Clases en línea, video llamadas, trabajo remoto, películas en streaming. En muy poco tiempo el nuevo coronavirus obligó a medio mundo –y no es una exageración– a estar confinado, con internet como gran medio para hacer posible la vida laboral y la comunicación. El reconocido sociólogo y periodista conversa aquí sobre algunas manifestaciones de esta presencia ubicua: la red.
por Patricio Tapia I 20 Mayo 2020
Con la mirada puesta en un futuro no muy lejano, ya desde hace algún tiempo se ha estado discutiendo sobre las ventajas y desventajas del teletrabajo o sobre las semejanzas y diferencias entre la vida virtual y la vida real. Pues bien, no en un futuro cercano sino ahora, la menos virtual de las razones, la biología, a través de un virus y una pandemia ha impuesto que, en el transcurso de tan solo unas cuantas semanas, millones de personas se quedasen encerradas en sus casas, convirtiendo a internet en su principal o única forma de comunicación, trabajo o entretención.
Los diversos aspectos de la internet, así como la cultura de masas y las “industrias creativas” globales del entretenimiento, han formado parte de las investigaciones del periodista, sociólogo y escritor francés Frédéric Martel (1967) en libros como Smart o Cultura Mainstream. Es, por otra parte, el presentador del programa de radio Soft Power sobre medios, industrias creativas e internet en la Radio Pública Nacional de Francia. Martel también ha escrito sobre la cultura homosexual tanto en Francia —en su libro El rosa y el negro (1996)— como en todo el mundo —en su libro Global Gay (Taurus, 2014)—; y, desde otra perspectiva, sobre la clave homosexual al interior de la iglesia católica que estaría detrás del encubrimiento de los abusos sexuales cometidos por sacerdotes, en su libro Sodoma (Roca, 2019). Además de reputado periodista, Martel es profesor en la Universidad de las Artes de Zúrich (ZHdK), la que publicará a fines de mayo su estudio Sleeping Beauty.
¿Cómo ha enfrentado el “distanciamiento social”?, ¿ha cambiado mucho su forma de vida?
Como todos los franceses, he estado “confinado” —como decimos aquí— desde el 17 de marzo. El “distanciamiento social” es total. Únicamente se sale, solo, y brevemente, por menos de una hora al día, para comprar comida o hacer algún deporte. Todas las tiendas, cafeterías y restaurantes están cerrados, a excepción de las tiendas de alimentos. Todas las oficinas están cerradas y todo el mundo trabaja en casa (excepto el personal médico, los farmacéuticos y algunas profesiones llamadas “vitales”). De manera que mi estilo de vida ha cambiado mucho. Pero para un escritor acostumbrado, cada año, a pasar dos o tres meses confinado para escribir sus libros, este estado de encierro es casi normal. Puede ser que incluso anuncie lo que experimentaremos en unos años, a causa del calentamiento climático.
Si, según Pascal, toda la desgracia de los hombres viene de no saber quedarse en una habitación, tendríamos que estar muy cerca de la felicidad.
Hay personas enfermas, personas muy mayores (pienso en mi padre), personas discapacitadas que están permanentemente confinadas. No es únicamente desagradable tener esta experiencia: nos da tiempo para leer, para estar con nuestros seres queridos, para relajarnos, para pensar en el futuro y en el sentido de la vida. El poeta Arthur Rimbaud también pasó sus meses de invierno confinado, y también Montaigne y Jean-Jacques Rousseau en la isla de Saint Pierre —los más grandes autores. Los estoy releyendo en este momento. Y estoy trabajando sobre Rimbaud. Pero es evidente que después de unos meses será importante comenzar una vida normal y viajar. Rimbaud mismo, después de pasar sus inviernos confinado en las Ardenas, viajó durante largos meses y finalmente se fue a vivir a Arabia y África. ¡Espero poder hacer un poco eso pronto! Lo que también me sorprende es que a este virus no le gustan nuestros estilos de vida de empatía: impide que vayamos al teatro o al cine; que nos demos la mano o nos besemos; prohíbe la proximidad, la solicitud; nos exige alejarnos, aislarnos, distanciarnos. Está en contra de todo lo que nos hace humanos, seres colectivamente vivos y amantes. ¡Este virus no es humanista!
La pandemia obligó a una parte importante del mundo a quedarse en casa sin otro recurso que internet para relacionarse, potenciando aún más, si es posible, algo tan presente como la red. ¿Cómo aprecia usted este fenómeno?
Acabo de realizar un estudio para mi universidad sobre la cultura y el arte. Para esto, entrevisté a docenas de artistas de todo el mundo. Todos estaban confinados: tanto en Argentina como en Israel, tanto en los Estados Unidos como en Japón, en Italia y Singapur. Fue asombroso. ¡Nunca habíamos conocido eso! Todas las personas están conectadas a través de Zoom, a través de Twitter, a través del correo electrónico, etc. Al mismo tiempo, también constato que la gente se ha puesto a cocinar (por ejemplo, cada mediodía, yo preparo en casa un plato largo y sofisticado con la persona con la que estoy confinado), la gente se ha puesto a leer los libros que desde siempre hemos soñado leer (En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, por ejemplo), se ha puesto a trabajar en un libro, se ha puesto a hacer rompecabezas. ¡No es únicamente lo digital!
