Ese loco del papa llamado Javier Cercas

En su último libro, el narrador español desaprovecha en comidas y ruedas de prensa las posibilidades de mirar nuestra época a través de la cercanía con los sacerdotes más poderosos del mundo. Porque El loco de Dios en el fin del mundo muestra con precisión la cercanía del papa Francisco con la gente, pero no profundiza mucho sobre asuntos incómodos: el aborto y la eutanasia apenas se nombran, y la palabra “homosexualidad” solo aparece cuatro veces. Ni siquiera cuando el vaticanista jubilado Lucio Brunelli asegura que esa condición está extendida entre los miembros del clero, Cercas busca más información o siquiera contrastar los datos y las declaraciones que va recabando.

por Michelle Roche Rodríguez I 4 Agosto 2025

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Existen libros curiosos. Existen libros necesarios. Existen libros oportunos. La publicación más reciente de Javier Cercas pertenece a este último tipo, pues llegó a las librerías semanas antes de la muerte de Jorge Mario Bergoglio, el representante de Dios para los más de 1.400 millones de católicos de la Tierra. El loco de Dios en el fin del mundo surgió como iniciativa del Vaticano y, por casualidad, se convirtió en el epitafio del papa Francisco.

Cercas cuenta allí que el 21 de mayo de 2023, en Turín, mientras firmaba libros en una feria literaria, se le acercó Lorenzo Fazzini, responsable de la editorial de la Santa Sede, la Librería Editrice Vaticana, y le pidió que escribiera un libro sobre un viaje que el papa haría a Mongolia en agosto. Le ofreció completa libertad sobre el tema: podía escribir sobre Francisco, sobre el Vaticano, sobre el viaje o sobre lo que quisiera. Ni siquiera tenía que publicar la obra en Editrice Vatican; por eso, el libro lo edita Random House, como el resto de las obras de Cercas, desde Anatomía de un instante, en 2009.

El autor extremeño se tomó su tiempo para aceptar el encargo, lo consultó con amigos, con su esposa, con la almohada y, después de tanto cavilar, encontró la excusa perfecta —y bella en sus reminiscencias literarias— para seguir adelante con el proyecto: preguntar a Su Santidad si, cuando muriera su madre, ella tendría la oportunidad de volver a ver a su padre, fallecido hace décadas. Todo dependía de si el papa Francisco tenía un momento para hablar con el escritor entre las citas de su recargada agenda. Sobre esa posibilidad se construye el escaso suspenso del libro que, aparte de eso, presenta una crónica del viaje a Mongolia y las conversaciones de Cercas con varias autoridades católicas en salas de prensa y restaurantes, en las cuales se refieren de pasada a asuntos como el aborto, la eutanasia, la condena a la homosexualidad y los casos de abusos sexuales en el seno de la Iglesia.

Comencé a leer la obra de 488 páginas con entusiasmo, porque me interesan el papa y la Santa Sede como instituciones de poder en tiempos de rabioso laicismo como los nuestros. Tanto me apasiona el asunto, que la capacidad reproductora de mitos del Vaticano fue la base de una obra que publiqué hace casi una década, Madre mía que estás en el mito. Sin embargo, para el tercer capítulo de El loco de Dios en el fin del mundo ya tenía ganas de esconder el libro al fondo de la biblioteca. Culpo de mi desazón al breve exordio que invita a su lectura en donde Cercas se declara ateo, anticlerical, “laicista militante” y hasta “un impío riguroso”. Luego justifica las páginas siguientes con un simple “pero” sobre el cual construye una audaz invitación al lector. “Aquí me tienen, volando en dirección a Mongolia con el anciano vicario de Cristo en la Tierra, dispuesto a interrogarle sobre la resurrección de la carne y la vida eterna”, escribe, y remata el pensamiento con esta poderosa frase: “He aquí al loco sin Dios persiguiendo al loco de Dios hasta el fin del mundo”.

¿A quién no le llamaría la atención una entrada con semejante fuerza literaria? En Random House lo saben, pues esa es la cita del libro que han reproducido ad infinitum en los materiales promocionales. Confieso que, tomando en cuenta la imagen que de sí mismo pinta Cercas, yo esperaba algo más parecido a El reino, una de las más sorprendentes obras de Emmanuel Carrère. Allí, el autor francés mezcla las vivencias de cuando se convirtió al catolicismo fugazmente durante una época de crisis personal y las historias de dos protagonistas de la historia sacra: Pablo el Converso y Lucas el Evangelista. Sin embargo, Cercas desaprovecha en comidas y ruedas de prensa las posibilidades de mirarse a sí mismo y a nuestra época a través de la cercanía con los sacerdotes más poderosos del mundo. Lo más cercano a la autoficción es cuando confiesa que se hizo escritor porque perdió la fe. Luego procede a contar lo mismo que ha referido varias veces en conferencias y entrevistas sobre el inicio de su vocación literaria. Fue “el resultado de un doble desarraigo: un desarraigo terrenal (o geográfico) y un desarraigo espiritual (o religioso)”, explica. Añade que el primer desarraigo ocurrió cuando su familia lo trasladó de niño desde un pueblo al sur de España a una ciudad del norte, y que el segundo se debe a que entonces estaba enamorado, y el remedio que encontró para paliar el dolor de la separación fue la lectura de San Manuel Bueno, mártir, la novela de Unamuno que refiere la historia de un cura de pueblo que persevera en su trabajo aunque ha perdido la fe.

