Camino de servidumbre: el libro incomprendido de Friedrich Hayek

Publicado hace 80 años, primero en una editorial universitaria pero al año en forma resumida en la revista Reader’s Digest, este texto convirtió al economista austriaco en lo que hoy llamamos un intelectual público: alguien que se aleja de su confortable oficina bien arropada con textos especializados, para ingresar en zonas más amplias, en la política y la filosofía, en el poder y el pensamiento, para hablarle al ciudadano común. ¿Y de qué le habla? Pues del estrecho vínculo entre la libertad económica y la libertad política, si se quiere vivir en una sociedad que garantice el progreso y la paz. Híper citado y también venerado, Camino de servidumbre, sin embargo, está lleno de malinterpretaciones, cuando no de tergiversaciones.

por Pablo Paniagua y Álvaro Vergara I 22 Agosto 2024

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Este año se cumplen los 80 años de la publicación de uno de los ensayos más relevantes del siglo XX: Camino de servidumbre (1944), del pensador y premio Nobel de Economía Friedrich Hayek (1899-1992). Publicado en Inglaterra por primera vez con el título The Road to Serfdom, ha sido y sigue siendo fuente de gran controversia académica y política debido a las múltiples interpretaciones que surgieron sobre él. El libro es el más conocido y discutido del pensador liberal austriaco, a pesar de que fue escrito con la intención de ser un mero panfleto de época. También sus argumentos a menudo son malinterpretados y despreciados; su legado hoy es confuso y difícil de descifrar.

Hayek: de la oscuridad a ícono pop

Como colega y discípulo de Ludwig von Mises, Friedrich Hayek desarrolló un estilo directo, pedagógico y confrontacional. Aunque valoraba las grandes elucubraciones filosóficas, las consideraba fruto de un constructivismo estéril para las ciencias sociales. Se veía a sí mismo como un estudioso de la acción humana: su interés radicaba en explicar las bases filosóficas y epistemológicas del comportamiento individual (expresado en las elecciones) y colectivo (expresado en las instituciones), para luego analizar las implicancias de controlar o dirigir dicho comportamiento. Por lo mismo, la aparente sencillez en las formas de su mensaje fue fundamental en su labor como intelectual público. Hayek, al igual que Friedman, siempre tuvo claro que sus descubrimientos científicos serían inútiles si no podían ser comprendidos fácilmente por los demás en el discurso público y no en la torre de marfil.

Si bien la habilidad de Hayek para conectar con el gran público parecía natural, no fue algo innato. Su destreza comunicativa se desarrolló con el tiempo, mediante estudios de diversas disciplinas, como el derecho, la economía, la filosofía, la sociología y la psicología, las cuales convergieron en una teoría filosófica y social que culminó en la defensa del estado de derecho y el libre mercado. Su célebre frase sobre la necesidad de incorporar diferentes perspectivas al estudio de los fenómenos sociales ha perdurado en el tiempo: “Nadie puede ser un buen economista si es solo un economista”.

Sus primeros pasos como intelectual público y divulgador fueron un desafío. Al principio, parecía tener el mundo cuesta arriba: autoexiliado de la Austria nazi en 1931, se unió a la London School of Economics por sugerencia de Lionel Robbins, uno de sus grandes amigos. Este último era uno de los pocos ingleses que, por su dominio del alemán, leyó a los exponentes de la Escuela Austriaca y encontró en Hayek al rival natural —por el peso y por el vuelo de sus ideas, por la amplitud de sus conocimientos— para competir contra John Maynard Keynes y sus influyentes seguidores de Cambridge. Sin embargo, Hayek tenía grandes limitaciones: un inglés extravagante, marcado hasta sus últimos días por su fuerte acento austriaco, y su pobre desplante público. Se llegó a pensar que no sería un adversario digno ante la prosa elegante y el desplante fascinador que Keynes cultivaba entre los miembros del célebre grupo de Bloomsbury. A pesar de esto, Robbins estaba convencido de que su amigo se convertiría en una celebridad cuando revisó los primeros borradores de un nuevo texto (The Road to Serfdom). Solo era cuestión de tener paciencia, pensó.

El esperado momento tuvo lugar en 1944, el 10 de marzo, día en que la trayectoria de Hayek cambiaría por completo. Según uno de sus biógrafos, Alan Ebenstein, Hayek “antes de su publicación era un profesor de economía desconocido. Un año después de su publicación, era famoso en todo el mundo”.

Un libro malinterpretado

El libro inmediatamente alcanzó una popularidad impensada en el Reino Unido y en Estados Unidos, luego de que la popular revista Reader’s Digest decidiera publicar una versión abreviada, en abril de 1945. Al mismo tiempo, John Maynard Keynes y George Orwell elogiaron su contenido. Keynes, que tenía una relación entre amistad y animadversión con Hayek, declaró: “En mi opinión, es un gran libro (…). Moral y filosóficamente estoy de acuerdo con prácticamente todo: y no solo de acuerdo con él, sino en un acuerdo profundamente conmovido”. Gracias a Reader’s Digest, Hayek se convertiría en un éxito en Estados Unidos, adonde llegó en 1945 para promocionar el libro. En su primera presentación en Nueva York, llenó un auditorio con capacidad para tres mil personas; nada mal para un desconocido profesor austriaco que enseñaba macroeconomía y oscuras teorías del capital en Londres. Ese sería el inicio de su faceta mediática, que alcanzaría una nueva cúspide 30 años después, al ganar el Premio Nobel de Economía, en 1974.