El teletrabajo era considerado como un futuro cercano, pero este futuro se nos impone por la epidemia. ¿Cree que deberemos acostumbrarnos a vivir cada vez más mediados por la red?
Pienso, en efecto, que la experiencia del teletrabajo a tamaño real será una experiencia duradera. Estaba interrogando a un gerente comercial de Austin, Texas, la nueva capital “tecnológica” de Estados Unidos, y me decía que todos sus empleados ahora están teletrabajando. Hay un daily checking o revisión diaria y un meeting o reunión de asamblea cada semana, pero todos hacen lo que quieren a continuación. Él piensa que esto se quedará después del confinamiento porque uno se ahorra dos horas de transporte por día, comemos mejor en casa y podemos ocuparnos de los niños. Muchas de las “creative people” prefieren administrar su propio empleo del tiempo. Ellos aman la libertad y no estar en open spaces ruidosos y estrechos. Esta libertad, tan apreciada en este momento —bajo coacción— vamos a querer mantenerla después, creo, hasta cierto punto, y en total libertad. Veo allí un avance para la civilización y una buena cosa para el planeta y la ecología.
Usted ha estudiado la revolución digital. ¿Considera internet como un dispositivo fundamentalmente liberador?
Soy uno de los investigadores que ha sido, en efecto, de los más optimistas sobre lo digital. Pienso que la internet es liberadora, que crea nuevas libertades y que es, digamos, “globalmente positiva”. Esto no quiere decir que no haya, como en toda evolución, elementos peligrosos, negativos o preocupantes a tener en cuenta. Pero, una vez más, el período actual nos demuestra que dominan los aspectos positivos de internet. Aun así, también hay fallas: Uber está en dificultades, como Airbnb. ¡Expedia y Trip Advisor actualmente no tienen ningún sentido! No solo hay ganadores digitales, también hay perdedores. Y los supermercados de bienes de primera necesidad han vendido más productos que nunca debido al encierro y nuestra imposibilidad para ir a cafés, comedores o restaurantes. También hay ganadores en el mundo tradicional no digital.
¿Qué le ha parecido el uso educativo de la red y las clases en línea? ¿Es simplemente una forma de salvar la situación de crisis o indica una dirección viable en la formación de las personas?
Observo, por ejemplo, el trabajo de clickarte.co en Colombia: una pequeña start-up (u organización innovadora) que ha creado contenidos en línea y libros digitales sobre el coronavirus y el confinamiento para niños. Ha sido un éxito inmenso, ahora tomados por la Unesco y distribuidos en todas partes en las escuelas colombianas. ¿Es viable solo eso? Por supuesto que no. No se puede hacer la escuela sin un vínculo pedagógico físico, o “estar juntos” en una clase con otros estudiantes. Pero que esas herramientas ayudan a los enseñantes y a los padres, y que pueden ser centrales para la educación futura, yo lo creo, de hecho. Me parece que las ed-techs o “tecnologías de la educación” tienen mucho futuro, como las health-techs o “tecnologías de la salud”, y precisamente las dos parecen más poderosas que nunca en este momento.
Otro de sus temas de estudio ha sido las industrias del entretenimiento globalizadas. También aquí internet ha tomado protagonismo con el aumento de las películas en streaming (así, el crecimiento en el uso de Netflix) y otras instancias de entretenimiento que han liberado contenido de forma gratuita.
El streaming, es cierto, experimenta una progresión fulgurante, incluso si surgen dificultades. Según los datos disponibles para el primer semestre de 2020, se estima que 16 millones de nuevos suscriptores pagados se han unido a Netflix en todo el mundo: un récord. La acción de Netflix aumentó un 11% en Wall Street. Las medidas de confinamiento empujaron a los espectadores a los videos en streaming, y Amazon Prime Video, Apple TV y Disney también se beneficiaron. Sin embargo, si persisten las formas de confinamiento, pueden comenzar a faltar los contenidos audiovisuales. La interrupción de todas las filmaciones debido a las medidas de confinamiento o de protección perjudica severamente a toda la cadena de producción audiovisual. Si ciertas actividades posteriores a la filmación (efectos especiales…) y de posproducción fueron capaces de continuarse mediante teletrabajo para las películas suficientemente avanzadas, el sector estará muy desorganizado durante largos meses. Las series de televisión, que requieren filmarse en el transcurso del tiempo, a veces en varios países, también se suspenderán durante varios meses. La cadena de producción se desestabilizó fuertemente al menos hasta principios de 2021.
¿Pero no todo se reduce a las películas, no?
