Firme defensor de la labor multidisciplinaria, el Premio Nacional de Historia 2020 se ha acercado al fenómeno histórico desde los documentos y desde la reflexión filosófica. Autor de una fundamental biografía intelectual de Andrés Bello, también ha abordado el tema de la hispanidad, la transición democrática y el liberalismo. Aquí repasa su trayectoria y se refiere al momento actual: “Estoy convencido de que encontraremos un nuevo equilibrio”.
por Patricio Tapia I 20 Enero 2021
Una idea de la historia no es lo mismo que la historia de las ideas. A Iván Jaksic le han preocupado ambas. Su constante atención tanto a los debates historiográficos como a la historia de la escritura histórica, quizá responde a su temprana opción por la filosofía. Ha realizado, por otra parte, una importante labor de investigación en el siglo XIX y, particularmente, sobre historia intelectual de Chile, Latinoamérica y las relaciones entre el ámbito hispano y el estadounidense.
Nacido en Punta Arenas, Jaksic ingresó a comienzos de los años 70 a estudiar filosofía. Tras el golpe de Estado de 1973, abandonó el país, residiendo en varios otros, más largamente en Estados Unidos, donde estudió y fue profesor en distintas universidades. Actualmente es director del Programa de la Universidad de Stanford en América Latina y es, además, miembro de la Academia Chilena de la Lengua. Como autor de una fundamental biografía intelectual de Andrés Bello, aportó nuevos conocimientos sobre el gran humanista venezolano afincado en Chile.
La primera dedicación académica de Jaksic fue la historia de la filosofía chilena e hispanoamericana: su tesis doctoral versó sobre algunos aspectos de la disciplina filosófica en los movimientos de reforma universitaria en Chile, que se convertiría en el libro Rebeldes académicos (1989; UDP, 2013). Después, la investigación sobre Bello absorbió gran parte de su labor, pero no toda, como demuestran sus libros sobre la transición del autoritarismo a la democracia en Chile, editados junto a Paul Drake: El difícil camino hacia la democracia (1991) y El modelo chileno (1999).
Uno de los proyectos mayores en los que recientemente ha estado involucrado, como editor general, es el conjunto de cuatro tomos de Historia política de Chile, 1810-2010 (FCE), que aborda los 200 años de la aparición, el desarrollo y la importancia de la política chilena, con nuevas aproximaciones historiográficas y disciplinarias en cuatro áreas principales: las prácticas políticas, las relación entre el Estado y la sociedad, el pensamiento político y los problemas económicos.
Como le han interesado algunos importantes momentos de cambio (el paso de las colonias a las repúblicas latinoamericanas o cómo se ven imperios nacientes ante imperios menguantes), la situación actual de Chile podría contarse entre ellos.
En su biografía de Bello señala que la preocupación por la lengua y la experiencia del expatriado son cuestiones que comparte con él. Empecemos por el lenguaje. ¿Cuán importante es para el historiador ser o intentar ser un escritor o, si se quiere, que una de sus herramientas fundamentales sea el idioma?
Yo me refería a la experiencia de Bello con otras lenguas, pensando en su experiencia de casi 20 años en Londres. Cuando yo mismo cumplí 20 años en Estados Unidos sentí un vínculo muy fuerte con esa experiencia, que es de apertura por un lado, pero también de lucha por conservar el idioma natal. Bello hizo del estudio de la lengua su principal objetivo, tanto para entender las facultades mentales, como la historia y la cultura. Para entender a Bello mismo es necesario comprender la importancia que él le daba a la lengua. Yendo directo a la pregunta, sí creo que el historiador debe ser un buen narrador, pero jamás forzar la evidencia para simplificar y hacer amena la lectura. Por el contacto profundo con la lengua inglesa durante tantos años, desarrollé un interés por otras lenguas, y en particular la propia.
Otro punto de cercanía con la experiencia de Bello es el exilio. ¿De qué manera influyó en su producción intelectual el exilio tras el golpe de Estado de 1973?
El golpe me cambió la vida. Yo me formé en un campo técnico, de ciencias aplicadas y luego pasé a filosofía por la afinidad natural que hay entre las matemáticas y la lógica, casa esta última en la que me hubiera quedado de no mediar lo que pasó el 73. Pero al encontrarme en una situación en que debía abandonar el país y no poder volver sentí la necesidad imperiosa de conocer el pasado. Así es que al ingresar al posgrado me dediqué de lleno a la historia, tanto hispanoamericana como de Estados Unidos.
¿El golpe determinó un interés por asuntos puramente históricos y por ciertos temas de la historia?
