Vientos cruzados

El explorador que abrió el Pacífico al comercio y al intercambio cultural no fue Magallanes sino Andrés de Urdaneta, quien descubrió las corrientes y temporadas de los vientos para cruzarlo en ambos sentidos. Como concluye el historiador Fernández-Armesto, “el viaje de Magallanes, con todo su heroísmo, no resolvió nada… La ruta no era explotable: era demasiado larga, demasiado lenta y fatalmente defectuosa, porque cruzaba el océano en solo una dirección”.

por Felipe Edwards del Río I 19 Enero 2021

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En Los conquistadores del horizonte (2006), el historiador británico de ascendencia es­pañola Felipe Fernández-Armesto resalta la importancia del conocimiento de los vientos en la conexión entre culturas. Sus ancestros provienen de La Coruña, donde desde el 500 a.C., comerciantes se trasladaron entre Galicia, Bretaña y las islas Orcadas, al norte de Escocia. La capacidad de reconocer las corrientes y temporadas de vientos fue fundamental para el éxito de esos navegantes. Generalmente evitaban el viento en popa, entendiendo que el regreso a casa era tan importante como llegar o descubrir un destino lejano.

Bajo ese criterio, sostiene, la hazaña de Hernando de Magallanes fue un fracaso rotundo. No logró su ob­jetivo principal, el de descubrir una ruta expedita de ida y vuelta a las riquezas del Oriente. Tampoco con­cluyó la primera circunnavegación del mundo, distin­ción que le corresponde a Juan Sebastián Elcano.

Antes del viaje, Magallanes contaba con amplia experiencia del comercio de especias en Oriente. Como miembro de los escalones bajos de la noble­za portuguesa, participó en expediciones a la India, en 1505, y luego, en 1507, cuando permaneció en el océano Índico durante varios años y visitó Malaca, enclave mercantil en la península de Malaya conquis­tado en 1511 por Alfonso de Albuquerque. En esta segunda gira, Magallanes conoció a Francisco Se­rrão, oficial militar portugués que ganó fama por sus triunfos en la zona.

Serrão buscó la fuente de las especias comercia­lizadas en Malaca y la descubrió en el archipiélago de las islas Molucas, actualmente parte de Indonesia, al sur de Filipinas y poniente de Nueva Guinea. Tras perder su barco y apoderarse de la nave pirata que lo perseguía, Serrão resolvió una disputa entre sultanes musulmanes rivales de las islas Tidore y Ternate. El monarca de la segunda de ellas formó una opinión tan favorable del cristiano portugués, que lo nombró su visir.

Disfrutando de su investidura, Serrão escribió a Magallanes, entonces en Malaca, describiendo su vida opulenta en la corte del sultán de Ternate y la riqueza en clavo de olor, canela y alcanfor, cultivados extensa­mente en la isla. Serrão indujo a Magallanes a buscar una ruta directa entre Portugal y las islas Molucas, a fin de evitar intermediarios de Malaca y cumplir el an­tiguo objetivo de Portugal de acceder al lugar de ori­gen de las especias. Magallanes pensó seguir el ejem­plo de Colón, de llegar a China y la India navegando hacia el poniente.

A pesar de su experiencia en el lejano Oriente, Magallanes no fue bien recibido en la corte de Manuel I, donde fue acusado de participar en comercio pro­hibido con moros en el norte de África. El monarca portugués concluyó que no requería una nueva ruta al Oriente a través del continente americano, puesto que la captura de Malaca le garantizaba acceso a las precia­das especias por el trayecto empleado por navegantes del océano Índico por centenares. Cualquier otro de­rrotero desviaría recursos necesarios para mantener y proteger sus bases navales y centros comerciales establecidos en Guinea, Sudáfrica y la India.

A Magallanes le fue menos engorroso convencer al rey Carlos I de España de los méritos de su esque­ma. Junto al cartógrafo Rui Faleiro, persuadió al joven monarca de que las Molucas se encontraban en el área reservada para España por el Tratado de Tordesillas de 1494. En 1519 zarpó desde Sevilla, con cinco barcos y 260 tripulantes de diversas nacionalidades: 40 vascos (entre ellos, Elcano), portugueses, africanos, alemanes, franceses, flamencos, irlandeses, italianos, griegos, un artillero inglés y un sirviente de Magallanes oriundo de Sumatra. A ellos se sumó Antonio Pigafetta, un no­ble de Vicenza con curiosidad por ver el mundo (como sus antecesores Amerigo Vespucci y Ludovico di Var­thema), cuyo relato constituye la principal fuente de información sobre el viaje.

En Filipinas, Magallanes murió innecesariamente, al defender los intereses del rajá de Cebú, quien posteriormente envenenó a 27 españoles invitados a un banquete. Como muchos primeros contactos entre culturas ajenas, la de Magallanes en búsqueda de las islas de las especias terminó en un desastre.

