Los mejores pasajes del último libro de Eugenio Tironi son aquellos en los que aparece él mismo a contrapelo de su tiempo: radical cuando Allende buscaba una vía chilena al socialismo; bestia negra de los acuerdos y de coaliciones amplias cuando otros querían revivir la UP; defensor del Chile que quería más libertad y menos Estado, cuando otros querían centrar la campaña del NO en el rechazo al dictador; y aquel que dio la transición por muerta, cuando otros la consideraban en desarrollo.
por Claudio Fuentes S. I 30 Diciembre 2024
La primera pregunta que surge al leer Ajuste de cuentas, de Eugenio Tironi, es con quién es el ajuste de cuentas. En la introducción esboza una razón: volver a revisar la figura de Allende, una figura a la que el autor se había resistido a recordar. Su libro, entonces, busca dilucidar cómo Allende y el gobierno de la Unidad Popular influyeron en la trayectoria posterior de la izquierda, en la renovación socialista y en la Concertación. Plantea revisitar a Allende para reconocer su influencia, y de ahí el ajuste de cuentas con aquella figura ya mítica para la izquierda chilena.
Sin embargo, este libro puede interpretarse también como un ajuste de cuentas con la propia trayectoria política e ideológica del autor. De hecho, en los capítulos que se van delineando hay mucho de autobiografía, de adjetivos calificativos sobre las posturas que asumió él y sus compañeros en momentos críticos de la historia de los últimos 50 años. Y esa es la parte más interesante (y entretenida a veces) de este texto.
Ajuste de cuentas intenta convertirse en un espejo de la obra de Daniel Mansuy que ya comentamos con anterioridad (revista Santiago 19). Tironi lo reconoce de entrada. Fue la discusión de los 50 años del Golpe y aquel “provocativo libro” de Mansuy, lo que lo motivó a realizar un balance de las cosas vividas. Y lo dice en primera persona: “Me siento empujado a hacer un balance de las cosas que viví, de las opciones que tomé, y sobre todo, de aquello que reprimí y olvidé, o ante lo cual fui insensible o quizás injusto, obnubilado por la pasión”.
Aunque Mansuy no fue un testigo de aquel tiempo como sí lo fue Tironi, ambas obras se parecen por cuanto más que escrudiñar en la figura de Allende, lo que hacen es preguntarse sobre el impacto que él y su gobierno tuvieron en el devenir del progresismo.
El joven Tironi fue testigo, pero no protagonista de la Unidad Popular. La única vez que estuvo cerca de Allende fue el 4 de septiembre de 1973, a sus 21 años, cuando marchó frente a La Moneda en aquella célebre columna humana que lo respaldó pocos días antes del Golpe. Tironi recuerda haber tenido una juicio categórico y tajante sobre la figura presidencial: “Su estilo de vida me resultaba burgués, pomposo, frívolo, inconsecuente con su discurso revolucionario. No me gustaba su manera de gobernar, basada en su legendaria ‘muñeca’ política”. El Tironi de aquel entonces consideraba que Allende no estaba preparando al pueblo para el combate final. Para los jóvenes revolucionarios de esos días, Allende era lo que Ricardo Lagos representaba para la generación del Frente Amplio.
El autor deposita en Allende la principal responsabilidad del trágico evento del 11 de septiembre de 1973: “Si ese martes 11 —escribe Tironi— él hubiese buscado una salida negociada, como era dable presumir por su trayectoria previa, el régimen que lo destituyó seguramente no habría actuado con la crueldad que lo definió”. Allende ese día habría apelado más a sus principios que a la astucia y muñeca política. Este párrafo es clave en el libro, pues define —de acuerdo con el autor—el dilema en que se ha encontrado Chile por los últimos 50 años, un dilema entre principios y pragmatismo, principios y astucia, principios y muñeca política.
