Tras las puertas cerradas: la visión de la hija de Gisèle Pelicot

Y dejé de llamarte papá es un libro estremecedor acerca de las reiteradas violaciones que cometió Dominique Pelicot con su esposa, Gisèle, a quien drogaba hasta la inconsciencia. Además, invitó a otros hombres a su casa para que hicieran lo mismo mientras ella yacía inconsciente, gracias a un cóctel de drogas que le administraba en secreto. Fue declarado culpable en diciembre y condenado a 20 años de prisión, la pena máxima. Este volumen, narrado por la hija de ambos, sugiere que hay muchos más violadores de los que jamás hemos reconocido, que podrían estar librando sus crímenes sin ser castigados e incluso sin ser sospechosos.

por Emily Wilson I 23 Mayo 2025

Compartir:

Se supone que el hogar de un hombre es su castillo. Pero para una mujer, el hogar puede ser un lugar de un intenso peligro y una violación de su autonomía física y mental. ¿Y si la violencia, el abuso, el envenenamiento y la traición acechan tras las puertas cerradas y la tranquila superficie de la heteronormativa vida familiar?

Estos asuntos han sido, durante siglos, la apasionante materia de la que está hecha la ficción. Las primeras novelas góticas, como la influyente El castillo de Otranto (1764), de Horace Walpole, ambientan sus horrores en locaciones espeluznantes y falsamente medievales. La tradición de imaginar fuerzas aristocráticas y aterradoras, capaces de penetrar los cuerpos de mujeres lo suficientemente insensatas como para poner un pie en castillos obviamente embrujados, llenos de armaduras destartaladas y fantasmales retratos familiares, tiene un legado largo y vibrante, que incluye historias clásicas de vampiros como Drácula, de Bram Stoker, y sus numerosas derivaciones en el terror moderno, tanto en la pantalla como en el papel. Pero la novela sensacionalista victoriana, desarrollada por escritores como Wilkie Collins a mediados del siglo XIX, generó emociones aún más profundas a partir de una idea todavía más aterradora: ¿Y si la violencia que amenaza a las mujeres proviene del interior de sus propios hogares burgueses? ¿Y si el lugar más aterrador de todos es una casa pareada en los suburbios? ¿Y si el villano no es un forastero misterioso, con capa y colmillos, sino el propio padre, marido o hermano de la mujer? Y en un mundo donde la superficie de las cosas puede contener tales horrores, ¿qué les sucede a las mujeres perfectamente cuerdas cuando pierden la fe en su percepción de la realidad y se ven tratadas como locas?

Las variaciones sobre este tema dan lugar a un subgénero de películas y novelas cada vez más popular, para las cuales el apetito del público no muestra signos de disminuir. El thriller doméstico suburbano alcanza su máximo esplendor cuando el malvado marido o novio se las arregla para manipular la conciencia de su pareja, de manera que ella desconfíe de sus propias percepciones, y el novelista o cineasta puede entonces manipular nuestra comprensión de la verdad con un efecto fascinante. Uno de los ejemplos más famosos es la película de 1944 Luz de gas, basada en una obra teatral de Patrick Hamilton, en la que un marido atenúa constantemente las luces y le hace creer a su mujer que esto responde a su propia fantasía delirante. El éxito de ventas de Paula Hawkins, La chica del tren (2015, seguida de la película de 2016 del mismo título), realiza este truco de forma bastante obvia, dotando a su protagonista del hábito de beber hasta perder el conocimiento, lo que le impide recordar con certeza el comportamiento de su marido. Algunas versiones similares —Rebeca de Daphne du Maurier, Perdida de Gillian Flynn— juegan con nuestras expectativas del marido malvado y abusivo, y ofrecen a cambio (o agregando) una esposa malvada y conspiradora. Pero la posibilidad del marido violador y asesino es la piedra angular del género.

¿Y si la violencia que amenaza a las mujeres proviene del interior de sus propios hogares burgueses? ¿Y si el lugar más aterrador de todos es una casa pareada en los suburbios? ¿Y si el villano no es un forastero misterioso, con capa y colmillos, sino el propio padre, marido o hermano de la mujer? Y en un mundo donde la superficie de las cosas puede contener tales horrores, ¿qué les sucede a las mujeres perfectamente cuerdas cuando pierden la fe en su percepción de la realidad y se ven tratadas como locas?

