Reproducimos esta entrevista que apareció en World Literature Today en el año 2016 porque se lee como una excelente puerta de entrada a la vida y obra de la flamante ganadora del Premio Nobel de Literatura. Ya había escrito La vegetariana, novela que le dio reconocimiento mundial y donde ella subraya su preocupación por la violencia y la forma como esta se normaliza. También habla de la influencia de las ciudades en su narrativa y sus orígenes modestos pero rodeados de libros. “En mi adolescencia —explica Han Kang—, sentí la típica angustia existencial ante preguntas como ¿quién soy?, ¿cuál es mi propósito?, ¿por qué la gente tiene que morir y adónde vamos después? Todas estas preguntas me resultaban gravosas, así que una vez más recurrí a los libros (…). No tenían respuesta alguna. Irónicamente, eso me animó. Me mostró que yo también podía ser escritora, que eso era para quienes tenían preguntas, no respuestas”.
por Krys Lee I 11 Octubre 2024
Nacida en Corea del Sur en 1970, Han Kang hizo su debut literario como poeta en 1993. Desde entonces ha publicado novelas y relatos, y ha ganado el Premio Literario Yi Sang, el Premio al Artista Joven Actual y el Premio Literario Manhae. Actualmente trabaja como profesora en el Departamento de Escritura Creativa del Instituto de las Artes de Seúl. La vegetariana, la traducción de una de las novelas de Han Kang, fue el Premio Man Booker Internacional 2016. En La vegetariana, una mujer casada se rebela contra las estrictas costumbres sociales coreanas al convertirse en vegetariana, lo que lleva a su marido a reafirmarse a través de actos de sadismo sexual.
En esta conversación, Krys Lee habla con Han Kang sobre su desarrollo como escritora y sobre el tema recurrente de la violencia en su obra.
—¿Puede contarnos cómo se convirtió en escritora? ¿Era algo a lo que aspiraba desde muy joven?
—Siempre estuve rodeada de influencias literarias. Verá: mi padre también es escritor. Vivíamos en una casa humilde, no teníamos muchos muebles y nos mudábamos bastante. A él le encantaba coleccionar libros, así que, naturalmente, siempre estaba rodeada de ellos: en el suelo, en cada rincón y rendija. Todo, excepto la ventana y la puerta, estaba cubierto de libros. La biblioteca seguía creciendo. Recuerdo que los libros siempre me parecían “expansivos”, en el sentido de que estaban en constante abundancia, hasta el punto de que me sorprendí cuando visité la casa de un amigo y vi que carecía de libros.
Leía con libertad y me empapaba del lenguaje, y mis padres me dejaban en paz para que pudiera leer a mi antojo novelas que eran desafiantes. Descubrí que amaba leer. Escribir también era algo natural. En mi adolescencia, sentí la típica angustia existencial ante preguntas como ¿quién soy?, ¿cuál es mi propósito?, ¿por qué la gente tiene que morir y adónde vamos después? Todas estas preguntas me resultaban gravosas, así que una vez más recurrí a los libros que creía que tenían las respuestas a muchas de las preguntas que me hice en mi juventud. No tenían respuesta alguna. Irónicamente, eso me animó. Me mostró que yo también podía ser escritora, que eso era para quienes tenían preguntas, no respuestas.
—Las artes visuales, o el sentido de lo visual, ocupan un lugar destacado en su obra. Me preguntaba de dónde surgió este interés y cómo terminó usando el punto de vista del artista en sus libros La vegetariana y Tus manos frías.
—Cuando era joven, mi tía, que estudiaba arte, vivió con nosotros durante un tiempo. Su habitación siempre estaba llena de sus obras, y yo también solía posar para ella.
La verdad es que era difícil permanecer quieta. Esa experiencia probablemente me ayudó a entender el punto de vista de los artistas y sus temas en mi obra. Yo nunca me metí de lleno en el dibujo. Cuando estaba en el Programa Internacional de Escritura de Iowa, me dieron un estipendio que me permitía viajar, y cada vez que viajaba a nuevas ciudades de Estados Unidos estaba sola, así que, naturalmente, pasaba mucho tiempo en los museos. Supongo que se podría decir que de esa manera tomé conciencia verdadera del arte cuando era veinteañera. Creo que absorbí aquellas experiencias, y eso se refleja en mi escritura.
