Leila Guerriero: la increíble incertidumbre y resiliencia de la condición humana

Con ocasión de la entrega del Premio Cátedra Mujeres y Medios que otorga la Universidad Diego Portales, la escritora argentina fue homenajeada en la Biblioteca Nicanor Parra y tuvo una conversación con Paula Escobar Chavarría a propósito de su libro La llamada, retrato de una mujer que fue secuestrada durante la dictadura argentina de los 70, torturada y esclavizada durante largo tiempo, obligada a infiltrarse en la organización de las Madres de la Plaza de Mayo. Reproducimos a continuación la conferencia que dio el rector de la UDP, donde liga el trabajo periodístico de Guerriero con lo que Freud llamó la “atención libremente flotante”, es decir, la capacidad para dejar el juicio en suspenso y lograr, así, que el entrevistado cuente su historia con la mayor libertad posible.

por Carlos Peña I 21 Marzo 2025

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Para todos quienes han leído Plano americano, Una historia sencilla, Los suicidas del fin del mundo u Opus Gelber, y se han dejado llevar por sus magníficos perfiles de vivos y de muertos, por los retratos que mediante su palabra ha dibujado y las escenas reales que ha traído hasta nosotros, el premio que hoy día ofrecemos a Leila Guerriero por La Llamada es un acto obvio, uno de esos casos flagrantes de merecimiento que no requieren de ninguna justificación.

Por eso, en vez de enumerar las razones que se tuvieron a la vista a la hora de concederle esta distinción, quizá sea mejor aprovechar la oportunidad para revisar algunos de los aspectos más notorios de la que ya es una obra madura y extendida, y que al asomar especialmente en La llamada explican el acierto indudable del jurado al decidir este premio.

Como todos ustedes sin duda saben, La llamada es el retrato de una vida, la de Silvia Labayru, que secuestrada en la ESMA durante la dictadura argentina de los setenta, fue torturada y esclavizada durante largo tiempo, obligada a infiltrarse en la organización de las Madres de la Plaza de Mayo, donde contribuyó sin quererlo a la desaparición de algunas de ellas, hasta ser sometida a lo que sus captores llamaban un proceso de recuperación, momento en el que creyó que la pesadilla había terminado, pero solo para descubrir que no, puesto que sus antiguos compañeros la repudiaban ahora acusándola de haberlos traicionado. Se trata de una historia que desgraciadamente no es ni peculiar, ni inédita (basta recordar a Luz Arce para encontrar un caso semejante entre nosotros) y, por eso, no es el acontecimiento de la tortura y el abuso o la traición, ni menos la denuncia de todas esas cosas, lo peculiar y lo notable de este texto, sino lo que en él se indaga y se revela: cómo sobre los escombros de una experiencia terrible se puede erigir una individualidad. Y esto último es lo que explica, sin duda, el aplauso que ha recibido y que ya sean miles los lectores que, conducidos por ese estilo de cámara lenta de este libro, han debido reconocerse en alguno de sus pasajes; porque no es lo que nos acontece sino la forma de reaccionar frente a él lo que nos iguala: bien mirado, toda vida humana consciente de sí misma siempre se acaba pareciendo al resultado de una increíble resiliencia. En la historia que este libro recoge se entrecruzan los aspectos más misteriosos de la condición humana, el consentimiento, la culpa, la lealtad, la perversión; en suma, la forma en que la identidad de cada uno, y no solo la de Silvia, amalgama todas esas cosas. Y el talento de Leila Guerriero consiste, sin duda, en asomarse a ese capítulo infame de la historia mediante la incertidumbre de la memoria de una sus víctimas; pero sobre todo en que, a propósito de eso, ella lograr describir ese marasmo del misterio humano con elegancia y sin aspavientos, usando la técnica con que se escriben los prodigios de la imaginación, pero asistiendo a la escena de una vida, en este caso la de Silvia, con la técnica de un buen psicoanalista, solo que donde este último mira el reloj y cobra la sesión, para así mantener la distancia afectiva y evitar la transferencia, Leila Guerriero echa a andar su grabadora.

En Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico, un texto que escribió hacia el año 1912, Freud acuñó el término “atención libremente flotante” como uno de los conceptos clave del análisis. Con él quiso decir que el terapeuta no debía fijarse en nada particular de lo que dice el paciente y, en cambio, prestar a todo la misma atención, sin ninguna injerencia de su parte; “dejando el juicio en suspenso”, según la fórmula que había escrito el año 1909, cuando analizó la fobia de un niño de cinco años. Al prestar el analista ese tipo de atención, y escuchar como si nada le sorprendiera o lo sobresaltara, sugería Freud, el paciente podía entregarse a la libre asociación despegando la comunicación de todo control voluntario.

Al leer los libros de Leila Guerriero que hoy nos acompaña y especialmente La llamada por el que se le ha conferido el Premio Cátedra Mujeres y Medios, es imposible no recordar esos consejos de Freud y pensar que quizá luego de conversar con ella, Silvia Labayru debió sentirse aliviada como un paciente luego de la consulta psicoanalítica y Leila Guerriero enterada, y los lectores con ella, de los recovecos y los recodos más ocultos del alma humana. Porque si bien el texto que motiva este premio parece dibujar o denunciar —o el lector creer que con él se dibujan o se denuncian— los abusos increíbles de una dictadura, en realidad lo que hace es asomarse a la intimidad de una mujer expuesta a una circunstancia inimaginable y a la forma también inimaginable en que logra, sin embargo, sobrellevarla.

