La autora de Brit(ish) vuelve con un libro sobre cómo los ritos y prácticas de la belleza y el cuerpo son el vehículo para interrogar ideas de raza, poder, supremacía y violencia colonial, el costo menos evidente y más íntimo de los proyectos imperiales y cristianos de Europa. La forma en que envejecemos, por qué algunos se depilan y cómo los tatuajes se convirtieron en estigma, son algunas paradas de su recorrido por la estética y el adorno.
por Lucía Vodanovic I 26 Noviembre 2024
Hace unos años, la escritora, abogada y periodista Afua Hirsch (Stavanger, Noruega, 1981) fue a una boda en Accra, la capital de Ghana. La pareja, también abogados, eran jóvenes, profesionales, asertivos. La novia andaba de blanco, radiante, con una manicura francesa, un vestido sin tirantes, el pelo tomado y pocas joyas. La relativa simpleza de su atuendo había sido pensada para acentuar el foco principal de su tenida: una porción significativa y oscura de pelo negro en el centro de su pecho. Su apariencia no estaba planeada para atraer criticismo sino admiración, no como un acto feminista sino uno para lucir un atributo —una mujer con pelo en el cuerpo, en lugares obvios y en otros que no lo son tanto— que una tradición ghanesa considera deseable.
Esta es una de las muchas historias que Afua Hirsch cuenta en Decolonising My Body: A Radical Exploration of Rituals and Beauty, donde los ritos y prácticas de la belleza y el cuerpo son el vehículo para interrogar ideas de raza, poder, supremacía y violencia colonial. Hirsch nos habla del costo menos evidente de los proyectos imperiales europeos en África, Asia y Latinoamérica, una dimensión menos obvia, pero más íntima de la imposición del modelo cristiano occidental en el resto del planeta: la forma como nos relacionamos con nuestra apariencia, valores que se atribuyen a ciertos ideales físicos, la relación que tenemos con nuestros cuerpos y la forma en que envejecen. En el caso del pelo en el cuerpo, las actitudes eran diversas (algunas comunidades indígenas lo consideraban hermoso, otras lo removían; los europeos, en general, no eran lampiños, dice Hirsch, hasta que Charles Darwin publicó su teoría sobre la evolución de las especies. Desde entonces, el pelo corporal empezó a entenderse en Europa como una resaca de nuestro pasado primitivo, nuestra cercanía, como simios, al mundo animal y, por lo tanto, en contradicción con los ideales de racionalidad, humanidad, ilustración y progreso. Al mismo tiempo, la producción industrial de carne comenzó a masificarse y se volvió imposible sacar a mano el pelo de los animales en el matadero, lo que llevó al desarrollo de nuevas combinaciones químicas de cal, sulfuros, cianuros y aminas para hacer todo el proceso más rápido y eficiente. De sacarle el pelo a los chanchos, se pasó a hacer lo mismo con la piel humana, especialmente con la de las mujeres.
Hirsch inventa un concepto, “síndrome de deficiencia ancestral”, que suena complicado, pero que se refiere a la experiencia de sentir que el colonialismo, el capitalismo y la globalización interrumpieron prácticas y conocimientos antiguos que entregaban un cierto sentido de coherencia y pertenencia a un grupo. La fascinación por reencontrarlos se parece al término “progonoplexia” (obsesión por los antepasados) o “ancestoritis”, usado por los historiadores para explicar, por ejemplo, el negocio millonario de los exámenes de ADN o el éxito comercial de la asociación entre 23andMe, una empresa que se dedica a los perfiles genéticos, y Airbnb, para ofrecer vacaciones de “herencia”: la prueba de ADN y la reserva de viaje se hacen en un solo paquete.
Decolonising My Body invita a despojarse y dejar de invertir en estándares europeos de belleza, edad y apariencia física, entendiendo que también reflejan sistemas imperiales de supremacía y poder. Es el lado interno de la capa exterior que Hirsch exploró en Britsh(ish): On Race, Identity, and Belonging, su premiado libro de 2018 que renovó la conversación sobre cómo la nación británica niega la violencia de su pasado imperial y la herencia de racismo tácito que permea su presente. El sufijo ish apunta a todo lo que hacemos a medias, una jerga callejera que se refiere a lo que no es completamente cierto o no exactamente correcto: podemos ser healthy ish si hacemos ejercicio, pero igual a veces comemos basura; old ish si somos viejos, pero no tanto.
