por Patricio Tapia
por Patricio Tapia I 1 Octubre 2016
Solo uno de cada tres mil hombres “cruza” de género o cambia de sexo. El dato aparece en un libro de Deirdre McCloskey, pero no como una simple estadística, si bien el uso de las estadísticas ha sido una de las áreas debatidas por ella en obras como The Rhetoric of Economics y The Cult of Statistical Significance. Cuando nació, en 1942, Deirdre McCloskey fue llamada Donald y era un saludable varón. Lo siguió siendo hasta pasada la cincuentena. Viril de aspecto y carácter, McCloskey estudió economía en Harvard. Luego fue profesor en distinguidas universidades, entre ellas, la de Chicago, donde conoció y trató a Milton Friedman. McCloskey, de hecho, ayudó a diseminar la doctrina libremercadista de Friedman hasta tierras tan lejanas como Chile, con los Chicago Boys como agentes polinizadores.
Pero a Donald, desde niño, le había gustado vestirse de mujer, furtivamente. Lo seguirá haciendo incluso después de casado (a lo que su esposa consentirá como una excentricidad privada), ya siendo padre de dos hijos. Hasta que, en 1995, con 53 años, decide que quiere ser una mujer, pasar al otro lado del espejo. Es esa transición y sus detalles y costos de todo tipo (físicos, económicos, profesionales, sociales y familiares) los que relata en sus memorias Crossing (“Cruzar”, 1999). Con episodios a ratos divertidos, a ratos desolados, las heridas familiares son las más serias: su hermana psicóloga intentó más de una vez internarlo en una institución psiquiátrica; su esposa y sus dos hijos adultos no volvieron a hablarle.
McCloskey pensaba que lo perdería todo, pero su carrera académica sobrevivió. Entonces era profesor en la Universidad de Iowa, luego lo será en la Universidad de Illinois en Chicago (en ámbitos variados: economía, historia, literatura). El más ambicioso de sus proyectos ha sido un estudio sobre los orígenes de las modernas economías en base a la revaloración de la burguesía y las virtudes, es decir, con un fundamento en la vida ética. Su trilogía sobre la era burguesa se inició con Las virtudes burguesas (2006; ahora traducido por FCE), a los que han seguido Bourgeois Dignity (“Dignidad burguesa”, 2010) y Bourgeois Equality (“Igualdad burguesa”, 2016).
Ha completado recientemente una trilogía sobre la virtud, la dignidad y el valor de la muchas veces vilipendiada burguesía. ¿Cómo la clase media se convirtió no solo en respetable, sino que habría catalizado la riqueza occidental?
No fue solo la clase media, sino todos los plebeyos, la gente común gobernada por la aristocracia y los sacerdotes. Entre ellos la burguesía iba a la cabeza, por supuesto, como incluso Marx y Engels lo enfatizaron en El manifiesto comunista. Pero después del 1800 aproximadamente, lo que a la masa de la gente común se le permitió por primera vez, en algunos países, fue poner a prueba inventos, ya sea mecánicos (la máquina de vapor) o institucionales (la moderna universidad de investigación). Cuando lo lograron, muchas personas pobres se convirtieron en burgueses. Ese poner a prueba fue permitido por el liberalismo, la nueva doctrina en el siglo XVIII que Adam Smith llamó “el sistema obvio y simple de la libertad natural”. Comenzando en Holanda y luego en Inglaterra y Escocia y las colonias inglesas de América del Norte, una revaloración burguesa dio dignidad a lo que los comerciantes, fabricantes e inventores hacían. Dejar que las masas de gente pusieran a prueba sus ideas para lograr mejoras causó un Gran Enriquecimiento, sin precedentes. El ingreso per cápita real diario en el mundo aumentó de dos dólares en 1800, expresado en valor de 2016, a 33 dólares ahora (el ingreso, por ejemplo, del Brasil actual). En Chile es mayor y en lugares con una historia de liberalismo aún más larga, como Gran Bretaña y Estados Unidos, es de más de 100 dólares.