Desde al menos la época de Jack el Destripador, las narraciones policiales de ficción mantienen una estrecha relación con los dramas judiciales de la vida real. En Estados Unidos, el Reino Unido y Europa, un público acostumbrado a absorber historias ficticias de secretos familiares y violencia doméstica, respondió con previsible entusiasmo a un juicio francés que comenzó en septiembre de 2024. Dominique Pelicot fue acusado de drogar y violar repetidamente a su entonces esposa (su divorcio se formalizó en agosto de ese mismo año) y de invitar a otros hombres a su casa para violarla mientras yacía inconsciente, gracias a un cóctel de drogas que le administraba en secreto. Fue declarado culpable en diciembre y condenado a 20 años de prisión, la pena máxima.

El juicio causó sensación. Una de las razones fue la popularidad alcanzada por Gisèle Pelicot, quien testificó contra su esposo ante el tribunal con una serenidad extraordinaria. El juicio recordó a la gente en Francia y en todo el mundo que la violencia sexual contra las mujeres es real y ocurre constantemente, incluso en las circunstancias sociales aparentemente más benignas. Si una mujer tan mayor, de clase media, tan refinada y de voz tan clara como Gisèle Pelicot pudo haber sido drogada y violada en múltiples ocasiones, muchos parecían pensar que podría haber un punto de inflexión cultural hacia la creencia más generalizada de que, de hecho, hay muchos más violadores de los que jamás hemos reconocido, que podrían estar cometiendo sus crímenes sin ser castigados e, incluso, sin ser sospechosos.

La mayoría de los casos de violación y agresión sexual nunca se denuncian a la policía. En 2019, un informe del Departamento de Justicia estadounidense sugirió que, en Estados Unidos, aproximadamente dos tercios de los casos nunca son puestos a disposición de las fuerzas del orden. Del número de denuncias policiales, una proporción aún menor termina en arresto, y mucho menos en juicio. En Francia, cerca del 80% de los casos de violación son desestimados por la Fiscalía, una tendencia que se repite en otras partes de Europa, así como en el Reino Unido y Estados Unidos. Un informe del FBI de 2018 sugiere que, en Estados Unidos, menos del 0,7% de los violadores son condenados por su crimen, y aún menos son encarcelados por él.

En Francia, cerca del 80% de los casos de violación son desestimados por la Fiscalía, una tendencia que se repite en otras partes de Europa, así como en el Reino Unido y Estados Unidos. Un informe del FBI de 2018 sugiere que, en Estados Unidos, menos del 0,7% de los violadores son condenados por su crimen, y aún menos son encarcelados por él.

La mayor parte de las violaciones se cometen sin testigos presenciales, y ​​la víctima tiene fuertes razones para no testificar por temor a sufrir más daños. Una razón fundamental por la que tantos violadores se salen con la suya es que el sistema judicial no está diseñado para proteger a las víctimas emocionalmente vulnerables de violación y agresión sexual. La víctima suele volver a sufrir traumas al verse obligada a denunciar, testificar y sufrir un contrainterrogatorio sobre las peores experiencias de su vida. Además, tanto la policía como los jueces frecuentemente emiten juicios implícitos o explícitos contra las víctimas por los crímenes perpetrados en su contra.

La amenaza de mayor abuso psicológico y humillación es todavía más grande para quienes testifican en casos de alta repercusión mediática que, sin duda, atraerán la atención pública a gran escala, con la inevitable avalancha de chismes en redes sociales y comentarios periodísticos sobre los detalles más íntimos de la vida de la víctima. Las víctimas de violación no deberían tener que ser “perfectas” para denunciar sus crímenes sin sufrir más ignominia. Sin embargo, incluso las víctimas aparentemente más irreprochables se arriesgan a la vergüenza y a un daño irreparable en su reputación si, para obtener justicia y prevenir nuevas agresiones contra otras personas, hacen público el crimen cometido en su contra. En la mayoría de los delitos, las víctimas no suelen arriesgarse a un daño permanente a su honor ni a investigaciones humillantes y traumatizantes sobre sus opciones. Pero las víctimas de agresión sexual, casi invariablemente, sí. Incluso cuando las pruebas son abrumadoras, las víctimas de violación se arriesgan a ser reprendidas, ante un tribunal y potencialmente ante el mundo entero, por su propio comportamiento “incorrecto”, que podría incluir su vestimenta, su consumo voluntario de alcohol o drogas, su historia romántica previa, su relación con el agresor o su decisión de ir a una fiesta en particular o salir de noche.