Visto así, creo no exagerar si digo que toda la espléndida obra de esta periodista y escritora —quizá con ella habría que inaugurar un término que fusionase ambos quehaceres— es una larga y paciente exploración acerca de cómo se constituye la individualidad, cómo cada uno forja el yo que es y el rostro que muestra ante los demás, a partir de la forma en que birla, escamotea, esquiva o encaja, las inevitables pedradas y flechas del destino, y de cómo la circunstancia no determina a fin de cuentas ni un destino aciago ni uno feliz, sino que está entregado a la magnífica plasticidad que muestran los seres humanos para hacerle frente, en el sentido que Sartre dejó anotado en su crítica de la razón dialéctica: no importa tanto, dijo él, lo que han hecho del ser humano, lo que importa es lo que él hace con lo que han hecho de él.

El talento de Leila Guerriero, descontada la elegancia de su escritura sin aspavientos y sin excesos, comedida y elegante, consiste en esa capacidad suya que La llamada pone de manifiesto, para asomarse a una persona y explorar no solamente los eventos externos que le ocurrieron (…), sino la forma en que esos eventos externos van tallando o esculpiendo, por decirlo así, esos otros eventos, esta vez internos, que llamamos memoria, idea del yo y subjetividad, y que son los que a fin de cuentas nos constituyen, porque los hechos no son como los vemos sino como los recordamos.

El talento de Leila Guerriero, descontada la elegancia de su escritura sin aspavientos y sin excesos, comedida y elegante, consiste en esa capacidad suya que La llamada pone de manifiesto, para asomarse a una persona y explorar no solamente los eventos externos que le ocurrieron o de los que fue, como ocurre a Silvia Labayru, infeliz protagonista, sino la forma en que esos eventos externos van tallando o esculpiendo, por decirlo así, esos otros eventos, esta vez internos, que llamamos memoria, idea del yo y subjetividad, y que son los que a fin de cuentas nos constituyen, porque los hechos no son como los vemos sino como los recordamos. Y para alcanzar ese resultado ella ha de escuchar sin censura y sin encomio, sin aprobación ni rechazo, todo lo que le dicen y registrarlo parejamente, prestando una atención libremente flotante, tal como al inicio vimos sugería Freud, para reconstituirlos luego mediante la escritura.

Alguna vez Leila Guerriero ha dicho que su trabajo, como el que se contiene en La llamada, no consiste en dar su punto de vista acerca del personaje, vivo o muerto, que retrata, sino describir el punto de vista que el personaje del caso tiene acerca de sí mismo y de la circunstancia que le tocó en suerte. De manera que cuando el libro habla de Silvia Labayru hemos de entender que es esta última —Silvia, y no Leila— quien habla, y para alcanzar ese resultado esta última emplearía las técnicas de la ficción. Si, para usar la frase ya manida de Vargas Llosa, las ficciones mienten para decir la verdad, pareciera que en el caso de los perfiles o de estos retratos la técnica de la ficción —el manejo del tiempo, el narrador como dueño de la escena, etcétera— están al servicio de la realidad. Pero ¿qué ocurriría si la verdad del sujeto, aquello que más íntimamente nos constituye, es a su vez una ficción, un fantasma que se agita y que llamamos yo?

En un breve escrito de 1908, luego de haber abandonado su famosa teoría de la seducción, Freud se refiere a las fantasías que los seres humanos elaboran, como La novela familiar del neurótico: el ser humano aparece allí tejiendo su propia identidad y reconstruyendo el recuerdo de sus padres, los celos que le causaron, las desilusiones que le hicieron padecer, el sufrimiento del que fue víctima, las humillaciones que le infligieron, mediante una novela de cuya escritura sería, sin embargo, inconsciente. Esa fantasía que todos elaboraríamos, o si se prefiere el fantasma, no encubre nuestra realidad, sino que la constituiría, soporta el sentido de realidad del sujeto que, cuando se despoja de la fantasía, quedaría a la intemperie, desorientado, asomado al horror, porque este es finalmente lo que queda como resto cuando la fantasía se disuelve.

De ser así, si lo que nos constituye es una fantasía (en esto estarían de acuerdo desde Kant a Freud) la escritura de no ficción, cuando se trata del perfil o del retrato, en realidad no existiría.

Se suele, en efecto, llamar no ficción a la escritura que emplea los artilugios de la narración de ficciones para, no obstante, describir algo real; pero ocurre que, bien mirado, lo real de la propia individualidad no es sino otra ficción, la novela del neurótico, de donde resulta que la literatura de no ficción es en realidad más ficta que ninguna otra puesto que, como ocurre en este caso, al indagar mediante la técnica de la ficción en la realidad de un ser humano no se alcanza un puñado de hechos brutos, sino otra ficción gracias a la cual se sobrevive, una ficción que narra lo que ha ocurrido limando sus aspectos más duros o incorporándolos a la propia memoria hasta quedar despojados del dolor que en su momento fueron capaces de causar, como es el caso de Silvia; o transmutando aspectos banales en heroicos, pienso en la historia sencilla de Roberto González; o una vocación obsesiva, como es el caso de Gelber, en una paciente construcción de la felicidad.

Leila Guerriero —a quien se confiere este premio— posee esa particular sensibilidad frente a la experiencia del mundo, esa rara capacidad que tienen los autores cuando son notables, de narrar los hechos, las conversaciones y las conductas capturando, al oírlas o presenciarlas y luego describirlas, la manera en que en ellas se expresa y vibra la increíble incertidumbre y resiliencia de la condición humana.

Por todo ello no podemos sino felicitarla por su obra y agradecerle, desde luego, por estar hoy con nosotros.

 

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Algunas imágenes del evento:

 

Imagen de portada: Cortesía de Fundación Plagio.

 


La llamada, Leila Guerriero, Anagrama, 2024, 432 páginas, $24.000.

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