por María José Viera-Gallo I 12 Marzo 2025
Para ninguna escritora debe ser fácil despertarse todos los días convertida en personaje de una “saga literaria” escrita, dirigida y protagonizada por su marido.
Hasta hace poco, Linda Boström era solo Linda, la mujer de Karl Ove Knausgård, protagonista dominante de Un hombre enamorado y Fin, dos de los seis volúmenes de su proyecto autobiográfico titulado Mi lucha. La pareja de escritores se conoció en un workshop de escritura, en Suecia, a fines de los años 90, estuvieron casados entre el 2007 y el 2016, tuvieron cuatro hijos y una sobreexposición mediática inusual para la escena literaria escandinava. Una vez que todo se apaciguó —el estrellato del autor noruego, las demandas judiciales de la familia de ella y también el matrimonio—, Linda dejó de ser la “mujer de” y escribió velozmente dos nouvelles prodigiosas: Bienvenidos a América (2016) y Niña de octubre (2019). En un ejercicio literario opuesto al de Knausgård, condensó su biografía en un centenar de páginas y devolvió la auto-ficción al lenguaje ambiguo del arte.
Todo lo que sabíamos de esta autora de 52 años, nacida en Suecia en 1972, lo sabíamos por las novelas de su marido. Allí, tenía una profesión intermitente —libretista de documentales radiofónicos y un intento por ser actriz—, era depresiva, estaba sobrepasada como madre y dueña de casa, y aspiraba a ser escritora. También dormía durante la mayor parte de las páginas, se sulfuraba, desaparecía, se aislaba, mientras Karl Ove criaba, limpiaba, ordenaba la casa y se las arreglaba para escribir.
Sin quejarse ni victimizarse, Linda Boström no solo aceptó su personaje secundario, sino que defendió la libertad de su marido para escribir sobre sus vidas en favor de la calidad literaria. Criada en la ética del teatro sueco (su madre era actriz) y formada en las obras de Ingmar Bergman (a quien conoció) y en las lecturas de la mitología griega, Linda Boström nunca le temió a la crueldad. Que la trataran de desastre doméstico o que se enterara de la infidelidad de su Knausgård leyendo el manuscrito de Un hombre enamorado, era parte del peligroso juego de la no ficción. Su crítica era más bien conceptual.
“Su visión sobre mí fue limitada, vio solo lo que quiso ver, como si no me conociera”, le dijo a la prensa. “Leerlo fue como sufrir una pérdida, pero luego pensé que quizás Karl Ove era el tipo de escritores hombres que no saben escribir sobre mujeres”.
Si bien la autora sueca publicó dos libros mientras estaban casados (Grand mal, cuentos, y la novela The Helios Disaster), Knausgård nunca ahondó en su relación literaria. “Tenía un lenguaje y una fuerza sugestiva que me llegaron directamente al corazón —escribe al pasar en Fin—, algo al mismo tiempo desnudo y fuerte, desvalido y magistral, bajo un cielo invernal chispeante de frío”. O comenta con algo de mansplaining: “No era consciente de su talento. El problema de Linda era que escribía poco y sin fe en sí misma. Lo suyo llegaba a golpes repentinos, durante unas horas de luz y luego desaparecía”.
“Nadie tenía que decirme que se me daba bien escribir”, le responde sutilmente Linda Boström en Niña de octubre, suerte de secuela de Fin. “Yo sabía que apenas me sentara a escribir, vendrían las palabras. Lo sabía igual que uno sabe que, en un combate, podría matar a alguien”.
¿Cómo escribe libros tan precisos, tan afilados y tan emotivos?, se preguntó la crítica al descubrirla. Algo de su proceso creativo deja entrever en su última novela. “Sigo la corriente de palabras y nada sale mal. Si está mal, lo noto enseguida. Siento algo así como una angustia y puedo desechar 50 páginas si me doy cuenta de que me han conducido al punto equivocado”.
Boström, quien ahora vive en Londres, cerca pero no tanto de Knausgård (él se volvió a casar, esta vez con su editora británica y tuvo otro hijo), ha dicho que no le gusta el término autoficción y que a pesar de escribir sobre sí misma, no muestra todo en sus libros. “Vengo de la poesía, del lenguaje rítmico, conciso, y no quiero que el texto se desborde”. Quiere, sospechamos sus lectores, controlar aquello que en la vida se desborda.
