Ante la percepción de una nueva hinchada futbolera, en la que predominaría ahora un interés por lo social y político, el periodista Juan Cristóbal Guarello escribió País barrabrava, un ensayo donde busca desmentir esta supuesta transformación y repasa el desarrollo del fenómeno en nuestro país a lo largo del tiempo. Para el autor, los grupos políticos al interior de las barras son minoritarios y las ciencias sociales cometen un error al reconocer en ellas un nuevo tipo de rebeldía antisistémica.
por Matías Hinojosa I 1 Julio 2021
El 3 de octubre de 2019, antes del clásico con la Universidad de Chile, 15 mil personas llegaron al Estadio Monumental para el “arengazo” convocado por la Garra Blanca. Fue una jornada movida: un centenar de hinchas invadieron la cancha durante el entrenamiento, obligando a los jugadores a huir a los camarines. También hubo destrozos menores y robo de implementos.
Semanas después del estallido social, el 22 de noviembre, un sector de la misma barra, denominado antifascista, llamó a un “arengazo por la dignidad” bajo la consigna “Sin justicia no hay fútbol”. Llegaron menos de 200 personas. Tras armar una barricada y gritar por una hora y media en las inmediaciones del Monumental, el grupo se trasladó al Estadio de la Florida para interrumpir el partido entre Iquique y la Calera.
El periodista Juan Cristóbal Guarello, en su libro País barrabrava, lo analiza así: “En pleno estallido social, con marchas multitudinarias en todo el país y protestas violentas y frecuentes en la periferia, los sectores ‘antifas’ de la Garra Blanca juntaron apenas el 1,5% de los hinchas habituales de los arengazos. ¿En verdad se puede identificar a la barra de Colo Colo como un grupo revolucionario y antisistema? Los números demuelen esta fantasía tan difundida”.
El autor suma más hechos: apenas 12 días antes del estallido hubo un enfrentamiento al interior de Los de Abajo que terminó con un hincha muerto a puñaladas. Y el 3 de febrero de 2020, integrantes de la Garra Blanca atacaron a un grupo de Los de Abajo mientras hacían una colecta para los damnificados por los incendios en Valparaíso. El propósito de la embestida era robar el lienzo principal de la barra de la U. de Chile.
“Lo que pasó en las últimas elecciones es una buena descripción de lo que pasa en las barras”, opina Guarello. “Si bien hay grupos muy politizados en los barrios populares, el 80% está en otra cosa. No vota. En las barras bravas es exactamente lo mismo. Aunque hay grupos muy politizados, y muy visibles, que hacen ruido, el 80% o 90% de la barra está en otra cosa. No están ni ahí”.
En noviembre de 2019, cuando la ANFP se dispuso a reanudar el campeonato nacional, diversas agrupaciones de hinchas emitieron comunicados en los que llamaban a cancelar los partidos. Argumentaban que el regreso del fútbol era una medida de distracción para calmar la protesta social. Por esos días ganaba fuerza la tesis de que las barras habían experimentado una transformación, pasando de ser simples seguidores violentos a actores sociales comprometidos. También se dijo que la movilización las había unido. El diputado Giorgio Jackson, por ejemplo, compartía imágenes de Plaza Baquedano y comentaba en Twitter: “Podrá parecer frívolo, pero este video de hinchas de los de abajo y de la garra blanca unidos es, para quienes hemos ido a clásicos en el Nacional y en Pedreros, una muestra de lo transversal q es la protesta” (sic). Esa impresión encontraba de algún modo respaldo, como cuenta Guarello, en una imagen que rotaba por internet, de dudosa autoría, donde las barras declaraban el término de sus diferencias históricas, reconociendo que habían perdido demasiado tiempo peleando entre ellas y que era el momento de apuntar a objetivos más trascendentales.
La extendida y rápida aceptación de estas barras renovadas motivaron a Guarello a escribir País Barrabrava. “Me escandalizó que un fenómeno que estaba absolutamente desacreditado, y por muy buenas razones, en 10 días se convirtiera en lucha social. Muchos adhirieron a esa tesis por ingenuidad. No sabían, no entendían, hablando al peo y otros por oportunismo político”.
