Cuatro filósofas y un tiempo de funeral

Wolfram Eilenberger reúne a Simone de Beauvoir, Ayn Rand, Simone Weil y Hannah Arendt en El fuego de la libertad, un libro que demuestra que los temas filosóficos pueden ser una lectura amena y que, para lograrlo, han de mezclarse distintos estratos: en uno, contar las peripecias vitales de quienes se aborda; en otro, qué efectos tienen tales sucesos en su vida emocional; y en un tercero, cómo todo lo anterior se manifiesta en su reflexión o se cristaliza en sus escritos. Eilenberger teje, así, un tapiz en que los hilos biográficos se cruzan con los hilos del acontecer histórico, de la historia de las ideas y de la obra filosófica.

por Patricio Tapia I 29 Marzo 2023

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Hacia 1934, Ayn Rand —la escritora rusa emigrada tras la Revolución de 1917, quien en Estados Unidos se convertiría en portavoz de un individualismo radical— albergaba el convencimiento de que las obras de ficción (en literatura o cine) podían abordar cuestiones filosóficas exigentes, sin que el público tuviera que necesariamente dormirse o salir escapando. Para eso, tras varios años como guionista en Hollywood, contaba con una fórmula: la trama debía tener varias capas y la historia debía funcionar en diversos niveles. Por ejemplo, un triángulo amoroso (una mujer que se entrega a otro hombre para salvar o conquistar al que realmente ama) tenía que interesar en el plano de la acción; pero también, en otro plano, entregar una visión de las emociones de los personajes; y, en un tercero, el filosófico, analizar las tensiones entre deber, sacrificio y felicidad. Así al menos nos lo recuerda Wolfram Eilenberger en El fuego de la libertad, en el cual Rand es una de las protagonistas.

Como si oyera sus consejos, Eilenberger parece compartir parte importante de esas ideas en la elaboración de su propio libro: que los temas filosóficos pueden ser una lectura amena y que, para lograrlo, han de mezclarse distintos estratos: en uno, contar las peripecias vitales de quienes se aborda; en otro, qué efectos tienen tales sucesos en su vida emocional; y en un tercero, cómo todo lo anterior se manifiesta en su reflexión o se cristalizan en sus escritos. De esta manera, va tejiendo un tapiz en que los hilos biográficos se cruzan con los hilos del acontecer histórico, de la historia de las ideas y de la obra filosófica creando un entramado con distintas densidades.

También como Rand, Eilenberger mantiene una fórmula o patrón. En El fuego de la libertad sigue el modelo de su anterior libro, Tiempo de magos: cuatro influyentes “amantes de la sabiduría” que comparten una generación, algunas preocupaciones y unos cuantos lugares, son vistos y seguidos a través de un decenio, en un periodo que suele coincidir con un momento crítico de la historia del siglo XX.

Si en Tiempo de magos los filósofos eran Walter Benjamin, Ludwig Wittgenstein, Martin Heidegger y Ernst Cassirer, en El fuego de la libertad el cuarteto filosófico es de mujeres: Simone de Beauvoir, Ayn Rand, Simone Weil y Hannah Arendt. Si en el primer libro la década en que se enfocaba iba de 1919 a 1929, en el segundo es la siguiente, de 1933 a 1943. Si en el primero todo (o casi todo) ocurría en Alemania, ahora se divide en dos ciudades en que sus sujetos coincidieron: París (Beauvoir, Weil y, por un tiempo, Arendt) y Nueva York (Arendt, Rand y, muy brevemente, Weil).

Incluso la estructura expositiva es similar. Empieza con el año final del que se ocupa, ofreciendo un adelanto de la situación de quienes conforman el relato, para seguir luego sus andanzas cronológicamente, hasta llegar de nuevo al punto con que comenzó. Este libro empieza en 1943 y termina en 1943 (como el anterior lo hacía en 1929). En ambos volúmenes el montaje de los capítulos se compone de secciones breves, pasando de un personaje a otro sin insistir en las conexiones. Ambos tienen epígrafes de Goethe (el más reciente agrega uno de la cantante Billie Eilish) y ambos concluyen mostrando qué pasó con los protagonistas después del periodo estudiado.

