Escrita cuatro años antes del éxito de Mi año de descanso y relajación, esta novela de Ottessa Moshfegh recién traducida es una obra sin agenda política visible. Y también flota por encima de las convenciones de la narrativa comercial. Sus páginas transmiten la refrescante sensación de haber sido escrita con el deseo de no complacer a nadie más que a su autora.
por Rodrigo Olavarría I 17 Julio 2024
Es sorprendente que Ottessa Moshfegh, la autora de McGlue (2014), sea la misma persona que escribió Mi año de descanso y relajación (2018), el bestseller que la consagró a escala global. Una podría ser un relato de mediados del siglo XIX, hallado en una revista como Putnam’s Magazine, donde Herman Melville serializó originalmente obras como Bartleby, el escribiente (1853), y la otra una mirada revisionista a las vidas de la primera generación de hípsters, la que vio en primera fila la caída de las Torres Gemelas y es culpable de la ubicuidad de las tote bags. ¿Qué comparten estas novelas? Primero, ambas tienen por protagonista a personajes vagamente abyectos, sin objetivos ni deseos, y segundo, la embriaguez general de ambos, uno por alcohol y la otra por drogas de prescripción, consumos que los convierten en dos muy poco fiables narradores en primera persona.
Si bien las similitudes entre estos dos libros de Moshfegh son interesantes, sus diferencias revelan no solo la habilidad sino el rango de esta escritora, nominada al Booker Award por su segunda novela, Mi nombre era Eileen (2015). McGlue es su primera publicación, una obra que con una diagramación menos generosa con el papel no debería superar las 70 páginas y que le valió a la autora un premio que trajo aparejadas la publicación y la atención de la industria. Tal como señaló la crítica tras su aparición, es un libro que no oculta sus deudas con el trabajo de Melville y Cormac McCarthy. Qué duda cabe. En primer lugar, así como Melville se inspiró en historias halladas en la prensa para la escritura de Moby Dick (1851) y Benito Cereno (1855), Ottessa Moshfegh basó el personaje de McGlue en un recorte de prensa de 1850 que contaba la historia de un hombre absuelto tras asesinar a un marinero en Zanzíbar.
McGlue cuenta la historia de un joven alcohólico con severos traumatismos craneales, parte de la tripulación de un barco dedicado a un oficio indeterminado, que despierta de la más honda ebriedad para descubrirse encadenado y acusado de dar muerte a un compañero de embarcación, su mejor amigo, benefactor y casi amante, ni más ni menos. El acusado, por supuesto, no recuerda su supuesto crimen y capítulo a capítulo lo vemos despertar en un puerto distinto, mientras el navío lo conduce a un inexorable juicio en la ciudad de Salem.
Si solo el tema marino y la época en que está situada conectasen McGlue y la obra de los dos autores mencionados, estaríamos describiendo apenas una relación superficial entre ellas, pero sucede que el sobresaliente e imaginativo lenguaje de Moshfegh (cualidades difíciles de percibir en la traducción publicada por Alfaguara) recuerda en más de una ocasión los momentos más líricos y creativos de McCarthy, a sus personajes más difíciles de amar y, particularmente, a los libros que publicó antes de la década del 90, tan superiores en méritos literarios a los exitosos Sin lugar para los débiles (2005) y La carretera (2006). Me refiero a novelas como Hijo de Dios (1973) y Meridiano de sangre (1985), dos obras con protagonistas que, como McGlue, podrían ser descritos como inventarios de cualidades desagradables, y que cuentan las historias de un montañés con problemas cognitivos que roba el cadáver de una muchacha y de un huérfano analfabeto que se une a un grupo de asesinos pagados por el gobernador de Chihuahua para cazar indígenas. Es decir, nada muy distante de los eventos que Moshfegh elige narrar en este libro.
Podríamos decir que este libro ocupa un espacio algo incómodo en la obra publicada hasta ahora por Ottessa Moshfegh. Es una pieza temprana, breve y experimental; el tipo de libro que se publica cuando una autora ha muerto o cuando desea capitalizar su éxito. Sin embargo, es precisamente esa incomodidad lo que hace de McGlue una rara gema en el mercado editorial: es un libro sin agenda política visible, una obra que flota por encima de las convenciones de la narrativa comercial, una novela donde destella un aire mediúmnico y la refrescante sospecha de haber sido puesta por escrito con el deseo de no complacer a nadie más que a su autora.
McGlue, Ottessa Moshfegh, Alfaguara, 2024, 152 páginas, $15.000.