Las formas de la errancia: migraciones, expulsiones, exilios

El movimiento de los seres humanos de un territorio a otro ha sido la regla, y el asentamiento la excepción. Las motivaciones son múltiples: para poblar el planeta, para cazar, para generar o destruir imperios, para comerciar o trabajar, para escapar de la persecución, de los desastres climáticos o de las guerras. ¿Cuál ha sido el papel de las migraciones? ¿Tiene el discurso antimigrante un respaldo histórico? ¿Son avalanchas humanas incontrolables o responden a otros factores? Los migrantes, ¿enriquecen o perjudican económica y culturalmente a las sociedades adonde llegan? ¿El cambio climático aumentará la migración? Diversos libros intentan observar el fenómeno, desde perspectivas diversas: de las muy amplias a las más específicas.

por Patricio Tapia I 4 Abril 2023

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Todos somos inmigrantes o desterrados, o descendientes de ellos. Cuando Theodor Mommsen señala en su Historia de Roma que no hay relato ni tradición que mencione las más remotas migraciones en ese territorio, apunta que allí, como en todas partes, la Antigüedad creía que los primeros habitantes “habían salido del suelo”. Pero como ni en Roma ni en lugar alguno los seres humanos han brotado de la tierra, necesariamente tuvieron que llegar desde un lugar inicial abandonado. Que este sitio sea el Jardín del Edén o el Valle del Rift africano —y que el motivo haya sido un castigo al pecado, el hambre, el calor o la curiosidad— no altera su marca de desarraigo.

La condición migrante parece haber sido decisiva en la humanidad, desde sus orígenes, y es probable que lo siga siendo en el futuro. En términos temporales amplios, el movimiento y la migración han sido la regla, y el asentamiento la excepción. Según el economista Jacques Attali, el hombre migra desde sus comienzos: parte con la carrera de un bípedo que baja de los árboles y se echa a andar. Las migraciones masivas no son fenómenos nuevos. Las ha habido para poblar el planeta, para cazar, para generar o destruir imperios, para comerciar o trabajar, para escapar de la persecución, de los desastres climáticos o de las guerras. En las zonas, luego países, de salida y acogida, el factor migrante se deja sentir en lo económico, social y cultural.

Las crisis migratorias tampoco son nuevas: los visitantes temporales o definitivos que llegan desde fuera a veces son bienvenidos, pero otras, discriminados, marginados, incluso perseguidos, según los distintos factores de expulsión y atracción hacia ellos. Las presiones migratorias generan distintas percepciones pendulares, motivando retóricas promigrantes: desde mano de obra barata hasta aportes civilizatorios o bien un cosmopolitismo que favorece la movilidad sin fronteras; y retóricas antimigrantes: desde el miedo a enfermedades hasta prejuicios tribales; actualmente explotan argumentos económicos (quitan empleos, copan servicios públicos), de identidad (destruyen maneras de ser autóctonas) y de seguridad (traen delincuencia y terrorismo), magnificados en ciertos inmigrantes: el pobre o el irregular. La interacción no siempre resulta en un hogar “multicultural” de diásporas entrelazadas, sino en un campo fértil para la xenofobia.

¿Cuál ha sido el papel de las migraciones?, ¿tiene el discurso antimigrante un respaldo histórico? ¿Son avalanchas humanas incontrolables o responden a otros factores? Los migrantes, ¿enriquecen o perjudican económica y culturalmente a las sociedades adonde llegan?, ¿el cambio climático aumentará la migración?

Diversos libros intentan observar estas formas de la errancia, desde perspectivas diversas: de las muy amplias a las más específicas.

Los episodios previos no debieran llevar a subestimar el actual calentamiento global y la anticipación (o constatación) de una catástrofe: los ‘refugiados climáticos’. Según la Organización Internacional para las Migraciones de las Naciones Unidas, en un escenario de calentamiento de 2°C, más de 350 millones de personas estarán expuestas a temperaturas inhabitables para 2050.