En este contexto, hubo algo extraordinario en relación con el espectáculo público de Gisèle Pelicot testificando contra su violador en el juicio. Renunció a su derecho al anonimato y permitió que los periodistas fotografiaran y documentaran su digna postura en defensa de la verdad y la justicia contra su exmarido y agresor. Era quizá la aproximación más cercana que uno podría imaginar al ideal platónico de la Víctima Perfecta. Para cuando se celebró el juicio, tenía 72 años. Estuvo casada con su violador durante casi 50 años. Declaró, con la convicción de una creencia absoluta, que asociaba el sexo exclusivamente con el amor; jamás se le habría ocurrido tener relaciones sexuales con un desconocido por su propia voluntad. Ninguna acusación de volubilidad juvenil podría atribuírsele. Ella era blanca, con el pelo teñido color café claro, cortado a la perfección, y elegantemente vestida con ropa informal de negocios, con un toque chic. Con su marido violador tuvo tres hijos adultos respetables y estaba jubilada de un largo trabajo en la administración pública, con el que mantenía económicamente a su familia mientras su incompetente marido emprendía una serie de negocios fallidos. Lo que la convertía en la “perfecta” víctima de violación era su absoluta e intachable decencia, su edad, su largo matrimonio y su actitud tranquila y segura, además del hecho crucial de que las drogas la dejaban completamente inconsciente durante todas las violaciones que le infligieron su marido y una cantidad de conocidos de él. Además, el criminal había grabado y conservado los registros de docenas de estas violaciones, lo que proporcionaba una prueba visual clara del delito, algo que rara vez se encuentra en los casos de agresión sexual.

Lo que la convertía en la ‘perfecta’ víctima de violación era su absoluta e intachable decencia, su edad, su largo matrimonio y su actitud tranquila y segura, además del hecho crucial de que las drogas la dejaban completamente inconsciente durante todas las violaciones que le infligieron su marido y una cantidad de conocidos de él. Además, el criminal había grabado y conservado los registros de docenas de estas violaciones, lo que proporcionaba una prueba visual clara del delito, algo que rara vez se encuentra en los casos de agresión sexual.

La revelación de estos crímenes ocurrió solamente por casualidad. En 2020, Dominique Pelicot fue sorprendido en un supermercado intentando filmar la ropa interior bajo las faldas de mujeres y, como resultado de esa acusación, la policía confiscó su teléfono, computador y dispositivos de almacenamiento digital. En estos dispositivos descubrieron múltiples imágenes y vídeos de Gisèle siendo violada mientras estaba claramente inconsciente. Las violaciones se remontaban a muchos años atrás, pero aumentaron en frecuencia después de que la pareja se jubilara y se mudara de su hogar cerca de París a un idílico pueblo rural en la Provenza. Esos tranquilos años dorados brindaron al esposo muchas más oportunidades de abuso durante un período que sus hijos consideraron pacífico y feliz. Como muchas mujeres mayores, su madre parecía cada vez más olvidadiza, sufriendo episodios de amnesia que la llevaron a consultar a varios neurólogos por un presunto derrame o enfermedad cerebral, y tenía una serie de misteriosas dolencias ginecológicas, ninguna de las cuales había despertado sospechas acerca de la verdad.