Sostiene usted que son los valores burgueses, antes que las circunstancias materiales, las que logran ese “gran enriquecimiento” de la humanidad. ¿Piensa que las ideas son el motor de la historia?
Sí. En cierto modo, es obvio. Después de todo, no se puede tener minería de cobre o aire acondicionado sin que alguien piense esas posibilidades. Mi punto es que la acumulación del capital, o la existencia de buenas instituciones, o el implantar la explotación, que son las principales circunstancias alternativas a las ideas, son ubicuas (China en el año 1500, por ejemplo, las tenía todas). Y que esas circunstancias fueron y son intermediarias, causadas por buenas ideas de inversión, digamos. A falta de ideas, todos siguen el impulso, por así decirlo. No son transformadoras por sí mismas. Usando la economía, se puede demostrar que su fuerza económica no es suficiente para explicar el aumento de 3.000% en los bienes y servicios disponibles para la persona promedio japonesa o francesa desde 1800 hasta el presente. Lo que es suficientemente importante como para explicar el Gran Enriquecimiento es el nuevo respeto por la superación.
¿Por qué varió el número de libros de la serie sobre la era burguesa en su planificación: en el primer tomo habló de cuatro volúmenes; en el segundo, de seis?
Porque aprendí —y mucho— a lo largo del camino, y tuve que seguir cambiando de opinión. No sabía lo que sé ahora, digamos, en 1994, cuando escribí el primer ensayo sobre el tema. Los 22 años transcurridos desde entonces no fueron solo cuestión de escribir lo que sabía en 1994. Y finalmente decidí que, si bien una trilogía podría considerarse un tanto autocomplaciente, una tetralogía, para no hablar de una hexalogía, era una abominación.
En Las virtudes burguesas rechaza una especie de obsesión de los economistas con la prudencia. ¿Por qué?
Los actores económicos reales son personas reales que combinan todas las virtudes principales —y los correspondientes vicios—: prudencia, sí, pero también justicia, templanza, valor, fe, esperanza y amor, y todas las virtudes particulares que pueden construirse a partir de combinaciones de estos elementos en las moléculas de, por ejemplo, la honestidad, la integridad o la diligencia. El modelo del economista desde Paul Samuelson (compañero de dobles mixtos de tenis de mi madre, por cierto) y mucho antes de él, Jeremy Bentham, ha sido que solo se necesita prudencia. ¡Es un error! El emprendimiento, por ejemplo, es una mezcla de valor y esperanza con prudencia.
Entre los supuestos “vicios” burgueses se cuenta la hipocresía, especialmente sexual. ¿Sintió eso con su cambio de sexo?
Si se refiere a que como un hombre me sentí fingiendo ante mí mismo, no, eso no es lo que sentía. Cuando yo fui un hombre fui uno y me gustaba mucho. Fui capitán de mi equipo de fútbol americano de secundaria, por ejemplo. Es simplemente que sabía, y llegué a saberlo de manera especialmente aguda a los 11 y luego a los 53 años, que quería lo otro. Es como ser abogado, pero querer, en realidad, ser político. Se puede ser muy feliz en la abogacía, pero aún así saber que lo otro sería mejor para ti si pudieras mágicamente conseguirlo. Por cierto, no lo llame “cambio de sexo”. El cruce de género no tiene nada que ver con a quién amas, ni cómo. Tiene que ver con lo que eres. No se trata de placer sexual.
Como historiadora y economista, ¿cree que su cruce de género tuvo alguna incidencia en su trabajo?
