Tras un dificultoso recorrido en los 60, Robert Moog, creador del sintetizador analógico, conoció a Wendy Carlos, una joven transgénero que por esos años aún conservaba su nombre de nacimiento, Walter. Dueña de una inteligencia poco común, ella entendió antes que nadie cómo podían juntarse la electrónica y la música, al punto de grabar el fenómeno de ventas Switched-On Bach en 1968. Su trabajo fue de referencia para Kraftwerk y los Beatles, pero cuando Walter se convirtió en Wendy comenzó a sentir una abrumadora fobia social. Esta es la historia de quien, no obstante gozar del mayor éxito artístico, inventó todo tipo de excusas para ocultarse y mantener la ficción de seguir siendo Walter Carlos, en una época en que la transexualidad era tabú en la sociedad estadounidense.
por Juan Pablo Abalo I 9 Septiembre 2024
Nuestra época musical está, en buena parte, determinada por la invención de un instrumento que, por su novedad tímbrica y operativa, cambió radicalmente las reglas con las que se interpretaba e imaginaba la música hasta mediados del siglo XX. Se trata del sintetizador analógico Moog (1964), diseñado por el ingeniero neoyorkino Robert Arthur Moog (1934-2005). Este fascinante instrumento llegó a su esplendor después de varias pruebas, ajustes, fracasos y mejoras, tras el lanzamiento comercial de una grabación de la compositora e ingeniera de grabación (también estadounidense) Wendy Carlos (1939). El disco, titulado Switched-On Bach, apareció en 1968 bajo el sello Columbia Records y tuvo un éxito sin precedentes. Rápidamente alcanzó el número 10 en la lista Billboard y en 1970 ganó los premios Grammy al Mejor Álbum Clásico, Mejor Interpretación Clásica y Mejor Grabación Clásica. Ya para 1974, el disco había vendido más de un millón de copias. Este éxito lo ubicó —en 1986— como el segundo álbum (clásico) en obtener el estatus de disco de platino. Ni hablar del largo y fructífero camino que, a partir de su aparición, se abrió para la producción musical dedicada exclusivamente al registro de sintetizadores, cosa que no ha parado hasta el día de hoy. Switched-On Bach fue también la validación del sintetizador Moog como un instrumento hecho y derecho, a la par de un violín o un piano. Su estatus cambió para siempre, y también el de su creador.
Aunque la idea que da vida al álbum parece muy simple, es sumamente original y bastante arriesgada. En poquísimas palabras, Switched-On Bach se trata de una selección de obras de J. S. Bach, recreadas e interpretadas en el sintetizador Moog por Wendy Carlos junto a Benjamin Folkman. Hasta ahí, las pocas versiones que se habían grabado en el piano (una de ellas de Claudio Arrau y la otra de Glenn Gould) eran la apuesta más aventurada de la industria musical a la hora de recrear obras de Bach que fueron compuestas (y ejecutadas) originalmente para clave u órgano. Switched-On Bach significaba un salto al vacío en cierto sentido. Hacer sonar a Bach como nunca, ni remotamente, nadie lo había hecho sonar.
Tras un largo y dificultoso recorrido durante la década del 60, visitando distintas universidades en EE.UU., y después de varios intentos no muy exitosos por dar a conocer su instrumento (en parte por el tiempo que requería para funcionar, en parte por la incomodidad de su tamaño y sus casi dos toneladas de peso), Robert Moog finalmente conoció a Wendy Carlos, una joven transgénero que trabajaba en el Gotham Recording en Nueva York, y que por esos años aún conservaba su nombre de nacimiento, Walter Carlos. Carlos había estudiado física y composición musical, y dueña de una inteligencia poco común, entendía muy bien cada uno de los mundos que Robert Moog quería juntar en su instrumento: la electrónica y la música. Fue este afortunado encuentro entre ambos, el que los llevaría, entre otras cosas, a revolucionar por completo el sonido de la música pop de los 60 y 70 (la electrónica alemana de Kraftwerk y los últimos álbumes de los Beatles son solo dos ejemplos).