Gran angular

Con pocos años de diferencia, el escritor Bruce Chatwin y el dúo filosófico Deleuze-Guattari imaginaron cómo sería contar la historia desde el punto de vista de los nómades. Algo así hace Michael Fisher en Migración: una historia mundial: en poco más de 100 páginas, cubre más de 200 mil años de historia, en un relato que abarca todos los continentes, muchos océanos y mares. Rastrea los itinerarios de los viajes ancestrales humanos desde la originaria África oriental hasta Eurasia y luego, mediante líneas ramificadas, a través de Australasia y las Américas (cuando pudieron atravesar con la ayuda de puentes terrestres durante las glaciaciones). Relata las mareas de movimiento que fueron el resultado de las depredaciones de Alejandro Magno, la expansión del Imperio Romano o la del Islam. O las migraciones de los vikingos en el Mar del Norte o los cruzados en Tierra Santa.

Su punto de vista mundial le permite distinguir, en los últimos siglos, una serie de eventos migratorios. En los siglos XVIII y XIX lo fue el mercado de esclavos (más de 10 millones de personas sacadas de África). La expansión europea decimonónica provocó una migración voluntaria a gran escala hacia las colonias. Otros periodos: Estados Unidos como potencia industrial, donde, entre 1850 y 1930, millones de trabajadores viajaron desde Europa. O después de 1945, cuando las economías de posguerra prósperas necesitaron mano de obra. O, a fines de los años 70, cuando el auge laboral migrante terminó en Europa, aunque continuó en Estados Unidos hasta los años 90.

Una aproximación diversa es la de Jacques Attali en El hombre nómada (2003), donde recorre, desde el ángulo del nomadismo, la historia humana. Intenta desvirtuar su mala imagen: “Los nómadas inventaron lo esencial: el dominio del fuego, la caza, las lenguas, la agricultura, la cría de animales, el calzado, el vestido, las herramientas, los ritos, el arte, la pintura, la escultura, la música, el cálculo, la rueda, la escritura, la ley, el mercado, la cerámica, la metalurgia, la equitación, el timón, la marina, Dios, la democracia”. El gran invento de los sedentarios sería el Estado.

Su relato atraviesa miles de años: los primeros homínidos, los primeros agricultores, la domesticación del caballo que ayudó a forjar imperios. Aparecen hunos, vikingos, peregrinos. Desfilan juglares, pobres, piratas, vaqueros, gitanos. Y explica el temor sedentario a los que van por los caminos, sin trabajo ni dinero, por lo que los Estados procuran controlarlos. Distingue tres fenómenos de mundialización. El primero, mercantil (s. XVII); el segundo, industrial (s. XIX) —ambos se interrumpen por la miseria y las revueltas que generan—; y un tercero, después de 1945, también mercantil, en el que, como antes, hay nómades de lujo y de miseria, o según Attali, “hipernómadas” e “infranómadas”: los primeros, por opción y opulencia; los segundos, por obligación y precariedad.

La idea de que las personas y las especies ‘pertenecen’ a ciertos lugares es relativamente nueva: identifica el surgimiento de la taxonomía biológica en el s. XVIII, como el momento en el que se planteó que la naturaleza, que nunca había dejado de moverse, en realidad estaba fija; la biología de la conservación aumentó esta creencia errónea con teorías sobre los hábitats y encasillar a los animales en especies nativas y no nativas, lo que llevó a pensar la migración como ‘un vector de muerte’.

Lente europeo y expulsiones globales

En Inmigrantes y ciudadanos (1996), la socióloga Saskia Sassen ofrece una mirada histórica de la migración europea —que podría iluminar como ejemplo a escala— desde 1800 hasta el presente. Pretende desestimar la asociación de las migraciones con situaciones de desesperación o miseria, y sostiene que los flujos migratorios no son aleatorios o “invasiones”, sino movimientos selectivos y organizados.

En Europa se dieron las condiciones para el crecimiento económico y demográfico, pero con grandes desigualdades regionales, generando migraciones intraeuropeas. No siempre los gobiernos vieron como una amenaza el ingreso de trabajadores de otros países: durante el siglo XVII y parte del XVIII, ellos circulaban con “mayor facilidad que las mercancías” y los calificados, con gran demanda.

Las revoluciones de 1848 generaron refugiados o exiliados, lo que unido al crecimiento del capitalismo industrial y los nuevos medios de transporte, repercutió en la movilidad: las migraciones cubrían mayores distancias (aumentaron las transatlánticas), favorecidas por la expansión de los imperios coloniales.