Hubo una segunda razón para la enorme repercusión pública del juicio, tanto en Francia como en el resto del mundo: la asombrosa cantidad de hombres aparentemente normales, muchos de ellos esposos y padres, algunos vecinos y conocidos de los Pelicot, que habían violado a Gisèle, inconsciente, por invitación de su esposo. A través de un chat en línea, Dominique Pelicot encontró con relativa facilidad al menos 72 hombres interesados ​​en el “sexo estilo violación”. Él había participado en el abuso de las parejas drogadas e inconscientes de otros hombres y, a la vez, había invitado a posibles violadores a visitar el domicilio familiar y violar a Gisèle mientras él filmaba, almacenando luego las grabaciones en carpetas, incluida una titulada “Abuso”. El título sugiere que Dominique Pelicot era plenamente consciente de que estaba haciendo algo tanto legalmente criminal como moralmente malo. Pero en el juicio, los abogados de algunos de los más de 50 acusados ​​afirmaron que ellos no creían o no se dieron cuenta de que se trataba de una “violación”, ya sea porque el marido había consentido en nombre de su esposa o porque creían que ella participaba de alguna manera en un juego sexual, a pesar de estar inconsciente en ese momento. La criminalización explícita de la violación de una esposa por parte de su marido es extremadamente reciente. En Francia, la Corte de Casación criminalizó la violación conyugal de manera directa solamente en 1990 (una línea de tiempo aproximadamente paralela a la de las fechas de criminalización explícita de la violación conyugal en Estados Unidos y el Reino Unido). En enero de 2025, poco después de la condena de Dominique Pelicot, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos falló a favor de una mujer francesa cuyo proceso de divorcio había estado retrasado durante una década, con el argumento de que ella era culpable de incumplir su “deber marital” cada vez que se negaba a tener relaciones sexuales con el marido, revocando las sentencias de tribunales inferiores que habían fallado a favor de su esposo de acuerdo con las normas legales francesas de larga data. La idea de que el cuerpo de las mujeres es propiedad sexual de sus maridos y otros compañeros o parejas es una piedra angular de la cultura de la violación. A pesar de la condena de Dominique Pelicot, estas normas tóxicas persisten, en Francia y en otros lugares.

Los hijos adultos de los Pelicot se enteraron de las grabaciones de la violación en 2020, durante el primer año de la pandemia de covid-19, cuando la policía encontró las primeras pruebas en video y encarceló a Dominique Pelicot. Más allá de la conmoción, al descubrir que un padre amado era en realidad un violador, abusador y envenenador en serie de la madre amada, hubo otros descubrimientos terribles. El conjunto de fotografías incluía imágenes de la hija del medio y única mujer, Caroline Darian, en ropa interior, puesta de forma similar a la posición de las fotografías tomadas por su padre de su madre drogada. También se encontraron en los archivos fotografías de las esposas de sus hijos en diversos grados de desnudez, tomadas sin su consentimiento. Pelicot negó haber violado a su hija, pero Caroline Darian ha presentado cargos de violación y suministro de drogas contra su padre, desde el 6 de marzo de 2025.

Esos tranquilos años dorados brindaron al esposo muchas más oportunidades de abuso durante un período que sus hijos consideraron pacífico y feliz. Como muchas mujeres mayores, su madre parecía cada vez más olvidadiza, sufriendo episodios de amnesia que la llevaron a consultar a varios neurólogos por un presunto derrame o enfermedad cerebral, y tenía una serie de misteriosas dolencias ginecológicas, ninguna de las cuales había despertado sospechas acerca de la verdad.

Hay muchas maneras en que una persona puede reaccionar ante revelaciones de esta magnitud. Una de las sendas que Darian ha tomado es dedicar sus energías al trabajo para una nueva organización benéfica, diseñada para concientizar al público acerca de la sumisión química como herramienta de agresión sexual, llamada M’endorsPas (“NomeDuermas”). El prefacio de su memoria, Y dejé de llamarte papá, ofrece algunos detalles sobre este fenómeno, incluyendo el hecho de que el GHB (conocido como “roofies”, “biberones” o “la droga de la violación en citas”) se usa solamente en unos pocos casos, según un estudio francés de 2021. Con mucha más frecuencia, el violador usa medicamentos comunes, ya sean recetados o de venta libre, como antihistamínicos o somníferos. Darian escribe con pasión sobre la necesidad de una mayor concientización pública del problema. Sin embargo, su libro no ofrece evidencia clara ni sobre qué tan común podría ser el problema (“no existen estadísticas fiables”) ni sobre cuál es el camino a seguir. “Hay que reconocerlo”, insiste ella, seguramente con razón, pero sin ninguna claridad sobre cómo será o debería ser este reconocimiento público. Mi conciencia aumentó al leer su obra, pero me quedé con dudas sobre qué más debería hacer respecto al tema.

