Ficción y política: Rodolfo Walsh a 40 años de su muerte

El autor de Operación masacre, esa cumbre de la no-ficción latinoamericana, desapareció en 1977 tras enviar una carta a la junta militar que gobernaba Argentina. Fue el mismo año en que su hija murió acribillada por agentes del Estado. Aquí, el escritor Hernán Ronsino plantea que esa carta es la apuesta más fuerte de Walsh por buscar otras formas de narrar y establece las inquietantes semejanzas y diferencias con otra carta, escrita siete años antes, como parte del cuento “Un oscuro día de justicia”: ambas son un grito de ayuda, pero si en la ficción se espera que la ayuda llegue por un salvador externo, en la realidad Walsh sabe que la liberación tendrá que venir del propio pueblo.

por Hernán Ronsino I 23 Marzo 2017

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El 24 de marzo de 1977 se cumple el primer aniversario de la dictadura militar en la Argentina. Rodolfo Walsh firma ese mismo día su famosa “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”. Y no solo pone su nombre. Pone, además, en riesgo su cuerpo. Es decir, en tiempos de clandestinidad y voces amordazadas, Walsh denuncia los abusos políticos, económicos y, también, las atrocidades en el plano de los derechos humanos. Al día siguiente, el 25 de marzo de 1977, “un grupo de tareas” de la dictadura embosca a Walsh en la esquina de Entre Ríos y San Juan. Y a partir de entonces su cuerpo se encuentra desaparecido.

David Viñas dice que la muerte de Walsh se transforma en un hito: es la desaparición del intelectual heterodoxo en esos tiempos de censura en Argentina. Porque uno de los objetivos de la dictadura es desactivar cualquier capacidad de resistencia popular, de posición crítica. Walsh, así, se vuelve un símbolo de lo que se pierde. Y se transforma, en algún punto, en la contracara de Lugones. Si Lugones fue el intelectual de la oligarquía, el que estimuló con sus escritos de la década del 20 los golpes militares, Walsh es el intelectual revolucionario que denunciará y enfrentará, con la palabra o las armas, las arbitrariedades del poder.

Walsh nació en Choele- Choel, un pueblo del norte de la Patagonia, en 1927. Desde muy joven recorrió colegios de origen irlandés, como interno. La experiencia lo marcará profundamente y será procesada en su escritura, en sus cuentos, en la serie de los irlandeses. Los cuentos de Walsh han quedado encapsulados, como si fueran el revés de la trama más conocida, es decir, de su obra periodística: Operación masacre, Quién mató a Rosendo o Caso Satanowsky. Pero Walsh entra a la literatura escribiendo cuentos. Cuentos policiales clásicos, al estilo inglés, y con Daniel Hernández como esa figura de investigador (en este caso es corrector de pruebas en una editorial) que resuelve los crímenes. Esa diferencia entre el policial inglés y lo que se conoce como policial negro, norteamericano, según plantea Osvaldo Bayer, puede ser clave para entender parte de la vida de Walsh: él pasó del policial clásico a involucrarse, poco a poco, en la trama compleja de la realidad argentina, a comprometerse críticamente como intelectual con esa trama, hasta transformarse en víctima de ese poder oscuro, perverso. Dice Bayer: “Rodolfo Walsh pasará de testigo a protagonista. (…) Walsh es el detective de una novela policial para pobres”.

Si la literatura nació con la burguesía y está modelada por ese espíritu, hay que pensar entonces en una nueva forma de hacer literatura que refleje las urgencias y las transformaciones de la época. Hacer una literatura nueva. La ficción, así, se desacopla de la escritura de Walsh que se transformará en la escritura de un militante. La carta será el género que mejor represente esa palabra comprometida.

La escritura de la carta y su desaparición al día siguiente transformaron a Walsh en un ícono de esa figura de escritor-militante que retratan Viñas y Bayer. Sin embargo, como dice Martín Kohan,“se pensó por algún tiempo que la emboscada donde cayó Rodolfo Walsh, el 25 de marzo de 1977, respondía a una represalia que se tomaba contra la divulgación clandestina de su ‘Carta Abierta de un Escritor a la Junta Militar’”.