Igual que Colón, Magallanes presumió que China y la India se encontraban más próximas hacia el po­niente de lo que sería el caso. Aún no se sabía con se­guridad si el continente, apodado como América en el mapa de Martin Waldseemüller de 1507, estaba unido o no con Asia. Se especulaba sobre tres posibilidades para llegar a la India si se evitaba la ruta alrededor de África, controlada por Portugal. La primera, por el frígido noroeste, fue explorada para Inglaterra por Giovanni Caboto, en 1497, y por su hijo, Sebastiano, en 1509. Se continuó intentando pasar por encima de Norteamérica hasta la expedición de Sir John Franklin, en 1845. Otra alternativa, por el norte de Europa y Ru­sia, fue intentada sin éxito por Sir Hugh Willoughby, en 1553, y luego por holandeses a fines del siglo XVI y daneses en el siglo XVII. Debido al calentamiento glo­bal, hoy ambas han despertado interés nuevamente.

La tercera opción, la de Magallanes, presumía que existiera un paso por el sur de América. La ruta esco­gida por la costa africana crispó los ánimos de sus oficiales españoles, que esperaban partir al Nue­vo Mundo directamente desde las islas Canarias. Su falta de confianza en la capacidad de Magalla­nes se incrementó cuando comprobaron que el es­tuario del Río de la Plata no conducía a través de Sudamérica, sumado a la pérdida de una de sus na­ves y la falta de informa­ción sobre las intenciones y raciocinio de su coman­dante. Unos cuarenta ma­rineros, entre ellos Elcano, se amotinaron; fueron derrotados, condenados a muerte y luego perdona­dos, porque los tripulantes eran indispensables para Magallanes.

Eventualmente, Maga­llanes localizó el estrecho que lleva su nombre, don­de perdió otra de sus naves, cuyo capitán decidió volver a España. El cruce del océano Pacífico se logró después de tres meses de extraordinario sufrimiento, con la muerte de 31 marineros por falta de agua, ali­mento y los efectos del escorbuto. En Filipinas, Maga­llanes murió innecesariamente, al defender los intereses del rajá de Cebú, quien posteriormente envenenó a 27 españoles invitados a un banquete. Como muchos primeros contactos entre culturas ajenas, la de Maga­llanes en búsqueda de las islas de las especias terminó en un desastre.

En otros seis meses, las dos naves restantes reca­laron en las Molucas. Francisco Serrão había fallecido, intoxicado por rivales del rajá de Ternate. Ambas em­barcaciones fueron cargadas de especias y volvieron por diferentes rutas. “Trinidad” zarpó en abril, pero nunca halló vientos favorables para cruzar el Pacífi­co hacia tierras centroamericanas de España. Con su tripulación moribunda, debió regresar a las Molucas, donde fueron capturados por tropas portuguesas. Eventualmente, solo cuatro de ellos regresaron a Eu­ropa. Elcano retornó a Sevilla en “Victoria”, con 17 eu­ropeos de la tripulación original y 20 toneladas de cla­vos de olor que recuperaron el costo de la expedición. Su trayecto por el sur del océano Índico esquivó a sus enemigos portugueses y completó la primera circun­navegación de la Tierra, pero empleó una ruta inútil para los fines de España.

La misión de Maga­llanes fue cumplida por el sacerdote agustino Andrés de Urdaneta, en 1564-65, cuando salió de México rumbo a Filipinas por la ruta establecida por Maga­llanes (la sureña). Volvió en junio, aprovechando vientos monzónicos veraniegos y la corriente japonesa denomi­nada Kuroshio, que lo llevó hacia el norte, donde brisas occidentales lo devolvieron a Acapulco en cuatro meses. Posteriormente, viajes anua­les transportarían oro y plata de las Américas a Filipinas y China, y galeones de Manila regresarían a Acapulco, con mercancías que enriquece­rían al imperio español.

El explorador que abrió el Pacífico al comercio y al intercambio cultural no fue Magallanes sino Urdaneta, quien descubrió las corrien­tes y temporadas de los vientos para cruzarlo en am­bos sentidos. Como concluye Fernández-Armesto, “el viaje de Magallanes, con todo su heroísmo, no resolvió nada… La ruta no era explotable: era demasiado larga, demasiado lenta y fatalmente defectuosa, porque cru­zaba el océano en solo una dirección”.

Pese al objetivo frustrado de Magallanes, su proeza de navegación y la de Elcano son conmovedoras. Zar­paron en naves precarias (la “Victoria” de Elcano fil­traba agua y debió ser bombeada constantemente para mantenerse a flote), sin cartas de navegación, agua ni provisiones suficientes y entre fuerzas hostiles. Pero se puede presumir que navegantes de La Coruña ha­brían desconfiado de los vientos en popa que soplaron a Magallanes de la Patagonia a Filipinas y a Elcano a través del océano Índico.

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