En un capítulo contrasta las respuestas a las pautas migratorias de Alemania, que favorecía la inmigración temporal; Francia, que favorecía la asimilación y la inmigración permanente; e Italia, convertido en país de emigración masiva.

Las dos guerras mundiales marcan un punto de inflexión respecto de los refugiados. La Primera Guerra supuso grandes flujos y la regulación por los Estados ante la imposibilidad de asumirlos (9,5 millones), dando lugar a las primeras crisis de refugiados, restringidos aún más con la crisis económica de los años 30.

Tras la Segunda Guerra (con millones de refugiados dentro y fuera de Europa), la reconstrucción y la necesidad de mano de obra facilitaron la absorción de estos flujos y transformaron su percepción: del miedo a la aceptación. Esto duró hasta la próxima crisis económica, la del petróleo en los 70. Nuevamente afloraron sentimientos antimigratorios y los Estados se cerraron. En las décadas de los 80 y 90, surgen nuevas pautas migratorias: la desaparición del bloque soviético, la transformación de países emisores en receptores de mano de obra (Italia, España o Portugal), el desarrollo de la Unión Europea. El cierre de la migración laboral y el endurecimiento de las políticas de asilo generaron un nuevo tipo de inmigración, la irregular.

En la perspectiva de Sassen, la percepción del migrante varía según los factores de expulsión y atracción: la desconfianza y eventualmente el odio al inmigrante es de carácter cíclico, lo que conlleva un desdén o una revalorización. Sin embargo, visto en la perspectiva histórica, la migración ha sido un estabilizador demográfico y un activador económico. Las cifras que presenta del siglo XIX desmienten las aproximaciones alarmistas de recibir un gran número de extranjeros. Entre 1840 y 1914 dejaron Europa 50 millones de personas: 37 hacia Norteamérica; 11 a Latinoamérica y 3,5 hacia Australia y Nueva Zelanda. Esas olas migratorias no significaron la destrucción de las economías de los países receptores. El periodo de entreguerras y la Segunda Guerra implicó el desplazamiento interno de 60 millones de civiles europeos: tampoco el continente colapsó.

Aunque la autora no se refiere a las migraciones por razones climáticas, sí lo hace en un libro más reciente, Expulsiones (2014). En las últimas décadas habrían aumentado las personas, empresas y comunidades desplazadas por la aparición de una nueva “lógica” de expulsión en las economías desarrolladas. Su análisis considera desde instrumentos derivados de las altas finanzas y el desalojo de deudores hipotecarios hasta los nuevos patrones de adquisición de tierras y el impacto ambiental de las industrias extractivas.

Todo esto generaría nuevos modelos de migración. Los desplazamientos en países pobres reflejan la expulsión masiva de poblaciones enteras. Según sus cifras, en 2011, 42,5 millones de personas fueron desplazadas en el planeta por conflictos. A ellos se suman los efectos de la crisis ambiental y un “nuevo mercado global de las tierras”: el aumento de los precios de alimentos y el auge de los biocombustibles han llevado a que los terrenos sean una inversión sumamente rentable y a que los campesinos sean expulsados de ellos. Esto genera erosión, desertificación y sobreexplotación por monocultivos. El calentamiento climático ha afectado zonas que se deprecian (alrededor del 40% de las tierras agrícolas mundiales) y las explotaciones mineras y la industria deterioran tierras que no pueden recuperar su fertilidad.

Los agricultores de arroz en Vietnam trabajan durante la noche debido a las altas temperaturas.

Migraciones climáticas

Los cambios climáticos drásticos generan migración. Así ocurrió en el siglo XVII europeo —cuenta Philipp Blom en El motín de la naturaleza (2019)— con la “Pequeña Edad del Hielo”. Pero también lo ha hecho el calor: Attali recuerda que 35 mil años a.C., el calentamiento generó los viajes por mar; y hacia 20 mil a.C., la mutación climática llevó al invento del arco (en Eurasia, el calor desarrolló una selva espesa y reemplazó grandes herbívoros por animales más pequeños y veloces).

Los episodios previos no debieran llevar a subestimar el actual calentamiento global y la anticipación (o constatación) de una catástrofe: los “refugiados climáticos”. Según la Organización Internacional para las Migraciones de las Naciones Unidas, en un escenario de calentamiento de 2°C, más de 350 millones de personas estarán expuestas a temperaturas inhabitables para 2050.