Yo sería la última persona en saber si impidió a otros ofrecerme algún insigne trabajo u honor. Pero para mi sorpresa encontré que podía seguir impartiendo clases. Yo esperaba perder mi carrera (aunque no mi familia matrimonial, sin embargo, ellos no han hablado conmigo desde 1995). Sí afectó mi visión del mundo económico. Dejé de pensar que la economía tenía que ser siempre sobre el juego de niños del samuelsonianismo, y que también podría implicar de forma importante la fe (o la identidad), la templanza, el amor, la justicia, y el resto. Bromeo diciendo que no sé si una visión tan madura provenía de haberme hecho más viejo y sabio. . . o de haberme convertido en una mujer.
En Las virtudes burguesas afirma: “Abogo por el laissez-faire y sueño con que haya, literalmente, un tercio a un quinto del gobierno que tenemos ahora”. Esto es bastante más que una defensa del libre mercado, es reducir al Estado al máximo. ¿Es una muestra de “libertarismo”?
Gran parte de lo que hacen los gobiernos podría hacerse mejor por empresas privadas (aeropuertos, protección contra incendios, carreteras) o significa la transferencia de dinero desde gente pobre a gente rica (los subsidios y protección agrícolas, educación superior gratuita). Los gobiernos deberían ser fundamentalmente locales, no nacionales, de manera que los votantes entendieran vívidamente que “no hay almuerzo gratis”. Nadie en un pueblo pequeño piensa que todo el mundo puede ser gravado con impuestos para proporcionar subsidios a todo el mundo (la fórmula para el desastre en Argentina desde Perón). Podríamos hacer algo mejor con un gobierno mucho más pequeño, especialmente en países con gobiernos corruptos (lo cual cubre aproximadamente el 90 por ciento de la población del mundo).
¿Tuvo Milton Friedman importancia en sus ideas libertarias?
Sí. Yo enseñé durante 11 años, de 1968 a 1980, en la Universidad de Chicago. Milton pasó una buena cantidad de tiempo en el Instituto Hoover en Stanford, pero cuando regresó él era una presencia importante. Por ejemplo, en 1977 o por ahí, él impidió que el departamento hiciera un acuerdo con el Sha de Irán para educar a estudiantes de doctorado de las universidades iraníes. Él dijo: “No podemos hacer un trato con un dictador empapado de sangre”. Todos nos avergonzamos y abandonamos la idea.
Pero no tuvo problemas para vincularse con el régimen de Pinochet. Claro que usted señala en una nota de “Dignidad burguesa” que él nunca (después de la guerra) aconsejó a ningún gobierno o aceptó dinero de ellos, incluyendo a Pinochet, negándose a recibir grados honorarios de las universidades estatales chilenas…
Es que así fue. Nuestro acuerdo en Chicago se hizo con las Universidades Católicas de Brasil y Chile, antes de que los países se convirtieran en dictaduras. Milton habló con Pinochet una vez, durante 45 minutos, aconsejándole frenar la inflación. Pero él le dijo cosas idénticas, en reuniones más largas, al gobierno chino comunista. Nadie en la izquierda lo objetó. Por otra parte, yo misma probablemente le enseñé a tantos Chicago Boys como Milton, en el curso de posgrado de introducción a la microeconomía que impartí durante 10 años. Ni Milton Friedman ni yo ni Albert Harberger enseñamos a nuestros estudiantes a acorralar a izquierdistas en los estadios de fútbol y dispararles.
A los “libertarios” a menudo se les acusa de dar poca importancia a la igualdad.
Lo importante es la pobreza, no la igualdad. Si se resuelve la pobreza teniendo un rápido crecimiento económico, el resultado es, de hecho, que la igualdad de consumo básico, como tener un techo sobre la cabeza y lo suficiente para comer, se incrementa. Así ha sido, desde 1800 o 1900 o incluso 1950, hasta ahora. Para más detalles, se puede leer en internet mi larga reseña del libro de Piketty. Podemos garantizar la pobreza. No podemos lograr fácilmente la igualdad, sin arriesgar las posibilidades del pobre para prosperar. Hay que mirar un país como Venezuela y contrastarlo con Chile. ¿Qué es lo que queremos: una tiranía (que es la única manera de lograr la plena igualdad), que termina en pobreza para todos, como en Cuba o Corea del Norte, o una sociedad libre y prospera?
