Periodismo undercover en dictadura

“La cárcel por dentro se llama el conjunto de reportajes sobre la vida de la Cárcel Pública de Santiago que el periodista Rubén Adrián Valenzuela publicó entre diciembre de 1980 y enero de 1981, en La Tercera de la Hora. El reportaje sacó de quicio a Pinochet, produjo un remezón en Gendarmería y despertó un apetito voraz en los lectores”.

por Manuel Vicuña I 28 Septiembre 2023

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La cárcel por dentro se llama el conjunto de reportajes sobre la vida de la Cárcel Pública de Santiago que el periodista Rubén Adrián Valenzuela publicó entre diciembre de 1980 y enero de 1981, en La Tercera de la Hora. El reportaje sacó de quicio a Pinochet, produjo un remezón en Gendarmería y despertó un apetito voraz en los lectores. Las ediciones del diario se agotaban en cuestión de horas e incluso en algunas localidades los reportajes eran fotocopiados para venderlos.

Valenzuela se infiltró en la cárcel adoptando la identidad de un estafador prófugo de la justicia y estuvo adentro una semana, totalmente librado a su suerte. Además de observar, escuchar y conversar, padece en carne propia las atenciones del régimen penitenciario, que le dejan lesiones físicas de por vida. El cabo Juan Rego, el villano de la historia, lo machaca a palos para dejarlo mansito de entrada. Le meten miedo con la posibilidad de encerrarlo en “El Metro”, un lugar de reciente construcción, pero ya legendario, que no figura en los planos del penal y que los gendarmes destinan a bajarles los humos a los presos, que no siempre ingresan ahí con “pasaje de retorno”.

Para aceitar el mecanismo y superar la etapa del rodaje, a Valenzuela le toca coimear, una práctica casi reglamentaria, que nadie denuncia. Se salva, eso sí, de que lo “pasen por las armas”. Enfermos mentales, tratantes de blancas, homicidas, narcotraficantes, cafiches, ladrones de todas las calañas, estafadores, “lanzas a chorro”, detenidos por ebriedad y homosexuales componen la población del penal, donde el mercado negro opera mediante la colusión de reos y gendarmes que hacen circular marihuana y Desbutal, unas cápsulas compuestas de metanfetamina y pentobarbital, que en el ambiente carcelario reciben el nombre de “la rubia de los ojos celestes”.

Ahora me pregunto qué cuestión habrá indignado más a Pinochet, siempre tan cuidadoso a la hora de escenificar el poder. ¿La revelación sobre las patadas en el culo que recibía de su instructor? De todas maneras. Pero también esta otra causa, de seguro: La cárcel por dentro no pasó desapercibida fuera de Chile.

A Valenzuela no lo mandan a la cárcel por iniciativa del diario. Él propone hacerlo con una insistencia obsesiva, pero por un buen rato se topa con las negativas de los editores. A nadie le interesan los temas carcelarios ni las pellejerías que pasan los delincuentes, le repiten en las reuniones de pauta. “Tú lo que quieres de verdad —le dice un jefe directo— es que te den por el culo”. Valenzuela sospecha que al interior de la cárcel existe una mafia que organizaba fugas masivas “a fecha fija”, y que Gendarmería es un antro. Al final, logra convencer al director del diario, que le pone una condición: antes de encanarte, tienes que tener clases con un experto en artes marciales como mínima medida de seguridad contra las violaciones y otras amenidades presidiarias.

Resultó que el profesor contratado, Arturo Petit, era el instructor personal de Pinochet. “Soy el único chileno”, bromeaba, “que le ha pegado patadas en el culo al general”. Para protegerlo de la furia de los presos, que tienen a los periodistas por cómplices de los detectives, y salvarlo de las represalias del personal de Gendarmería y de sus “guardias blancas” compuestas por reos propensos al ajuste de cuentas, la misión de Valenzuela se mantuvo en estricta reserva, algo más que necesario en el caso de un reportero de izquierda, contratado en un diario cuya planilla incluía agentes de la CIA, informantes de los servicios de seguridad y fachos furibundos.

En el medio carcelario existe una figura arquetípica, el “pillo canero”. Ese hombre investido de autoridad, ese choro de rango superior, sabe que al salir en libertad con los “papeles sucios” será un don nadie, un bulto arrojado a la calle, cuestión que lo perturba. “El Parafina” era uno de esos. Homicida y rey del chanchullo, tenía reputación de maletero, siempre andaba armado y trabajaba de sapo y de sirviente para los “tombos” (gendarmes). Hacía un tiempo, no tanto, “El Parafina” había pasado un periodo en libertad, sin buscarla ni celebrarla, puteando por su mala suerte. Se había dedicado a vagar por el sector de la Vega Central, a la espera de ser repatriado a la cárcel, su hábitat natural. Con ese propósito, a un viejo le vació las tripas de una sola cuchillada.

Ahora me pregunto qué cuestión habrá indignado más a Pinochet, siempre tan cuidadoso a la hora de escenificar el poder. ¿La revelación sobre las patadas en el culo que recibía de su instructor? De todas maneras. Pero también esta otra causa, de seguro: La cárcel por dentro no pasó desapercibida fuera de Chile. Tras conocerse el reportaje en el exterior, la agencia internacional de noticias de España, EFE, catalogó a Valenzuela como un “verdadero héroe nacional chileno” que había burlado a los secuaces del régimen, con la elegancia de un impostor consumado.

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