Avance irreflexivo y retroceso metódico

En 1995 la Escuela de Cine de Chile acogió a su primera generación de estudiantes, entre ellos el reciente ganador del Oscar Sebastián Lelio, director de Una mujer fantástica. Formados bajo la máxima del ensayo y error, fueron alumnos descreídos, juguetones y muy activos. En definitiva, el espíritu que ha permeado el cine chileno de los últimos 15 años. “Lelio es el primero en conseguir el trofeo mayor, pero hay más, vendrán más”, escribe en esta columna Carlos Flores, director y profesor de ese grupo de cineastas. “Este Oscar abrirá caminos, generará expectativas, construirá confianzas”.

por Carlos Flores Delpino I 9 Marzo 2018

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Me habría gustado escribir esta columna antes de que Sebastián Lelio ganara el Oscar y fuera eyectado al territorio de la fama. Me habría resultado más fácil. No tendría esta tentación de escribir un elogio desmedido a Una mujer fantástica o de subirme ladinamente al carro de su triunfo.

Pero empecemos. Imaginemos la esquina de Suecia con Carlos Antúnez, la casa donde estaba mi productora, transformada en La Escuela de Cine de Chile. Marzo de 1995. Imaginemos 20 jóvenes que se miran con curiosidad. Han optado por ingresar a una escuela que se inicia ese mismo año y que no ofrece tradición, ni éxitos, ni título validado por el Estado. Imaginemos lo que piensan respecto a su futuro. No sospechan que será una generación que va a dar que hablar.

Una mujer fantástica deja piezas sueltas, incitándonos a constatar que no estamos quietos, que todo se mueve. Que es inevitable tener que transitar por zonas no comprendidas, volver a la experiencia, a ponernos en contacto con mundos que intentamos negar.

Hablo de generación, pensando en ese grupo de jóvenes que estudiaron en la escuela ese año, pero también los siguientes y que empezaron a filmar entre el 2001 y 2002. Hablo de Sebastián Lelio, Matías Bize, Andrés Mardones, Antonia Olivares, Michel Bossy, Benjamín Echazarreta, Cote Concha, Marialy Rivas, Coke Hidalgo, Matías Cruz, Cristian Mamani, Pepo Benavides, Karla Bravo y muchos y muchas más que no alcanzo a nombrar en este espacio. Eran autores descreídos, relajados, juguetones y  muy activos. Un grupo de jóvenes cineastas que tenían la convicción de que los errores cometidos en una película se corrigen en la siguiente; que el proceso de creación no termina nunca, que exige acción y corrección permanente.

Lelio pertenece a esta generación integrada por cineastas que hicieron las tareas mirando la tele, que vieron películas desde que nacieron, que escucharon música en sus personal stereo cuando iban al colegio y que ahora trabajan para hacer un cine excéntrico y astuto. Que han mezclado todas las técnicas, todas las artes, todas las supersticiones, todos los oficios, todas las maldades y todos los mitos para hacer sus películas.

El cine chileno ha demostrado finalmente ser capaz de  conectarnos  con la insondable e imprevista contrariedad de nuestros mundos, de conducirnos por caminos más inciertos.

Una mujer fantástica deja piezas sueltas, incitándonos a constatar que no estamos quietos, que todo se mueve. Que es inevitable tener que transitar por zonas no comprendidas, volver a la experiencia, a ponernos en contacto con mundos que intentamos negar.

La lengua del mercado se lee sola, abandonarla podría conducir a la mudez. Es necesario combinar las estrategias experimentales con ciertos estándares de comprensión y de sentido.

Sebastián Lelio es el primero en conseguir el trofeo mayor, pero hay más, vendrán más. Este Oscar abrirá caminos, generará expectativas, construirá confianzas.

La tarea de cualquier cinematografía pequeña y aislada de los centros industriales como la nuestra, es desarrollar alternativas de goce y entretención, realizadas sin avergonzarnos de nuestro espacio urbano y de nuestros gustos, recursos, deseos y fantasías, ni dejar de utilizar, al mismo tiempo, los avances del pensamiento y tecnología universal. No es posible rechazar absolutamente el modelo conocido. La lengua del mercado se lee sola, abandonarla podría conducir a la mudez. Es necesario combinar las estrategias experimentales con ciertos estándares de comprensión y de sentido.

Esto, creo yo, ha hecho Sebastián Lelio. Una mujer fantástica extrema su manera de contar, diferenciándose de la convencional línea narrativa y escenográfica a la que nos ha acostumbrado el cine, sin abandonar totalmente las estrategias formales consolidadas por la tradición.

Tradición y experimentación. Un buen camino para desplazarse en tiempos turbulentos. Lo decíamos jugando en los patios de esa escuela en la que ya no estamos: “Avance irreflexivo y retroceso metódico”.

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