¿Cómo fue qué ingresamos en este tiempo sin horizontes y cómo salimos de sus desarraigos? Esa es la pregunta que atraviesa Tiempos y modos, donde Nelly Richard apuesta por un “después” de la crisis (18 de octubre). La ensayista cultiva y abraza el arte de la espera —lo suspensivo— y la guerrilla de posiciones. Contra todo nihilismo post-político, el texto suscribe al humanismo crítico.
por Mauro Salazar J. I 8 Octubre 2024
En Tiempos y modos. Política, crítica y estética, Nelly Richard abre una penetrante disputa por la significación del presente, emplazando los mapas del realismo transicional y las multitudes insurrectas del 2019. La prosa de la autora implica modos enunciativos que, pese a las paradojas y disonancias con el presente, emplazan acontecimientos que han puesto en cuestión el concepto mismo de democracia. En virtud de un realismo reflexivo, Tiempos y modos impugna la circulación desenfrenada de identidades y dialectos que el 2019 se negaron a la traducción política —trazabilidad— por considerarse una traición a las consignas del desorden que hizo estallar la revuelta. Este deseo anarquizante —proveniente de la filosofía y la literatura— de renunciar a introducir algún orden articulatorio en el desorden salvaje de los ecos de la revuelta, no facilita ninguna estrategia política.
Tras la disrupción de los torniquetes (18 de octubre) se agolparon multitudes que desplegaron performances, sin anudar ningún campo semántico (“realismo”) y votaron desprovistos de todo horizonte, cuestionando los mitos del milagro chileno. Pese a que la ensayista reconoce (y valora) las energías críticas de la revuelta (2019), como fue el caso de la multitudinaria marcha del 25 de octubre del 2019, circunda críticamente sobre los modos de traducibilidad, articulación, o bien, alguna trama destinal de “lo político”. En torno a lo mismo, se pregunta críticamente si fue suficiente con festejar el momento puramente destituyente de la revuelta que tuvo a la calle como escenario performativo de corporalidades en ruptura de orden, o bien, si ese nuevo cuerpo político hubiera podido efectuar cambios en las estructuras de poder a las que se enfrentaba. Si fuera esto último, la insumisión de los cuerpos es una condición necesaria, pero no suficiente para habilitar un nuevo régimen de subjetividad política.
Tiempos y modos critica la aspiración novelística y anarco-barroca en las escrituras de la revuelta que, cándidamente, habrían derivado en “extravagancias verbales”, favoreciendo la arremetida del paradigma de la seguridad como una política de los acuerdos. Hay una pregunta en estado de latencia que atraviesa la contra-escritura de Richard, a saber: ¿cómo fue qué ingresamos en ese tiempo sin horizontes y cómo salimos de sus desarraigos? Tiempos y modos cree en un “después” de la crisis. Ergo, cultiva y abraza el arte de la espera —lo suspensivo— y la guerrilla de posiciones. Contra todo nihilismo post-político, el texto suscribe al humanismo crítico, y su contraescritura forcejea en una zona gris, contra la precipitación de sucesos y procesos fragmentados en su formación y devenires, articulando una textualidad sobresaltada en el que intervienen ensamblajes bajo el sello de la crítica cultural: signos, operaciones y tramas bajo intersecciones entre texto y contexto. El plural-discordante de los “tiempos de revuelta” —apelando a la propia nomenclatura richardiana— es un parpadeo de momentos y oscilaciones dialectales que obligan a escrutar las narrativas mediáticas que han consumado estéticas sin porvenir.
En sus intensidades de escritura, Richard cultiva un interés declarado por abrir un tercer espacio en disputa que nos interesa seguir: evitar el conformismo con el presente, como asimismo tomar distancia de los discursos exultantes —líricos— del 2019, e invita a pensar en nuevo realismo. La aurora advierte de sus distancias respecto de las escenografías “napoleónicas de la revuelta” y la “imagen-fetiche” de la ruptura definitiva (el todo o la nada); también establece sus reservas ante las posiciones reaccionarias, poseedoras de “imaginarios anti octubristas”, aquellos que se limitan a la criminalización, perdiendo de vista la intensidad de los malestares que allí se dieron cita. En efecto, para Richard se trata de la necesidad de una izquierda con capacidad imaginativa para pensar instituciones como campos en disputa, puesto que deben ser inestables, agrietadas, excéntricas y fracturadas. Adicionalmente, conmina a admitir la plasticidad de las instituciones como factor de remodelación experimental de la política, que fue precisamente aquello que no hizo la izquierda que radicalizó la potencia de la revuelta en tanto afuera absoluto de todo entendimiento (sin negar los disensos).
Tras la “revuelta”, se trataría de repensar un tercer espacio desde —y contra— el “humanismo crítico”, en un agrietamiento surcado de elaboraciones provisorias, que cuestionan la “facticidad neoliberal”. Pese a que la información que arroja el PNUD 2024, desde otro registro, no es muy distante de ciertas afirmaciones de la ensayista. En suma, los desvaríos barrocos hicieron de la calle un “desequilibrio de pasiones”.
Cabe aclarar que la revuelta no surgió de un desencuentro de movimientos, minorías o colectivos, cuya materialidad se podría haber plasmado en articulaciones o vectores políticos. Si bien la “potencia afectiva” de la revuelta no surge ex nihilo, tampoco existía un “espacio político” que nos proveyera de “pistas de interpretación” frente a sus ambiciones críticas. La dislocación del 2019 fue tan intensa que los nudos entre movimientos sociales e institucionalización no fueron posibles. En suma, la propia revuelta estimuló formas de angustia existencial que fueron diagramadas —mediática de la demonización— provocando una disyunción entre movilidad política y una ciudadanía ensimismada (fragmentada-aislada) que requiere una solvencia analítica que trascienda la “portentosa factualidad” de las corporaciones.
La paradoja de la revuelta fue su propia “furia” como creación igualitaria y un excedente “poético” que activó espíritus atormentados, que no eran gestionables por la vía de la Convención Constitucional. En suma, Tiempos y modos recuerda que la política es vocación de poder y posibilidad de sentido, donde la potencia destituyente y sus licencias poéticas fueron un abismo que no supo proveer ninguna solución institucional.
Octubre de 2019 como potencia movilizadora —“revuelta nómada”— culminó en una institucionalidad dislocada, tras el triunfo del rechazo a la nueva propuesta constitucional.
La ensayista no busca establecer una curatoría sobre los acontecimientos del 2019, que aún mantienen sus efectos expresivo-testimoniales, sino más bien gestos de recomposición que aún no han sido absorbidos por una política hegemónica. Tiempos y Modos participa de un vitalismo, está contra los “diagnósticos nihilistas”, aspira a disputar el sentido del presente y sus modos de producción.
Octubre (sin el sufijo “ismo”) sería el paroxismo de acontecimientos sin relatos, desde una multiplicidad de subjetividades cuyo desborde trajo consigo “dialectos” que no alcanzaron a impulsar una “política afirmativa”. Tal vacío implica un realismo reflexivo, abre un debate en la contemporaneidad y entiende que la revuelta marca un punto de ruptura con las semánticas de la renovación socialista —que han marcado el debate— y nos invita a otro tipo de comunicación política. En su economía argumental, sanciona la anorexia imaginativa del clivaje socialdemócrata e interroga la soberanía de visualidades y lenguas del cambio que migraron sin diccionarios, cultivando “la zona festiva de los cuerpos”.
Tiempos y modos, Nelly Richard, Paidós, 2024, 213 páginas, $18.900.