La periodista Sonia Shah, en La última gran migración, señala que ya ha empezado un “éxodo salvaje”: plantas y animales buscan otros entornos, dirigiéndose a los polos o escalando lentamente las montañas. Y más personas que nunca viven fuera de sus países de nacimiento, algunas por el clima. La autora no se desespera: la mejor alternativa es migrar. La idea de que las personas y las especies “pertenecen” a ciertos lugares es relativamente nueva: identifica el surgimiento de la taxonomía biológica en el s. XVIII, como el momento en el que se planteó que la naturaleza, que nunca había dejado de moverse, en realidad estaba fija; la biología de la conservación aumentó esta creencia errónea con teorías sobre los hábitats y encasillar a los animales en especies nativas y no nativas, lo que llevó a pensar la migración como “un vector de muerte”. Estas ideas informaron las actitudes hacia los humanos: podrían dividirse en tipos biológicamente diferentes, cada uno vinculado a un continente, con los europeos como superiores. Rastrea el desarrollo de la “ciencia racial” del siglo XIX y cómo ella anima los discursos políticos antimigrantes.

Pero la autora confía en la ciencia. Así como los animales se mueven y se adaptan según los recursos, los humanos encontrarán soluciones innovadoras (ejemplifica con un poblado mexicano que impulsó mejorar la eficiencia de la producción de trigo y el uso del agua). Shah, optimista, ve lo que ocurre como el último capítulo de una larga historia de supervivencia y adaptación.

Más concreta es la periodista medioambiental Gaia Vince en El siglo nómade, suerte de continuación de Aventuras en el Antropoceno (2014; Ocholibros, 2018), en el que explicaba de qué manera la acción humana ha creado una nueva era geológica en el planeta. Su nuevo libro constata la conjunción del cambio climático y del cambio demográfico humano. Cree que se cumplirían todas las pesadillas ecologistas, con un calor no visto en millones de años, de no reducir las emisiones de gases de efecto invernadero: incendios forestales, costas tragadas por el mar, sequías, tormentas tropicales, inundaciones en unas zonas y la desertificación en otras; en los países tropicales y subtropicales, el calor y la humedad impedirán realizar toda actividad al aire libre, tendrán temperaturas intolerables antes de 2050 y se derrumbará su agricultura. En diversos lugares, esto es el presente, no el futuro: informa que los productores de arroz en Vietnam ya están sembrando de noche con focos para evitar el calor peligroso y que Catar tuvo que prohibir el trabajo al aire libre entre las 10 y las 15:30 horas (antes del escándalo por muertes de trabajadores migrantes construyendo estadios). El cambio climático, indica, multiplica las amenazas: el fuego, el calor, la sequía y las inundaciones serán los “cuatro jinetes del Antropoceno” que harán que una gran parte del mundo sea inhabitable.

Ahora, debido al cambio de su patrón demográfico, la mayoría de los países más ricos (y fríos) tienen tasas de natalidad decrecientes, envejecen velozmente y la fuerza laboral será demasiado pequeña para realizar las labores necesarias y mantener a las personas mayores. Dado esto, Vince ve posible una migración planificada de millones de personas desde los trópicos hacia los polos, con nuevas ciudades construidas para los refugiados climáticos, capaces de resistir situaciones extremas con ayuda de tecnologías avanzadas. Sugiere una organización internacional que supervigile esto. Pero la redistribución de personas no revertirá los daños existentes, por lo que la autora dedica parte del libro a considerar cambios: descarbonizar la producción energética, privilegiar la electricidad. Predice que la dieta humana se basará en plantas, hongos o algas y que los insectos serán el ganado del futuro.

También estos desplazamientos han cumplido un papel en la transmisión del saber. En Exiliados y expatriados en la historia del conocimiento, el historiador Peter Burke vincula la difusión y la producción del conocimiento con el fenómeno del exilio y el desplazamiento. Aplica o retoma teorías sobre la ‘hibridez’ y el distanciamiento para comprender estas relaciones y pretende mostrar lo que se pierde cuando se levantan muros y lo que se gana cuando se derriban.