Pero Walsh no muere como consecuencia de la escritura de la carta. La carta prácticamente no la había leído nadie. Lilia Ferreira, la compañera de Walsh, cuenta que el 24 de marzo apenas tenía cinco copias de la carta en su casita del Tigre, junto al río Carapachay. Walsh estaba enviándola a distintos compañeros el día de su muerte. No es la carta lo que desata su desaparición. Es la militancia de Walsh: muere porque era un militante revolucionario. Estaba armado al momento de la emboscada. Y resistió, como pudo, el ataque del “grupo de tareas”.

Recién en el juicio de 2011, fueron condenados a prisión perpetua los responsables de la muerte de Walsh: entre ellos, el Tigre Acosta y Alfredo Astiz, dos de los personajes centrales del principal centro de exterminio en Argentina, la ESMA. Si bien la carta no tuvo mucho impacto social en ese momento, en cuanto a revelar lo que estaba ocurriendo, sí funciona, más adelante, como una especie de retrovisor que viene a develar lo que no se quería ver. En ese sentido, la contemporaneidad de la carta, la denuncia y los datos puntuales alumbran los años más oscuros desde otro contexto y ubican a Walsh como un lúcido lector de la realidad.

La gran tensión en Walsh, como dice Piglia, es entre la ficción y la política. Y el tránsito que recorre es ir, casi de un modo irremediable, hacia la política desprendiéndose de todo lo que tenga que ver con la ficción. Incluso Walsh deja en claro, en los años 70, que busca una nueva forma de hacer literatura. Si la literatura nació con la burguesía y está modelada por ese espíritu, hay que pensar entonces en una nueva forma de hacer literatura que refleje las urgencias y las transformaciones de la época. Hacer una literatura nueva. La ficción, así, se desacopla de la escritura de Walsh que se transformará en la escritura de un militante. La carta será el género que mejor represente esa palabra comprometida. La carta dando, así, testimonio. La gran enseñanza de Walsh, según Piglia, será que “el uso político de la literatura debe prescindir de la ficción”.

La carta es la cumbre de una obra. Walsh la escribe sobre una obra consolidada que ha buscado, por fuera de la ficción, a través del periodismo, otras formas de narrar. Y en la carta Walsh extrema la apuesta. La estructura de la carta está dividida en seis puntos. Habla de lo que, por esos años, nadie podía hablar: los secuestros, las torturas, las diversas formas de hacer desaparecer cuerpos. El abuso del Estado sobre las garantías de los ciudadanos. La ley, en definitiva, se había convertido en el asesino. Se había llevado, en ese año, a su hija Vicky, que muere acribillada. Todo lo demás es el análisis y el detalle crítico del modelo político y económico que la dictadura despliega. Un modelo, según plantea Walsh, que está estrechamente ligado con el genocidio. Son las dos caras de una moneda: la implantación del modelo neoliberal necesita del genocidio para silenciar al movimiento obrero, para disciplinar a las voces más críticas. Sin esa mordaza no hay modelo neoliberal. Se necesitan. Todo genocidio moderno es un genocidio con un fin, dice Bauman. Walsh detalla en la carta, con lucidez, ese objetivo.

La implantación del modelo neoliberal necesita del genocidio para silenciar al movimiento obrero, para disciplinar a las voces más críticas. Sin esa mordaza no hay modelo neoliberal. Se necesitan. Todo genocidio moderno es un genocidio con un fin, dice Bauman. Walsh detalla en la carta, con lucidez, ese objetivo.