Como el Ulises de Joyce o El origen de las especies de Darwin o La riqueza de las naciones de Smith, Camino a la servidumbre es uno de esos libros que todos declaran haber leído, pero que pocos conocen en detalle. Probablemente, muchos creen conocer su argumento central: una defensa a rajatabla del laissez-faire economicista, junto con la dudosa predicción de que cualquier desviación de aquel extremo camino libertario conducirá a una sociedad a la servidumbre. Sin embargo, basta incluso una leída rápida para darse cuenta de que dicha interpretación es errada.

En realidad, este libro es una especie de remedio contra los anhelos de aquellos que insisten en diseñar un modelo de sociedad hasta en sus más mínimos detalles. Por eso, a pesar de ser catalogado como un texto de “Guerra Fría”, sus páginas conservan una increíble vigencia hoy, de cara a un sinfín de nuevas versiones de paternalismo y planificación estatal, como los nudges, los lockdowns masivos e indiscriminados y la planificación de grandilocuentes políticas industriales à la Mazzucato. En Camino a la servidumbre se entrelazan —y renacen— los principales argumentos de una tradición de pensamiento liberal cuya máxima fue reivindicar lo poco que conocemos del mundo que nos rodea y la importancia del estado de derecho para la libertad individual. De esta forma, se levanta un argumento que colisiona contra la planificación central por parte del Estado: las sociedades son complejas y, ante la cantidad de factores imposibles de predecir, es preferible proteger el libre despliegue de la acción humana mediante un estado de derecho, antes que intentar dirigirla por completo. Por otro lado, este es el primer libro que después de casi 200 años se conecta de forma directa con el famoso ataque que hace Adam Smith contra “el hombre de sistemas” en su Teoría de los sentimientos morales (1759; otro libro escasamente leído). Desde ese momento, la ilustración escocesa quedaría para siempre vinculada y sería fuente de inspiración del liberalismo de la Escuela Austriaca.

La verdadera tesis del libro es que la democracia liberal solo es posible y viable en el largo plazo si es complementada con un sistema de libre competencia y libre mercado, respaldado por un Estado de derecho de forma tal que actúen de contrapeso y limiten el accionar de los políticos y gobiernos de turno. De dicha tesis podemos desprender una conclusión clave: pareciera ser que amplias formas de propiedad privada, de mercados y de algunos aspectos clave del capitalismo son inevitables para mantener una sociedad democrática robusta, que respete la alternancia del poder, la sociedad civil y a los individuos que la conforman.

La tesis central de Hayek

En Camino de servidumbre todo es polémico, pero en realidad todo está cuidadosamente pensado. Desde su título hasta su polémica dedicatoria: “A los socialistas de todos los partidos”. Desde sus premisas a sus conclusiones. A diferencia de sus trabajos anteriores, en este libro Hayek intentó adoptar un estilo menos académico y más divulgativo. El cambio de tono se refleja en la advertencia del prefacio: “Cuando un hombre dedicado por profesión al estudio de los problemas sociales escribe un libro político, su primer deber es decirlo abiertamente. Este es un libro político”.

La intención de Hayek, al dar forma a Camino de servidumbre, no fue la elaboración de una nueva filosofía o la presentación de un descubrimiento. Más bien intentó derribar algunos peligros desde la teoría, para luego construir sobre los restos. Como explica Bruce Caldwell (principal recopilador de su obra), el pensador austriaco tenía en mente dos objetivos, uno inmediato y otro de largo plazo. El primero era persuadir a los británicos para que valoraran y defendieran su herencia de la democracia liberal bajo el estado de derecho, la que se veía amenazada por los totalitarismos de izquierda y derecha. Esta estructura institucional, preservada por las costumbres, la tradición y la ley, era fundamental para organizar una sociedad libre y próspera. Por otro lado, el objetivo de largo plazo era advertir sobre los peligros que acompañan los tiempos de guerra y la planificación central para la sociedad civil. En aquellos períodos de crisis —como bien sabemos en estos últimos años—, las libertades civiles pueden perderse fácilmente y con poca justificación. El temor era que el poder del Estado se expandiera y que, una vez superada la amenaza, mantuviera aquellas nuevas prerrogativas amenazando el estado de derecho.