La creencia que anima a uno y otro libro es que la filosofía, cuando menos para quienes son allí analizados, es una forma de vida y no solamente una disciplina académica, y que lo que les pasa en su vida incide en sus teorías, y al revés: todo lo que les ocurre es ilustrado o moldeado por sus ideas.

Si esta premisa forma parte de un proyecto de Eilenberger que excede estos dos libros, cabe preguntarse si lo continuará y con qué criterios elegirá a sus próximos protagonistas o cuál será la década que viene. Si sigue siendo así de previsible, cuando menos sabemos su forma.

Que siga un modelo no significa que estos libros sean desdeñables. Su mayor interés reside en la capacidad de su autor para entrelazar las andanzas vitales de quienes estudia, basado en el dominio de distintas fuentes, así como su habilidad para alternar entre la representación biográfica de sus ideas y la interpretación filosófica de sus vidas, encarnando diferentes actitudes y formas de combinar pensamiento y existencia.

Vidas paralelas

Si bien parecen muy distintas, las cuatro mujeres que analizadas en El fuego de la libertad tienen cosas en común: son intelectuales jóvenes (ninguna tenía, en 1933, más de 27 años) y tres de ellas, judías. Ser intelectual, mujer y judía no era promesa de respeto ni de tranquilidad durante esos años en que el mundo ardió en un fuego que no era precisamente el de la libertad. Todas se opondrán a los totalitarismos que se apoderan de Europa: el nazi o el soviético o ambos. Todas se convertirán en refugiadas, fuera de sus países, en algún momento.

El libro comienza en la primavera de 1943, en tres lugares distintos. Simone de Beauvoir, está en el París ocupado por los alemanes, frecuenta cafés, está pronta a publicar su primera novela y a descubrir una nueva forma de filosofar y vivir sobre la base de la cuestión del sentido de la propia existencia en relación con los otros.

Cruzando el Atlántico, en Nueva York, Ayn Rand publica El manantial, novela en que plantea al individuo como lo único absolutamente valioso. También allí, Hannah Arendt piensa y escribe sobre el exilio y el desarraigo, mientras vive con su segundo marido y lamenta todo lo que ha perdido.

Ser intelectual, mujer y judía no era promesa de respeto ni de tranquilidad durante esos años en que el mundo ardió en un fuego que no era precisamente el de la libertad. Todas se opondrán a los totalitarismos que se apoderan de Europa: el nazi o el soviético o ambos. Todas se convertirán en refugiadas, fuera de sus países, en algún momento.

Simone Weil, por su parte, está en Inglaterra (a fines de 1942 había tomado un barco desde Nueva York, donde había huido con sus padres) con el objetivo de unirse a las fuerzas de la Francia libre. Quiere establecer una misión especial de enfermeras en la primera línea francesa, pero le encargan trabajos de intelectual mientras escribe sobre variados temas, a pesar de la fragilidad de su salud.

Concluida esta mirada inicial, Eilenberger vuelve al relato cronológico. Con la ventaja de no tener que contar una historia completa de cada personaje, recorta momentos precisos y va entrecruzando las hebras de sus biografías de modo que progresen en paralelo y el desenlace de las distintas líneas mantenga el suspenso.

Las vidas relatadas fueron realmente “vidas paralelas”, pues a pesar del gusto del autor por las coincidencias, en esos años estas cuatro mujeres no se conocieron o trataron. Apunta en algún momento que en Nueva York Rand y Arendt vivían a pocas cuadras de distancia, pero sin relacionarse. En realidad, algunas se trataron: recuerda que tempranamente Beauvoir y Weil se conocieron como compañeras de estudios. No congeniaron, pues Weil rompió a llorar debido a una hambruna en China, tan sensible al sufrimiento de otras personas como Beauvoir indiferente. El episodio debió de impactarla en todo caso, pues quiso inspirarse en Weil para un personaje en una novela, aunque la cambió por una de las amantes que compartía con Sartre.

