El pasado jueves Alan Pauls analizó Los diarios de Emilio Renzi, en el marco del ciclo “La ciudad y las palabras”, para dilucidar la relación de Piglia con los espacios urbanos y su vida de escritor. “Piglia viene a la ciudad a estar solo”, dijo el autor argentino. “Hay una especie de pulsión robinsoniana del joven Piglia que llega a Buenos Aires. Estar solo y estar encerrado es la condición de posibilidad número uno de una práctica de escritor”.
por Matías Hinojosa I 17 Abril 2021
Ricardo Piglia vivió en muchas ciudades: Adrogué, Mar del Plata, La Plata y Buenos Aires. También hizo clases en Princeton. Y durante años su vida consistió en un permanente ir y venir entre la capital argentina y esa pequeña localidad norteamericana; pasaba seis meses en una y los siguientes seis en la otra. “Ricardo Piglia era un bicho de ciudad, como se suele decir”, dijo Alan Pauls durante su charla “La ciudad de Piglia”, la cual ofreció el pasado jueves en el marco del ciclo “La ciudad y las palabras”, actividad organizada por el Doctorado en Arquitectura y Estudios Urbanos de la UC. “Si uno recorre los lugares decisivos de su biografía va a comprobar que son siempre lugares urbanos. Cada vez que Piglia habla en las distintas etapas de su vida, habla siempre desde una ciudad. Y habla siempre poniendo de manifiesto la ciudad, es decir, el espacio urbano desde el cual habla. Es muy raro leer algo escrito por Piglia que de algún modo no refiera, explícita o implícitamente, al contexto en el cual esa palabra se formula”.
Transmitida mediante streaming por el canal de YouTube del Doctorado en Arquitectura de la UC, Pauls comenzó su charla recordando que fue el propio Ricardo Piglia quien inauguró el ciclo “La ciudad y las palabras” en 2007. “Me gusta mucho que me hayan llamado esta vez para hablar de Ricardo Piglia y su relación con la ciudad, porque no es casual que él hubiera sido quien inauguró el ciclo”, comentó el escritor argentino, quien por su parte ha participado en diversas ocasiones en esta actividad. “Se me hace muy difícil imaginar a un escritor más pertinente que él para un programa dedicado a reflexionar sobre la relación entre cultura y ciudad”.
Pauls recordó la temporada en que fue vecino de Piglia en Princeton. Ambos coincidieron el 2009 en el departamento de literatura y vivieron en la misma calle, uno enfrente del otro. Aquella fue la oportunidad en que Pauls pudo observar desde cerca el proceso de trabajo del autor de Plata quemada. “Lo vi en su salsa de profesor. Lo vi en esa especie de ensimismamiento intelectual que inducen esos mundos paralelos de la academia norteamericana, de los que Princeton es quizás uno de los más exquisitos. Piglia nunca ocultó todo lo que esa experiencia en Princeton le dio, lo que recogió de esos 20 años de enseñanza. Pero tampoco disimulaba, y de eso tuve yo pruebas personales, la ansiedad con que esperaba el momento en que invertiría ese capital acumulado en el único lugar donde realmente lo entusiasmaba invertirlo, que era Buenos Aires”.
Según el testimonio de Pauls, Piglia fue afinando durante años un estilo de vida con el que abordaba la escritura en una dinámica de dos fases: de encierro y estudio mientras permanecía en Princeton y de expansión y despliegue cuando volvía a Buenos Aires. “Esa estrategia de vida cobró una forma definida en Princeton, pero no nace realmente allí (…) Es un modo de vida que desde el principio giró en torno a un proyecto único, absorbente y completamente exclusivo: ser un escritor. Yo creo que el caso de Piglia en ese sentido es bastante excepcional, en el sentido de que él no solo descubre muy pronto que quiere escribir, lo declara a los 14 o 15 años, sino que muy pronto también hace todo lo que está a su alcance para serlo”. En esa búsqueda la ciudad se vuelve un horizonte natural; “vivir para escritor para Piglia es vivir en una ciudad. No hay alternativa. Vivir como escritor en una ciudad es siempre participar de ese doble movimiento de contracción y expansión, de ensimismamiento y apertura: estar solo, encerrado; perderse en la ciudad. Esa lógica doble define de algún modo la vida de escritor según Piglia”.
