Función doble

Pese a sus diferencias, los relatos de Avidez y el ensayo narrativo Señales de nosotros comparten una falencia: ambos tratan de ser algo que no son. El primero intenta provocar por medio de sus elementos grotescos, pero, aunque algunos cuentos se sostienen bien, en el conjunto hay algo que resulta demasiado explícito. Y Señales de nosotros posee una tesis demasiado obvia —nadie veía nada durante la dictadura, aunque estaba lleno de señales—, que a estas alturas resulta bastante inofensiva.

por Sebastián Duarte Rojas I 14 Octubre 2024

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Pequeños mundos cerrados —aislado y privilegiado uno, miserables y claustrofóbicos los otros—, así son los espacios donde transcurren Señales de nosotros y Avidez, de Lina Meruane, dos libros que se publicaron justo antes y después de que la escritora chilena fuese anunciada como ganadora del Premio Iberoamericano de Letras José Donoso 2023, de la Universidad de Talca.

Señales de nosotros es un ensayo narrativo en que la escritora reflexiona en torno a su paso por un exclusivo colegio inglés durante la dictadura, intentando hacer estallar la burbuja en que ella y sus compañeros vivían, incapaces de reconocer las señales que, a susurros o a gritos, les anunciaban lo que ocurría en el país. Los jóvenes de los que habla, todos nombrados por medio de una letra mayúscula, están separados del resto de los chilenos por varias barreras, incluyendo una lingüística —en esto, el libro recuerda a ciertos momentos de Vivir entre lenguas, de Sylvia Molloy—, pero sobre todo socioeconómicas, aunque la crisis pronto empieza a afectar a varias de sus familias.

El padre de una de ellas se suicidó, dejando un seguro escolar para asegurar que su hija siguiera estudiando en ese colegio de élite. La madre de otra perdió su trabajo en que ganaba en dólares y la escuela “se negó a entregar otro año de ayudas a alumnas aplicadas como O: no eran ni una familia ni un fundo ni una fundación de caridad, eran una empresa empeñada en el fair play implacable con quienes no podían seguir con el juego”, y para seguir con ese juego la familia se mudó a un departamento pequeño y siguió enviando a la niña en micro y metro al colegio, viajes en que la joven “fue asomándose a la calle viéndolo todo sin ver nada”. Pero también hay otras historias familiares, otras señales más claras de lo que ocurría, como la de R, la mejor alumna del curso, cuyo padre comunista “la llamaba con monedas desde un teléfono público, él, que hacía meses andaba arrancado sin que ella supiera dónde”.

Este es un colegio que difícilmente podría funcionar como microcosmos del resto de la sociedad —aquí no hay un amago de integración con otras clases, como en Machuca—, pero tiene la ventaja narrativa de permitir observar a los hijos de los poderosos. Meruane habla de que su madre, que también estudiaba en un colegio similar, fue compañera de una de las hijas de Allende (“Cuando lo recuerda dice que él llegaba de sus visitas a minas y campamentos, se cambiaba de ropa y se vestía de lord”), mientras que ella misma estudiaba con el nieto del dictador, protegido al interior del recinto por unos supuestos guardaespaldas: “No sabíamos por qué sabíamos que pertenecían a la Central Nacional de Inteligencia, pero lo sabíamos”.

El tema del colegio inglés aparece también en uno de los cuentos de Avidez, “Varillazos”, sobre una escuela de mujeres que por orden gubernamental se vuelve mixta y recibe, además de los nuevos alumnos, a un rector extranjero. Él castiga a los estudiantes hombres a varillazos en las nalgas desnudas, lo que debe ser agradecido con un thank you al final de cada sesión, mientras que las alumnas siempre salen libres de represalias. Claro que ellas desean ser castigadas, por eso terminan convenciendo a sus compañeros de intercambiar uniformes, de travestirse mutuamente para ser ellas quienes se inmolen con los pantalones abajo.

Avidez (…) se estructura ubicando de manera consecutiva historias que comparten algún elemento distintivo, por lo que queda la sensación de que pertenecen a un universo más o menos coherente, lo que se ve reforzado por los temas a los que vuelve una y otra vez: la infancia, la parentalidad, la perversión, el encierro, la violencia, la sexualidad, lo grotesco, el doble y el hambre, el hambre, el hambre.

