Como lectora apasionada que no debe seguir un programa, Carla Cordua compara a Manuel Rojas con Albert Camus y aprecia la libertad de quienes no tienen una posición social ni nada con lo que cumplir. O afirma tajante que la no ficción no garantiza verdad, y que a la verdad se llega por caminos más recorridos y menos declarados. Su libro Imaginación y verdad va de los versos más sucintos a la vida cotidiana de diversos autores, para entender un amor o los muchos amores que prodiga la literatura cuando se sabe leer.
por Marcela Fuentealba I 20 Julio 2023
Saber leer, comprender y pensar a partir de la lectura, no es algo tan simple y no a mucha gente le interesa ir más allá del goce momentáneo de la trama y del lenguaje. La experiencia de leer tiene algo de fugaz y muy íntima, mientras sus alcances imaginarios o de relaciones pueden ser infinitos. Vivimos en la lectura rápida y privada, pero otra cosa es la lectura de largo aliento o detenida y compartida. Los clubes de lectura, por ejemplo, demuestran que comentar libros en común es una forma de mejoramiento personal y social muy simple, tan simple como debiera ser la lectura en la universidad: leer textos en común y pensar en lo que dicen y lo que no. Textos y no reglamentos, rúbricas o manuales.
Carla Cordua, profesora de filosofía, ha dedicado la vida a leer y a pensar con otros, como se dice. Es autora de una docena de libros, entre ellos estudios sobre Hegel, Wittgenstein y Sloterdijk, y varios de ensayos literarios, como Luces oblicuas (1997) o Pasar la raya (2011). En este lee con sorpresa a los escritores que fueron un poco más allá, hasta el límite de lo decible, que de algún modo cantan en el abismo, desde Shakespeare y Cervantes hasta Pavese y Beckett. Su autor favorito es Kafka, como lo muestran sus brillantes estudios, y es una gran lectora de Borges. Lee ficciones, diarios, poemas, ensayos, siempre buscando un sentido no evidente, o preclaro, en el destino múltiple y preciso que implica una obra.
Para escribir hay que tener un punto de vista, algo que decir. Para escribir sobre un libro, comprender el punto de vista del autor en sus varias magnitudes y conformaciones, cómo vive y da con esa forma; es una lectura doble, o triple, lo que se quiera. A Carla Cordua le interesan las situaciones vitales, lee desde la gracia del otro tiempo, de una visión ampliada de lo real y lo creado, de cómo se crea. Imaginación y verdad, título sucinto y abstracto que reúne sus crónicas sobre autores latinoamericanos, es muy fiel a lo que ella busca, lo que la escritura y la lectura buscan: algo esencial que se modula, algo no esencial que muestra su forma preclara, una especie de sueño borgiano. De Borges, precisamente, tratan los ensayos más notables de este libro, aunque todos son brillantes —en el sentido literal de iluminar— por el conocimiento que aportan de los autores y sus textos.
Como filósofa, Cordua declara que estas lecturas literarias no son profesionales, sino que se dedican a seguir una relación con “amores verdaderos”, es decir, de años. Y es así que además de encontrar esa línea entre la imaginación y la verdad, busca al leer la pasión vital que anima textos: una pasión de vivir y de crear. Busca una chispa de alegría, de desasosiego o de muerte, las formas posibles del lenguaje en la existencia, en lo que sucede, en especial en las experiencias cotidianas. Es, evidentemente, algo que está fuera de lo experto y profesional: comparte con Borges que la mera razón —lo filosófico— no debe entrometerse con las artes, y así puede definirla: “La razón fija los significados, elimina las ambigüedades y las contradicciones, disipa la opacidad de las imágenes, excluye la multiplicidad flotante de las sugerencias en favor de una verdad única que inmediatamente necesita asentimiento y fe”.
Entiende a Borges esencialmente por los cuentos en inglés que le contaba su padre y por su relación con Macedonio Fernández: por su mundo de fantasía infantil y por el arte mayor de la conversación. Comprende a César Vallejo por sus casas y viajes, por su libertad para relacionar la sierra peruana con el surrealismo: un hombre de mundo e innovador del lenguaje, anclado a los paisajes andinos y a una libertad poética que parece hermética pero es nítida. Cuando lee los diarios de Gabriela Mistral, se sorprende de que ella siempre está cansada por los chilenos que tiene que recibir en su papel de cónsul, agotada de hablas ajenas que no le interesan; de que se considere una mujer algo despreciada, menor, aunque con razón recelosa de Chile, donde se siente odiada sin motivo alguno.
Como lectora apasionada que no debe seguir un programa, Cordua compara a Manuel Rojas con Albert Camus y aprecia la libertad solo accesible para los que no tienen una posición social ni nada con lo que cumplir. O afirma tajante que la no ficción no garantiza la verdad, y que a la verdad se llega por caminos más recorridos y menos declarados, al leer a Saer. O entiende la violencia y la sexualidad en el mundo narrativo sin mujeres de Mauricio Wacquez. O sigue compasivamente el deseo de muerte y de reivindicación indígena de José María Arguedas. Y también puede indignarse cuando Raúl Zurita declara que la poesía no tiene nada que ver con la verdad. Lo interpela: “Tal vez tú estás mal situado para decir si la poesía tiene que ver con la verdad o si carece de tal porvenir. Tú la enuncias y la dejas ser en la existencia que le impusiste. Quizá es después de ya existir que adquiere relaciones con las que tú no contaste y que ahora no aciertas a reconocer. Sé generoso y déjala ser lo que es para quien la conoce y recuerda por el acierto que no le quieres permitir”.
Sus reseñas sobre la obra de Juan Luis Martínez muestran la lectura desgarrada por esa comprensión. Junto al humor y los juegos lógicos del poeta, ve los anuncios y sentencias de la muerte de la poesía, y con ello de las posibilidades de existencia, desde la casa familiar al acto mismo de escribir. “La escritura no es tan independiente de la vida con la que, sin embargo, puede contrastar parcial, ocasionalmente. La escritura no es una alternativa capaz de mantenerse en pie por sí sola, de bastarse y bastar. A medida que la experiencia del sin sentido de las cosas se acentúa para el poeta, la poesía irá menguando, y se quedará, al fin, también ella, sin contenido”.
Comprender la palabra en la experiencia de imaginar, y al mismo tiempo ser riguroso con ella, es una especie de actitud en estas reseñas excepcionales, quizá las mejores de la literatura chilena, generosas desde todo punto de vista, tanto con el lector como con el autor. Su indagación de las formas de la palabra de Borges, hablada, ensayística, poética o ficticia, es un regocijo (y una lección) para cualquier lector. “En cuanto prodigio mágico, el poema hará sentir los límites de lo comunicable, de lo explicable, de lo cognoscible”, escribe otra vez Cordua. “Los tiempos actuales, poco propicios a los mitos, los necesitan sin embargo, para ayudar a los hombres a soportar pasablemente la realidad”. Eso es, ni más ni menos, lo que la literatura nos prodiga, y que Carla Cordua multiplica en el triple placer de leer, pensar y decir.
Fotografía: Emilia Edwards.
Imaginación y verdad, Carla Cordua, Ediciones UDP, 2022, 320 páginas, $20.160.
por Sebastián Duarte Rojas