Macha de lujo

No solo mantener sino incrementar la relevancia más allá de todos los cambios del entorno en 25 años de recorrido parece difícil, pero es la tarea que ha cumplido un músico y a estas alturas referente popular chileno: Aldo Asenjo, el Macha. En sus tres bandas sucesivas, LaFloripondio, Chico Trujillo, Macha y el Bloque Depresivo, se da el lujo de tocar con una libertad que pocos pueden mostrar y una ética anticelebridad totalmente a contracorriente de los tiempos actuales.

por David Ponce I 24 Marzo 2020

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Ya es una genealogía. A más de 25 años de su aparición junto a una banda de rock intuitiva y salvaje, venida desde los valles interiores de la Región de Valparaíso en los primeros años 90, Aldo Asenjo, el Macha, comanda un viaje marcado por mutaciones sucesivas con LaFloripondio, con Chico Trujillo y con Macha y el Bloque Depresivo. Son tres grupos con los que este cantor, autor, compositor e instrumentista ha construido y ganado un lugar único en la música en Chile, y sobre ese espacio cuestiona y desmonta todos los supuestos sobre industria musical, medios de comunicación y popularidad, con un discurso crítico y un método propio.

Hay una relación orgánica y hasta biológica entre estos nombres, en una saga en la que cada transformación musical es hija de la anterior. LaFloripondio es el grupo de rock que sigue operando como la nave madre, iniciado en 1992 en Villa Alemana, Región de Valparaíso. Después Chico Trujillo, nacido en 1999, encarnó una natural derivación bailable de ese viaje, como brazo cumbiero de LaFloripondio. Y luego Macha y el Bloque Depresivo, que surge hacia 2009, fue a su vez la natural derivación introspectiva del recorrido, como brazo melódico de Chico Trujillo. Al frente o al fondo de estos elencos, Macha ha mantenido vivos los tres rasgos comunes y capitales que definen lo que ha hecho en toda su trayectoria: música adelantada, autónoma y crítica.

Premoniciones

Distinguidos desde el comienzo y anticipados a las tendencias, Macha y sus bandas han mostrado siempre un carácter personal. Fue así con LaFloripondio, parte de un rock emergente en los primeros años de la posdictadura en Chile, abierto a muchas influencias. Si el consabido ejercicio periodístico de entender a un músico o un grupo local por la vía de asignarlo a algún referente internacional podía servir en otros casos, no cuadraba con este grupo de nombre psicotrópico. Era rock alternativo a lo más, pero se desmarcaba por su diferencia. Había rock progresivo, metal, punk, música latina y mucha locura, aunque no daba para compararlo exactamente con Primus, Jane’s Addiction, Mr. Bungle, ni nada similar. Más que con cualquier referencia literal, LaFloripondio se explicaba desde ya en términos propios: remitía a la jarana playera de un video como “Zunga de cuero”, al paisaje del Marga Marga con mil distintos tonos de verde o hasta al almacén de barrio donde un Macha veinteañero trabajaba vendiendo verduras y frutas, como se vio en 1995 en un reportaje del programa El mirador en TVN.

Luego ese rasgo anticipado no paró de acentuarse. Chico Trujillo hizo en 1999 un paso de cumbia que solo Joe Vasconcellos había tenido la visión de dar cinco años antes con su éxito “Las seis”. Antes de ese par de hitos no hubo contacto entre el estilo de sonora cumbiera y los músicos de rock y pop chilenos. Y las cumbias que Chico puso en su primer disco, Chico Trujillo y la señora imaginación (2001), anticiparon una fiebre completa que redefinió el gusto popular masivo en el país, no solo a escala juvenil sino transversal a toda la audiencia. Cumplidos los años necesarios para generalizar lo que el nuevo combo del Macha ya había intuido a fin de siglo, a mediados de la década siguiente la capital figuraba empapelada cada semana con nuevos carteles de jornadas bailables animadas por Banda Conmoción, La Patogallina Saunmachín, La Mano Ajena, Juana Fe, Chorizo Salvaje, Combo Ginebra, Anarkía Tropikal, los primeros Villa Cariño y muchos más en ese templo de la nueva fiesta que fue el hoy clausurado Galpón Víctor Jara: una celebración mestiza que en Chile no se entiende sin la incidencia de Chico Trujillo.