Pero qué es tener una vida de escritor, cómo es posible materializarla, qué condiciones exige y a qué sacrificios obliga, se preguntó Pauls. Y para él las respuestas a esas interrogantes se encuentran en la última obra publicada por Piglia, en los tres volúmenes de Los diarios de Emilio Renzi. Esta obra fue producto de la edición que hizo el autor de los más de 300 cuadernos que acumuló durante su vida. Ese ejercicio de autorevisión de la propia existencia tuvo como fin precisamente entender la naturaleza del escritor. “Hay que hablar un poco del prodigio que es Los diarios de Emilio Renzi, que fue un texto ya mítico mucho antes de haber sido publicado, en parte por obra del mismo Piglia, que se ocupó con bastante sigilo pero también con bastante persistencia en anunciarlo como una obra muy importante dentro de su propia obra literaria, incluso a veces se ocupó de anunciarlo como si fuera la verdadera obra de su carrera literaria”, comentó el autor de El pasado.
“A qué viene Ricardo Piglia a la gran ciudad esa es un poco la pregunta que contestan los diarios. Básicamente la respuesta sería, por paradójico que parezca, que Piglia viene a la ciudad a estar solo (…) Hay una especie de pulsión robinsoniana del joven Piglia que llega a Buenos Aires. Pero hay que pensar en esta soledad como en un medio de producción. Estar solo y estar encerrado es la condición de posibilidad número uno de una práctica de escritor. Para que el escritor escriba tiene que estar encerrado y solo. Es el costado ascético, casi monacal, de la forma de vida del escritor tal como la concibe Piglia”.
El autor, como señala en sus diarios, se mudaba compulsivamente, iba de una pieza de hotel a otra, internándose en nuevos barrios que mantenían renovado su interés en la ciudad. E incluso buscó a conciencia la escasez material. Piglia trataba de andar con poco dinero y le gustaban los lugares baratos. Cuando todo se puede comprar, decía, se acaban los enigmas. “La idea de vivir en hoteles, de mudarse a menudo es solidaria también con la idea de preservar cierta pobreza. Proteger de algún modo cierto estado de necesidad. Incluso cultivar el estado de necesidad (…) para de algún modo obligarse a ponerse en movimiento, o sea aquí no tener dinero no es una fatalidad, no es una condena (…), no tener dinero es prácticamente una estrategia, es una experiencia que el escritor emprende, un experimento que ejecuta sobre sí mismo y que está ligado indisolublemente a la relación que establece con el espacio donde se mueve”, señaló Pauls.
Por otro lado, Piglia también se interesó en encarnar la figura del “indiferente”. “La ciudad le permite ser de algún modo un outsider (…) siempre predicó, por lo menos para sí, la posición de indiferencia como la posición literaria justa. Hay una serie de figuras que Piglia describe y narra en los diarios, muchas veces con admiración, que son subjetividades que tienen que ver con la radicalidad, con la subversión, figuras como la del hombre clandestino (…). Piglia tiene dos amigos que protagonizan muchas entradas de sus diarios que son delincuentes cuyas vidas dobles, diurnas y nocturnas, parece admirar (…). Pero lo interesante es que se reserva para sí la figura del indiferente. Es decir, toma la posición del que puede observar a estas figuras y de algún modo narrarlas”.
Mantenerse apartado, al margen, fue una constante en su vida. “A fines de los 60 se mantiene apartado del boom de la literatura latinoamericana; de Cortázar, que es la gran moda en Buenos Aires; de Borges, que es el padre indefectible; de la retórica de la izquierda; de los escritores dandis. Es como si de algún modo Piglia persiguiera”, opinó Pauls, “una especie de delirio de distinción, como si quisiera a toda costa distinguirse de todo lo que se le presenta como una opción posible y constituirse como el outsider, el que está afuera. Esa posición solo es posible en una ciudad como Buenos Aires”.