El libro retoma entonces el cambio de año 1933 a 1934, que supone experiencias importantes para todas ellas. En París, una joven Beauvoir enseña filosofía y mantiene una relación amorosa con Jean-Paul Sartre que supone una unión “esencial”, permitiendo otras “contingentes”. En 1934 ella viaja a Alemania para encontrarse con Sartre, que estaba allí estudiando la fenomenología; lo hace además para profundizar su estudio ella misma, pero parece prestar poca atención al terror cotidiano y las consecuencias de la toma del poder de Hitler.

En cambio Simone Weil volvía a Francia justamente desde Alemania, adonde había viajado un año antes y sobre la que escribió una serie de reportajes señalando la crisis en que se encontraba y anunciando el triunfo del nazismo. Era una profesora, sindicalista vinculada al movimiento obrero, torturada por las migrañas y un deseo ascético autodestructivo, que ayudaba a refugiados alemanes y rusos.

En Alemania, por su lado, Hannah Arendt había concluido su relación con su maestro Heidegger (iniciada en 1925) y estaba trabajando en un estudio sobre Rahel Varnhagen, una intelectual del siglo XVIII-XIX que tenía puntos de contacto con su propia vida en cuanto a reconocer su identidad judía por hechos políticos. Arendt experimenta el terror en su vida cotidiana, pues es interrogada por la Gestapo por distribuir propaganda antinazi y apenas logra salvarse de la cárcel. Tuvo que huir a Francia a causa de su ascendencia judía, como lo había hecho su primer marido, un intelectual comunista.

Más aislada, Ayn Rand (nacida Alissa Rosenbaum) llegó a en Estados Unidos huyendo de Rusia. De Chicago marchó a Hollywood, para vivir como escritora. Soñaba con escribir novelas, teatro y películas en que figuraran sus ideas, centradas en la defensa del individuo frente a las masas y contra el triunfo del colectivismo que veía incluso en el Estados Unidos de Roosevelt.

El avance en las sombras

De ahí en adelante, Eilenberger va contando, en tramos bianuales, las vicisitudes de sus protagonistas mientas ellas se adentran en lo que llama “tiempos sombríos”, determinados por el desarrollo triunfal del nacionalsocialismo y el estallido de la guerra.

Se podrían seguir sus trayectorias por carriles separados, como efectivamente ocurrió. En 1935, Ayn Rand deja Hollywood por Nueva York, dedicándose a sus guiones y a concebir y elaborar una novela sobre la afirmación de la independencia y la dignidad del yo. Entre 1939 y 1942, ve el mundo al borde del precipicio y se convierte en una activista “libertaria”. Trabaja incansablemente en esa novela en que un arquitecto representa el enfrentamiento entre el individuo y la intromisión colectiva: el personaje hace demoler una colonia de viviendas sociales como protesta por las injerencias en su proyecto de un comité público. El libro será El manantial, una de sus más famosas novelas “ideológicas” en que defiende un “egoísmo racional”.

Por su parte, Simone Weil redacta en 1934 un tratado sobre las causas de la libertad y de la opresión social, con 25 años de edad. También trabaja en una fábrica, llevando al extremo la resistencia de su cuerpo que expone a otros riesgos, pues en 1936 lucha en el frente durante la Guerra Civil española, donde sufre una quemadura grave. Desilusionada de la experiencia, empieza a percibir paralelismos entre el fascismo y el estalinismo. Más tarde, entre 1937 y 1939, en medio del avance nacionalsocialista por Europa y su propia peor fase de migrañas, encuentra el amor divino en una experiencia mística. Escribe, además, su ensayo sobre la Ilíada, en el que analiza las tendencias hacia la violencia y la cosificación en la guerra. Entre 1941 y 1942, trabaja en una granja como recolectora (en cuanto judía no podía enseñar en las escuelas), pero además da conferencias y, sobre todo, trabaja en sus “cuadernos de pensamientos”.