Una tercera muestra sucesiva de esa clarividencia corresponde justo al tercer grupo de la saga. Con Macha y el Bloque Depresivo estos hombres prefiguraron esta vez un giro hacia el repertorio melódico y popular de América Latina. Era el lado B lógico del desenfreno, o sea la pausa, expresada en boleros, valses peruanos y otras canciones de pulso lento y versos sentimentales. De paso una raigambre hasta ochentera del Macha se adivina en el bautismo del grupo: “depresivo” era el atributo usual entre las juventudes de los años 80 para identificar un género del post–punk como el dark, luego llamado gótico. Pero ahora el calificativo era resignificado: el nuevo bloque del Macha era depresivo en modo latinoamericano. Y otra vez vaticinó un panorama en el que más tarde aparecieron nombres como Los Celestinos, Rulo, Demian Rodríguez, Roja y Negro, La Flor del Recuerdo y otros, entregados todos al influjo tradicional del cancionero continental.

A mediados de la década pasada, Chico Trujillo llenaba galpones, LaFloripondio coexistía en el circuito más underground del rock y ambos grupos salían de gira por Europa en locaciones que iban desde festivales a casas okupa, como la histórica Tacheles en Berlín.

Es un cancionero que el Bloque Depresivo sintetiza en gran forma. En su repertorio el grupo enlaza composiciones propias (“Continentales”, “Isla de errores”, “La carretera”) con boleros latinoamericanos como “Mar y cielo” y “No hay novedad”, la fineza de valses peruanos de Augusto Polo Campos (“Cada domingo a las 12, después de la misa”) o Mario Cavagnaro (“En vano”), canciones de Silvio Rodríguez (“Pequeña serenata diurna”), baladas popularizadas por Sandro (“Así”) y José José (“La nave del olvido”, “Lo que no fue no será”), y éxitos de los años 70 como “Solo tú”, de los italianos Matia Bazar. A partir de fuentes así el Bloque conversa todo el tiempo con la historia previa de la música chilena, porque el vals “En vano” es reconocido en la voz de Palmenia Pizarro, porque un bolero de la estatura de “El gran tirano” era cantado por ese referente popular porteño que fue el cantante Jorge Farías; o porque “Vergüenza ajena” fue creado para la banda sonora de Palomita blanca (Raúl Ruiz) por Los Jaivas, antecedentes regionales indudables de una banda como LaFloripondio. Palmenia de San Felipe, Negro Farías del puerto, Los Jaivas de Viña y el Macha de Villa Alemana: cómo no van a hablar el mismo idioma.

Autogestiones

No parece casual que, por partida de nacimiento, la saga del Macha tenga cierta raigambre en lo que se entendía como rock independiente o alternativo desde los 80, y en cierta ética que esa opción traía aparejada como definición: fuera de las corrientes principales del negocio musical.

Esa actitud encajaba bien con un tiempo en que lo “alternativo” fue espíritu de época, al punto de decaer hasta simple moda en su fase terminal a mediados de los años 90. Y encajó igual de bien en los primeros años del nuevo siglo, cuando el colapso de la industria musical, basada hasta entonces en la fabricación física de discos, generó en Chile una multiplicación de músicos, grabaciones y sellos autogestionados, o sea, independientes. “Alternativo” e “independiente” como sinónimos de una misma parada, la de estar al margen por opción.

LaFloripondio y Chico Trujillo calzaban en aquel orden porque esa ha sido su matriz. Y por lo tanto, el rock y la cumbia que tocaron entonces tenían sentido en una lógica basada en la diversidad y el ejercicio de la música; no en la celebridad ni en el impacto social del producto, como tiende a ser en estos días. “El Macha es la superestrella que siempre ha merecido ser” era un juicio de la época en torno al suceso de Aldo Asenjo, y no lo decía el jurado de algún “programa de talentos” de la TV sino el bajista de Familia Miranda, Rodrigo Gomberoff, banda independiente por definición.