El libro de Caroline Darian no es, principalmente, sobre el problema social. El libro se centra, de manera bastante comprensible, en su historia personal y familiar. Ella ha superado su trauma con la ayuda de la terapia, el apoyo de su esposo, su familia y la escritura, lo que le ha ayudado a iniciar el largo proceso de comprensión de los horribles crímenes perpetrados por su padre contra su madre, contra ella misma y contra el resto de la familia. Escribir es una excelente estrategia para enfrentar tiempos difíciles. Pero las palabras que una persona expresa en medio de la agonía del dolor psíquico inmediato a menudo no están listas para el momento de máxima audiencia literaria. El relato de Darian sobre las revelaciones del abuso de su padre se escribió durante la primera ola de nuevos conocimientos y apareció casi al instante en Francia en 2022, bajo el título Y dejé de llamarte papá.

La pregunta de a quién va dirigido el libro —a su padre, a ella misma o a nosotros, los lectores en general— sigue siendo importante y no hay respuesta. Me alegré por ella de que escribir la hubiera ayudado a “mantenerse a flote estos últimos meses”, y admiré su insistencia en que las palabras soeces escritas por su padre en las fotografías de su madre, o los “artículos de cloaca” de los periodistas sensacionalistas, no sean la última palabra sobre la historia de su familia. Pero construir una conexión emocional con el lector, quien inevitablemente es un desconocido, requiere más arte literario del que este libro tiene o podría esperarse. Momentos que parecen diseñados para hacer llorar al lector corren el riesgo de tener un efecto muy distinto: “Nunca más volverá [el padre]a ver esa casa del Vaucluse, que fue para nosotros un lugar entrañable, lleno de recuerdos maravillosos”, reflexiona, sin ironía, la narradora.

Me alegré por ella de que escribir la hubiera ayudado a ‘mantenerse a flote estos últimos meses’, y admiré su insistencia en que las palabras soeces escritas por su padre en las fotografías de su madre, o los ‘artículos de cloaca’ de los periodistas sensacionalistas, no sean la última palabra sobre la historia de su familia. Pero construir una conexión emocional con el lector, quien inevitablemente es un desconocido, requiere más arte literario del que este libro tiene o podría esperarse.

El mayor problema de Y dejé de llamarte papá es que el lector ya conoce los contornos del arco narrativo antes de que comience. Se podría imaginar una versión tipo thriller, que ocultara la verdad sobre las acciones del padre hasta al menos siete octavos de la novela. Seguiríamos gradualmente las sospechas de la madre de que podría estar desarrollando Alzheimer, mientras el novelista desvía ingeniosamente nuestra atención, pintando con fascinante detalle la imagen de una familia privilegiada que disfruta de sus envidiables hogares en París y Provenza, hasta que, en una secuencia dramática final, todo se aclara. Pero Darian no puede, por supuesto, generar una tensión narrativa de este tipo. La indignación por lo que ha hecho su padre está presente desde el principio y sigue siendo la única nota de tono alto en el libro.

Y dejé de llamarte papá insinúa varios tipos mucho más profundos de misterios narrativos, emocionales y familiares. ¿Fueron las revelaciones sobre Dominique Pelicot una completa sorpresa para Gisèle y sus hijos? Al principio, Darian sugiere que nunca hubo el más mínimo indicio de un violador violento en el amoroso padre con el que creció. Sin embargo, también se nos habla del matrimonio abusivo de su padre y de la disposición de los Pelicot a enviar a sus hijos a vivir con un abuelo, claramente horrible y poco confiable, durante largas estadías y sin supervisión. Darian solamente reporta en una escena en la que habla con su terapeuta, que a los nueve años vio a su padre agarrando a su madre por el cuello de la camisa, levantándola del suelo, “ella estaba pegada a la pared del baño”. ¿Cómo viven las familias con el abuso cuando es a la vez algo oculto y un secreto a voces? Se necesita una escritora del calibre de Alice Munro y de la profunda oscuridad moral de Munro para responder a esa pregunta de una manera que resulte veraz, tanto respecto al deseo de ocultar la verdad como al costo de tal ocultamiento.

