¿Es posible combinar el modelo económico con respeto al medioambiente, inclusión y sustentabilidad? Y si es así, ¿cómo hacerlo? Estas son las preguntas que atraviesan Capitalismo, ensayo en el que Jeannette von Wolfersdorff combina economía, historia y ciencia, para entender la necesidad de una mayor regulación y transparencia de los mercados, así como para reconocer las tendencias autodestructivas de estos, como son la concentración económica y no encontrar reconciliaciones con la sociedad a tiempo. Especialmente incisiva es su crítica a la élite financiera de nuestro país: “Los líderes empresariales de Chile parecen lejos de querer dimensionar la importancia de hacerse parte del desafío de modernizar los mercados, aun cuando de ello dependa el crecimiento económico, al igual que la calidad de la democracia chilena”.
por Paula Escobar Chavarría I 9 Noviembre 2022
Salvar al capitalismo de sus tendencias (auto)destructivas se propone la economista Jeannette von Wolfersdorff en su libro Capitalismo, una historia de innovación, inversiones y ser humano, un largo y documentado viaje por el sistema económico predominante, que no duda en definir como “el mejor modelo económico posible”, pero que invita decididamente a reformar.
Economista de la Universidad de Aquisgrán (Alemania), en 2015 fundó en nuestro país el Observatorio del Gasto Fiscal, que promueve la transparencia en el gasto público. En 2017 fue la primera mujer en ingresar al directorio de la Bolsa de Santiago. Entre 2018 y 2020 fue miembro del consejo presidencial para la modernización del Estado, y en 2020 fue presidenta de la Comisión Asesora Ministerial para el Gasto Público. En mayo de 2022 fue invitada por BHP a integrar el directorio de la Fundación Chile. Y en julio fue nominada por el Presidente Boric para conformar el Consejo Fiscal Autónomo, lo que fue ratificado ampliamente por el Senado.
El largo debate en Chile sobre el “modelo”, que ha adquirido especial intensidad en los últimos tres años —estallido, pandemia, nueva Constitución, nuevo gobierno—, se beneficia con la mirada de la autora en este libro necesario y equilibrado, con tanta mirada histórica como apertura al futuro, es decir, donde hay que innovar. Porque Von Wolfersdorff se da a la tarea de contestar preguntas esenciales: ¿Qué capitalismo es viable en estos tiempos? ¿Es posible combinar el capitalismo con respeto al medioambiente, inclusión y sustentabilidad? Y si es así, ¿cómo?
Como la autora señala, estamos en un momento de inflexión no solo en Chile sino en el mundo, para definir modos de vivir, producir y consumir; de relacionarnos socialmente, de construir sociedades viables. La economista se tomó un año completo para plasmar estas ideas con precisión, casos y mucha información.
De 300 mil años datan los registros de seres humanos que emprendieron largos viajes para proveerse de materiales que les permitieran perfeccionar sus herramientas. “Probablemente —relata la autora—, ya en ese tiempo se inventaron las primeras formas de intercambio o comercio”. Esa capacidad, movilización y tipo de relación permitió la sobrevivencia de la especie. Han pasado cientos de miles de años y, para Von Wolfersdorff, “la innovación acumulada por nuestra especie ha significado un nivel de bienestar que ha aumentado exponencialmente”.
En el libro, la economista explica y desarrolla cuáles han sido los beneficios del capitalismo y la innovación para el progreso de la humanidad. No adhiere a discursos “anticapitalistas”, sino que va relatando con ejemplos y datos el potencial y las virtudes de este sistema, para luego abordar sus tendencias autodestructivas y sus efectos negativos en el medioambiente y en la sociedad. También, muy interesantemente, aborda cómo este se relaciona con aspectos y capacidades muy centrales de los seres humanos, como la curiosidad y la creatividad, la capacidad de cooperar y/o competir. Fuerzas que pueden desatarse (o paralizarse), dependiendo de los contextos en que el capitalismo se desarrolle.
“Los mercados funcionan gracias a dos conceptos principales que han sido claves para la evolución humana: la competencia y la cooperación. Ambos son importantes y complementarios en su efecto para la innovación y el funcionamiento de los mercados, aunque estén también en constante conflicto. Todas las personas —y todas las empresas— se enfrentan, de hecho, con frecuencia a ese dilema fundamental: la búsqueda del interés propio en el corto plazo, versus el interés grupal a largo plazo”, escribe.
