Notas sobre el fuego

El sábado 30 de septiembre es el último día para visitar la intervención que compromete las 17 salas del MAC (Parque Forestal), el hall de entrada y su cúpula. Son 51 artistas que intervienen el espacio con motivo de la conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado. Para una reconstrucción temporal, la exhibición ha sido ordenada cronológicamente, partiendo con piezas que aluden a las demandas sociales de los 60, para seguir con la Unidad Popular y la dictadura.

por Verónica Echeverría I 22 Septiembre 2023

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La tarde del 11 de septiembre de 1973, a eso de las 14.55 horas, el cuerpo de bomberos de la comuna de Santiago entraba a La Moneda tras el bombardeo. Alejandro Artigas, bombero a cargo esa noche, había recibido la orden de quedarse en el cuartel junto al equipo de guardia hasta nuevo aviso. Pese al tanquetazo del 29 de junio de ese mismo año, Artigas confiesa que no estaban preparados para un evento como ese: “No teníamos ninguna información distinta a la del resto de la gente. Recuerdo que el segundo piso era algo así como un infierno, lleno de humo y llamas. Era una escena dantesca. Un silencio sepulcral”. Desde allí vio quemarse la Galería de los Presidentes, el Salón Rojo y un sector de la Presidencia de la República, según relató a un medio nacional. Ese día, además de atender al incendio de La Moneda, el cuerpo de bomberos tuvo que acudir a la sede del Partido Socialista (también en llamas) y al de la casa de Allende, ubicada en la calle Tomás Moro.

El humo, y por tanto el fuego, son figuras que anuncian acontecimientos. Si bien su valor simbólico es polisémico, ha sido incorporado en las ceremonias y rituales de diferentes culturas en momentos liminares. Ya sea para anunciar el ascenso de un gobernante, transferirle características sagradas a un objeto, guiar la comunicación con los dioses, o para la fundación o destrucción de ciudades. Para el que acecha, el humo anuncia la presencia de terceros, facilitando la captura del enemigo. Utilizado como herramienta para la insubordinación, muchos de los relatos de la historia son explicados a partir de este fenómeno.

En Chile los ejemplos abundan. La huelga de la carne de 1905, que tuvo lugar en el Matadero de Lo Valledor, alcanzó su punto cúlmine cuando las fuerzas de seguridad dispararon a quemarropa a los huelguistas. Ese mismo año, durante la revuelta de la Quinta Normal, unos manifestantes incendiaron varios edificios gubernamentales en protesta contra el gobierno de Germán Riesco. La matanza a los huelguistas de las salitreras en diciembre de 1907 es otro ejemplo que culmina con el fuego disparado a los trabajadores refugiados en la Escuela Santa María. Y en 1817, las posiciones realistas en el fuerte de La Concepción se rinden ante el estratégico incendio provocado por el general José de San Martín.

El 11 de septiembre de 1541, al mando de Michimalongo, los españoles tuvieron que enfrentarse a su primera catástrofe: un destructivo incendio que acabó con el puñado de casas que por entonces conformaban la pequeña ciudad de Santiago. Dos minutos y medio para el mediodía del 11 de septiembre de 1973, del artista Fernado Prats, es un intento audaz por dimensionar el ataque —el fuego, el humo, la destrucción— de esa mañana. Y para ello, ni más ni menos, ha quemado la cúpula del Museo. Quien se detenga a mirarla, verá una nube de humo expandiéndose en el cielo; efecto producido por el movimiento de los cielos.

En la dictadura el fuego ocupa un lugar protagónico en los episodios de violencia y represión, convirtiéndose en un símbolo de la brutalidad y destrucción asociada al régimen militar. Inmediatamente después del bombardeo, las poblaciones y zonas periféricas protagonizaron numerosos incendios. La quema de viviendas era una estrategia destinada a aterrorizar, a forzar el desplazamiento de las comunidades.

Pese al tamaño de la explosión, no concebimos la experiencia como una amenaza. Quien se detenga en la cúpula sentirá la inmensa distancia que lo separan del humo y se sentirá resguardado. El cielo se convierte entonces en la simulación de algo más viejo y profundo, una experiencia que siendo nueva es, sin embargo, atávica.

Algo similar ocurre con las pinturas de Natalia Babarovic, pero en dirección opuesta. La inmensa nube grisácea que protagoniza uno de sus cuadros podría confundirse con cualquier día de esmog. Si nos detenemos frente a él, veremos cómo abajo, en la esquina izquierda, ha apuntado la fecha en números romanos, sobre un tímido pero definitivo 11 SEPT 1973. Las pinturas reproducen algo tan íntimo como ordinario. En una calle residencial y completamente vacía, Babarovic reconstruye una escena familiar: el relato que ocurre puertas adentro.

En la dictadura el fuego ocupa un lugar protagónico en los episodios de violencia y represión, convirtiéndose en un símbolo de la brutalidad y destrucción asociada al régimen militar. Inmediatamente después del bombardeo, las poblaciones y zonas periféricas protagonizaron numerosos incendios. La quema de viviendas era una estrategia destinada a aterrorizar, a forzar el desplazamiento de las comunidades.

Otra estrategia que permitió la anulación del otro durante la dictadura fue la quema de archivos y documentos. Además de borrar la evidencia de actividades opositoras, socavó la capacidad de organización y funcionamiento. En este mismo terreno, el régimen emprendió una campaña de quema de libros y propaganda considerados subversivos o contrarios a la ideología oficial. Algunos testimonios de detenidos políticos señalan cómo este elemento fue utilizado como herramienta para infligir dolor y terror.

Para dejar constancia de ello, Janet Toro muestra un ciclo de performances e instalaciones realizadas en enero y febrero de 1999, con el cual denuncia 72 tipos de torturas. Nuevamente el fuego, aplicado contra detenidos con la ayuda de un cigarro, o exponiendo alguna zona del cuerpo del detenido a altas temperaturas. Por su parte, el fotógrafo Alexis Díaz Belmar reúne una serie de fotos de golpes de bala recibidos por viviendas y algunos edificios públicos cercanos al Palacio de La Moneda, como el Museo Nacional de Bellas Artes, el Banco de Chile y la Torre Entel: todos ellos aún conservan esa huella.

 

Imagen de portada: pintura de Natalia Babarovic.

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