El coraje de pensar

En Chile, el 18 de octubre trajo prontamente libros para entenderlo; algunos aplauden esos ensayos, otros se burlan y hasta acusan oportunismo. Con la pandemia que recorre el mundo ha ocurrido otro tanto, aquí y en el extranjero: libros, artículos y entrevistas intentan dilucidar el momento y lo que se viene. ¿Es tiempo de hablar o toca callar? ¿Hay que esperar que pase la tormenta para reflexionar sobre ella?

por Juan Rodríguez M. I 5 Mayo 2020

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1. En 2015, como si no hubiera tiempo, encima de los atentados contra la revista francesa Charlie Hebdo, Slavoj Zizek publicó un libro, Islam y modernidad, en el que intenta comprender lo ocurrido. Quizás adivinando las críticas, el filósofo esloveno comienza así su ensayo: “Ahora, cuando todos nos encontramos en estado de shock tras la matanza en las oficinas de Charlie Hebdo, es el momento justo de reunir el coraje de pensar. Ahora y no más tarde, cuando las cosas se calmen, como tratan de hacernos creer los partidarios de la sabiduría barata: lo difícil de combinar es, precisamente, la tensión del momento y el acto de pensar. Pensar en el sosiego que se instaura con el paso del tiempo no genera una verdad más equilibrada, sino que, más bien, normaliza la situación, permitiéndonos evitar el filo cortante de la verdad”.

2. Cinco años después, una pandemia de coronavirus recorre el mundo y, en medio del shock, Zizek de nuevo juega con ese filo cortante. Lo mismo han hecho otros filósofos e intelectuales, ya sea con libros, artículos o entrevistas; entre ellos, los estadounidenses Naomi Klein, Jared Diamond y Judith Butler, el surcoreano-alemán Byung-Chul Han, el israelí Yuval Noah Harari, los italianos Giorgio Agamben, Nuccio Ordine y Paolo Giordano, los españoles Paul B. Preciado, Adela Cortina y Santiago Alba Rico, la argentina Beatriz Sarlo, por citar solo algunos nombres. En Chile ya han escrito o hablado sobre la pandemia y sus circunstancias, el presente y el futuro, intelectuales como Pablo Oyarzún, Carlos Peña, Diana Aurenque, Diamela Eltit, Cecilia Sánchez, Agustín Squella y Pedro Gandolfo.

3. Ya la crisis de octubre trajo prontamente libros que intentan comprenderla, algunos que estaban siendo escritos desde antes y que cambiaron luego de octubre, y otros que nacieron directamente del estallido. Entre los primeros están Hasta que valga la pena vivir y Feminismo y revolución, de Constanza Michelson y Aïcha Liviana Messina, respectivamente. Entre los segundos: Octubre en Chile, de Hugo Herrera; Antes de que fuera octubre, de Óscar Contardo; Pensar el malestar, de Carlos Peña; Octubre chileno, de Carlos Ruiz; Big Bang, de Alberto Mayol; Sobre la marcha, de Patricio Fernández; y El porvenir se hereda, de Rodrigo Karmy.

4. Sea octubre, sea el coronavirus Covid-19, la pregunta (y a veces la burla) que ronda a estos intentos de comprensión es si llegan muy pronto, si, en medio de la crisis, de cualquier crisis, incluso de los muertos, no será mejor el silencio; algunos, quizás, dirán o ya han dicho que es tiempo de actuar, no de pensar, de que hable la ciencia. ¿Aportan o no al momento los intelectuales? ¿Por qué pensar, o no, aquí y ahora?

5. “¿Nos cambia el ojo y el sentir la pandemia y la aparición feroz de la muerte y la falta de control? Por supuesto. Pero eso no significa que debemos detener el ejercicio humano del pensar, de interrogar la escritura de los fenómenos. No todos sabemos de epidemiología, claro; pero seguramente habrá otras disciplinas que tienen algo que decir, quizás preguntar”. Eso escribió en su Facebook Constanza Michelson. Apuntaba a quienes dicen que hoy solo es tiempo de ciencia: “Me parece tan absurdo hacer teoría crítica desconociendo el lugar de la ciencia, como viceversa. Como si no estuvieran ambas posiciones intrincadas”.

6. En un artículo publicado en “Artes y Letras” de El Mercurio, donde se invitó a intelectuales chilenos a reflexionar sobre el momento, el periodista que firma la nota, Roberto Careaga, consigna lo siguiente: “Una de las personas consultadas para este reportaje prefirió no contestar, argumentando que no tenía interés en contribuir a aumentar la cháchara ambiente, disfrazada de debate. Nadie tiene idea realmente”. Si la condición para pensar es no saber (Sócrates), entonces no tener idea realmente de qué pasa o pasará con nosotros y el mundo ahora y después del Covid-19 –si es que algo pasa– es una razón para pensar, para atreverse a pensar, no para acallar o renunciar al pensamiento. Pensar, por supuesto, incluye la opción de reconocer que no tengo nada que decir; se llega a esa conclusión, precisamente, cuando se ha pensado.

Será, quizás, que pensar nunca tuvo que ver con tener la razón, sino con imaginar, ensayar, dudar y atreverse en lo desconocido, en lo que ignoramos. Puede ser un esfuerzo fútil, pero, ¿cuándo ha sido eso un obstáculo para los afanes humanos?