En el caso de Hirsch, su ish gira en torno a su pasado multicultural y multirracial. Hija de una madre de Ghana y de un padre blanco, quien, a su vez, es hijo de judíos alemanes que escaparon de la Alemania nazi. Su ish es haberse criado en el afluente barrio de Wimbledon, donde casi no hay gente negra. El ish implícito en los bien intencionados pero dolorosos comentarios de sus compañeras de colegio privado cuando le decían: “No te preocupes Afua, nosotros ni siquiera te vemos como una persona negra”. El ish del guardia de seguridad de la Universidad de Oxford, que siempre le pedía su tarjeta de identificación en la entrada, pero nunca hacía lo mismo con los estudiantes blancos, que eran casi todos. El ish de todas las combinaciones de palabras identitarias con guion: británico-musulmán, británico-negro o uno más nuevo: afro-sajón. Y el ish de la eterna pregunta sobre de dónde eres en verdad, que casi nunca se le hace a una persona blanca.
Tanto en Brit(ish) como en Decolonising My Body el lector se topa con apariciones breves pero importantes de Sam, la pareja de Hirsch, que se presenta como el otro lado del espejo de las preguntas de la autora. Sam es un hombre negro, criado en la extrema pobreza de una familia con el ingreso mínimo, liderada por una madre soltera, en una comuna marginal de Londres. El Wimbledon de Hirsch tiene casas grandes con jardín, en las cercanías de las canchas de tenis que funcionan casi como un símil de una cierta idea de lo británico, servida con frutillas con crema (“Wimbledon strawberries”, de hecho, se usa como una expresión para indicar la frutilla más perfecta que solo se sirve en la época del campeonato, el mejor mes para una fruta cultivada en el tradicional campo inglés). El Tottenham de Sam (también famoso por el deporte, en este caso, el flamante estadio de fútbol del Tottenham Hotspur) está plagado de pandillas, es el epicentro de los riots del 2011, gatillados por la muerte de Mark Duggan, un hombre negro asesinado a tiros por la policía mientras escapaba en un auto. Las calles y edificios ficticios de la serie Top Boy, de Netflix, por ejemplo, reproducen este lugar en el norte de Londres. La casa de Sam olía a maíz fermentado, cebolla frita, aceite de palma; la de Afua, a almuerzos de domingo y velas aromáticas.
Pero es Sam quien siente pena por Afua, educada en un sistema basado en logros, expectativas, cortesías y acentos de clase alta, incapaz de ver el valor de lo colectivo y donde todo le parece falso; Afua siente envidia de la seguridad en sí mismo que tiene Sam, de lo cómodo que se siente con su cultura negra, con la moda y música propias que ha creado su barrio, con su nulo deseo de complacer o caerle bien a alguien. Afua lee libros sobre África y sobre la experiencia negra, Sam vive en un universo africano en Londres. En un momento, mientras escribía su primer libro, Sam le pregunta: “¿Qué clase de persona negra siente la necesidad de escribir un libro sobre ser negro?”. Después de siete años juntos descubren que sus dos abuelas vienen de la misma región, pueblo y comuna de Ghana. Sus familias recorrieron el mundo, pero ellos terminaron emparejándose con el nieto del vecino.
Lo que hace Hirsch en Decolonising My Body es explorar las mismas dinámicas y jerarquías raciales y de poder, nociones de herencia y pertenencia, escalas de valor de clases y cultura, pero no en su contexto social sino en la relación de nosotros mismos con nuestros cuerpos.