También me gusta examinar y explorar los detalles. La nieve que cae sobre un abrigo negro, por ejemplo. Por una fracción de segundo, el copo de nieve parece casi hexagonal. Esto también va más allá de las artes visuales. Esta idea de mirar profundamente algo, creo que forma parte del reino de la literatura. Pero recientemente también he empezado a dibujar. Pienso que, en todos estos aspectos, siempre he tenido una relación íntima con el arte, de manera que considero que escribo sobre él de forma natural, sin ningún propósito consciente.
—Estoy parafraseando a Gabriel García Márquez, quien una vez comentó que la soledad siempre ha sido un tema que vuelve a aparecer en su obra, solamente que en formas distintas. ¿Hay algo que continúe explorando y a lo que continúe volviendo y la persiga?
—Por supuesto, escribí mi primera novela sin ser híper consciente de qué estaba exactamente escribiendo. Algo dentro de mí me impulsó, brotó dentro mío y escribí porque no podía dejar de escribir. Pero a medida que seguí escribiendo, en un cierto punto, me di cuenta de que hay temas que me perturbaban y, por eso, se convirtieron en temas a los que me aferré, otros que continúan. No creo que haya un solo tema al que regrese, pero una cuestión importante a la que a menudo vuelvo es la cuestión de la violencia humana. Por ejemplo, La vegetariana retrata a una mujer que rechaza una violencia omnipresente y precaria, incluso a costa de ella misma. En otra de mis novelas, la protagonista femenina también reconoce la violencia en el lenguaje y, por lo tanto, rechaza el lenguaje por completo. Y aunque no lo experimenté en primera persona, me influyó en gran medida la violencia a gran escala que se produjo durante mi juventud.
—¿Se refiere a la Masacre de Gwangju [también conocida como el Levantamiento Democrático del 18 de Mayo, cuando muchos ciudadanos, incluidos estudiantes de la Universidad de Jeonnam, fueron golpeados y asesinados por tropas gubernamentales en protesta contra el régimen de Chun Doo Hwan, en 1980]?.
—La violencia es parte del ser humano, y ¿cómo puedo aceptar que soy uno de esos seres humanos? Ese tipo de sufrimiento siempre me persigue. Sí. También creo que mi preocupación se extiende a la violencia que prevalece en la vida diaria. Comer carne, cocinar carne, todas estas actividades diarias encarnan una violencia que se ha normalizado.
—Incluso pisar el suelo es una forma de violencia, ya que la hierba misma es una forma de vida.
—Es verdad, es verdad. Sin embargo, aunque los humanos han encarnado esta violencia, al verla a su alrededor y en sí mismos, también tienen un instinto natural de enfrentarla o moverse en una dirección diferente. Ahora me estoy orientando más hacia eso y quiero explorar la dignidad y la fuerza humanas más profundamente, desde que escribí Actos humanos, que trata de la masacre de Gwangju.
—¿En qué medida influye Seúl o la propia Corea, el sentido de “lugar”, en su escritura?
—Para mí es crucial. Me mudé con frecuencia cuando era joven y asistí a cinco escuelas primarias distintas. Ahora, dondequiera que voy, tengo la confianza de que puedo adaptarme. Sin embargo, todas las ciudades en las que viví definitivamente han tenido un impacto en mi escritura. Por ejemplo, viví durante nueve años en Gwangju antes de mudarme a Seúl, y la impresión de esa pequeña ciudad se convirtió en una parte central de mí misma. A menudo aparece en mis novelas como una ciudad a la que llamo K. Cuando me mudé a Seúl en enero de 1980, sentí mucho frío, literalmente, en comparación con las temperaturas más cálidas del sur. ¿Cuándo se mudó usted desde Corea a Estados Unidos?
—Cuando tenía tres años.
