Hacia otra geometría del cuerpo y los afectos

A medio camino entre un diario de anotaciones, una narración que da espacio al yo, el perfil de un artista atento a detalles a veces microscópicos y un texto de historia del arte, Gordon Matta-Clark: Contra viejas superficies, de Ariel Florencia Richards, es un artefacto fino y sensible, que no sutura la subjetividad ni esconde sus métodos, sus conmociones, sus dudas y hallazgos, y con esa misma generosidad lee la vida y obra del hijo de Anne Clark y Roberto Matta.

por Paz López I 30 Julio 2025

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Intrigada por la obra sin título que Gordon Matta-Clark realizó en el Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago en 1971, Ariel Florencia Richards viaja a Montreal a una estancia de investigación en el Canadian Centre for Architecture, lugar que alberga una abundante colección de papeles personales, películas, libros y objetos de Matta-Clark, con el fin de averiguar si había sido en ese museo donde el artista realizó por primera vez un corte en un edificio no residencial.

Hasta allí, el propósito no es demasiado distinto al que suele movilizar una investigación académica que busca en los archivos lo verídico y verificable de un acontecimiento histórico. Sin embargo, la estadía en ese lugar, el contacto con la exquisita materialidad de los documentos, la conversación con otros investigadores, pero sobre todo la constatación de que las obras de Matta-Clark no eran un apéndice de su vida, ni la vida un apéndice de sus obras, produjeron una cesura, un corte, uno tan preciso como aquellos que el artista realizó en distintas superficies arquitectónicas durante toda su vida.

Si la historia de la disciplina estética ha tendido a separar el arte del deseo, las inclinaciones del cuerpo, la intimidad y los afectos, Richards decide en este libro revitalizar ese vínculo, infligiendo una herida al proyecto de una disciplina que ha buscado darles sentido a las obras separándolas de las experiencias vitales del artista, pero también de quien escribe la historia del arte. Adorno decía que la teoría estética de Kant tenía como mérito haber separado para siempre el arte de la pornografía y la cocina, es decir, de los asuntos del cuerpo y de la vida, y es precisamente eso lo que este libro viene a socavar. Y para hacerlo, Richards hace del abordaje de lo biográfico un gesto tanto narrativo como conceptual.

¿Cómo se escribe una vida cuando eso que llamamos vida no es nunca un todo armonioso y compacto, sino algo más parecido a una pluralidad errática, una intensidad muchas veces indescifrable, un trayecto repleto de rutas imprevisibles? Me imagino que algunas de esas preguntas se hizo Richards a la hora de escribir este libro. ¿Dónde se rastrea una vida? ¿Y una obra? ¿En las manías, los temperamentos, los comportamientos idiosincráticos, en las heridas o en las insistencias del deseo?

A medio camino entre un diario de anotaciones (los fragmentos de ese diario aparecen en cursivas en este volumen), un libro de narración (Richards escoge la tercera persona femenina, el ella, para nombrar a quien escribe), un perfil de artista atento a detalles a veces microscópicos y un texto de historia del arte, el libro se convierte en un artefacto fino y sensible, que no sutura la subjetividad ni esconde sus métodos, sus conmociones, sus dudas y hallazgos, y con esa misma generosidad lee la vida y obra de Matta-Clark. Contra viejas superficies, se subtitula el libro, y lo hace, pienso, para referir las operaciones materiales de Matta-Clark, pero también para nombrar el gesto que la misma autora realiza con su trabajo de escritura: hacer del archivo no una acumulación de hechos del pasado ni el lugar para monumentalizar una vida, sino algo parecido a una herida abierta, a un cuerpo en devenir. “Si hasta entonces Ella creía que conocía a cabalidad la obra de Matta-Clark, comprendió que apenas la empezaba a entender. Y que, a la luz del archivo, esta se volvía caleidoscópica y divergente”, leemos en el libro.

¿Cómo se escribe una vida cuando eso que llamamos vida no es nunca un todo armonioso y compacto, sino algo más parecido a una pluralidad errática, una intensidad muchas veces indescifrable, un trayecto repleto de rutas imprevisibles? Me imagino que algunas de esas preguntas se hizo Richards a la hora de escribir este libro. ¿Dónde se rastrea una vida? ¿Y una obra? ¿En las manías, los temperamentos, los comportamientos idiosincráticos, en las heridas o en las insistencias del deseo? En todo eso, parece decirnos Richards, ofreciéndonos un libro más atento a las formas de vida que a las categorías, más inclinado a las paradojas que a los consensos disciplinares. “La dulzura de la paradoja consiste en que su resultado no se puede anticipar”, dice Louise Glück.