El juego de contra fácticos es un sendero difícil de recorrer: ¿era posible o imaginable negociar una salida política aquel martes 11? ¿Podrían los actores sentarse en una mesa y negociar los términos de una rendición, o de una salida lo suficientemente satisfactoria para ambos bandos? La cuestión de la inevitabilidad del golpe lo plantea Tironi en varios capítulos de un modo balanceado y correcto. Habla de los militares que venían preparando este momento por años; menciona las fuerzas internacionales que estaban operando en el país por años; expone con detención aquella polarización e insoportable división entre amigos y enemigos.
Entonces, siempre queda la duda sobre el valor que podemos asignarle a un set múltiple de variables que ocasionaron el Golpe y Tironi tampoco lo termina por definir. En el capítulo 7 intenta dilucidar si Allende pudo o no evitar la tragedia del 11 de septiembre. La respuesta es taxativa: a principios de ese mes el Golpe era inevitable y “es posible aventurar que ningún gesto humano podía evitarlo, ni siquiera un último intento de Salvador Allende. Pero no es solo que Allende no pudiera torcer el destino: tampoco, en realidad, lo quería seguir intentando”. Basado en fuentes secundarias y algunas conjeturas, sostiene que Allende en esos últimos días habría entrado en un túnel pesimista y melancólico; eran días donde parecía ya estar escrito aquel destino trágico.
Poco más de la mitad de Ajuste de cuentas se dedica a lo que vino después: la interpretación que los intelectuales hicieron sobre el Golpe, a la renovación socialista, al tránsito a la democracia, hasta llegar al presente. Allí comienza a aparecer el Tironi que deja de ser testigo y comienza a ser un poco más protagonista. Revisa con detención los intensos debates sobre cómo las fuerzas de izquierda comenzaron a interpretar a la Unidad Popular y el 11 de septiembre. Quizás, lo más interesante, es cuando aparece el autor en tanto protagonista de fragmentarios pero simbólicos episodios de debate político sobre el devenir de la izquierda.
En la página 175 aparece el Tironi militante del MAPU: “En mi condición de joven e inexperto ‘interventor’ del MAPU en el exterior […] tuve la incómoda tarea de hacer valer estos postulados no solo ante las figuras de mi partido, sino ante los legendarios jerarcas de la UP como los llamaba la dictadura”. La ciudad era Berlín Oriental y el año, 1976. Los partidos de izquierda estaban delineando lo que sería el “frente antifascista” y Tironi, a sus 25 años, tenía la misión de oponerse a tal idea, porque sería más una imposición que venía desde el exilio, que una decisión de quienes estaban experimentando la dictadura en Chile. Luego viajó a México y allí se enfrentaría con Óscar Guillermo Garretón, Clodomiro Almeyda y Luis Maira —pesos pesados de la izquierda— y quienes buscaban reconstituir la Unidad Popular. Tironi llevaba el mandato del MAPU de oponerse a tal idea, pues estimaban que lo que se requería era una alianza mucho más amplia, que incluso abarcara al centro político, es decir, la Democracia Cristiana.
La historia que nos cuenta es de un actor que ha actuado casi siempre a contrapelo de su tiempo. Radical y revolucionario cuando Allende buscaba una vía chilena al socialismo; bestia negra de los acuerdos y de coaliciones amplias cuando otros querían revivir la UP; defensor del Chile que quería más libertad y menos Estado cuando otros querían centrar la campaña del NO en el rechazo al dictador; y aquel que dio la transición por muerta, cuando otros la consideraban en desarrollo.
La historia en tanto protagonista la termina poco después de la transición. Relata su paso por La Moneda (en la dirección de Comunicaciones) y entrega algunas impresiones de la figura de Patricio Aylwin y Ricardo Lagos. Mientras las cuatro primeras partes del libro están inundadas de referencias y citas a textos y documentos, los últimos capítulos se acercan más a un ensayo sobre cómo desde el presente se va reconfigurando la figura de Allende.