Ya entonces Chico Trujillo llenaba galpones, LaFloripondio coexistía en el circuito más underground del rock y ambos grupos salían de gira por Europa en locaciones que iban desde festivales a casas okupa, como la histórica Tacheles en Berlín y el Café Zapata que funcionaba en su interior. De esos viajes quedan documentos como la canción “Ska de Lolo Mario”, grabada en 1999 y tributo a uno de los anfitriones chilenos de LaFloripondio en Alemania, y un circuito que luego recorrieron grupos incluso de mayor trayectoria como Fiskales Ad–Hok por ese país.

Portadas de discos de LaFloripondio, Chico Trujillo y Bloque Depresivo.

Es claro que en la actualidad, con la consolidación en especial de géneros como el reggaetón y el trap, esos valores “alternativos” se han desdibujado y en su lugar ha emergido, o re–emergido, el culto por la masividad y la promoción, nunca mejor expresado que con internet como canal principal para la difusión de música gracias a sus múltiples herramientas de viralización. También hubo signos previos de este cambio de mentalidad. El pop todavía underground de comienzos de esta década, cultivado por gente como Javiera Mena o Fakuta, ya tenía entre sus referentes a figuras tan corporativas de los 80 como Madonna o Michael Jackson, y publicaciones más recientes como el fanzine “Pensando Purpose” (2017, Microeditorial Amistad) sobre Justin Bieber dan pruebas consistentes de una sensibilidad distinta para apreciar el pop sin cuestionamientos ideológicos clásicos frente a su condición capitalista y de mercado.

Más nueva aún que esa juventud desprejuiciada es la generación siguiente, nacida y educada de lleno en los valores de la década del 90 en adelante. De modo que, aparte del gesto colectivo de compartir escenarios y feats. en grabaciones, nada hay más coherente que las letras de los actuales exponentes del trap, y lo que hay en ellas sobre auto–afirmación, individualidad, competitividad y consumo, en parte reflejo sugerente de la transición chilena y sus prioridades y expresado en el ego como detonante y estimulante creativo. Sin embargo, ni siquiera en ese escenario el carácter del Macha queda fuera de foco. Antes que eso, responde por contraste con el sello colaborativo que caracteriza a sus bandas, manifestado en los distintos grupos y cantantes con los que sobre todo Chico Trujillo y el Bloque Depresivo han compartido escenarios y grabaciones.

Desmontajes

El Macha y sus bandas interpelan, cuestionan y desafían casi todos los lugares comunes que hay sobre el ejercicio de dedicarse a la música popular en Chile. Si hay límites, los disuelven. Si hay supuestos, los desmontan. Y si hay reglas, las desdeñan.

Disuelven por lo pronto las fronteras entre lo propio y lo adoptado, hasta volver casi sinónimos esos dos términos. En buena parte su escuela es el descubrimiento de músicas previas, y lo demuestran tanto la discografía de Chico Trujillo, con cumbias aprendidas de la Sonora Palacios o de Mike Laure, entre otros, como el repertorio de Macha y el Bloque Depresivo, con canciones que van desde boleros y valses hasta éxitos radiales de los años 70. Pero esa es también la base del repertorio original del Macha, cuyas creaciones se mimetizan a la perfección con los mismos códigos. Es lo que pasa con “Loca”, de Chico Trujillo, la canción más representativa de la música chilena en lo que va corrido del siglo, por lo popular y lo transversal, o con “Continentales”, del Bloque, sobre un ritmo de slow rock y una melodía emocionante que dan forma a un clásico instantáneo desde la primera escucha.

Estas bandas desdeñan además la noción de celebridad sobre el escenario. En una repartición democrática del primer plano que es norma en sus actuaciones, Macha y el Bloque Depresivo han invitado en vivo a gente tan diversa como Luis Alberto Martínez, titán de la canción melódica chilena, a Joe Vasconcellos, Álvaro Henríquez, Mauricio Miño (de la banda de ska Sonora de Llegar), Los Celestinos y muchos más. Y hay espacio abierto para músicas paralelas de los mismos integrantes de Chico y el Bloque, como el dúo que forman Macha y Pajarito Araya en Cabezas Rojas, como el músico y cantante Joselo Osses, alias La Voz de Terciopelo, y como el mismo Macha en plan solista: Fugitivo del Caribe.