Gordon Matta-Clark nació el 23 de junio de 1943 en Nueva York, unos minutos después de su hermano mellizo John Sebastian, Batán. Hijo del famoso pintor chileno Roberto Matta y de la artista estadunidense Anne Clark, los relatos sobre su vida y obra han tendido a organizarse en torno a un vacío, a una herida: la ausencia del padre. Si bien eso es cierto (Matta abandonó a Clark y a sus hijos a los pocos días de haber nacido), Richards matiza ese mito de origen no para elevar al padre, sino para leer el programa estético-existencial de Matta-Clark de un modo más plural: “Ella cree que es imposible afirmar que la relación entre el padre y el hijo fue solo brutal y competitiva. De hecho, la correspondencia entre ellos también fue cariñosa, constante y profunda”.

Más que modificar las estructuras, lo que Matta-Clark hizo fue modificar un imaginario: el que hace del uso, la eficiencia y la productividad la relación primera con las cosas. Desviando lo vertical, agujereando lo que crece erguido, abriendo lo que estaba cerrado, las obras de Matta-Clark exploran la potencia de aquello que cae, se tumba, se inclina, como si allí se abriera, a su vez, la posibilidad de pensar otra geometría del cuerpo y los afectos.

Matizando ese vínculo, lo que se hace visible en este libro es el hilo secreto que ata de manera profunda e indestructible a Matta-Clark con otros personajes, con otras temperaturas emocionales. Aparece la madre, que además de madre es reconocida acá como una gran artista-archivista; aparecen sus vínculos amorosos, la compleja relación con su hermano mellizo, los viajes a Latinoamérica, las muertes cercanas, sus vínculos con Chile en plena asunción del gobierno de Salvador Allende. Aparecen también sus angustias, sus temores (su especial fobia a las montañas), sus languideces y sus euforias, su belleza, el amor por los perros, también muchos de los artistas que fueron de alguna manera su familia sustituta, unidos muchos de ellos por la amistad, la comida, las experimentaciones formales: Duchamp, quien era también su padrino; Dennis Oppenheim, artista pionero de la performance, la instalación y el land art; Jeffrey Lew, artista con el que hizo la intervención en el Bellas Artes de Santiago; Lizá Béar, Alanna Heiss, Rachel Wood, Richard Nonas, Laurie Anderson y Carmen Beuchat, entre otros.

Es esa cartografía sensible la que Richards va reconstruyendo de manera paciente y atenta, y a través de ella va ofreciendo claves sutiles para leer las obras que Matta-Clark realizó en el corto tiempo que vivió. Una de ellas, la más interesante quizás, es la que nos permite leer la obra de Matta-Clark en clave de lo horizontal. Acostumbrados a pensar los cortes, las excavaciones, la pasión por intervenir estructuras subterráneas y edificios precarios, el transporte y movimiento de basura y tierra, como proezas físicas que a su vez atentaban contra las bases de la disciplina arquitectónica moderna, emerge acá un artista cuya vocación consistía más bien en alterar la geometría más allá de los dominios de lo recto y lo jerárquico. Más que modificar las estructuras, lo que Matta-Clark hizo fue modificar un imaginario: el que hace del uso, la eficiencia y la productividad la relación primera con las cosas. Desviando lo vertical, agujereando lo que crece erguido, abriendo lo que estaba cerrado, las obras de Matta-Clark exploran la potencia de aquello que cae, se tumba, se inclina, como si allí se abriera, a su vez, la posibilidad de pensar otra geometría del cuerpo y los afectos. De allí que sus intervenciones arquitectónicas, sus filmes, sus fotografías y performances puedan ser pensadas como experimentos que ponen a tambalear el imaginario de un cuerpo productivo, fuerte y victorioso, para hacer de la fragilidad y la vulnerabilidad el principio mismo del arte, de un arte que en este libro parece ser una de las formas que adopta la vida para seguir adelante, para insistir, para cambiar de forma.

 

Fotografia: Gentileza de Ariel Florencia Richards.

 


Gordon Matta-Clark: Contra viejas superficies, Ariel Florencia Richards, Metales Pesados, 2024, 188 paginas, $16.950.

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