El libro despliega en pocas páginas un examen al fenómeno de las barras bravas en nuestro país, explicando su irrupción y evolución en el tiempo. Una trayectoria, como deja ver el periodista, marcada por la criminalidad. Para Guarello, el largo prontuario delictivo de estos grupos, que repasa a lo largo del ensayo, no solo desacreditaría la versión de unas barras bravas devenidas en grupos de acción política, sino su supuesta alianza como luchadores sociales. El hecho fundamental para el autor fue el enfrentamiento entre barras de equipos rivales acontecido el 18 de octubre de 2020 en Plaza Baquedano, cuando se celebraba un año del estallido social.
“La barra brava es violencia. Esa es su mercancía”, dice. “Por algo el 18 de octubre de 2020 se agarraron a puñaladas en Plaza Italia. La violencia y la no convivencia es lo que las define. Esto de las barras unidas fue una soberana estupidez. En la Plaza Italia, durante los meses de manifestación, había alternancia. Una semana participaba una barra y a la siguiente la otra. Pero cuando se juntaron corrieron los puñales”.
Apenas unas semanas después del lanzamiento de País Barrabrava, Ciper publicó el artículo “El neobarrismo: las barras como actor social relevante en el Chile del estallido”, donde se entrevistaba a los investigadores Mauricio Sepúlveda y Axel Caro. Según su estudio, informa Ciper, “la idea de unas barras violentas, ligadas al narco y solo preocupadas de alentar a un equipo, es una lectura parcial que no se hace cargo de los cambios que han experimentado estos grupos. Sepúlveda y Caro coinciden, por ejemplo, en que existió corrupción en los 90, pero las barras de hoy han ido cambiando, y esto es parte de la complejidad que la crónica periodística no lee”.
Sostiene uno de los investigadores: “A contar de 2010, 2011, ocurren cambios que en general coinciden con las transformaciones que está viviendo la sociedad chilena, y que tienen que ver con mayores grados de penetración de las ideas políticas (…). Esas transformaciones avanzan como un topo en todas las esferas de la sociedad y evidentemente van a tener su interpretación en este espacio específico que son las barras, y ahí hay cambios sustantivos muy palpables”.
Según las pesquisas de Sepúlveda y Caro, en los últimos años las barras experimentaron un cuestionamiento a sus jerarquías, que devino en una organización más horizontal del grupo. Hinchas jóvenes, con experiencia universitaria, trajeron nuevas formas de deliberación. Y colectivos feministas de reciente formación cuestionan antiguas prácticas arraigadas en el barrismo. También se formó una serie de organizaciones, como la Asamblea de Hinchas Azules, el colectivo Católica para su Gente y el Movimiento 15 de Agosto, del club Santiago Wanderers, donde los hinchas se reúnen para discutir diversos temas concernientes a su funcionamiento y a los clubes.
“La nota de Ciper la encontré escandalosa”, contesta Guarello. “Si las barras estaban a puñaladas hace unos pocos meses, cómo vienen con esto y no les preguntan por los muertos. Los muertos están descritos en el libro con nombre y apellido, y no les preguntan. Cómo que desde el 2010 las barras cambiaron. Pero si hubo guerra civil en la Garra Blanca hasta el 2015 y destruyeron el memorial de los detenidos en el Estadio Nacional el 2014. Y hubo balazos en el Centro Deportivo Azul el 2018 y puñaladas el 2020 en Plaza Italia. Dónde está esto de que las barras cambiaron. Claro, todo ese lote pinochetista de la barra desapareció, ok, pero eso no quiere decir que la barra ahora sea un grupo político ideologizado”.
¿Pero se puede decir que lo político ha ido ganando espacio?
Hay grupos politizados dentro y siempre los hubo. Hubo lautaristas en la Garra Blanca en los 90 y gente del Frente [Patriótico Manuel Rodríguez] en Los de Abajo. Estamos hablando de hace 30 años. Pasa que ahora tienen mayor notoriedad por la coyuntura política, pero no quiere decir que la barra haya cambiado ideológicamente. Eso es una fantasía. Tipos que venían metiendo tesis a la fuerza durante décadas ahora creen que todo lo que dijeron se confirma por los hechos. Y resulta que no, los hechos no confirman nada.
Y a qué se debe que las barras se involucraran en el estallido social y no en otras movilizaciones importantes, como las del 2006 o 2011. ¿No hay un cambio?
