por Cristián Castro I 19 Noviembre 2024
La historia de los afrodescendientes en el continente americano está íntimamente ligada a la violencia. Desde la llegada de los primeros esclavos al continente hasta los más recientes episodios de racismo que gatillaron el movimiento Black Lives Matter, la violencia ha sido el hilo conductor de la trayectoria histórica de los afroamericanos. Por esta razón, ante la más reciente e intelectualmente pobre discusión sobre lo woke, parece más necesario que nunca hacer respetar la historia. En las reyertas de la actual guerra cultural, el concepto woke suele usarse en un sentido negativo e incluso peyorativo, como un adjetivo que permite descalificar cualquier planteamiento que ose desafiar —desde reivindicaciones históricas sobre pueblos originarios, población afrodescendiente o, más recientemente, del movimiento feminista— la arquitectura filosófica que arguyen los y las gendarmes del statu quo. Las siguientes líneas proponen aportar al debate de lo que realmente subyace en la discusión: las raíces coloniales de la modernidad.
Desde los inicios de la llamada diáspora negra, es decir, la llegada forzada de africanos esclavizados a trabajar en las distintas economías coloniales establecidas en el territorio, la violencia ha sido un instrumento de opresión y control. Esto es un hecho histórico que no es debatible, interpretable ni omisible. Demasiadas veces se tiende a asumir la violencia como algo irracional, pero para el caso de la violencia racial en América, esta tiene una historia vinculada directamente con la historia global del capitalismo, desde la materialidad que la generó, hasta las distintas superestructuras ideológicas que la justificaron.
Algunos consideran que hay que distinguir entre la violencia que preserva el orden social y la violencia que busca destruirlo. Otros toman la opresión estructural, y desde ahí abogan por reivindicaciones históricas. Este es el caso de la violencia racial ejercida contra los afrodescendientes. Durante siglos, millones de africanos fueron desarraigados de sus tierras, sometidos a condiciones inhumanas en los barcos negreros y vendidos como esclavos en América. Esta violencia inicial sentó las bases para una estructura social y económica que perpetuó la explotación y la discriminación racial, pero que, a su vez, generó mucha riqueza y las condiciones materiales necesarias para el desarrollo económico y la modernización. Existe una muy rica tradición intelectual negra que se ha hecho cargo de entender las distintas complejidades de la relación entre violencia racial y la construcción de la modernidad capitalista occidental. Y es justamente esa tradición la que generó literatura que se ha hecho cargo de las distintas dimensiones de las raíces coloniales de nuestra modernidad, desde lo económico a lo político o lo cultural. Y no todo, por supuesto, remite a Estados Unidos, puesto que, si retrocedemos en el tiempo, esta realidad implica a los imperios más gravitantes del siglo XVIII: Inglaterra, Francia, Holanda y Portugal. De ahí el carácter global que adquirió esta suerte de revisionismo histórico que ha informado la más reciente disputa por la monumentalidad de la memoria esclavista, con la remoción o destrucción de monumentos de figuras históricas ligadas de alguna manera al tráfico de esclavos.
Uno de los primeros en entender la tensión entre la violencia estructural que implica la esclavitud y la modernidad, fue el sociólogo e historiador negro estadounidense W. E. B. Du Bois (1868-1963), quien acuñó el concepto de doble conciencia de la población afroamericana como estadounidense y, a la vez, negra (con las limitantes de historicidad que eso conlleva). El argumento central de Du Bois sobre la doble conciencia es la experiencia ontológica de formar parte de la diáspora africana y, al mismo tiempo, estar consciente de ser un eslabón más de la cultura dominante blanca. Por lo tanto, para entender la experiencia de violencia histórica contra el negro había que partir contextualizando la esclavitud como un sistema de opresión racial que no solo deshumanizó y explotó económicamente a africanos, sino que también conllevó un impacto psicológico y social perenne para su comunidad. Du Bois destacó el rol de la violencia como medio de control usado antes y después de la abolición de la esclavitud; desde los linchamientos y las leyes de segregación racial de Jim Crow, hasta las revueltas raciales urbanas.
Desde una mirada más global y economicista, Eric Williams (1911-1981), historiador y político negro de Trinidad y Tobago, entregó una perspectiva crítica y fundamentada sobre la relación entre la explotación humana y el desarrollo del capitalismo. En Esclavitud y capitalismo, su obra seminal, argumenta que la violencia racial es una construcción económica más que étnica, y que la esclavitud y el racismo, primero bíblico, luego biológico y posteriormente cultural, surgen como justificaciones para la explotación económica en las colonias americanas. La necesidad de mano de obra barata para las plantaciones llevó a la subyugación y deshumanización de los africanos. La economía impulsó la institucionalización del racismo, creando una jerarquía racial que beneficiaba los intereses económicos europeos.
El sociólogo e intelectual británico Paul Gilroy (1956) criticó el etnocentrismo y el nacionalismo, examinando la diáspora africana y su impacto en la cultura moderna a través del concepto de “Atlántico negro” (que es también el título de un libro suyo), entendido como espacio físico, pero también mental, de la diáspora negra que cruzó el océano Atlántico. Gilroy propone que el comercio transatlántico de esclavos creó una red intercultural que trascendió fronteras nacionales y étnicas, dando lugar a una identidad híbrida y transnacional. El autor analiza cómo esta experiencia compartida de opresión y resistencia ha influido en la música, la literatura y el pensamiento político de la población afrodescendiente, desde los tiempos de la esclavitud hasta los movimientos culturales del siglo XX. Gilroy desafía las concepciones tradicionales de la identidad étnica y nacional, poniendo especial énfasis en la importancia de la movilidad y el intercambio cultural en la formación de la modernidad occidental. En Gilroy también se observa lo que se ha denominado el afro pesimismo, pues manifiesta que toda la diáspora negra tiene algo en común: la terrorífica experiencia de la esclavitud que marcó a sus víctimas, pero también a sus descendientes, hasta el día de hoy.
W. E. B. Du Bois, Eric Williams y Paul Gilroy coinciden en que el eterno sueño de la modernidad occidental, al que muchos siguen aspirando, se ha centrado en las nociones universalistas y ahistóricas de progreso, libertad e igualdad. Sin embargo, la realidad muestra que la pesadilla de la violencia racial tiene raigambres históricas insalvables, y que la discriminación y la injusticia siguen afectando desproporcionadamente a ciertas comunidades específicas. Por lo tanto, la brutalidad policial (fuimos testigos hace cuatro años de ella, cuando el oficial de policía Derek Chauvin mató a George Floyd, en Powderhorn, Minneapolis), la segregación y la falta de oportunidades son un testimonio contemporáneo de la larga duración de la violencia racial estructural.
Es en esa perspectiva histórica donde hay que situar el origen y real sentido de lo woke. En concreto, existen registros históricos que demuestran que la idea de “waking up” fue utilizada por intelectuales negros durante los primeros años del siglo XX, como un llamado al despertar de conciencia de la comunidad negra frente a su violenta realidad material, política y social. Intelectuales como Du Bois, Williams o Gilroy han teorizado sobre las contradicciones inherentes a la modernidad occidental desde hace más de 100 años. Por lo tanto, la intentona de resignificar el concepto woke, en las actuales guerrillas culturales, con una agenda pro statu quo, y sin discutir las raíces coloniales de la modernidad, representa una doble tachadura: de la historicidad negra y de la tradición intelectual negra.
Imagen: Obreros (1933), de Tarsila do Amaral.