En su reflexión, el camino de Allende reformador y gradualista encuentra su mejor expresión en la convivencia entre socialistas y comunistas en los tiempos de Bachelet y Boric: “Estos viejos partidos son, de facto, los pilares del gobierno actual, que después de unos escarceos iniciales practica una política eminentemente reformista”. En los capítulos 17 y 18 se produce una revaloración de la figura de Allende. Mirado en perspectiva, emerge una figura distinta, más humanista y libertario, un promotor de la cooperación y el aliancismo, un líder carismático que logró convertir a las masas en pueblo y al pueblo en sujeto histórico.
El epílogo diría que es otro libro. Acá busca interpretar el presente convulsionado de Chile por el estallido social. Su tesis es que ninguno de los gobernantes de la postransición buscó romper con “el modelo de cohesión social” impuesto por los Chicago Boy y el régimen militar. Este modelo lo define como el modo en que la sociedad democrática absorbe el conflicto y el cambio mediante una estructura legítima de distribución de recursos a nivel socioeconómico, sociopolítico y sociocultural. El modelo que lo define como “estadounidense”, “basó la cohesión social en cuatro motores: el mercado, la empresa privada friedmaniana, el sueño meritocrático y el Estado subsidiario”. Un modelo que además buscaba proteger a los más vulnerables y promover el crecimiento, con poca fiscalización para las empresas que se proponían incrementar las ganancias para sus accionistas. Lo que sucedería con el estallido es el resquebrajamiento de un modelo político, socioeconómico y cultural que no terminó por resolverse.
En un ejercicio de suyo interesante, el autor compara el ciclo histórico 2013-2023 con la década 1964-1973, advirtiendo que se trata de dos momentos con síntomas parecidos de crisis orgánicas de los modelos de cohesión social que estructuraban a la sociedad: “Periodos en que las estructuras tradicionales del poder se debilitan y el consenso social se rompe, creando un estado de inestabilidad política y social del que surgen oportunidades para que nuevas ideas y liderazgos transformen la sociedad”. Estaríamos así en uno de esos momentos en que el viejo mundo no termina de morir y el nuevo tiempo no acaba de germinar. El acelerado cambio social y económico estaría detrás de esta sensación subjetiva de vacío y falta de regulación, y en donde se exacerban las individualidades.
El texto de Tironi no clasifica en la disciplina de la sociología histórica y menos de la ciencia política. Su valor está en una crónica pulcramente narrada, donde otro de los actores de la generación de los 70 intenta batallar con sus propios demonios, el demonio del Golpe y sus responsables, el demonio de la renovación socialista y el excepcional retorno a la democracia bajo las condiciones y estructuras impuestas por la dictadura. Se extrañan en el relato mayores antecedentes sobre el momento crítico de la transición o respecto de los dilemas que tuvo que enfrentar el primer gobierno, una vez recuperada la democracia. Un tema fundamental que enuncia Tironi en algunos capítulos, pero que es poco desarrollado a lo largo del texto, se refiere a las condiciones de gobernabilidad en un sistema multipartidista, aspecto crucial en la hora presente.
Si hay algo que enseña la historia recorrida en Chile es que una condición de éxito y progreso social reside en la capacidad de superar las fronteras partidistas, construir bloques más amplios e implementar cambios graduales y progresivos. Allende intuyó aquello, pero no lo concretó. Socialistas y democratacristianos lo aprendieron a punta de encuentros y desencuentros. Boric lo comprendió rápidamente, aunque su coalición mantiene resistencias evidentes a posibilitar un espíritu coalicional que supere las fronteras de la izquierda. Pero al final del libro, Tironi nos deja una conclusión algo sombría: en tiempos de crisis de un modelo de cohesión social como el que hoy se atraviesa, “el reacomodo toma tiempo, y hay que aprender a soportar el malestar y la impaciencia, el conflicto y la polarización que emergen en el intertanto”. Para Tironi, la única receta parece ser tener paciencia.
Ajuste de cuentas, Eugenio Tironi, Taurus, 2024, 344 páginas, $18.000.