En otro de los temas que la han ocupado, ¿cuál es el problema con la “significación estadística”?
La primavera pasada, la Asociación Americana de Estadística publicó un informe diciendo, en esencia, que es tonto pensar que los números contienen ellos mismos un juicio sobre su importancia o significado. He estado diciendo esto durante 30 años. Pero Kenneth Arrow (por citar un Premio Nobel de Economía) lo dijo en 1957, Friedman muchas veces y el inventor de la así llamada prueba-t, William Sealy Gosset, hace 90 años.
¿Se puede, con estadísticas, demostrar lo que se quiera?
No, aunque quienes no son estadísticos lo dicen todo el tiempo. Es pueril pensar que los números o las palabras sean infinitamente flexibles y podamos seguir manteniendo toda opinión que queramos sin tener en cuenta los hechos. Cuando Trump dice que Obama no nació en los Estados Unidos, él no puede desdecirse. Cuando las estadísticas dicen que el ingreso nacional per cápita de Chile ha crecido de forma espectacular desde 1990, así es.
Argumentar a favor del capitalismo con la multiplicación del ingreso per cápita, ¿no es un mal uso de las estadísticas?
Por supuesto que no. El ingreso per cápita real es una buena medida de las posibilidades que la persona promedio o mediana o pobre tiene. No mide la felicidad, pero te dice que los chilenos que en 1970 no podían comprar un auto, ahora sí pueden.
Como consecuencia de la gran crisis financiera en 2008 hay quienes han visto la decadencia de Occidente y el fin del capitalismo. Usted, supongo, no lo ve así.
Mis buenos amigos de la izquierda han dicho que cada recesión fue la Última Crisis del Capitalismo. . . desde la recesión de 1857. Hemos tenido 40 recesiones desde la década de 1790 y seis o más de ellas han sido tan malas como la de 2008, entre las que la Gran Depresión fue mucho, mucho peor. Sin embargo, en todos los casos los ingresos de la gente pobre han sido mayores después de la recuperación que en el punto más alto anterior. Cada vez. No suena como una decadencia para mí. He estado escribiendo contra la idea de “decadencia” desde que tenía 24 años, es decir, ¡hace 50 años! Si China e India, o Chile y Botswana, lo hacen bien, los países “más viejos”, como Gran Bretaña o Francia, no empeoran. Se hacen mejores, por el comercio, con los países ahora más ricos. El comercio y el crecimiento no es un juego de suma cero mundial.
Los economistas suelen ser vistos haciendo siempre un análisis costo-beneficio. En Crossing ha detallado el alto costo del cruce de género. ¿Cuáles han sido los beneficios?
Está en un error. El cruce de género, ya sea de hombre a mujer o de mujer a hombre, no es caro. Cuesta casi lo mismo que un auto nuevo, y no uno caro. Cuando veo los autos nuevos en la calle me lleva a preguntarme: “¿Por qué todas estas personas no cambian de género? Espera, Deirdre. Ellos no quieren cambiar de género”. No hay “beneficios”. Decidir sobre el género no es una cuestión de costo y beneficio. No es, de hecho, como comprar un auto. Es una cuestión de identidad.
Estaba pensando en los costos y beneficios “emocionales”.
Es una locura —aunque característica de la economía— pensar en una decisión de este tipo en términos de costo y beneficio. Supongo que si hubiera nacido en Afganistán bajo el régimen talibán no lo hubiera hecho, ya que el “costo” es la ejecución. Pero para una persona nacida en un país libre como Chile o Estados Unidos, es una cuestión de identidad, no de cálculo.
Deirdre McCloskey dará una conferencia el jueves 6 de octubre, a las 08:30 horas, en el Hotel W (Isidora Goyenechea 3.000, piso -3, Las Condes). Para más información visita www.laotramirada.com.