El análisis de Hannah Arendt sobre la “banalidad” de Adolf Eichmann, uno de los principales organizadores del Holocausto, se ha convertido en una banalidad sobreutilizada. Estamos acostumbrados a la idea de que quienes perpetran un daño enorme no son genios malvados, fascinantes, celosos e intrigantes, como el Satán de Milton o el Yago de Shakespeare, sino burócratas aburridos y poco inteligentes que llevan a cabo acciones moralmente repulsivas con una especie de piloto automático, sin apenas darse cuenta de que podrían estar haciendo algo malo. La película Zona de interés (2023), ambientada en la encantadora casa de un guardia del campo de concentración de Auschwitz, dejó claro este punto de forma visceral, al mostrar al espectador a una familia burguesa común y corriente, sentada entre rosas que cobran vida gracias al constante suministro de ceniza. El juicio de Dominique Pelicot es y sigue siendo fascinante, porque insinúa una posibilidad similar: que incluso un violador en serie que organizó el horrible y continuo abuso de una mujer a la que decía amar, podría haber actuado no por rabia, celos o maldad inherente, sino por obediencia a las normas implícitas de una cultura en la que los cuerpos de las mujeres se presentan comúnmente como objetos de una mirada pornográfica e implícitamente violenta.

Y dejé de llamarte papá insinúa varios tipos mucho más profundos de misterios narrativos, emocionales y familiares. ¿Fueron las revelaciones sobre Dominique Pelicot una completa sorpresa para Gisèle y sus hijos? Al principio, Darian sugiere que nunca hubo el más mínimo indicio de un violador violento en el amoroso padre con el que creció. Sin embargo, también se nos habla del matrimonio abusivo de su padre y de la disposición de los Pelicot a enviar a sus hijos a vivir con un abuelo, claramente horrible y poco confiable, durante largas estadías y sin supervisión.

Dominique Pelicot afirmó que fotografió a su hija desnuda por curiosidad, por “el descubrimiento, ante todo”. Estas afirmaciones tienen una extraña resonancia con los motivos de la hija para escribir su libro: “Descubrir y comprender” las acciones ocultas de su padre, una búsqueda que, a todas luces, aún está incompleta. Y dejé de llamarte papá me dejó con una vívida conciencia del dolor y la confusión causada a toda la familia por sus acciones, pero sin saber más sobre sus verdaderas razones para hacer lo que hizo de manera tan horrenda, o sobre las muchas capas de conocimiento parcial y de negación que pueden haber permitido que su familia no viera lo que sucedía durante tanto tiempo.

El libro plantea interrogantes intrigantes sobre los personajes centrales de la historia: Dominique y Gisèle Pelicot. El padre de Darian emerge como un hombre dañado por una infancia difícil y como un padre con una actitud cálida, pero el libro no ofrece nada como explicación. La ausencia de la madre es aún más frustrante. Darian la describe en el prefacio como “la verdadera heroína”, una mujer “como una reina medieval”, y elogia su “fuerza mental de acero”, su “dignidad” y su “fuerza”, clichés que podrían haber sido tomados de las páginas de la cobertura sensacionalista del juicio. Pero en la narración principal se nos muestra una versión más sorprendente e interesante de Gisèle, quien tiene un historial de discusiones con Darian y que choca con su hija al expresar compasión por su marido violador y querer enviarle paquetes de ayuda a prisión. ¿Cómo y por qué, entonces, decidió oponerse a él públicamente? El libro no ofrece respuestas y nunca aborda directamente la cuestión de qué piensa la madre sobre todo esto.

Un meme viral de TikTok de la primavera de 2024 pidió a las mujeres que consideraran si preferirían estar atrapadas solas en un bosque con un hombre o con un oso. Siete de las ocho entrevistadas eligieron al oso, argumentando que, como dijo una mujer: “Todos te creerán cuando digas que te atacó un oso”. A medida que avanzaba el juicio de Dominique Pelicot, pareció confirmarse que ellas tenían toda la razón: siempre hay que elegir al oso. Pero el meme se equivocaba al sugerir que las mujeres son vulnerables única, o especialmente, cuando están solas en el bosque. El caso subrayó lo que los lectores de Wilkie Collins o Paula Hawkins ya saben de sobra: no hay lugar más peligroso para una mujer que la aparente comodidad de su propio hogar.

 

————
Artículo aparecido en The Times Literary Supplement en marzo de este año. Traducción de Patricio Tapia.

 


Y dejé de llamarte papá, Caroline Darian, traducción de L. Bermúdez y L. Vázquez, Seix-Barral, 2025, 204 páginas, $18.900.

Relacionados

La muerte de la democracia

por Pablo Riquelme

Bitácora del centro

por Lorena Amaro

Yo no soy el individuo

por Daniel Hopenhayn