Cómo desanudar ese falso binarismo es una de las claves. Porque la ganancia únicamente de corto plazo es una apuesta que omite los “costos hundidos” y, por tanto, la integralidad de las consecuencias. El capitalismo cortoplacista declara creer y valorar la competencia y la innovación, pero en realidad, como señala la autora, las restringe. El juego de suma cero no es ni realmente competitivo (con una cancha pareja) ni innovador.
La pandemia —ahora quizás ya se pueda afirmar que vivimos en la fase endémica del covid— ha reflotado con mucho énfasis los debates en torno a lo público y lo privado, el rol del Estado, las soluciones sistémicas, la necesidad de organismos que velen por el bien público, incluso a nivel global.
Pero el marco ya estaba dado por la cuarta revolución industrial, de la que la autora da cuenta en su libro, concordando con Klaus Schwab (fundador del Foro Económico Mundial). Esta fase histórica se distingue por ser “una fusión rápida y sistémica de los ámbitos físico, digital y biológico, apoyada en la inteligencia artificial, la ingeniería genética, la computación cuántica y otras tecnologías. La escala, el alcance y la complejidad de su impacto serán probablemente diferentes a cualquier cosa que la humanidad haya experimentado antes”, escribe.
Una era que cambia todos los paradigmas y que, tal como ha señalado el mismo Schwab, requiere, como nunca, salir del modelo del capitalismo del “accionista” y pasar al de los stakeholders, es decir, a uno que vea los intereses y el beneficio de todas las partes involucradas y que deje entonces atrás el paradigma de satisfacer el interés de corto plazo de los dueños de las acciones. Schwab lleva 50 años, desde el foro de Davos, haciendo notar la necesidad de esta mirada. Pero hoy se hace imprescindible.
La autora pone como horizonte un “capitalismo de bienestar”, que se caracteriza por estar bien regulado, reconocer las fallas en los mercados e identificar las tendencias autodestructivas, como lo son tender a la concentración económica y no encontrar reconciliaciones con la sociedad a tiempo.
Cuando se trata de dinero y poder, los seres humanos tenemos sesgos, y la autora los revela. Una arista muy interesante que explora dice relación con los orígenes de comportamientos irracionales de los mercados. Los orígenes dentro del cerebro mismo: “Es interesante preguntarse si una parte de las dificultades para lograr una adecuada regulación de los mercados podría ser consecuencia del funcionamiento y de la arquitectura de nuestro cerebro, es decir, de nuestro sistema cognitivo y emocional”. Luego detalla distintas investigaciones en el campo de la neurociencia, que alertan y ayudan a entender “los desafíos neurológicos del capitalismo”. En primer lugar, pone sobre la mesa el rol del narcisismo, en especial su versión grandiosa. Ese rasgo, cuando se da junto con tener poder, es muy riesgoso para las empresas. Después de una revisión de más de 150 estudios académicos, la mitad de ellos posteriores a 2015, los profesores Charles O’Reilly (de Stanford) y Jennifer Chatman (Berkeley) concluyeron que los líderes narcisistas son “un importante y quizás creciente desafío organizacional para las empresas, que no debe tomarse como algo trivial”. El problema de fondo, según O’Reilly, es que los narcisistas tienen un funcionamiento cerebral distinto del común de las personas: “Saben que están mintiendo y no les molesta. No sienten vergüenza”.
Por otro lado, los hombres pueden tener una concentración de testosterona entre tres y 10 veces mayor o incluso más que las mujeres, lo que los vuelve más proclives a un comportamiento que privilegia las recompensas individuales y el dominio del otro. “Al recibir más poder —dice Von Wolfersdorff—, las personas con altos niveles de testosterona tienen una mayor probabilidad de tomar decisiones motivadas por la codicia, que pueden ser antisociales o corruptas”.
Además, se gatilla una correlación con niveles más altos de dopamina, que funciona como un sistema interior de premio y motivación, explica Von Wolfersdorff. “Las personas con alto nivel de testosterona son especialmente sensibles a ir por más y, además, pueden tender a ser más agresivas”.
Que personas así estén en la primera línea del poder económico, por ejemplo, aumenta la posibilidad de que la mirada cortoplacista predomine. De allí la necesidad de la diversidad en los cargos altos, el accountability. Hay que encontrar incentivos para que personas así y que estén en el poder, evolucionen. Por ejemplo, plantea ella, que ganen mucho menos cuando no logren crear valor para todos —y no solo para sí—. Cómo hacer que el mercado opere en beneficio de toda la sociedad requiere un esfuerzo institucional que, a juicio de la autora, no se ha dado aún.