Mestizaje cultural

Extraterritorial” llamó George Steiner al multilingüismo de algunos grandes escritores, como Nabokov, Beckett y Borges, que se expresaban en dos o tres idiomas y que a veces fueron sus propios traductores. Pero solamente dos de ellos abandonaron realmente sus culturas y países nativos, y únicamente Nabokov se vio obligado a hacerlo. La “extraterritorialidad” no siempre es voluntaria.

No lo es, por supuesto, en los casos de exilios. Pero tampoco lo es como consecuencia de las migraciones, que inciden en todas las dimensiones humanas, generando el “mestizaje” o la “hibridez” de las culturas, siendo cada vez más difícil pensarlas en términos de pureza.

También estos desplazamientos han cumplido un papel en la transmisión del saber. En Exiliados y expatriados en la historia del conocimiento, el historiador Peter Burke vincula la difusión y la producción del conocimiento con el fenómeno del exilio y el desplazamiento. Aplica o retoma teorías sobre la “hibridez” y el distanciamiento para comprender estas relaciones y pretende mostrar lo que se pierde cuando se levantan muros y lo que se gana cuando se derriban. Aunque el exilio y la expatriación son fenómenos mundiales, la mayor parte del libro está dedicada a ejemplos modernos occidentales. En el periodo moderno temprano aborda desde las diásporas judía y griega del siglo XV hasta las confesionales de finales del siglo XVII, y se detiene en grupos como los judíos asquenazíes y sefarditas, los exiliados isabelinos, los hugonotes y los exiliados protestantes italianos, entre otros. Destacan las experiencias masculinas: las mujeres estarán mejor representadas cuando exista una actitud más abierta en las universidades (un apéndice lista 100 académicas refugiadas entre 1933 y 1941).

Cuando del exilio pasa a la expatriación, Burke refiere ciertos impulsores del conocimiento, por ejemplo, el comercio de libros y el mercantilismo global, además de la expansión de botánicos, diplomáticos, clérigos y naturalistas dedicados a la descripción del mundo, muchas veces al servicio de la influencia imperial. Destaca el “giro cognitivo” de los misioneros, los jesuitas como mejor ejemplo: compara su labor con el papel modernizador, no siempre bienvenido, asumido por los académicos europeos atraídos a regiones “atrasadas”, como Rusia y Japón en el siglo XIX. Su capítulo final, “El gran éxodo”, distingue entre los exilios “por el bien de la religión” antes de 1789 y los “políticos”, que ocurrieron a partir de entonces: desde la Revolución francesa a la rusa y, especialmente, los refugiados del nazismo, aunque su alcance es amplio (rastrea personas y comunidades en España, Hungría, Italia y muchos otros lugares), además de destacar la influencia de los expatriados y exiliados en distintos campos y su contribución a eliminar el “provincianismo” de sus países anfitriones.

Lo que Burke aborda en un capítulo de 50 páginas, la crítica Mercedes Monmany lo amplía a un libro de 500 (aunque restringido a la literatura): Sin tiempo para el adiós indaga en lo que significó el destierro de parte importante de la intelectualidad europea del siglo XX. Es un amplio panorama del exilio político literario mediante una serie de historias individuales y retratos de escritores que sufrieron el nazismo o el comunismo, y en algunos casos, ambos.

Es admirable la variedad de autores abordados con amable erudición: desde Klaus Mann, que abre el libro y organiza el exilio alemán, hasta su familia, encabezada por su padre, Thomas. Entre los austríacos y alemanes escapando o rechazando el nazismo hubo destacados escritores: algunos pudieron mantener su reconocimiento y nivel de vida (el propio Mann, Franz Werfel, Stefan Zweig) pero otros perdieron todo, pasando a ser ignorados y bordear la pobreza (Alfred Döblin o Hermann Broch). Incluye a muchos autores en lengua alemana: Hannah Arendt, Joseph Roth, Musil, Polgar o Kisch (y alguna alemana en lengua inglesa como Sybille Bedford). También estudia a los rusos que huyeron del comunismo (Nina Berbérova, Nabokov, Bunin o Joseph Brodsky) y polacos como Gombrowicz, Herling-Grudziński, Milosz o Zagajewski. Aparecen los serbios Miloš Cernianski (autor de Migraciones) y Dragan Velikiç; los bosnios Predrag Matvejević, Dubravka Ugrešić o Velibor Çoliç (autor de Manual de exilio); a ellos suma a Norman Manea (rumano), Sándor Márai (húngaro), Yorgos Seferis (griego) o la española María Zambrano, junto con otros españoles como Cernuda, Chaves Nogales o Aub.