La estructura del libro de Hirsch se organiza como una exploración de distintas prácticas rituales de belleza e iniciación, lo que ella llama “mi año de adorno”. En su recorrido, literalmente se va llenando de adornos, por ejemplo, ella y su hija empiezan a usar las cuentas de cintura tradicionales de Ghana, una especie de cinturón o cuerda (como un rosario) que se amarra para destacar y celebrar la forma femenina, pero que también tiene el uso práctico de servir para acarrear productos sanitarios y como una forma temprana de detectar un embarazo cuando el cinturón se siente levemente más apretado. Al igual que Brit(ish), el libro mezcla comentarios, literatura, historias y memorias personales, estructuradas en cuatro partes —sangre, belleza, sexualidad y piel—, más un epílogo sobre la vejez y la muerte.
Su capítulo sobre la sangre explora numerosos ritos de iniciación que coinciden con el comienzo de la menstruación en mujeres o con otras formas de celebrar la transición a la adolescencia: los tatuajes faciales de los Amazigh en África del norte, las ceremonias de la horquilla para el pelo en China (el momento, a los 15 años, en que las niñas dejan de usar trenzas), las fiestas de quinceañeras en México y los bar mitzvah de los judíos, entre muchos otros. Aunque muchos de ellos todavía existen, en África varios fueron reemplazados por ceremonias cristianas, como la primera comunión o la confirmación. Según Hirsch, algunos de estos ritos, y otros en distintos momentos de la vida, fueron interrumpidos por las ideas misionarias que veían estas costumbres paganas como incivilizadas y creían que la única forma de ser cultivado era suscribir ideas de emancipación europeas. También en muchos lugares del mundo, la Iglesia Católica ayudó a terminar con la práctica de tatuajes religiosos, que se habían usado incluso en comunidades cristianas; Hirsch dice que se transformaron literalmente en un “estigma”, una marca o impresión no deseable. Para las poblaciones locales, como la familia extendida de Hirsch, consentir con estas normas nuevas permitió acceder a trabajos, educación, buenos colegios y más, en el contexto de la administración colonial.
Es difícil no pensar en prácticas menos positivas que han existido, y todavía existen, en lugares de África, como la mutilación genital femenina o el hecho de que algunas niñas son desterradas fuera de su casa durante los días del mes en que tienen su período. Hirsch solo aborda esto en forma general, rechazando la idea de que Europa de cierta forma llegó a salvar al continente de su incivilidad, mencionando la necesidad de distinguir entre lugares y tradiciones y explicando que el género no era un principio organizador en las sociedades precoloniales. De hecho, muchas de las ideas, leyes y prejuicios contra la homosexualidad, que existen en distintas partes del mundo, son consecuencia directa de las concepciones puritanas del sexo de cristianos y victorianos, no ideas que existían antes.
Más allá de rituales específicos de belleza y adorno, Decolonising My Body también construye una idea del descanso como una práctica decolonial, el rechazo a las ideas aprendidas de que el único sistema de valor es la contribución económica o la acumulación de riqueza y capital. Aquí se nota la influencia de la poeta y activista Tricia Hersey, conocida por su libro Rest is Resistance y fundadora del proyecto The Nap Ministry, quien valora el descanso como un acto de reparación y justicia social, y no como algo que uno hace en un spa por el que hay que pagar. Hirsch ve el descanso y el sueño como un portal de la imaginación, y un desafío a la cultura híper productiva y al valor de la acumulación. Para Hirsch, aquí también reside el valor de los viejos, de los que dejaron de producir y acumular, de los que son venerados en su experiencia y, además, en su exuberante apariencia física. En sus palabras: “En mi herencia Akan, ser joven es no ser nadie. Las personas mayores son VIP y el estatus se acumula con la edad. No puedes asumir las posiciones más prestigiosas en la comunidad hasta que hayas superado ciertos hitos, no puedes mediar en las disputas hasta que hayas acumulado sabiduría, ni siquiera puedes alcanzar todo el potencial estilístico de la moda tradicional hasta que tu cuerpo se haya llenado, madurado e, idealmente, que también haya engordado”.
Imagen de portada: Sin título (2024), de Cristóbal Correa, collage análogo, 21,5 x 28 cm.
Decolonising My Body: A Radical Exploration of Rituals and Beauty, Afua Hirsch, Square Peg, 2023, 224 páginas, 16 euros.