El crítico inglés comenta la última obra del filósofo John Gray, Siete tipos de ateísmo, un trabajo erudito, que abarca desde San Agustín hasta Joseph Conrad, y que abraza un ateísmo que encuentra suficiente misterio en el mundo material.
por Terry Eagleton I 6 Diciembre 2019
Ha habido, en los últimos años, una erupción de libros escritos por pensadores para los cuales la raza humana se está volviendo cada vez más agradable. Richard Dawkins, Steven Pinker, Matt Ridley y Sam Harris son humanistas racionales que creen en el progreso, no obstante las muchas hambrunas y genocidios que pueden desfigurar el planeta. Estamos en camino a un futuro ampliamente mejorado. Quizá este regreso a los valores de la Ilustración occidental no carezca de relación con la amenaza del Islam radical. El papel del filósofo John Gray ha sido actuar como Jeremías entre estos Pollyannas que encuentran el lado bueno de todo, insistiendo en que somos tan horribles como siempre hemos sido. Si hay algo que él detesta son los esquemas de transformación visionaria. Es un misántropo con carnet, alguien para quien la vida humana no tiene una importancia única y la historia ha sido poco más que el sonido de la piratería y el abuso. Se podría notar que el cristianismo es tan pesimista como Gray, pero también que es mucho más esperanzador.
La respuesta a la pregunta de si la historia ha estado mejorado seguramente es un decisivo sí y no. Para Marx, la época moderna era tanto una emancipación fascinante como una larga pesadilla. El ingenuo optimismo de Pinker o Ridley es tan unilateral como los profetas de la perdición que se niegan a admitir que hay algo bueno que decir de inventos modernos como el feminismo, las centrífugas y los antibióticos. La verdad es que todo el mundo cree en el progreso, pero solo una pandilla menguante de reliquias victorianas como Dawkins creen en el Progreso. De manera que este libro en realidad está golpeando en una puerta abierta: ¿cuántos campeones de un futuro ampliamente mejorado existen en la cultura posmoderna?
Gray también cree que los humanistas se están portando de mala fe. La mayoría de ellos son ateos, pero todo lo que han hecho es sustituir a Dios por la humanidad. Ellos permanecen, de este modo, esclavizados por la misma fe religiosa que rechazan. De hecho, la mayor parte del pensamiento supuestamente secular, desde el punto de vista de Gray, es una religión reprimida, desde el liberalismo de John Locke hasta las visiones milenarias de los jacobinos y los bolcheviques. La creencia popular de que el ateísmo y la religión son opuestos es, en su opinión, un error. Gray también le da un golpe al tipo de ateísmo que ve a la religión como un intento primitivo de entender el universo, uno que la ciencia reemplazará más adelante. Gray, para su crédito, ve que las religiones no son teorías del mundo sino formas de vida. Son menos sistemas de creencias que actos de fe. Fanáticos odiadores de Dios, como el Marqués de Sade, Dostoievski y el crítico literario William Empson, son también empaquetados como nada más que creyentes al revés. (Dios, escribió Empson con afable ademán, “es lo más malvado jamás inventado por el negro corazón del hombre”). Lo que queda es la clase de ateísmo que renuncia a Dios mientras tiene una baja estima de la humanidad. Como probablemente se pueda encontrar esta postura en la mayoría de las salas de profesores de las universidades de Oxbridge, difícilmente sea una de las conclusiones que más estremezcan la mente.