—No es realmente comparable, pero fue un gran cambio para mí. Gwangju era cálida y las flores florecían incluso en invierno. Nos mudamos a Seúl en enero y encontramos la ciudad tan fría; temblaba incluso cuando usaba un suéter grueso y calcetines en la cama. Fue entonces cuando pensé: la vida será muy fría para mí ahora. La gran escala de la ciudad y su gélida indiferencia me parecieron una premonición de cómo sería mi vida en Seúl. Aunque no me da miedo mudarme a nuevos lugares, soy el tipo de persona que lucha con cada lugar en el que vive y lo interroga, y absorbe y se deja influenciar por cada lugar.
—Un conocido crítico y admirador suyo alguna vez dijo que uno tiene que prepararse y estar en una configuración mental diferente antes de leer su obra. ¿Cómo interpreta esto?
—Creo que es porque mis novelas exploran directamente el sufrimiento humano. En lugar de evadirlo, trato de ahondar más profundamente. Esa es mi tendencia, ya que siempre estoy tratando de descubrir la verdad detrás de una persona. Así que cuando escribí sobre la masacre de Gwangju, una tragedia con tanto sufrimiento, creo que ese crítico quiso decir que ese material en mis manos significaba que los lectores tendrían que prepararse para experimentar —sentir— ellos mismos ese sufrimiento.
—Siento en su obra una manera de mirar las palabras, considerándolas como si fueran imágenes visuales. En su libro La clase de griego (2011) es evidente que hay una meticulosa sensibilidad en la elección de las palabras a lo largo de toda la novela. Tengo curiosidad por su relación precisa con el lenguaje, en los términos de su obra.
—Tengo un libro de poemas que escribí a lo largo de un período de 20 años que examina las palabras —las imágenes— de esta manera. Personalmente, creo que el lenguaje es una herramienta extremadamente difícil de manejar. A veces parece imposible. Otras veces logra transmitir lo que intento decir, pero decir que lo ha logrado no es exacto; además, es como si siguiera escribiendo, aunque sé que va a fallar, pero es la única herramienta que tengo. Es un dilema implacable, y creo que es algo que muchos poetas experimentan. Especialmente en La clase de griego, la protagonista no puede hablar y escribe, en cambio, poemas. Cada oración de un lenguaje tiene belleza y ruindad, pureza y mugre, verdad y mentira, y mi novela explora eso aún más directamente. Cuando el peso de las palabras toma el poder, a veces es un desafío incluso hablar. No obstante, tenemos que seguir hablando, escribiendo y leyendo. Cuando pierdo mi escritura, me tomo un descanso. Dije que había escrito durante 20 años, pero que a veces he hecho una pausa de un año o dos.
—Hablamos antes sobre las preguntas en las novelas, cuando se dio cuenta de que los escritores no tenían todas las respuestas. Chéjov dijo una vez que el papel de la literatura es plantear preguntas. Cuando escribe novelas, ¿escribe enfocada en una pregunta específica o le surge de manera orgánica en el proceso de escribir?
—Es difícil escribir continuamente durante un año o dos. Escribir Tus manos frías (2002) fue lo que me llevó menos tiempo, alrededor de un año, y lo máximo que me llevó terminar una novela fueron unos cuatro años. Siempre es diferente. Constantemente tengo preguntas candentes dentro mío, y la importancia puede cambiar a medida que la novela evoluciona. A menudo, la siguiente novela nace de las preguntas que el final de la novela anterior enciende. Las preguntas y las novelas interactúan constantemente. Por ejemplo, en La vegetariana, sometía a cuestionamiento la violencia humana y el potencial humano para la perfección. Sin embargo, no todos podemos simplemente convertirnos en plantas. Tenemos que vivir. Entonces, ¿cómo podemos vivir en un mundo tan violento? En La clase de griego, asumiendo que es posible vivir, ¿cuál debería ser el fundamento de la naturaleza humana? Cuando la protagonista escribe en la palma de la mano, tiene las uñas tan cortas que no deja ninguna huella, y en otra escena, cuando dos manos se unen, forman unas pocas palabras con significado. Quería dar la sensación de que estas pequeñas cosas podrían ser las que conforman la humanidad, un potencial para algo significativo.