En el mismo periodo, Simone de Beauvoir junto con Sartre están ensimismados en sus obras literarias y filosóficas, ensayando lo que sería el “existencialismo”, mientras mantienen variadas relaciones amorosas con otras personas (triangulares, cuadrangulares y con una creciente complejidad geométrica) como una forma de afianzar su relación. Durante el comienzo de los años 30, Sartre y Beauvoir observaron el ascenso de Hitler, pero no le prestaron mayor atención. Entre 1938 y 40, Beauvoir finalmente comienza a trabajar seriamente en la novela que sería La invitada, utilizando su experiencia autobiográfica de un trío amoroso para abordar la relación entre uno mismo y los demás. Sufre una crisis nerviosa al enterarse de la invasión de Francia por Alemania y que Sartre es tomado prisionero. En el París ocupado, ella estudia a Hegel y comienza a pensar, mucho antes que Sartre, en la ética. Hacia 1941 y 1942, la pareja se integra, sin que los tomen muy en serio, a la resistencia, mientras Beauvoir desarrolla su idea de la libertad en el reconocimiento de los otros.

Tempranamente Beauvoir y Weil se conocieron como compañeras de estudios. No congeniaron, pues Weil rompió a llorar debido a una hambruna en China, tan sensible al sufrimiento de otras personas como Beauvoir indiferente. El episodio debió de impactarla en todo caso, pues quiso inspirarse en Weil para un personaje en una novela, aunque la cambió por una de las amantes que compartía con Sartre.

También en París, ya instalada después de escapar de Alemania en 1933, Hannah Arendt trabaja como secretaria de organizaciones sionistas o de ayuda humanitaria (viaja a Palestina). En Francia conoce y se relaciona con su segundo marido, refugiado alemán. Con la ocupación alemana de Francia, ambos deben escapar a Estados Unidos. En Nueva York, bajo muchos aprietos económicos, colabora en revistas y analiza la situación en el Medio Oriente, alejándose del movimiento sionista, pues cree que su idea de Estado-nación para Israel es una reproducción de lo que había ocurrido en Europa. Le gustaría para Palestina una federación de pueblos, similar a los Estados Unidos. En 1942 obtiene su primer empleo académico.

En el capítulo final, Eilenberger cierra el círculo y llega al año 1943, cuando se decidió en gran medida el destino de la guerra. Son los primeros éxitos editoriales de algunas: El manantial, de Rand, gana lectores y se vende bien, incluso se supone que se filmará en Hollywood. La primera novela de Beauvoir, La invitada, también es un éxito, aunque tuvo que dejar de hacer clases, acusada de seducción de una de sus alumnas (y amantes). Arendt prosigue más o menos aislada, y logra, por primera vez, una situación económica menos desesperada, pues su marido es nombrado profesor en Princeton, mientras ella sigue reflexionando sobre la condición totalitaria.

Pero 1943 es también el año de la muerte de Weil —tuberculosa, anoréxica, exhausta—, en un sanatorio inglés, con 34 años. Parte importante de su obra aparecerá póstumamente.

A las tres protagonistas que siguen vivas en 1943, les quedan varias décadas por delante en las que se convertirán en figuras más o menos importantes de la filosofía y la historia intelectual. Simone de Beauvoir (que morirá en 1986) publicará novelas y memorias muy reconocidas y su pensamiento evolucionará desde la individualidad a la sociedad con preocupaciones éticas y políticas que incluirán la situación de la mujer, particularmente desde la publicación de El segundo sexo (1949), uno de los libros cruciales del feminismo moderno. Hannah Arendt (muerta en 1975) terminó ejerciendo una fuerte influencia más intelectual que política, con estudios como su libro Los orígenes del totalitarismo (1951). Enseñó en varias universidades y continuó activa como periodista, a veces de forma polémica como su reportaje sobre el juicio al jerarca nazi Eichmann, en 1961.

