La obra ganadora del Premio Cátedra Mujeres y Medios UDP 2024 abre ventanas únicas para acercarse a comprender el daño hacia las mujeres torturadas y violadas en dictaduras. Pero para la protagonista de este libro se agrega otro elemento: la violencia de no ser aceptada como víctima, de ser juzgada como cómplice o traidora, como quien no tiene derecho a estar del lado de los que sufrieron. Es sin duda un libro de grises, de matices, de contradicciones. Y lo mejor es que la autora se hace cargo de aquello que no calza. Cuando las versiones son distintas o los recuerdos no tienen verificación, cuando la protagonista rememora de un modo divergente de los otros testigos, Guerriero abraza la contradicción. Es un material más. Y uno fundamental.
por Paula Escobar Chavarría I 11 Noviembre 2024
Leila Guerriero, destacadísima figura de la crónica y del periodismo narrativo, ha logrado con La llamada una de las reflexiones más profundas sobre la memoria y el trauma, la lealtad y la traición, el dolor y la vida. Se trata de un retrato-ensayo-investigación sobre la argentina Silvia Labayru, una joven de clase acomodada y familia militar, que se convirtió en militante de la organización Montoneros. Tras el golpe de Estado en su país, en 1976, ella tenía 20 años y estaba embarazada, pero nada la protegió del horror: fue secuestrada por militares y trasladada a la ESMA, un centro de detención y tortura donde, se suponía, funcionaba la Escuela de Mecánica de la Armada.
Allí, en la ESMA, dio a luz a su hija.
Allí fue torturada, obligada a realizar trabajo esclavo, violada reiteradamente por un oficial, llevada a “eventos” en que debía representar a la pareja de esos oficiales. Fue también forzada a representar el papel de hermana de un miembro de la Armada que se había infiltrado en la organización Madres de Plaza de Mayo: la operación de ese infiltrado terminó con tres madres y dos monjas francesas desaparecidas. Recayó sobre ella entonces una enorme sospecha.
A Sylvia la liberaron dos años más tarde y se fue, con su hija, a España.
La llamada habla del infierno que vivió en la ESMA, pero también del infierno que persistió una vez que se fue de su país. Las acusaciones de traición, el aislamiento, la incomprensión total por parte de quienes ella esperaba alguna solidaridad, en un momento en que literalmente tenía que armarse de nuevo por completo: trabajo, pareja, hijos, vida.
¿Cómo se lucha contra el repudio de quienes han sido de los tuyos, de tu mismo bando, y que ahora niegan tus dolores y heridas? ¿Cómo se sobrevive a la sobrevivencia?
Esta no es una larga entrevista a Labayru —aunque habló cientos de horas con Guerriero, en pandemia—, sino una investigación profunda, con más de 90 entrevistas. Así fue acercándose a la vida, las dudas, las sombras, las luces también, de la protagonista y de su historia. Labayru tenía miedo de ser fría: se lo dijo a Leila una y otra vez, de seguro que así había sido catalogado antes su relato, acaso por quienes esperaban ciertas actitudes, ciertos gestos, cierto modo de ser una víctima. Leila Guerriero la escucha desde otro lugar, sin juicio ni condescendencia; tampoco apuro.
El libro es de grises, de matices, de humanidad, de horror. También de amor y humor, de ganas de vivir. Y de contradicciones. La autora se hace cargo de aquello que no calza, que no cuaja, sabiendo que la memoria no es perfecta ni unidimensional ni una grabadora. Cuando las versiones son distintas o los recuerdos no tienen verificación, cuando Sylvia rememora de un modo divergente de las otras fuentes o testigos, Guerriero no lo evade: abraza la contradicción. Es un material más; y uno fundamental. ¿Qué y cómo se recuerda, especialmente de una situación traumática?
La llamada es una potente indagación sobre la memoria: sus límites, sus acomodos, su misterio, sus énfasis, sus olvidos. No solo respecto de la memoria individual de sucesos traumáticos, esos que pueden desgarrar la mente, como es el caso de lo vivido por Labayru. También, la dimensión colectiva de la memoria, la memoria de un país.
“Me parece que hay testimonios, hay libros, hay historias sobre esto, pero bueno, a lo mejor no hubo una escucha atenta de todo eso que pasaba con los sobrevivientes en general. El caso de las mujeres tiene especificidades brutales por el género mismo”, dijo Guerriero a La Tercera.
La llamada indaga en esas especificidades. Abre ventanas únicas para acercarse a comprender el daño hacia las mujeres torturadas y violadas. Y luego, la violencia de no ser aceptada como una víctima, de ser juzgada como cómplice, como traidora, como quien no tiene derecho a estar del lado de los que sufrieron. Que, a pesar de dar a luz a su hija encarcelada, haya quienes la vean como una victimaria y no una víctima.
¿Cuál es la naturaleza del consentimiento? ¿Cuál era el espacio de Labayru para decir no? La llamada evoca los amplios debates contemporáneos acerca de la búsqueda de “víctimas perfectas”, en una inversión evidente de los papeles: quienes han sido violentadas, deben mostrar su “impecabilidad”; son juzgadas en vez de recibir apoyo.
Leila Guerriero la acompaña en este laberinto, con todo el rigor y con toda la humanidad también. Hay una escena que se repite: cuando la autora se va de la casa de Sylvia, tras estas largas e intensas sesiones, se pregunta qué pasa con ella cuando queda sola, cómo queda.
Cuando Sylvia Labayru leyó el libro —una vez que ya estaba listo y se había ido a imprenta—, dijo que la había conmocionado y que se había sentido “sumamente respetada”. “Me sacaste la ficha”, le dijo a Guerriero.
Mirar esos abismos por los que deambuló Labayru causa también una verdadera conmoción en quienes leen La llamada. Este libro, sin duda, representa uno de los puntos más altos y necesarios del periodismo actual.
La llamada, Leila Guerriero, Anagrama, 2024, 432 páginas, $24.000.