Avidez no es exactamente un libro nuevo. La gran mayoría de estos cuentos fueron publicados en diversos medios o antologías, y ya aparecieron compilados bajo ese título en 2020 por editorial Caja Negra, pero la edición de Páginas de Espuma tiene más relatos, incluyendo uno escrito en 2023. La compilación se estructura ubicando de manera consecutiva historias que comparten algún elemento distintivo, por lo que queda la sensación de que pertenecen a un universo más o menos coherente, lo que se ve reforzado por los temas a los que vuelve una y otra vez: la infancia, la parentalidad, la perversión, el encierro, la violencia, la sexualidad, lo grotesco, el doble y el hambre, el hambre, el hambre.

Esto se puede ver en “Función triple”, sobre un grupo de trillizas recluidas y famélicas que se turnan haciendo el papel de la madre ausente, en un juego que saben fallido, una ilusión que siempre se desmorona y termina con furia. O en “Hambre perra” —basado en la crónica roja, como varios de estos cuentos—, acerca de una mujer pobre que deja a su perra sola para ir a tener a su guagua y luego deja a la criatura con la mascota hambrienta, lo que tiene consecuencias predecibles y fatales. O en “Tan preciosa su piel”, la historia de una separación que termina con que la madre le dice a sus hijos “que ya no éramos sus niños sucios, sangrientos, carnívoros, calcados a papá. Pero ella, dijo airada, ella no permitiría que saliéramos por esa puerta. (…) Juntó los labios y nos sonrió desnudando las encías. Y sonreímos también nosotros, (…) adorando su determinación y su belleza, comprendiendo que solo había una manera de salir de casa y era comiéndonos a mamá”.

El cuento más largo de la selección se basa en la vida de la escritora María Carolina Geel, que ya ha sido tratada en clave de no ficción por Alejandra Costamagna y Alia Trabucco Zerán. Meruane ficcionaliza los hechos tan conocidos: el mediático asesinato en el hotel Crillón, la vida entre las rejas que inspiró su novela Cárcel de mujeres. Pero aquí todo se relaciona con el asco: “La paupérrima Juana vivía en el Patio de las Guaguas desde que había parido ese niño horrendo que se ponía colorado cuando berreaba, ese niño tan negro de pelo, tan olor a caca. También por criaturas como esa se endilgaba María Carolina el perrito en la nariz. Por sucias como la Juana Rojas o la Rosa Farías era que de noche la escritora se introducía bolitas de algodón en las orejas. Para no oír eso que hacían y deshacían las reas y que tanto asco le daba”. Es el mismo impulso con el que Geel justifica su crimen: “Se lo había explicado a los jueces pero ninguno aceptó su versión: que lo había fulminado por su olor. En medio de un arrebato aromático, dijo”.

Pese a sus diferencias y a haber aparecido en un momento de consagración para la autora, estos dos libros comparten una falencia: ambos tratan de ser algo que no son. Avidez intenta provocar por medio de sus elementos grotescos, pero, aunque algunos cuentos se sostienen bien, en el conjunto hay algo que resulta demasiado explícito; si lo comparamos con otro libro de cuentos chileno que tiene muchas de las mismas temáticas, No aceptes caramelos de extraños, de Andrea Jeftanovic, es evidente que aquel volumen es más efectivo y siniestro, precisamente por la sutileza y opacidad de su escritura. Y Señales de nosotros se presenta como cargado de un mensaje político álgido en el marco de los 50 años del Golpe, pero su tesis autoevidente —nadie veía nada, pero estaba lleno de señales, tantas que eran imperdibles; una contradicción que hasta la autora reconoce en las primeras páginas, pero que nunca lleva mucho más allá— resulta bastante inofensiva; los pasajes de narración alcanzan algunos momentos de calidad literaria —si bien, nada a la altura de Sangre en el ojo, la mejor novela de Meruane—, pero al final es poco más que un manifiesto personal: “Y yo vislumbro demudada que ese es el país en el que he vivido sin vivirlo, en el que querré vivir viviendo. El país de Chile sobre el que voy a escribir”.

 


Señales de nosotros, Lina Meruane, Alquimia, 2023, 76 páginas, $11.000.


Avidez, Lina Meruane, Páginas de Espuma, 2023, 128 páginas, $14.000.

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