La infancia y adolescencia de Wendy Carlos estuvo marcada por la disforia de género. Fueron años de mucha soledad y exposición a burlas de todo tipo. En el período universitario, su intento por adaptarse al mundo convencional, teniendo citas con mujeres, no prosperó. Es lo que cuenta en una de las poquísimas entrevistas que ha dado. En 1985, para la revista People, confesó haberse sentido una niña siempre y no haber entendido nunca por qué sus padres la trataban como niño. Una situación especialmente compleja en la Nueva Inglaterra de 1940.
Pese a lo difícil y confuso de todo, su talento musical se caracterizó por una gran claridad. Escribió su primera composición a los 10 años (Trío para clarinete, acordeón y piano), al tiempo que cortaba madera y soldaba cables para construir un sistema de alta fidelidad para sus padres. Esto la llevó a que en 1953, cuando pocas personas habían oído hablar del computador, con solo 14 años, ganara una beca para construir uno. Así fue desarrollando su particular gusto por juntar la electrónica y la música, lo que terminó por florecer en la universidad. Su cercanía con dos pioneros de la música electrónica (Vladimir Ussachevsky, de quien fue alumna, y Otto Luening), y estudiar en profundidad un repertorio tradicional, fueron sin duda aspectos determinantes para cargar de originalidad su trabajo y mostrar una insólita madurez. El disco Switched-On Bach es precisamente una obra en la que se conjugan perfectamente estos dos mundos: adaptar en el Moog un repertorio antiguo (barroco en este caso), sin pretender hacer una fractura con la tradición, como era la norma de las experiencias que hasta ahí se conocían, sino más bien recrearla, traer el pasado al presente, con sus reglas, y revertir de paso los clichés de vanguardias súper abstractas.
Rachel Elkind, cantante y productora que trabajaba para Columbia Records y con quien Wendy Carlos compartía un pequeño departamento en Manhattan, fue la pieza clave para que firmaran el contrato en 1968. El anticipo que le dieron a Carlos fue de solo 2.500 dólares (un número muy bajo en ese entonces), pero optaron por compensarla con un porcentaje de las regalías que la venta del disco trajera. Finalmente lanzaron el álbum en octubre de 1968 y Switched-On Bach se convirtió en un inesperado éxito comercial y de crítica. De la noche a la mañana, Wendy Carlos se transformó en una compositora de fama mundial, para bien y para mal.
Hubo quienes consideraron que su disco era una insolencia con la tradición musical. “El radical de la música electrónica” lo llamaron otros. Pese al choque que el disco generó, comenzaron a llegarle ofertas para tocar en todo EE.UU. y parte de Europa. Músicos como Stevie Wonder y George Harrison querían conocerla a como diera lugar. El problema era, precisamente, que todos querían conocer a Walter Carlos (que era como había firmado el disco). Y aunque para ese entonces ya recibía asesoramiento del sexólogo y defensor de los derechos de las personas transgénero, el Dr. Harry Benjamin, y había comenzado a recibir tratamientos hormonales (requisito previo para una eventual operación de cambio de sexo), su fama le llegó como lo que estaba dejando atrás, como Walter. Su transformación a Wendy era algo que había estado considerando durante largo tiempo y el asesoramiento del Dr. Benjamin reafirmó su decisión. Los tratamientos hormonales empezaban a mostrar efectos visibles justo en el momento en que Switched-On Bach le trajo esa enorme atención mediática.
Este destiempo en acontecimientos fundamentales de su vida provocó en ella una fobia a ser vista en público y decidió recluirse en el estudio de su casa. A sus visitantes les decía que no estaba: “Yo los escuchaba desde arriba”, dijo a People, a lo que agregó: “Acepté la sentencia, pero era extraño tener la vida abierta por un lado y estar encerrada por el otro”. Cuando no tenía otra opción que exponerse en público, ya sea en apariciones televisivas o entrevistas (que se pueden ver en YouTube), tomó la decisión de disfrazarse de hombre. Así la vemos en un programa de la BBC y en otro de The Dick Cavett Show.