7. Incluso se puede pensar, reflexionar, para criticar los pensamientos y reflexiones apresuradas que ya sentencian un cambio de mundo. ¿Cómo podríamos dejar de pensar y decirnos humanos? Pensar, se entiende, como eso que hace un cuerpo tocado por la realidad, que está en el mundo. Pensar en sentido mundano, no profesional, no académico, o no solamente; pensar como eso que puede hacer y hace cualquiera. A mí me gusta que se esté pensando (y escribiendo) sobre la marcha; por supuesto hay gente que dice estupideces, tal vez aquí mismo hay varias estupideces; pero el error, creo, es pretender que esas reflexiones sobre la marcha sean más que eso, más que tanteos. Puede que sean textos que se terminan en sí mismos y listo. Cháchara, sí, como casi todo lo que hacemos.

8. Quizás el error (o tal vez la falta de pensamiento) esté en quien lee esos libros, artículos y entrevistas como profecías o edictos (para creer o rechazar) en vez de hacerlo como ensayos, tentativas, como oportunidades para hacerse preguntas, también para rebatir, como una posibilidad de seguir pensando, de alimentar la imaginación. Leí en esta misma revista los artículos que ha escrito Agamben sobre el virus; el italiano ha sido el más vapuleado por sus reflexiones, en particular por su primer artículo, publicado poco antes de que en Italia irrumpiera la hecatombe. En él casi dice que el virus es un invento de los gobiernos para imponernos restricciones. Pensar ahora, por supuesto, no se trata de negar la realidad del virus. Sin embargo, en medio de muchas exageraciones, o quizás abstracciones sin contingencia, pienso que Agamben hace preguntas pertinentes, preguntas que hacen pensar (no responder) sobre la condición humana. Lo que tal vez sea señal de que el pensamiento lo hace bien cuando pregunta, no cuando sentencia.

9. A propósito de las restricciones, la cuarentena, el encierro, las limitaciones impuestas, el trabajo a distancia, Agamben pregunta: “¿Qué llegan a ser las relaciones humanas en un país si se acostumbra a vivir de esta manera por no se sabe cuánto tiempo? ¿Y qué es una sociedad que no tiene otro valor que la supervivencia?”. También podríamos preguntarnos, no con moralina, no condenando, ¿qué visión de mundo está detrás del juicio que, ante la disyuntiva de tener que elegir entre dos vidas, escoge la más joven? ¿Por qué una mujer belga, mayor, vieja, pidió que la desconectaran del respirador artificial para cederlo a alguien más joven? “Yo tuve una buena vida”, dijo. ¿Hay que buscar ahí la respuesta?

10. Hay veces en que el pensamiento puede ser tan apresurado que llega antes que los hechos. Le pasó al hombre loco –un personaje de La gaya ciencia de Nietzsche– que constató la muerte de Dios y fue objeto de las burlas de sus contemporáneos; y directamente a Nietzsche, pensando a fines del siglo XIX el nihilismo del siglo XX (no hay futuro, no hay alternativa). También hay casos más concretos, más terrenales y hasta noticiosos; la actualidad puede ser reflexiva: Jürgen Habermas diciendo, en pleno 1967, frente al voluntarismo de los líderes de la revuelta estudiantil alemana que defendían la revolución por cualquier medio, que eso era “fascismo de izquierdas”; o Hannah Arendt, también en plenas revueltas estudiantiles, pero en Estados Unidos, advirtiendo a los jóvenes que destruir las universidades era destruir la posibilidad de existencia de un movimiento estudiantil. O en Chile, en 1980, en el teatro Caupolicán, antes del plebiscito constitucional, cuando Jorge Millas cuestionó las condiciones del mismo y pensó: “El nuevo orden político será, por falta de autenticidad del consenso originario, un verdadero desorden espiritual. (…) El problema de la Nueva Constitución seguirá siendo la gran tarea histórica de los chilenos libres”.

11. Cuando Descartes, en la soledad de su hogar, dijo pienso luego existo, lo que descubrió fue que solo podía tener certeza de que existía cuando estaba pensando, es decir, cuando dudaba. Se piensa, se duda, se existe ahora. John Gray escribió en New Statesman: “Una ventaja de la cuarentena es que puede usarse para volver a pensar. Despejar la mente del desorden y pensar cómo vivir en un mundo alterado es la tarea a mano. Para aquellos de nosotros que no estamos sirviendo en la primera línea, eso debería ser suficiente para este momento”.

12. Por supuesto pueden equivocarse quienes reflexionan y escriben en medio de una crisis, ser desmentidos por el futuro; es lo más probable. Será, quizás, que pensar nunca tuvo que ver con tener la razón, sino con imaginar, ensayar, dudar y atreverse en lo desconocido, en lo que ignoramos. Puede ser un esfuerzo fútil, pero, ¿cuándo ha sido eso un obstáculo para los afanes humanos? “Las ideas –escribió Martín Cerda– trabajan siempre con el futuro. Son el aporte humilde que un hombre, visualmente apaleado por la adversidad, la soledad y la incomprensión, hace a otros hombres que, desde el próximo horizonte, anuncian que todavía es posible otra vida”. Hablar del “coraje de pensar” parece grandilocuencia, puede que lo sea, pero tal vez no significa más que lo que dijeron Pascal y Spinoza: somos un junco endeble, que piensa; y nuestra libertad consiste en ser conscientes de que no somos libres. ¿O no?

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