La última chamán

La antropóloga Anne Chapman conoció a Lola Kiepja cuando rondaba los 90 años, en marzo de 1965, y de inmediato quedó prendada de ella. Por entonces nadie mantenía un vínculo más directo con el mundo de los ancestros y haber sobrevivido a toda su gente la convirtió en heredera de cantos de distintas vertientes.

por Manuel Vicuña I 18 Julio 2019

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Lola Kiepja fue la última chamán selk’nam. Antes lo había sido su madre y también varios de sus tíos maternos. Como solía ocurrir con las mujeres de esa condición, muy pocas desde siempre, Lola no mataba ni le hacía mal a nadie; lo suyo era componer el tiempo. Lola había alcanzado a formarse en los usos tradicionales de su gente. Le decían “La Reliquia”.

La antropóloga Anne Chapman la conoció cuando Lola rondaba los 90 años, en marzo de 1965, y de inmediato quedó prendada de ella. Por entonces nadie mantenía un vínculo más directo con el mundo de los ancestros, que Lola recordaba con gusto y resultados asombrosos, gracias a una memoria de trama densa y largo alcance. Castellano hablaba poco y torpemente, como una niña a quien se le tulle la gramática y le faltan las palabras para expresar lo que sabe y lo que siente.

Por eso resultó providencial el trabajo de informante y traductora de Ángela Loij, otra selk’nam criada a la antigua, pero fluida en ambas lenguas. Ángela había profundizado su conocimiento de las tradiciones con­versando con las viejas paisanas de la misión salesiana de Río Grande. Hasta su muerte, en 1974, Ángela fue la guía que condujo a Chapman por el “largo camino a través del laberinto selk’nam”. Ella le ayudó a rescatar la sabiduría de Lola al mismo tiempo que le narraba los pormenores de su cultura, mediante un régimen de conversaciones que seguía la ruta imprevista de la “asociación libre”.

Chapman había llegado de modo fortuito a Tierra del Fuego, pero lo que iba a resultar apenas un paréntesis en su vida, terminó convirtiéndose en una pasión ab­sorbente, que cuajó, entre otras cosas, en la grabación de decenas de cantos y lamentos entonados por Lola Kiepja, con el temple de una voz salida de ultratumba.

Entre los selk’nam, los cantos se heredaban o eran de composición propia. Tenían dueño; también linaje. Nadie podía entonarlos sin la venia del pasado o la autorización del creador. Lola podía contravenir esa costumbre con el ánimo de rescatar las tradiciones antes de que se esfumaran, pero nunca dejaba de precisar el nombre del propietario.

Las primeras grabaciones de cantos selk’nam databan de la década de 1900, y habían respondido a la iniciativa del coronel estadounidense Charles Wellington Furlong, que cabalgó por la isla grande sobre una montura mexi­cana, vestido de cowboy y armado con un pistolón que amedrentaba. El sacerdote y etnólogo Martín Gusinde le siguió el paso, consiguiendo unos pocos registros en 1923. Más de 40 años después, un par de musicólogos añadieron algunas grabaciones magnetofónicas a un archivo de todas formas pobre. A veces los cantos constaban de palabras con significados. Otras veces no eran más que un flujo de sonidos o una cadena que alternaba ambos estilos: la música y el sentido. Los chamanes también recurrían a lo que los etnomusicó­logos llaman un “vocabulario esotérico”: una manera elusiva de narrar, hecha de palabras que encriptan un universo de referencias, de palabras de vocalización distorsionada, de palabras que aluden a algo distinto a su significado convencional.

Entre los selk’nam, los cantos se heredaban o eran de composición propia. Tenían dueño; también linaje. Nadie podía entonarlos sin la venia del pasado o la autorización del creador. Lola podía contravenir esa costumbre con el ánimo de rescatar las tradiciones antes de que se esfumaran, pero nunca dejaba de precisar el nombre del propietario. Los cantos de Lola provenían de sus tíos chamanes. Haber sobrevivido a toda su gente al parecer la convirtió en heredera de cantos de distintas vertientes, cantos que desembocaron en ella más allá de toda proporción, en oleadas, porque a esa altura ya no quedaban otros chamanes entre los cuales hacer el reparto. No quedaban ni tampoco vendrían: Lola parió 12 hijos, todos muertos al momento de su encuentro con Chapman.

Lola cantaba con gusto la mayoría de las veces. Cuando entonaba los cantos del Hain, la gran ceremonia selk’nam, actuaba la representación, imitaba los pasos de la danza y los gestos de los espíritus. Le encantaba rebobinar las grabaciones y escucharse. De vez en cuando, los cantos le llegaban de muy lejos, cantos oídos hacía 50 años la visitaban en sueños. En las mañanas se apuraba en grabarlos. Sabía que podían irse para siempre, de golpe, tal como habían venido.

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