A diferencia de los humanistas racionales, Gray tiene una visión lóbrega de la razón. Con todo, aunque la razón no informa completamente los asuntos humanos, sin ella perecemos. Acierta Gray en que no puede haber una sociedad perfecta, pero se equivoca al imaginar que las cosas no podrían ser mucho mejores de lo que son. Él disfruta de la locura de la humanidad, mientras discretamente pasa por alto sus estupendas virtudes. También se centra en el racismo de la Ilustración del siglo XVIII, al tiempo que se mantiene silencioso sobre su pasión por la libertad y la justicia. Parece no reconocer que su propia perspectiva sombría refleja menos una verdad universal que los tiempos oscuros en que vivimos. Uno de sus héroes es el pensador del siglo XIX, Arthur Schopenhauer, quizás el filósofo más malhumorado que haya vivido, para quien la vida humana es guiada por una Voluntad insaciable y voraz, el mundo es una ilusión y toda la historia humana es un campo de batalla empapado de sangre. Gray preferiría abrazar el sinsentido antes que las verdades absolutas de los utopistas políticos. La única pregunta es por qué debería postular, en primer lugar, una elección tan absurdamente polarizada.
Gray pertenece a ese grupo de pensadores contemporáneos, de los cuales George Steiner es el decano, que desprecian lo secular pero no pueden arrastrarse hacia la iglesia o la sinagoga. Ellos recurren, en cambio, a una especie de trascendencia sin contenido, de la que no hay mejor ejemplo que lo que podríamos llamar la espiritualidad de Hollywood. Aquellas celebridades que incursionan en la Cábala o en la Cienciología lo hacen como refugio de un mundo material repleto con demasiados choferes, masajistas, cuentas bancarias y piscinas. Lo espiritual para ellos es lo opuesto a lo material, un error que Gray también comete, claro que menos cargado de lujos. Esta no es la visión del judeocristianismo. Cuando Jesús habla de la salvación en términos de dar de comer a los hambrientos y visitar a los enfermos, él habla como un judío devoto, para quien lo espiritual es, en primer lugar, una cuestión de cómo se comporta uno con los demás. Aquellos que buscan un consuelo de otro mundo en la religión son aparentemente sordos a la advertencia que dio Jesús a sus seguidores: si ellos fuesen fieles a su palabra, se encontrarían con el mismo destino que él.
Otro aspecto del judaísmo es su iconoclastia. Está prohibido crear imágenes de Dios, porque la única imagen de Dios es la carne y la sangre humanas. Pero ya que el Dios judío es el Dios del futuro, está igualmente prohibido crear imágenes de lo que aún está por venir. Además, si se puede representar el futuro aquí y ahora, entonces no puede ser el futuro. Gray, con su aversión a las planificaciones utópicas, seguramente estaría de acuerdo. Lo que podría ser más lento de admitir es que la única imagen del futuro es el fracaso del presente. La tarea del profeta en el Antiguo Testamento es recordarle a su pueblo que, a menos que cambien sus caminos aquí y ahora, protegiendo a los pobres de la violencia de los ricos y proveyendo a las viudas y a los huérfanos, no habrá ningún futuro que valga la pena tener. Marx, un judío secular que instó a su esposa a leer las escrituras hebreas, fue fiel a esta prohibición de las visiones del futuro. De hecho, su obra es famosa por lo poco que tiene que decir sobre la naturaleza del comunismo. Para un escritor que comenzó su carrera en una feroz disputa con el pensamiento utópico, esto difícilmente sea sorprendente. Tampoco es sorprendente que el visceralmente anti-marxista Gray no considere oportuno mencionarlo.
Siete tipos de ateísmo es una obra impresionantemente erudita, que cubre desde los gnósticos hasta Joseph Conrad, desde San Agustín hasta Bertrand Russell. Al final, se resuelve por una manera del ateísmo que encuentra suficiente misterio en el mundo material, sin la necesidad de complementarlo con uno superior. Sin embargo, esto también es un retroceso a la era victoriana, tanto como la campaña evangélica de Dawkins contra el evangelismo religioso. Autores como George Eliot, aturdidos por la muerte de Dios, se consolaron con las complejidades insondables del universo. Gray condena el humanismo secular como la continuación de la religión por otros medios, pero su propia fe en algún enigma vago e inexplicable más allá de lo material está abierta a exactamente la misma acusación.
Artículo aparecido en The Guardian y publicado con autorización del autor. Traducción de Patricio Tapia.
Siete tipos de ateísmo, John Gray, Editorial Sexto Piso, 2019, 232 páginas, $17.500.