No del todo. Yo quise mantener un enfoque en las ideas, por mi formación en filosofía, de modo que mis intereses históricos han gravitado en torno a la historiografía, a la teoría, a los métodos. Poco antes de haber llegado a Estados Unidos se había publicado el Metahistory, de Hayden White, obra que me motivó mucho a explorar el campo, pero desde un punto de vista más político que literario. La situación nacional también me hizo pensar en otros períodos en donde se habían superado antagonismos terribles y se abría un nuevo espacio político, como por ejemplo la transición desde el gobierno de Prieto-Portales, al de Bulnes.
¿Qué ha significado vivir por más de 30 años como extranjero en otros países: Argentina, Suecia y fundamentalmente Estados Unidos?
Para decir la verdad, ¡nunca me sentí más extranjero que cuando llegué a Santiago desde Punta Arenas! No tenía elementos, recursos, para procesar estas nuevas experiencias. Mi propia familia estaba como a la deriva. Eso ya no fue lo mismo cuando residí en otros países. Mi estadía más larga, de 30 años, fue en Estados Unidos, pero ya tenía más instrumentos para entender el destierro, los procesos personales que se viven, el contacto con otra lengua y otras costumbres. Lo valoro mucho, pero sí, también sentía el peso de la separación, sobre todo cuando no podía volver a Chile, o no me lo aconsejaban mis más cercanos.
En Estados Unidos, ¿cómo fue ser “hispano”? Ahora que se han manifestado tantos problemas raciales allí, como señalaba en un libro homenaje a Jorge Gracia, ya se ha vuelto común integrar a los “hispanos” o “latinos” en la discusión de temas raciales.
Con Ilan Stavans escribimos un libro al respecto, pero déjame decirte que para mí fue una experiencia determinante descubrir este nuevo nivel de pertenencia. Es decir, pasar de ser chileno, que siempre lo fui (con un aspecto croata y magallánico), a ser miembro de una comunidad mayor, la latina de Estados Unidos. Gracia fue mi profesor de filosofía en el posgrado, y con él aprendí cuáles eran los aspectos más conceptuales de los términos raza, etnia, nación e identidad. En Estados Unidos, estos conceptos no siempre están muy claros, y por eso en mi homenaje a Jorge Gracia incluí a la mayor parte de los filósofos que se han preocupado del tema. Creo que ya no se sostiene un concepto esencialista de “raza”. En esto, aprendí muchísimo de la experiencia afro-americana. Y parte de lo que está ocurriendo es la incomprensión profunda, sobre todo por parte de las fuerzas policiales, de la humanidad y los derechos que tienen todos los excluidos.
Antes del exilio, su primer amor intelectual parece haber sido la filosofía. ¿Cómo fue el paso de la filosofía a la historia? Su libro Académicos rebeldes ya demuestra la unión de ambas.
Mi paso por filosofía me marcó para toda la vida. Saliendo del país, lo primero que quise hacer fue trabajar en la historia de la filosofía en Chile. De allí salió mi tesis doctoral, que luego se transformó en Academic Rebels. Como te decía, el golpe me hizo pensar en la historia, pero nunca dejé la filosofía. Gran parte de mis lecturas, hasta el día de hoy, son de filosofía. Lo que cambió es que empecé a ver a los filósofos en su contexto histórico y también político. Además, hay una experiencia muy profunda, en lo vital y en lo intelectual, que vivieron o padecieron nuestros filósofos. No podemos perderla.
En la preparación de ese libro hizo una serie de entrevistas, parte de las cuales (Giannini, Rivano, Vial Larraín, entre otros) se publicaron en 1996, pero señalaba allí que existían otras, no publicadas con Félix Schwartzmann, Marco Antonio Allendes, Edison Otero o José Echeverría. ¿Las publicará en algún momento?
Salieron algunas entrevistas en los Anales de la Universidad de Chile, pero ahora se publicarán en forma de libro gracias a la UDP. Viene una inédita que le hice a Félix Schwartzmann, pero las de los filósofos que mencionas fueron más bien conversaciones no grabadas y cartas. Afortunadamente, hay bastante memoria aportada por Carla Cordua y Roberto Torretti. Pero pienso que las entrevistas que estoy publicando ayudarán a entender un período clave de la historia de la filosofía chilena y darán indicios para entender la que viene.
En “Académicos rebeldes” mencionaba que el destino de la filosofía chilena desde 1990 requiere de un estudio aparte. ¿Ha pensado abordarlo?
Abordar la filosofía después de los 90 está fuera de mi alcance, aunque algo pude escribir para la Stanford Encyclopedia of Philosophy recientemente. El campo ahora es demasiado diverso para abordarlo con suficiente distancia de tiempo y visualizar las tendencias. Sí es posible analizar algunas fuentes, y las hay muy importantes. Es necesario que pase al menos una generación antes de hacer un balance. La generación que yo estudio incluye a varios filósofos que nacieron en la década de los 20: ¡un siglo atrás!