En 1970 Walsh escribe un cuento conmovedor. Se llama “Un oscuro día de justicia” y pertenece, como se conoce, a la serie de los irlandeses. En el cuento se recupera esa experiencia como pupilo en los colegios que Walsh recorrió en su infancia. El cuento sucede en uno de esos colegios. El celador Gielty organiza entre los alumnos peleas nocturnas y clandestinas, las llama el Ejercicio. Y, generalmente, las peleas las define entre rivales desiguales, siguiendo, además, sus propias lecturas: Gielty es un entusiasta lector de Darwin. El más fuerte enfrenta al más débil. Es decir, el Gato y Collins pelean todas las noches teniendo siempre el mismo resultado. Un resultado que excita al celador. Disfruta de ver cómo el Gato deja en el suelo, herido, a Collins. Es allí donde aparece la figura de la carta como un antecedente, en la ficción, de lo que luego hará, con sus variantes, el propio Walsh en su vida. Cansado de tantos golpes, Collins apela al único gesto que le queda frente a semejante opresión. Escribe una carta para pedir ayuda. Le escribe una carta a su tío Malcolm (un ex-boxeador) para que le salve la vida. La carta de Collins dice así:

Mi querido tío Malcolm, dondequiera que estés, te mando esta carta a mi casa en tu nombre, y espero que al recibirla estés bien, como yo no estoy, y sinceramente espero, mi querido tío Malcolm, que vengas a salvarme del celador Gielty, que está loco y quiere que me muera, aunque yo no le hice nada, te lo juro mi querido tío Malcolm. Así que si vas a venir, por favor decile que yo no quiero pelear más en el dormitorio con el Gato, como él quiere que pelee, y que yo no quiero que el Gato vuelva a pegarme, y si el Gato vuelve a pegarme creo que me voy a morir, mi querido tío Malcolm, así que por favor y por favor no dejes de venir, te lo pide tu sobrino que te quiere y que te admira atentamente.

No se trata, dice el cuento, de una carta típica contando la vida del colegio a los padres. Es, más bien, una carta “anómala y subversiva”. Y el tío Malcolm, después de una espera narrada de un modo notable, llega al colegio para enfrentar al celador Gielty. Esta vez la pelea es entre dos adultos. Y el resultado es incierto. Pero el celador termina imponiéndose sobre el tío Malcolm, sacándolo del colegio. Y allí Walsh lanza una consigna política, un mensaje político para esa década del 70 que estaba comenzando, seguramente influenciado por la muerte del Che Guevara o por el inminente retorno de Perón. Walsh termina el cuento diciendo que, después de la derrota de Malcolm, “el pueblo aprendió que estaba solo y que debía pelear por sí mismo y que de su propia entraña sacaría los medios, el silencio, la astucia y la fuerza”.

Walsh termina el cuento diciendo que, después de la derrota de Malcolm, “el pueblo aprendió que estaba solo y que debía pelear por sí mismo y que de su propia entraña sacaría los medios, el silencio, la astucia y la fuerza”.

Si bien la carta de Collins y la Carta a la Junta Militar se encuentran en el punto de ser “anómalas y subversivas” para el poder, mantienen una diferencia profunda. Collins está sometido a un orden en donde su cuerpo, el cuerpo del más débil, sufre, sistemáticamente, por ser el más débil. Collins pone el cuerpo para reproducir un orden desigual e injusto. La carta funciona como un grito desesperado de ayuda. La transformación de ese orden desigual e injusto no nace, como plantea Walsh, del pueblo sino que se deposita en un salvador externo, mítico, carismático: Malcolm. Walsh hace una crítica a la dependencia del pueblo de esas figuras heroicas. Y, de algún modo, lo que pone en práctica en su carta a la Junta, pero también en su vida como militante, es lo opuesto a lo que hace Collins o a lo que hace el pueblo entero dentro del colegio. Walsh escribe la carta a la Junta como intelectual y miembro de Montoneros, una organización revolucionaria. Es decir, Walsh está dispuesto a pelear como parte de un movimiento colectivo (más allá de que cuando escribe la carta ya mantenía ciertas críticas con la cúpula de Montoneros). Walsh, entonces, pone el cuerpo para transformar la realidad. Y la carta no está dirigida a un salvador sino al propio poder, a la propia Junta. Es, en ese sentido, un testimonio, claro y contundente, de resistencia. El final de la carta, lo último que escribe Walsh en su vida, se refiere, justamente, a su irrenunciable compromiso:

Estas son las reflexiones que en el primer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles.

Rodolfo Walsh. – C.I. 2845022

Buenos Aires, 24 de marzo de 1977”.

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