Fortuna: la verdad, la realidad y lo cierto

La vida de Andrew Bevel, un magnate que salió indemne de la gran crisis de los años 30 en Estados Unidos, es narrada desde múltiples aristas en Fortuna, la aclamada novela de Hernán Díaz. Así, leemos una novela sobre el ascenso de Bevel donde la protagonista es su esposa, para luego dar curso a la auto­biografía del empresario, el testimonio de la ghostwriter que escribió dicho libro y, finalmente, el auténtico diario de la esposa. Todo este puzle finamente urdido es una meditación sobre el capitalismo y la ficción, en los relatos que podemos confiar y los que son motivo de sospecha. Como dice un personaje: “Si el dinero es una ficción, el capital financiero es la ficción de una ficción. Con eso comercian todos esos criminales: con ficciones”.

por Ignacio Álvarez I 27 Julio 2023

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Respetad al dinero, no caigáis en el infantilismo de despotricar como poetas contra él”.
Émile Zola

Tengo que hacer una advertencia antes de entrar en este libro. Fortuna (Premio Pulitzer 2023) está tramada de modo que algunos giros de la peripecia tienen gran importancia, es decir, es un texto cuya lectura puede ser afectada por un spoiler. Iba a escribir “arruinada”, pero es mentira: ningún libro o película realmente bue­no se arruina por un spoiler. Sigo: una reseña de prensa más o menos razonable se abstendría de mencionar esos giros, pero no quiero obligarme a una reseña más o menos razonable, porque Fortuna toca temas tan im­portantes que no vale la pena ese pudor si uno quiere discutirla con la intensidad que merece. Se me ocurrió la siguiente solución: en los dos primeros apartados no habrá filtraciones de esos giros del argumento. El terce­ro, en cambio, es puro spoiler. Ese es el acuerdo.

Vamos.

1. La verdad

Fortuna discute, en primer lugar, la cuestión de la ver­dad, qué es lo que puede o no considerarse verdadero en un texto. El objeto de este examen es la vida y los hechos de Andrew Bevel, un colosal magnate de las finanzas que ha construido su posición con jugadas audaces y riesgosas que producen admiración y sos­pecha. Por ejemplo: ¿es en realidad responsable del crac del 29, del que emerge no solo sin daño en su pa­trimonio sino haciendo una ganancia enorme? Cono­cemos cuatro versiones de su ascenso extraordinario. El primero es Obligaciones, una novela inspirada en su vida que pone como protagonista a su esposa, una solitaria filántropa bien conectada con el mundo de la vanguardia literaria y musical. Mi vida, el siguiente li­bro, es una autobiografía de Bevel que combate lo que podríamos llamar, si no fuera una frase imposible, las mentiras de esa ficción. Sigue Recuerdos de unas memo­rias, de Ida Partenza, una escritora consagrada que, en los 80, cuenta cómo redactó la autobiografía de Bevel y de qué modo ese trabajo secreto de los años 30 la enfrentó a su padre, inmigrante italiano y militante del anarquismo. Finalmente leemos Futuros, el diario que Mildred Bevel, la esposa del magnate, lleva duran­te los últimos días de su vida.

La disposición es inteligente y está urdida con maestría. Cada uno de los libros refuta abierta o su­tilmente al anterior, de modo que ya al comenzar el segundo de ellos uno se pregunta quién dirá, a fin de cuentas, la verdad. Es el sentido del título en inglés de la novela, Trust, que quiere indicar al mismo tiempo la confianza que tenemos o no en los testimonios que leemos, el acto de administrar ciertos bienes ajenos y las grandes asociaciones financieras que han forjado el capitalismo estadounidense. La traducción del títu­lo como Fortuna, por cierto, mantiene la ambigüedad, pero la desplaza hacia la suerte y el dinero.

Vuelvo a la cuestión de la confianza: ¿Podemos confiar en los narradores? La primera respuesta que nos damos, por supuesto, es negativa. Ninguno de estos narradores es digno de nuestra fe (o de nues­tro crédito), porque cada uno tiene su propio interés. Harold Vanner, el autor de la novela que inicia la serie, quiere mostrar las culpas de Bevel y rescatar la figura de su esposa. Bevel, por su parte, quiere demostrar su inocencia y convertir la idea que tiene de los negocios en sentido común: su vida y la de sus antepasados demostraría que “el interés propio, si se encauzaba correctamente, no tenía por qué estar divorciado del interés común”. Cuando Ida Partenza revela que ella es la redactora de la autobiografía de Bevel intenta reconciliar, en su propio recuento autobiográfico, la honesta crítica al capitalismo y a los capitalistas que ha respirado desde que nació, con una no menos ho­nesta admiración por el lujo y el dinero que conoció con Bevel.

Pero sería demasiado inocente y además pasaría por alto la verdadera experiencia de leer Fortuna si solo describiera su diseño diciendo que no es posible es­tablecer la verdad, que todos los textos nos mienten, que solo tenemos versiones de los hechos y no los hechos mismos. En una entrevista que dio hace más de un año, cuando Fortuna estaba a punto de salir en Estados Unidos, Hernán Díaz reconocía que los años vividos bajo el gobierno de Donald Trump entraron por su ventana mientras escribía. La verdad no es ina­sible, decía allí, es en realidad un bien de lujo, algo que se puede comprar. Las operaciones de Andrew Bevel para impedir que circule Obligaciones son la cara más visible de este movimiento. No, Bevel no solo compra todos los ejemplares de la novela; mediante una de sus empresas controla completamente la editorial que lo publica: “Mientras el libro se venda”, le explica a Ida, “el señor Vanner estará atado por su contrato actual. Y se venderá. Porque yo compraré hasta el último ejemplar de cada tirada. Y los reduciré todos a pulpa”.