Especialmente dramático fue lo que ocurrió en 1969. Invitada a interpretar sus piezas electrónicas junto a la Orquesta Sinfónica de Saint Louis frente a una gran audiencia (en lo que se suponía sería su firmamento frente al público y la escena musical mundial), el episodio se transformó en su peor pesadilla. Llorando en su habitación del hotel, Carlos le dijo a su productora que la aterraba subir al escenario. Los tratamientos con estrógenos habían transformado su apariencia (ahora sí tenía aspecto de mujer) y le daba pánico la reacción de un público que esperaba a Walter Carlos y no a Wendy. Para salir de la angustiosa situación, antes de subir al escenario se puso una peluca de hombre, se pegó patillas postizas y pidió a un maquillador que le añadiera una incipiente barba en la cara. La actuación fue un éxito rotundo, pero para Carlos sería el fin de su carrera en vivo. Nunca más dio conciertos en público.
El gran éxito de Switched-On Bach le permitió a Carlos trabajar, entre otras cosas, con el cineasta Stanley Kubrick. En 1979, Kubrick la contactó y se reunieron en varias ocasiones (reuniones a las que Carlos fue vestida de hombre, y aunque Kubrick sospechaba que algo no cuajaba, no logró descifrar qué era). Fue entonces que Kubrick le pidió que escribiera la partitura para La naranja mecánica. Carlos terminó por convertir varias piezas de Purcell, Beethoven y Rossini en el soundtrack de la controvertida película. En 1980, Carlos volvió a colaborar con Kubrick para El resplandor, y aunque creó una banda sonora completa, Kubrick terminó por usar solo dos piezas musicales.
Pese a la exposición que podía tener con estos prestigiosos encargos, Carlos se las arreglaba para permanecer durante largos períodos en reclusión. Casi no tuvo contacto con otros músicos, ni tampoco con la industria de la música electrónica en la que ella había sido pionera. Inventó todo tipo de excusas para ocultarse y mantener la ficción de Walter Carlos. La transexualidad seguía siendo un gran tabú de la sociedad norteamericana.
En una entrevista de 1979 (para la revista Playboy), en la que el periodista Arthur Bell se refiere a ella como un Fantasma de la Ópera de los últimos tiempos, Carlos apareció por primera vez hablando como Wendy. Pero para la compositora, nada bueno salió de una publicación que ya desde su título (Walter/Wendy Carlos), no ponía el foco en su obra musical. De 15 páginas, había solo unos pocos párrafos dedicados a su música, lo que resultaba especialmente desconsiderado si se toma en cuenta que ya había lanzado ocho álbumes, y dentro de ellos, estaba Sonic Seasonings, una extraordinaria incursión en la música ambiental en la que combinaba grabaciones con sonidos de animales y naturaleza junto a los sonidos creados en su sintetizador (un salto adelante en la música electrónica, pues se trata del primer álbum de música ambiental, aunque muchos piensen que Ambient 1: Music for Airports (1978) de Brian Eno, lo fuera).
Así, su intento por regresar a la vida pública fracasó. Volvió a recluirse en su estudio. En 1982 le encargaron la banda sonora para la película de ciencia ficción Tron, sin duda uno de sus trabajos más conocidos. Entre bandas sonoras y discos propios, el aislamiento la llevó a desarrollar un particular pasatiempo: fotografiar eclipses solares en lugares remotos, como Siberia, Bali y Australia.
La última vez que se tuvo noticias de Wendy Carlos fue en una breve nota que ella publicó en su sitio web el año 2020. En ella, prevenía sobre el libro no autorizado de la musicóloga Amanda Sewell: Wendy Carlos: A Biography (Oxford University Press), argumentando que se trataba de una publicación basada exclusivamente en reseñas de otras entrevistas realizadas. Nada nuevo. Por otra parte, escuchar la música de Wendy Carlos no es tarea fácil, porque sus grabaciones son difíciles de encontrar. Ella es dueña de casi la totalidad de su catálogo y se ha resistido a publicarlo en plataformas de streaming.
En una entrevista que Robert Moog concedió a la revista People, se refiera a Carlos con especial cariño: “En toda mi vida, solo había visto a muy pocas personas que se adaptaran con tanta naturalidad a un instrumento como ella al sintetizador… Fue simplemente un regalo de Dios”.