Esas movilizaciones eran muy específicas y tenían un objetivo claro. Lo del 2019 fue un estallido, una explosión, un despelote. Y ellos no podían estar al margen. Pero en ningún caso fueron articuladores. Empezaron a aparecer y de pronto se dieron cuenta de que operaba la misma lógica del estadio en Plaza Italia y se la tomaron. Si tú ves la evolución de las concentraciones, al final, se transformaron en una cosa muy parecida a la barra. Esa especie de anarquía total.
¿Y cuál es el interés de las barras por involucrarse en las manifestaciones?
Buscan validación. Validación y control. ¿Cuál es el interés de los grupos criminales en involucrarse en el estallido social y meterse en los saqueos? ¿El cambio social de Chile? ¿Cuál es el interés de los carteles en La Pintana de reemplazar al Estado en el estallido social? ¿Crear más bienestar o asumir espacios de poder? Ganar espacios de poder nomás.
El fenómeno de las barras bravas, cuenta Guarello, empezó a despertar el interés de las ciencias sociales ya en los 90, cuando se hizo evidente una transformación en el público habitual de los partidos. El ambiente denso en el estadio, la amenaza de que podía estallar en cualquier momento un enfrentamiento entre las hinchadas, se instaló en aquella década. “Siempre alertas a este tipo de fenómenos”, se lee en País barrabrava, las ciencias sociales “identificaron de inmediato su existencia, intentando definirlo y cooptarlo, si se quiere”. Desde ese campo, la tendencia fue reconocer en estos grupos un nuevo tipo de rebeldía antisistémica y tras el estallido social, escribe el periodista, “se ha inventado un relato de barras combativas a la dictadura de Pinochet, ilustrado por episodios exagerados y directamente falsos”.
Los hechos de los que Guarello da cuenta, como es evidente, buscan desmontar esta imagen elaborada por algunos investigadores. Pero también demostrar que las barras bravas no son marginales al sistema, ni mucho menos una respuesta, sino que un producto más de este. Una suerte de manifestación hipertrofiada y ominosa de individualismo, competencia y consumismo. Por esa razón el autor considera que el fenómeno de las barras bravas es más propio del liberalismo que del socialismo, pues no solo se extendieron y ganaron protagonismo durante gobiernos de signo liberal (cita los casos de Inglaterra y Argentina), sino que sus engranajes de funcionamiento emulan los de una empresa inescrupulosa, que busca utilidades al margen de cualquier consideración razonable.
El núcleo duro de las barras bravas, como se describe en el libro, hizo de esta un lucrativo negocio. Su capital es la difusión del miedo. Con su presencia amenazante, lograron manejar a la directiva del club y a los jugadores. “Analizando la estructura de estos grupos, encontramos más similitudes con los carteles de drogas o bandas criminales en sus formas, y con empresas medianas en su administración, que con agrupaciones revolucionarias o guerrilleras”, anota el periodista, quien se refiere al vínculo entre dirigentes e hinchas como “una relación de ida y vuelta”. Esta dinámica de favores cruzados, cuenta, fue particularmente clara durante las presidencias de René Orozco en la U. de Chile y de Gabriel Ruiz Tagle en Colo Colo. En el caso del primero, la barra operaba como una fuerza parapolicial, al servicio de la dirigencia, mientras la cúpula de Los de Abajo recibía protección frente al actuar de Carabineros. La barra generaba recursos con la reventa de entradas que le eran provistas por el club, además de otros favores comerciales facilitados por este. Con Ruiz Tagle, por su parte, la Garra Blanca participaba en importantes negocios con los auspiciantes y patrocinadores. El trato consistía en que la barra se ocupaba en mantener la violencia y el tráfico de drogas en la galería controlada, a la vez que vigilaban al plantel, presionando a los jugadores que se mostraran insumisos con la presidencia.
“Muy en el inicio las barras las componían gente fanática de los clubes”, opina Guarello, “después se volvieron fanáticos de ellos mismos. Se armó como un relato autónomo donde el club es parte de, pero el fanatismo no es tanto por el club como por la barra. Se volvió una especie de religión o de secta, digamos. Y qué buscan…, buscan poder y los líderes, plata. Poder y dinero”.
País barrabrava, Juan Cristóbal Guarello, Debate, 2021, 98 páginas, $8.000.