Debido al impacto que tuvo y sigue teniendo su lectura, circulan numerosas interpretaciones precipitadas, confusas, cuando no tergiversadas. Una de las más comunes y erradas, identificada por Caldwell como la “tesis inevitable”, sugiere que la premisa central de Camino de servidumbre es que cada vez que una sociedad adopta una intervención estatal, esta debe derivar ipso facto en un régimen totalitario. No obstante, el mismo Hayek desmintió esta interpretación: “Muchas veces se ha dicho que estoy de acuerdo con que cualquier movimiento en la dirección del socialismo puede acabar conduciendo al totalitarismo”, afirmó en 1976. “Si bien este peligro existe, no es lo que digo en Camino de servidumbre. Lo que sí hago es advertir de que a menos que reparemos los principios de nuestra política, habrá unas consecuencias muy desagradables que muchos de los que defienden estas políticas no desean”. Hayek jamás sostuvo que toda política estatal o socialdemócrata que buscara expandir el Estado de bienestar debería conducir inevitablemente a un camino de esclavitud.

La verdadera tesis del libro es que la democracia liberal solo es posible y viable en el largo plazo si es complementada con un sistema de libre competencia y libre mercado, respaldado por un Estado de derecho de forma tal que actúen de contrapeso y limiten el accionar de los políticos y gobiernos de turno. De dicha tesis podemos desprender una conclusión clave: pareciera ser que amplias formas de propiedad privada, de mercados y de algunos aspectos clave del capitalismo son inevitables para mantener una sociedad democrática robusta, que respete la alternancia del poder, la sociedad civil y a los individuos que la conforman. De esta manera, mantener la igualdad ante la ley en una sociedad compleja requiere de una economía de mercado vigorosa, libre y competitiva, ya que evita la intromisión del poder político en las decisiones de los ciudadanos. Cuando el grupo gobernante intenta controlar y planificar la economía, la democracia y las reglas se convierten en un obstáculo que hay que desmontar. Así las cosas, el poder político termina por horadar el Estado de derecho y devorar a la libertad económica y, por añadidura, a la libertad política y a la sociedad civil, por la falta de contrapesos jurídicos, institucionales y de poder.

Camino de servidumbre, entonces, no es un libro de economía, sino de teoría política y filosofía. En él, Hayek trata de reflejar el estrecho vínculo entre libertad económica y libertad política. Visto de esta manera, el libro es una de las piedras angulares del liberalismo del siglo XX, ayudándonos a develar la relación simbiótica entre libertad económica (bajo un sistema capitalista) y la libertad política. En esencia, para Hayek, las libertades deben protegerse mediante reglas claras, generales y estables. Sin el respeto a dichas normas, se le otorga al poder político el margen para justificar el control económico, lo que conlleva a la destrucción de la predictibilidad de nuestras acciones. Al intentar controlar ciertas actividades económicas —mediante expropiaciones injustificadas, la administración de industrias clave o el control de directorios de empresas—, el gobernante socaba el Estado de derecho y concentra el poder económico en la misma élite que controla el poder político, generando un vórtice de poder que bien podría tragarse el resto de nuestras libertades. Por lo tanto, un aspecto clave es anclar dicho tipo de acciones con límites constitucionales y legales que no puedan ser superados. Dicha tesis sigue vigente en Chile, sobre todo después de nuestras interminables discusiones constitucionales y la falta de probidad por parte de grandes grupos económicos.

El economista como predicador

Ochenta años después, intelectuales de peso han reconocido que Camino de servidumbre despertó su interés por la defensa de las ideas liberales tras una prolongada parálisis académica, fruto de la producción de artículos en revistas indexadas. Milton y Rose Friedman, por ejemplo, admiten que este libro marcó “probablemente la primera incursión real contra la opinión intelectual dominante”, motivando a varios profesionales a publicar libros de divulgación y bajar, así, de la torre de marfil. George Stigler, otro premio Nobel de Economía (1982), afirmó que su popularidad llevó al Fondo Volker a proporcionar el financiamiento para organizar las primeras reuniones de la influyente Sociedad Mont Pelerin. No por nada, Stigler, influenciado por Hayek y su amigo Friedman, publicó un libro titulado El economista como predicador y otros ensayos. Muchos de los grandes economistas y liberales del siglo XX despertaron de sus sueños dogmáticos para abandonar (parcialmente) sus elucubraciones de la alta academia y pasar a los libros de divulgación, apariciones en televisión y las columnas de opinión. Décadas después, durante 1980-1990, dichos esfuerzos dieron frutos políticos en lo que se conoce hoy como la década de la globalización, la liberalización y la expansión de los mercados.

En definitiva, todos los argumentos planteados en este libro siguen más vigentes que nunca ante los desafíos contemporáneos impuestos por el paternalismo y la soberbia provocada por los logros del desarrollo tecnológico. Ochenta años después, Hayek —al igual que Orwell— continúa predicando a través de su texto, e intenta convencer y prevenirnos del posible futuro de sumisión advertido previamente por Alexis de Tocqueville. De hecho, Hayek no solo tomó el título (The Road to Serfdom) de una de las frases de La democracia en América, sino que también eligió una como epígrafe; una que marcará toda la trayectoria del propio autor: “Habría amado la libertad, creo yo, en cualquier época, pero en los tiempos en que vivimos me siento inclinado a adorarla”.

 


Camino de servidumbre, Friedrich Hayek, Alianza, 2011, 368 páginas, $42.000.

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