Pronto voy a publicar un largo estudio académico sobre este tema, llamado Sleeping Beauty, a relief policy for the arts (“La bella durmiente, una política de ayuda para las artes”), para mi universidad en Zúrich, que revisa la “gran depresión cultural” que estamos viviendo. Es una investigación sin precedentes y puede conducir a nuevas prácticas culturales duraderas. Tomaría solo un ejemplo y que llamé, en este estudio, el nuevo modelo Logo. Numerosos salones, festivales o grandes eventos internacionales están en proceso de inventarlo porque ya no podemos viajar y, al mismo tiempo, se quiere mantener los lazos físicos: este interesante nuevo modelo no es el “glocal”, como se decía en cierto momento de una manera algo nerd —una mezcla de global y local—, pero que ahora llamaría el modo “LOGO”: “Local Outside, Global Online”, una manifestación que tiene lugar en el sitio físicamente para lo “local” (“out” o “outdoor”, al aire libre) pero solamente “en línea” para lo “global”. Con tales modelos mixtos en “LOGO”, podemos ver un pequeño rayo de esperanza y descubrir que la música, los salones y las conferencias pueden reinventarse e incluso experimentar con nuevos modelos de monetización de contenido en línea (donaciones, suscripciones, abonos, etc.).
Se habló al comienzo de las cuarentenas sobre un posible colapso de internet por su mayor exigencia y tráfico. Al parecer, la “infraestructura” digital se ha mostrado maciza…
De hecho, esas inquietudes o preocupaciones vinieron de políticos que no sabían de qué estaban hablando. En Italia, desde el principio, o incluso en China, nunca hemos visto algo así. Los responsables tecnológicos nos habían indicado que este riesgo apenas existía. Es posible que hayamos tenido un contenido más lento, ¡pero internet nunca estuvo cerca de colapsar! Sin embargo, creo que quienes no tienen buenas conexiones a internet han sido castigados. Por lo tanto, debemos seguir luchando contra la brecha digital.
¿Considera que el ciberespacio entraña dilemas éticos, como las campañas de desinformación, las noticias falsas, los ciberataques o el uso inapropiado de datos personales?
Creo que, efectivamente, es un riesgo bastante serio. Las fake news o noticias falsas son innumerables en este momento. Al mismo tiempo, cuando se observa quiénes las están difundiendo (populistas como Donald Trump o Jair Bolsonaro, por ejemplo), se debe decir que la internet no es el único problema. ¡Un político que ya no se guía por la ciencia es aún más peligroso que todas las fake news! También observo numerosos intentos de crear aplicaciones para luchar contra Covid-19, lo que puede suscitar preguntas legítimas sobre el uso de datos. Creo que es un riesgo bastante importante. Quizá podríamos evitar las aplicaciones de gadgets para concentrarnos en lo esencial: el cuidado. Cuidar, ayudar, ser altruista, la generosidad, la preocupación, la empatía. ¡Todo esto es muy importante frente a un virus que quiere volvernos solitarios y no humanos!
¿Hasta qué punto las empresas gigantes tecnológicas tienen responsabilidad sobre los contenidos que circulan a través de sus plataformas?
Si Donald Trump tuitea que se necesita beber desinfectante Lysol para tratarse contra el coronavirus —una propuesta absurda y demencial que sorprendió incluso a sus colaboradores—, ¿qué pueden hacer las redes sociales? Nada. Creo que una regulación de los contenidos es necesaria, pero esto no puede ser sino algo muy territorializado y muy sutil. Esa también fue la tesis de mis libros Cultura Mainstream y Smart: la globalización no es solamente un fenómeno global; es un fenómeno que conserva muchos elementos territorializados. La internet es, había dicho en mis libros, algo geolocalizado. Es a nivel de cada país que se impondrán regulaciones. Y las plataformas deberán aceptar estas regulaciones diferenciadas. El mundo no es plano. El planeta es siempre redondo.
Y la “dependencia” digital, ¿le genera preocupación, esperanza o nada de eso?
Muchos de los líderes de internet son europeos (Spotify, Deezer, SoundCloud, Qobuz), la nube es cada vez más europea (OVH), las compañías de telecomunicaciones son siempre nacionales y no globales. Y eso es lo mismo con muchos otros países, incluidos Japón, Corea del Sur y, por supuesto, China. Creo que internet no está relacionada únicamente con los Estados Unidos y no lo estará. Pero estoy de acuerdo en que debemos analizar las regulaciones para proteger a Europa (y, para ustedes, para proteger a Chile) contra los así llamados GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon). A ninguno de los tres, por cierto, excepto Amazon, les fue particularmente bien durante la crisis del coronavirus. YouTube, Instagram y Facebook perdieron mucho dinero porque la publicidad ha disminuido, a pesar de que su audiencia ha aumentado. Al menos, necesitamos que los GAFA paguen impuestos donde sea que tengan clientes, lo que será un primer buen paso.
Cultura Mainstream, Frédéric Martel, Editorial Taurus, 2011, 464 páginas, $17.000.
Smart. Internet(s): la investigación, Frédéric Martel, Editorial Taurus, 2015, 408 páginas, $17.000.