Si la lucha del autor noruego fue “fundir literatura y vida”, la de ella fue no fundirse. Detener el vaivén de su bipolaridad, superar las terapias de electroshock (TEC) normalizadas en Suecia y congeniar cuatro posnatales con relámpagos de escritura.
En Bienvenidos a América (premiada en Suecia) pone al centro de la escena a una niña doble de ella, Ellen, quien decide dejar de hablar cuando se cumple su deseo secreto: que su padre muera. “Uno cree que quiere que se cumpla lo que desea. Pero no es verdad. Uno nunca quiere ver cumplidos sus deseos. Es algo que altera el orden. El orden tal como uno quiere que sea en el fondo. Uno quiere que lo decepcionen. Quiere resultar herido y luchar por la supervivencia. Quiere que para su cumpleaños le hagan el regalo que no toca”, dice la narradora. La niña deambula por la casa sola con su culpa, esquivando a un hermano sádico, segura de que ha matado al padre demente que la humillaba, y protegida por una madre actriz entrañable que acepta su performance, su disociación con la realidad, y respeta su voto de silencio. La autora cree en el derecho a no hablar, a quedarse en silencio cuando no se quiere o no se puede decir nada. Se describe a sí misma como una niña que no caía bien, que no respondía cuando le hablaban, que escribía poemas en papeles arrugados y soñaba intensamente con otro padre. En su juventud andaba a caballo, leía y acompañaba a su madre a las funciones de teatro, donde memorizaba los textos que escuchaba.
La bipolaridad de su padre trastocó su infancia y su juventud. Cuando a los 20 años fumó por primera vez hachís, tuvo un ataque de paranoia y descubrió que ella también había heredado el trastorno. “La oscuridad se me iba adentrando de a poco. La única que seguía siendo luminosa era mi madre. La oscuridad se apartaba a un lado a su paso”, recuerda en Bienvenidos a América.
La oscuridad vuelve a ser nombrada en Niña de octubre, donde tras sufrir un brote de euforia —narrada con cierta distancia irónica por Knausgård en Fin— pasa un año encerrada en un centro psiquiátrico, al que se refiere como “la fábrica”. Describe los electroshocks a los que se somete como “beber oscuridad”. La escritura, como “una profesión pésima. Ningún alivio. Ningún consuelo”.
Más que autobiográfica, esta novela se siente como una plegaria confesional, hermana contemporánea de La campana de cristal, de Sylvia Plath, en su intento de transparentar el horror, la fragilidad y los momentos de redención que puede sentir alguien al borde de perderlo todo, incluso sus recuerdos. “Estoy sola conmigo misma. No tengo ningún amigo en la ciudad en que vivo y mi marido me ha dejado. Se cansó de ser él quien mantenía todas las conversaciones con los niños cuando nos sentábamos a la mesa. (…) Yo estaba mucho tiempo fuera. Pasaba muchas temporadas en este hospital. Mi enfermedad nos hundía a todos. Era una existencia que él no deseaba. Todo nuestro amor se transformó en un jersey que pica, del que había que deshacerse. En cuanto te quitas el jersey, las cosas vuelven a estar bien”.
¿Por qué Knausgård no le dedicó más páginas a la enfermedad de su mujer?
Solo al final de la saga, en Fin, nos enteramos de que Linda no es simplemente floja, insegura, con baja autoestima, sino bipolar, una palabra que ha omitido, ya sea por pudor o porque es incapaz de reconocer una lucha que no sea la suya.
A pesar de esto, no todo es ajuste de cuentas en Niña de octubre. Mágica y a la vez real como lo puede ser el fenómeno del sol de medianoche en el norte de Europa, Boström también lanza “recados” para su exmarido, interpelándolo con una claridad escalofriante.
“Creía que estaba escrito en las estrellas que estaríamos juntos los dos, él y yo. Eso fue lo que te dije cuando me dijiste que querías separarte [en la versión de Fin es un mutuo acuerdo]. Hace mucho que no te comportas como si estuviera escrito en las estrellas, dijiste, y entonces cogimos el coche y fuimos por el campo y estuvimos hablando y casi era verano, todo estaba en flor y en medio de toda aquella sensación de que ahora, justo ahora, se derrumban las paredes a mi alrededor”.
Dueña al fin de su personaje y de su lucha, es ella quien ha escrito la última página.