En este homenaje poético-político, publicado en 1974, el escritor cubano José Lezama Lima realiza un hermoso puente entre el exmandatario y Neruda, fallecido también ese trágico septiembre: “era el que tenía las palabras bellas y radiantes para acompañarlo en su muerte, pero los dos morían al mismo tiempo. ¡Qué momento americano!”.
por José Lezama Lima I 11 Septiembre 2023
La delicadeza de Salvador Allende lo convertirá siempre en un arquetipo de victoria americana. Con esa delicadeza llegó a la polis como triunfador, con ella supo morir. Este noble tipo humano buscaba la poesía, sabe de su presencia por la gravedad de su ausencia y de su ausencia por una mayor sutileza de las dos densidades que como balanzas rodean al hombre. Tuvo siempre extremo cuidado, en el riesgo del poder, de no irritar, de no desconcertar, de no zarandear. Y como tenía esos cuidados que revelaban la firmeza de su varonía, no pudo ser sorprendido. Asumió la rectitud de su destino, desde su primera vocación hasta la arribada de la muerte. La parábola de su vida se hizo evidente y de una claridad diamantina; despertar una nueva alegría en la ciudad y enseñar que la muerte es la gran definición de la persona, la que la completa, como pensaban los pitagóricos. Ellos creían que hasta que un hombre no moría, la totalidad de la persona no estaba lograda. El que ha entrado triunfante en la ciudad, solo puede salir de ella por la evidencia del contorno que traza la muerte. Llevaba a su lado a Neruda, que era el que tenía las palabras bellas y radiantes para acompañarlo en su muerte, pero los dos morían al mismo tiempo. ¡Qué momento americano! El héroe y el canto se ocultaban momentáneamente, para reaparecer de nuevo en un recuperado ciclo de creación.
Al despertar el héroe y la poesía, tenía que aparecer lo coral, la gran antífona del pueblo. La raya vertical que es Chile, en el contraste de los mapas, se convierte en una raya ígnea y un gran fuego ha comenzado a soplar. El coro avanzará sobre las arpías y las furias desatadas de la reacción, como la primitiva hoguera que no se consumía. La misma naturaleza ya se muestra enemiga de aquellos que atentaron contra Allende. Los árboles en la medianoche prorrumpen en maldición. El carabinero siente el ramaje que con violencia se le pega en las costillas. Los Andes ruedan pelotas de trueno que asordan a los tiranuelos de cartón piedra. Por todas partes la naturaleza coopera con el hombre para rechazar a los encapuchados de la maldición.
Ya hemos dicho que el espacio americano es un espacio gnóstico, un espacio que conoce y que fija sus ojos, destruye la visión de los malvados. Existe desde luego el estado inmóvil, paleontológico, que mira hacia la muerte infecunda, pero hay también la muerte creadora, que representa la muerte y la resurrección. Ahora Allende combate en todas partes de la franja vertical de fuego coronario, atrae como un imán mágico y enseña a todos la fuerza irradiante de la suprema prueba del fuego y de la muerte. Él entrará de nuevo, no en la ciudad de ahora sino con los citaderos y los jóvenes que saltan como jaguares por encima del fuego. Está en todas partes como la mejor compañía, luchador absoluto, y sus amistosos designios como la libertad.
Como en las grandes construcciones donde el número de oro que daba las proporciones de la armonía, traza la melodía de la arquitectura, de la misma manera ciertas vidas, como la de Allende, están regidas en su parábola y en su muerte por el número de oro. Un secreto canon que les da su misterio y su cumplimiento. Tanto en su vida como en su muerte bullen las más seleccionadas fuerzas generadoras. Al morir ya está a su lado el nuevo retoño del grano de trigo.
25 de abril de 1974
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Este texto fue incluido en la revista Eco, N° 200, Bogotá, abril-mayo-junio, 1978. Posteriormente, en el libro Lezama disperso, editado por Ciro Bianchi Ross, Unión, 2009.