—Sé que alguna vez fue vegetariana. ¿Cómo influyó esto en la escritura de esa novela?
—Fui vegetariana a los veintitantos años y, en ese momento, todos a mi alrededor se impusieron una misión de alimentarme con carne. Ya sabe cómo es la sociedad coreana. Es una sociedad muy colectiva. Fue difícil para mí ser la única que comía de manera diferente; de todos modos, seguí haciéndolo hasta que el médico se preocupó por mi salud y me dijo que volviera a introducir un poco de carne en mi dieta. Mi experiencia personal definitivamente influyó en La vegetariana y fue muy interesante cómo la gente a mi alrededor reaccionó involucrándose personalmente ante mi decisión. Fue un poco gracioso.
Sin embargo, La vegetariana tiene raíces aún más directas en un cuento titulado “Los frutos de mi mujer” (2000), publicado cuando tenía 26 años. Los personajes principales son un hombre y una mujer, y un día, cuando el hombre regresa a casa del trabajo, ve que su esposa se ha convertido en una planta. Entonces la traslada a una maceta, la riega y la cuida. A medida que las estaciones van cambiando, la mujer escupe sus últimas semillas duras. Mientras él saca las semillas al balcón, se pregunta si su esposa podrá volver a florecer en primavera. En general, la historia no es tan oscura y es también mágica, pero después de escribirla, quise escribirla de nuevo desde una perspectiva diferente. Así que pensé durante años en cómo hacerlo. Desde la primera página, La vegetariana salió muy oscura y diferente.
—La vegetariana se publicó en Corea en 2007, y después publicó otras tres novelas. Creo que los autores y escritores en general sienten que aprenden algo nuevo en cada novela que escriben. Tal vez sea por estas lecciones que nos llegan que seguimos escribiendo. Me pregunto, ¿cómo su obra la cambia a usted?
—Cambié mientras escribía La vegetariana. Al principio tenía la intención de escribir más de tres partes y revelar más sobre el sobrino del personaje principal. Sin embargo, cuando llegué al final de la parte tercera con el personaje principal, Yeong-hye, supe que había terminado. Es difícil de explicar, pero de alguna manera sentí que me volví más fuerte en el proceso de escribir la novela.
—No estoy tan familiarizada con el mercado literario coreano, pero tengo la sensación de que los escritores en Corea son tratados más o menos como iguales, independientemente de su género, lo que es raro en muchos países. También hay una situación inversa en la de Corea actual. ¿Estoy leyendo la situación correctamente o tiene una perspectiva diferente sobre esto?
—Es verdad y es bastante intrigante. Nunca me he sentido discriminada como escritora por ser mujer. Creo que es algo muy normal y celebrado en Corea. Una de las razones es que hay muchas escritoras talentosas y, sin ellas, el mundo literario se reduciría drásticamente. He pensado en este tema antes, ya que me doy cuenta de que el respeto y la igualdad de género en el mundo literario coreano es inusual en comparación con la mayoría de los países y lo considero una gran fortaleza de la literatura coreana. Sin embargo, en otros campos artísticos, es diferente; por ejemplo, la industria cinematográfica local es extremadamente conservadora. Los directores de cine masculinos siguen siendo la norma en la mayor parte de la industria cinematográfica coreana. Es algo sobre lo que hay que pensar.
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Esta entrevista apareció originalmente en la revista World Literature Today 90-3/4 (2016). Se traduce con autorización de su autora y de la revista. Traducción de Patricio Tapia.
La vegetariana, Han Kang, traducción de Sunme Yoon, Random House, 2024, 208 páginas, $17.000.
La clase de griego, Han Kang, traducción de Sunme Yoon, Random House, 2023, 176 páginas, $16.000.
Actos humanos, Han Kang, traducción de Sunme Yoon, :Rata_, 2018, 272 páginas, €19,50.
Blanco, Han Kang, traducción de Sunme Yoon, :Rata_, 2020, 160 páginas, €19.