La verdad capitula ante el dinero, pero no solo ante el dinero. Curiosamente, los lectores también conce­demos más crédito a algunas versiones que a otras. Mientras el mundo de la novela debe rendirse ante quien puede comprar la verdad, el lector se ve inclina­do a pensar o sentir que el arte, es decir, la novela so­bre Bevel, y junto con el arte las personas que han sido sometidas por el poder, es decir, Ida Partenza y Mil­dred Bevel, su esposa, son quienes nos dicen la verdad. Mientras el mundo de la novela capitula ante el dinero, los lectores capitulamos ante nuestras propias inclina­ciones, ante las convenciones de todas las narraciones que hemos leído y también ante nuestros prejuicios.

Mientras el mundo de la novela debe rendirse ante quien puede comprar la verdad, el lector se ve inclinado a pensar o a sentir que el arte y las personas que han sido sometidas por el poder son quienes nos dicen la verdad. Así, mientras el mundo de la novela capitula ante el dinero, los lectores capitulamos ante nuestras propias inclinaciones, ante las convenciones de todas las narraciones que hemos leído y también ante nuestros prejuicios.

2. La realidad

Dice Mark Fisher que Slavoj Žižek dijo, o quizá fue­ra Fredric Jameson, que parece más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Fisher llamó realismo capitalista a esta suerte de impasse, la idea de que el capitalismo es “no solo el único sistema econó­mico viable, sino que es imposible incluso imaginarle una alternativa”. La centralidad que Fortuna le conce­de al dinero y a la historia del mercado financiero en Estados Unidos pareciera confirmar la idea de que el capitalismo inunda la novela. Creo, sin embargo, que es justo al revés.

El mucho tiempo y espacio que se dedica al dine­ro lo cerca, lo interroga, lo describe. El hombre más rico del mundo, por ejemplo, es alguien a quien “le fascinaban las contorsiones del dinero: que se lo pu­diera obligar a doblarse sobre sí mismo para forzarlo a comerse su propio cuerpo”. Y el anarquista crítico, en un discurso memorable que su hija conoce de memo­ria, remata, por su lado: “Si el dinero es una ficción, el capital financiero es la ficción de una ficción. Con eso comercian todos esos criminales: con ficciones”.

También es largo el espacio que se dedica al fun­cionamiento de los mercados bursátiles. La novela quiere saber cuál es el papel de la especulación en el crac del 29 y ofrece al menos dos versiones, bastante fundamentadas: una en donde la intervención de Bevel salva a los mercados, otra en la que provoca la crisis y se aprovecha de ella. Por cierto, apostaría algún dinero a que la explicación de Hernán Díaz, tras haber estudia­do arduamente el asunto, no salvaría a los capitalistas, pero eso es menos importante que el esfuerzo que hace la novela por comprender el capitalismo. Y al compren­derlo, por otro lado, se convierte en algo, una cosa en el mundo que es distinta del propio mundo, una cosa que se puede describir, reducir, eventualmente cambiar y que no es, como el aire que respiramos, el fundamento invisible de nuestra existencia.

3. Lo cierto

Como advertí al comienzo, lo que sigue considera el giro argumental del último libro de Fortuna. Y ese giro es un perfecto deus ex machina: el verdadero res­ponsable de la fortuna de Bevel no es su prodigiosa inteligencia o el momento de violenta acumulación originaria, el trabajo esclavo, que se omite clamoro­samente en la novela. El genio de las finanzas es en realidad una genio, Mildred Bevel, la esposa del mag­nate. Futuros, escrito a fines de los años 30, consta de fragmentos que valen al mismo tiempo como escritu­ra de vanguardia y diario de muerte, porque Mildred está a punto de morir cuando lo escribe. Allí vierte su confesión, siempre indirecta, la narración de su declive físico y un gran número de observaciones ar­tísticas que son al mismo tiempo acertadas y crueles. No puede sino despreciar a su marido: “Cuanto más prosperábamos, más nos alejábamos y más se enve­nenaba nuestra relación. Se sentía emasculado, me dijo una vez. Su vanidad era repugnante”. No puede sino despreciar el arte adocenado: “Programa breve y predecible”, dice cuando su marido lleva un cuar­teto de cuerdas a su habitación de enferma: “Versión abreviada de la «Primavera» de Vivaldi, seguida de «Kleine Nachtmusik», J. Strauss y otras viennoiseries”.

Este último giro es, a mi juicio, devastador. Las versiones de lo real que el resto de la novela salva­ban, el discurso del arte y el de las personas someti­das por el poder, terminan tan envenenadas como el discurso del especulador financiero. Futuros nos dice que una mujer brillante y desplazada de las luces por su esposo, una mujer sensible al arte y ella misma autora de un texto que dialoga con la vanguardia puede ser tan cruel como, nos imaginábamos, era su marido, porque es la verdadera responsable del crac y de la cascada de miserias que ello produjo. Es la verdadera responsable y, para peor, muere junto con la novela.

Volvemos entonces al diseño del libro, pero ahora con algo de horror. Lo cierto es que conocer la verdad es imposible y ningún narrador es confiable, pero ahora también sabemos que es algo irreversible, que no hay discurso en el que uno pueda encontrar protección.

 

Fotografía: Emilia Edwards.

 


Fortuna, Hernán Díaz, traducción de Javier Calvo, Anagrama, 2023, 434 páginas, $22.000.

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