Probablemente la con menos prestigio, aunque con un importante influjo, es Ayn Rand, quien vivirá hasta 1982. Menos una filósofa que una ideóloga (lo que quizá dificulta considerarla al mismo nivel que Arendt, Beauvoir y Weil) se convirtió en una autora de enorme éxito en Estados Unidos, amada por las corrientes derechistas y “libertarias” al defender el egoísmo y un capitalismo ultraliberal. Admirada por figuras como Alan Greenspan o el mismo Trump, sus novelas se vendieron por millones. El manantial efectivamente sería llevada al cine en 1949; y trabajó por muchos años su cuarta y última novela, La rebelión de Atlas, que no aparecería sino hasta 1957.

Repensando la libertad

Cautivadoras como son las historias de estas cuatro mujeres seguidas en sus derroteros individuales, Eilenberger, sin embargo, insiste en irlas trenzando para presentarlas conjuntamente, como si se hubieran vinculado más de lo que lo hicieron. Apenas se cruzaron alguna vez Weil y Beauvoir, por más que esta última se haya impresionado, pero el autor señala un detalle casual de “estas dos existencias unidas por hilos invisibles”: en abril de 1937 ambas colapsaron físicamente y tuvieron largos meses de tratamiento.

Que todas hayan deplorado o escapado de los totalitarismos, huyendo Rand del comunismo y Arendt, Weil o Beauvoir del nazismo, no basta para afirmar la trenza, que tiene amarres flojos. Algunos son fantasías, como cuando, en el jurado que aparece en una novela de Rand juzgando a su protagonista, imagina que participaran Arendt, Beauvoir y Weil, y supone que nunca habrían llegado a un acuerdo.

A veces busca similitudes en sus ideas. Si Arendt y Weil criticaron los totalitarismos, Rand el colectivismo y Beauvoir concibió una filosofía de la libertad, podría interpretarse el conflicto entre el yo y los otros, o entre el individuo y el colectivo, como la tensión central del libro.

Pero, en realidad, todas las protagonistas tuvieron cambios y evoluciones. La más constante fue Rand, drástica defensora de la libertad individual contra toda forma de colectivismo. Pero Beauvoir —para quien, según Eilenberger, “el fuego de la libertad individual y el fuego de la libertad política eran, en realidad, uno y el mismo” — va desde un pensamiento centrado en la singularidad de las personas hacia uno más alerta con los demás, como condición de la propia libertad individual. Pero es más dudoso que estuviera tan atenta a la libertad política: no vio el peligro en Alemania cuando Hitler subía al poder y tampoco lo vio años más tarde, como partidaria del comunismo soviético primero y chino después. A diferencia de ella, Weil tempranamente vislumbró la similitud de la Alemania nazi con la Unión Soviética estalinista y Los orígenes del totalitarismo de Arendt es uno de los primeros libros en los que nazismo y comunismo se muestran como parientes cercanos.

El fuego de la libertad está repleto de anécdotas e historias llamativas. Unas muestras. En sus ejercicios ascéticos, cuando sus padres invitaban a Weil a cenar, ella exigía dejar la cantidad de dinero equivalente, pero su madre lo contrarrestaba escondiendo pequeñas sumas de dinero en su ropa y cajones. O el encuentro final de Arendt con Walter Benjamin en Marsella en 1940, poco antes de su suicidio, cuando se mueven a pie esperando poder escapar hacia América y en que Benjamin le entrega a su amiga un manuscrito. O bien el encuentro cara a cara entre Weil y León Trotski, y sus consiguientes discusiones, a comienzos de los años 30, en un departamento vacío de la acomodada familia Weil para resolver la fundación de una Cuarta Internacional encaminada a la revolución mundial.

 


El fuego de la libertad, Wolfram Eilenberger (Traducción J. Chamorro), Taurus, 2021, 384 páginas, $16.000.

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