Ya en ese libro aparece destacadamente Andrés Bello, con su Filosofía del entendimiento, quien luego ocupa un lugar central en sus preocupaciones, eligiendo sus escritos para una traducción al inglés y luego su biografía…
A mí me llamaron mucho la atención las referencias filosóficas en el discurso de Bello en la instalación de la Universidad de Chile. Y, claro, eso te remite al Filosofía del entendimiento, lo que a su vez te lleva al ambiente filosófico en el cual respiró. De allí a la biografía hay un paso, para lo cual me alentó mucho Simon Collier, quien también tenía una formación en filosofía. La traducción de los principales textos de Bello coincidió con una línea editorial que estaba desarrollando Oxford para difundir los clásicos del pensamiento hispanoamericano. Casi la década entera de los 90 la dediqué a trabajar en Bello. Simon Collier leyó cada capítulo, apenas los escribía, y hasta vino a Chile a presentar el libro cuando salió la edición de la Editorial Universitaria. Creo que sin su apoyo habría flaqueado ante la enorme abundancia de bibliografía bellista. Yo temía que no había mucho más que decir.
El proyecto Historia política de Chile, 1810-2010 enfrentaba de cierta forma dos descréditos, uno historiográfico: la idea de la historia política como una corriente superada o caduca, que puede abordarse con nuevas herramientas conceptuales.
Claro. Pero se notaba la carencia de un estudio reciente, moderno, sobre nuestra historia política desde una perspectiva de largo plazo. Quizás la primera camisa de fuerza de la que había que salir era la periodización, como también agregar nuevos actores políticos. En la historiografía anterior solo se veían las instituciones, cuando de verdad hay un rango muy amplio de participación política en nuestra historia. Por eso resultaba necesario incluir nuevas metodologías y diversas disciplinas. Fueron más de 50 autores, que venían de diferentes especializaciones, disciplinas, nacionalidades, y generaciones. Creo que logramos rejuvenecer la historia política.
Lo otro era la descalificación de la política misma como espacio de debate y solución de las diferencias. ¿El “estallido social” podría entenderse como una manifestación de esa desconfianza, así como el proceso constituyente una posibilidad de retomarla?
La confianza en los partidos y en los políticos ha venido debilitándose hace tiempo. Ricardo Lagos lo dijo claramente en su En vez del pesimismo, mucho antes del estallido social. Este último tiene muchas dimensiones, pero es cierto que parte del malestar tiene que ver con un progreso demasiado lento para reconocer los cambios de la sociedad, y el acelerado crecimiento de las expectativas. El proceso constituyente puede ser perfectamente una solución. Ojalá así sea, porque la protesta violenta puede tener otras raíces que todavía no entendemos completamente.
El proyecto de historia política de Chile invitaba a los autores a abordar el “excepcionalismo” nacional o, en sus palabras, “al peso de la noche chilena es preciso agregar el peso de otras noches”. ¿Hay algo excepcional chileno?
Gracias por mencionar la frase “el peso de otras noches”, que era parte de mi propio descubrimiento leyendo y compartiendo con Tulio Halperín Donghi, quien escribió la mejor síntesis que conozco de la historia hispanoamericana moderna. Allí y en conversaciones con él pude entender que muchos de los temas de la historia chilena eran compartidos por otros países hispanoamericanos. El excepcionalismo chileno resulta ser poco más que un mito, por mucho que uno reconozca que hay dimensiones de la historia chilena que son muy particulares.
Le han interesado históricamente algunos grandes cambios políticos. ¿Considera que está Chile pasando por un momento particularmente importante?
Cada período es inédito, pero lo que demuestra la historia de Chile es que hemos podido superar encrucijadas bastante difíciles. La sociedad cambia más rápido que las instituciones y el mundo también cambia a ritmos más acelerados. Pero tenemos gente talentosa para pensar en cómo enfrentar los próximos 20 o 30 años. Estoy convencido de que encontraremos un nuevo equilibrio.
Historia política de Chile, 1810-2010, Iván Jaksic (editor general), Editorial FCE, 4 tomos, 2017-18, 508, 476, 444, 380 páginas.
Rebeldes académicos, Iván Jaksic, Editorial UDP, 2013, 386 páginas, $15.000.
Ven conmigo a la España lejana, Iván Jaksic, Editorial FCE, 2007, 488 páginas, $12.800.
Andrés Bello: La pasión por el orden, Iván Jaksic, Editorial Universitaria, 2001, 324 páginas.