecuada me puedo demorar un día, hago lo mismo que con las artes visuales: busco, copio, robo, saco de donde pille hasta que encuentro la palabra para lo que quiero decir.

¿Hay un montaje ahí también?
Sí, totalmente. Me cuesta, pero sé cuándo una cosa está bien escrita o mal escrita. Y cuando está bien en función de lo que yo quiero decir, por eso me cuesta el triple. No es llegar y largar la idea, sino que debo encontrar la manera adecuada de decirla. Y tengo como referente a todos mis héroes que son escritores, más que artistas visuales.

¿Eres más lector de qué?
De novelas, pero cómo catalogar de novela a Beckett o a Kafka. Roberto Merino es un crack, creo que es el mejor escritor chileno, en función de lo que a mí me interesa, claro. Está al nivel de los grandes. Los tengo a todos alrededor de la mesa, diciéndome “no po huevón, así no se escribe”.

¿Cuál es tu visión de Chile?
Quizás en esta pintura (ver foto de la muestra), que empecé el año 2019 y en la que me demoré un buen rato, estaba todavía la fuerza de las manifestaciones de Plaza Italia, de las mujeres, todas esas que hubo en que sentí que se pegaba un rebrote, un resurgir de esa energía que había durante la Unidad Popular. La palabra pueblo volvió a tener sentido. Mientras pintaba cada una de las telas, el tiempo seguía transcurriendo. Nunca vi la pintura completa ni las piezas juntas hasta que las monté en esta muestra, y cuando las monté me produjo una sensación de desaliento enorme, sentí que eso que estaba ahí, esa palabra pueblo, se había apagado de nuevo, había pegado un chispazo y rápidamente había desaparecido. La pintura ya era completamente anacrónica, era como si hubiera pintado la batalla de Chacabuco. Entonces la desordené, se rompió esa unidad, desapareció ese pueblo y se me hizo más vital. Y esa es como la imagen que tengo de Chile. Un desastre, pero es lo que tenemos.

¿Nunca logrará encarnarse esa palabra aquí?
En esos tres años de la Unidad Popular, que han sido tan vilipendiados, una gran parte de la población, no la mayoría, sino la que constituye el segmento más postergado de los chilenos, los que nunca han tenido nada ni van a tener nada, durante esos años tuvieron la esperanza de que eran dueños de su vida. Había una alegría y un impulso alucinante que se cortó con el Golpe.

A 50 años del Golpe, cuál es tu impresión.
No me gusta esta celebración. Se usa la palabra conmemoración, pero se parece a la palabra celebración. Y no hay nada que celebrar. Ni siquiera que conmemorar. Yo lo borraría. Hay mucha gente que tiene cuentas pendientes. Mucha gente que busca a sus desaparecidos y los sigue buscando. No han pasado 50 años para ellos, eso es ayer y hoy. Como fecha me parece apestosa.

¿Te sientes más vulnerable que antes?
Me siento más vulnerable, pero me importa menos.

¿Formas de matar el tiempo?
Hay un momento en que las formas de matar el tiempo se transforman en las maneras de aprovechar el tiempo. Miro fútbol, me paso largas horas viéndolo en la tele, pero no siento que sea un tiempo perdido. Es una experiencia que entra a funcionar como leer, por ejemplo, están en esa misma categoría. En ese momento estoy consciente de mí.

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