Los conciertos son avisados con posteos en redes, sin publicidad ni menos apariciones en la prensa. No hace falta más para repletar desde el Teatro Caupolicán en Santiago hasta escenarios como La Quinta de Los Núñez, en Valparaíso, donde Chico Trujillo partió el año pasado con cinco funciones consecutivas agotadas.

Aldo Asenjo y su gente desmontan también las lógicas de la industria discográfica y de conciertos. Macha y el Bloque Depresivo publicaron su primer disco, 100% lúcidos (2018), solo después de que el grupo llevaba años consolidado en escenarios, desafiando al supuesto rol que tiene un disco como certificado de inicio de una carrera musical. El método del Bloque fue el opuesto: tocar primero, y mucho, y solo después grabar. Chico Trujillo y el Bloque Depresivo venden sus discos a escala local en los propios conciertos y a escala global por la distribución del sello discográfico neoyorquino Barbès Records, en otra muestra de flexibilidad acorde con los tiempos.

Y esos conciertos son avisados con posteos en redes, sin publicidad ni menos apariciones en la prensa. No hace falta más para repletar desde el Teatro Caupolicán en Santiago hasta escenarios como La Quinta de Los Núñez, en Valparaíso, donde Chico Trujillo partió el año pasado con cinco funciones consecutivas agotadas. Y las agendas son nutridas. En 2019 hubo actuaciones de Chico y de Cabezas Rojas en Brasil en marzo; una gira de Macha y el Bloque Depresivo por España, Bélgica, Francia, Inglaterra, Holanda y Alemania en julio y agosto; presentaciones de Fugitivo del Caribe en Colombia y Alemania en agosto y fechas de Chico Trujillo en España en septiembre y en Inglaterra en noviembre, como celebración de los 20 años del grupo.

Lo mismo vale para la difusión. Si la supuesta norma es que sin radio ni TV no hay manera de ser visibles, el gesto de estos músicos es pasar por alto a tales medios. No dan entrevistas, con contadas excepciones, y si Chico Trujillo tocó el año pasado en un festival televisado, fue bajo sus condiciones, sin apariciones adicionales en programas del canal a cargo de la emisión, y eligieron el Festival de Olmué. En cambio, en el Festival de Viña la banda se ha negado a actuar, pese a reconocidas tratativas de los productores, en una especie de prueba de fuego de independencia frente al dinero que la televisión haya ofrecido, por altas que sean las sumas. Tampoco son los únicos y menos es una extravagancia. Desde gente como Los Vásquez y Ana Tijoux hasta el frente del rap poblacional y contingente, certifican un arrastre considerable sin necesidad de acudir a una televisión en buena parte decadente, que lejos de ayudar, sería una incomodidad rayana en el desprestigio.

No es que esta prescindencia de los medios de comunicación convencionales tenga como reverso una dependencia de los medios online. La popularidad del Macha y sus grupos no se puede reducir a un fenómeno de base digital; se expresa en las redes, pero no solo en ellas, porque es anterior. Entonces se asoma un factor de vieja escuela que viene a redondear la identidad de estos grupos. La base es la actuación en vivo. El mejor carácter del Macha y su entorno musical se encuentra desde siempre sobre el escenario. No se define por la cantidad de likes ni seguidores online, sino por la cantidad de gente que paga entradas para verlos en vivo. En épocas de populismo, de posverdad, de fake news y de la posible falacia de las redes sociales como plataformas supuestamente representativas de algo, una banda que apuesta a tocar en vivo es justo lo contrario de todo lo anterior: es certeza, un bien escaso y preciado en los tiempos que corren. En otras palabras, un lujo.

 

Imagen de portada: Chico Trujillo en el Festival del Mundo Womad, realizado en Londres el 2017.

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