Comencé a leer la obra de 488 páginas con entusiasmo, porque me interesan el papa y la Santa Sede como instituciones de poder en tiempos de rabioso laicismo como los nuestros. Tanto me apasiona el asunto, que la capacidad reproductora de mitos del Vaticano fue la base de una obra que publiqué hace casi una década, Madre mía que estás en el mito. Sin embargo, para el tercer capítulo de El loco de Dios en el fin del mundo ya tenía ganas de esconder el libro al fondo de la biblioteca.

Tampoco en las conversaciones profundiza mucho sobre los asuntos, menos si estos son incómodos. El aborto y la eutanasia apenas se nombran, y la palabra “homosexualidad” solo aparece cuatro veces. Ni siquiera cuando el vaticanista jubilado Lucio Brunelli asegura que esa condición está extendida entre los miembros del clero, Cercas busca más información o siquiera contrastar los datos y las declaraciones que va recabando. La homosexualidad se convirtió en un tema de importancia desde el 23 de enero de 2023, cuando durante una entrevista con Associated Press, Francisco dijo que “ser homosexual no es un delito”. El revuelo armado en la prensa por esa afirmación fue tal que, cuatro días después, se vio obligado a matizar que si bien no era delito, seguía siendo pecado.

Lo peor es que el tema de la homosexualidad se mezcla peligrosamente con los casos de abusos sexuales perpretados por ciertos sacerdotes, y que fueron la cruz de Francisco, como antes lo habían sido de Benedicto XVI. “El problema es el celibato, el hecho de que los sacerdotes no puedan casarse”, asegura el autor en una conversación con el jesuita Antonio Spadaro que cita como diálogo directo. Y concluye la reflexión con esta perla: “Sabemos que los curas y las monjas son hombres y mujeres de carne y hueso, comunes y corrientes, con sus deseos y necesidades como todos los demás”.

¿De qué siglo sacó Cercas esta reflexión?

Mi estimado autor, el voto de castidad no es razón para que nadie haga daño a otro de manera deliberada, y los abusos son eso: daños hechos a las personas más vulnerables. Después de una declaración semejante, casi es un alivio que Cercas cierre el tema con una explicación parcial, tomada de los escritos y alocuciones públicas de Francisco. “Llega a una conclusión que me parece convincente —escribe—, que el abuso sexual es una forma de abuso de poder; y que el abuso de poder es el resultado del peor problema de la Iglesia: el clericalismo”.

Sí, la sumisión al clero es la conditio sine qua non del abuso dentro de Iglesia, sea este abuso de poder, sexual o de otra índole. Y aunque Cercas diga y repita que el papa era “anticlerical”, eso no es suficiente para librarlo de responsabilidad. Habiendo sido la cabeza más visible del Vaticano y quien daba órdenes a los miembros del clero, a él le correspondía haber tomado medidas contundentes para frenar el pecado, que también —por cierto— es delito. El escritor señala a Bergoglio como producto de la efervescencia revolucionaria de los años 60 y 70 en Latinoamérica, de donde surgió la Teología de la Liberación y la reacción a esta que fue el Concilio Vaticano II, en donde se supone que la Iglesia “sintonizó” —la palabra es de Cercas— con las urgencias políticas del momento y acercó al pueblo. Si Francisco era tan radical como dice Cercas, no se expica que no implementara medidas más efectivas para acabar con el abuso y la pederastia dentro del clero.

El resultado de la falta de profundidad en el tratamiento de los temas es un libro de postulados tibios, para nada trascendente, que en sus escasos logros recuerda a la película Los dos papas (2019), en la cual el director Fernando Meirelles contrasta las personalidades de Jorge Bergoglio (interpretado por Jonathan Pryce) y del papa Benedicto antes de renunciar (Anthony Hopkins), al tiempo que explora la relación entre ellos. De la misma manera que la película muestra bastante bien las diferencias entre las dos personalidades, pero no llega al meollo de los problemas de la Iglesia, El loco de Dios en el fin del mundo muestra con precisión la cercanía del papa Francisco con la gente, pero fracasa en dar respuestas a problemas reales. Solo los años venideros podrán dar a este libro el lugar que merece en el legado del primer papa hispanoamericano de la Historia.

 


El loco de Dios en el fin del mundo, Javier Cercas, Random House, 2024, 488 paginas, $22.000.

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