El libro trasunta un llamado urgente a que quienes lideran los sectores empresariales se abran a esta necesaria evolución. Algo que observa con dudas la autora. No ve interés en modernizar los mercados: “Hasta el momento, los líderes empresariales de Chile parecen lejos de querer dimensionar la importancia de hacerse parte del desafío de modernizar los mercados, aun cuando de ello dependa el crecimiento económico, al igual que la calidad de la democracia chilena. En línea también con algunas tendencias internacionales, lo que prevalece es la visión de que el éxito económico pasado fue, ante todo, resultado del trabajo y no tanto de los privilegios. Desde esta perspectiva, quien no tiene éxito económico es alguien que no trabaja lo suficiente”, se lee.
Esa falta de conciencia sobre el propio privilegio —y la falta de ellos de gran parte de la población— es una peligrosa ceguera. Una que lleva, además, a la homogeneidad dentro de aquellos grupos, reforzados por un tipo de pensamiento y de trayectorias vitales muy similares.
No solo es la falta de mujeres, sino también de personas de otras regiones, culturas, barrios, carreras, que puedan ayudar a completar una mejor idea del “bien común”.
“A menos que en algunos países estén obligados por ley, en general la mayoría de los directorios de las empresas grandes destacan por su falta de diversidad, pese a que esta característica permitiría una competencia abierta y constructiva de ideas. Este es el caso de Chile, donde se pueden observar directorios de empresas con una alta presencia de abogados, familiares y exautoridades de Estado, personas conectadas políticamente que, a menudo, repiten asiento en otras empresas del mismo grupo económico. Esos directorios no buscan impulsar nuevas ideas ni la innovación, sino defender o ampliar el statu quo mediante gestiones políticas”, escribe.
El estilo de liderazgo “patronal” chileno es otro de los problemas. “La complejidad de regular el mercado en Chile —escribe— no solo se debe a su tamaño reducido, sino también a otro factor: Chile tiene una cultura especialmente jerárquica, de origen colonial. En la década de 1830, de hecho, Charles Darwin le asignó al país un carácter “feudal”.
Esta forma de organizar la sociedad de manera muy vertical, no ayuda a ampliar la mirada hacia un capitalismo que esté al servicio del bien común, pues descansa en las decisiones de —por lo general— un hombre. Para la autora, transformar el capitalismo en Chile es un desafío sistémico, que requiere un proyecto país. Plantea como modelo posible una “economía ecológica y social de mercado”, inspirándose en el debate de la Alemania de posguerra en la década de 1950 o también un New Deal, al estilo norteamericano posdepresión. “Si se busca sostenibilidad y crecimiento a la vez, el proyecto país para Chile debería impulsar necesariamente una mayor innovación en los mercados. Lograr eso requiere elaborar una estrategia que promueva tanto una mayor competencia en la economía, como una mayor cooperación entre economía y sociedad”.
El desafío, entonces, es ampliar, conectar con la sociedad, regular, desconcentrar y, por cierto, aumentar los niveles de transparencia, uno de los temas relevantes para la economista: “En Chile, el lobby de las empresas es central para explicar el estallido social de 2019: durante décadas, el lobby ha mostrado justamente su único interés de extraer valor para unas pocas empresas, en vez de crearlo, acorde a los objetivos compartidos de la sociedad”.
Asimismo, la autora deja bastante claro que para alcanzar un modelo distinto no basta solo con redistribuir. Es importante, pero no suficiente. No basta solo con hacerse cargo de las “externalidades negativas”. En esta encrucijada histórica hace falta mucho más.
“Observar excesivas concentraciones de riqueza, y considerar su carácter autorreforzante, pero solo responder con la aplicación de impuestos y transferencias posteriores, es parecido a sostener sistemas públicos que contemplan la venta de alimentos dañinos para la salud y la contaminación del aire, pero que a la vez ponen su foco y sus recursos principalmente en sanar a las personas después de enfermarse”, concluye Von Wolfersdorff.
Fotografía de portada: Emilia Edwards.
Capitalismo, Jeannette von Wolfersdorff, Taurus, 2022, 376 páginas, $16.000.