Algunos autores volvieron a sus países tras la guerra, muchos murieron o se suicidaron en el exilio, otros decidieron no regresar nunca, incluso cuando pudieron hacerlo.

También figuran otras formas de extrañamiento: los confinados en la Italia fascista (Pavese, Natalia Ginzburg, Carlo Levi); o quienes escaparon del antisemitismo (Henry Roth o Isaac Bashevis Singer). O irlandeses que huyeron de la censura (Joyce) o de la pobreza hacia Estados Unidos, como los padres de Frank McCourt, quienes vuelven a Irlanda por la Gran Depresión para sufrir mayor miseria.

Monmany llega hasta aquí, sin embargo, después de tales exilios forzados, hubo otros de escritores huyendo de dictaduras de distinto signo en la estela de la Guerra Fría. Pero también de escritores que, escapando de conflictos, la persecución o buscando mejores condiciones, se movieron a las metrópolis de sus antiguas colonias, configurando el modelo del escritor “migrante” o “poscolonial”. Así, con más o menos urgencia o incomodidad, una serie de autores de Oriente Medio, África, el Caribe, India o Pakistán, migraron: nombres tan variados como Sam Selvon, Jamaica Kincaid, Amin Maalouf, V. S. Naipaul, Salman Rushdie, Tariq Ali, Doris Lessing, Orhan Pamuk, Chinua Achebe, Vikram Seth o Wole Soyinka. Podría ser otro, el Premio Nobel de Literatura 2021, Abdulrazak Gurnah.

Nacido en Zanzíbar, Gurnah llegó a Inglaterra en 1967, huyendo de su país. Escritor en inglés, interesado en los migrantes, sus obras tempranas se enfocaron en el desplazamiento físico, el lugar de arribo y la sensación de extrañeza, mientras las siguientes, en las situaciones que provocan migrar. En A orillas del mar (2001) vincula la historia de un solicitante de asilo con la de un intelectual migrante. Su décima novela, La vida, después (2020) —como Paraíso (1994)— se ambienta en África oriental a comienzos del siglo XX, con las migraciones vistas en el contexto imperial, en este caso, alemán. Sigue las historias entrelazadas de tres (o cuatro) protagonistas en una ciudad costera, en lo que hoy es Tanzania. Uno es un musulmán medio indio que forma una sociedad con un amigo, quien se une al ejército colonial alemán y desaparece, dejando al cuidado del primero a su hermana (a quien rescata de un hogar abusivo). Luego, un joven que escapa de una infancia problemática en el ejército alemán y vive la Primera Guerra Mundial, regresa herido, conoce y se casa con la joven rescatada. Con un relato moderado, sin levantar la voz, Gurnah cubre décadas en la vida de sus personajes. Tras la Segunda Guerra Mundial, el hijo de esa pareja trabaja en la administración británica de Tanzania y, ya maduro, migra a Alemania, donde se entera del resto de la vida de su tío desaparecido.

Actualmente siguen existiendo escritores “en movimiento”, aunque nada “poscoloniales”: disfrutan trasladarse por el mundo, cómodos en más de un lugar, más cercanos a los “híper” que a los “infra” nómades. Pico Iyer (inglés de padres indios) prefiere llamarlos “almas globales”, él mismo como una muestra.

La migración humana ha sido fundamental para el éxito de nuestra especie, al poblar todo el mundo. Ha sido un factor de difusión del conocimiento y de intercambio económico y cultural que ha enriquecido tanto a los migrantes como a sus lugares de destino. Si esto no bastara, podría considerarse lo siguiente: los primeros humanos fueron migrantes y los que están amenazados con ser los últimos, aparentemente, también lo serán.

Sueños y pesadillas

En la actualidad, en todo el mundo, personas de diferentes orígenes, idiomas, costumbres y religiones pueden entrar en contacto. Para algunos esto es una oportunidad; para otros, una amenaza.

Son sueños ilusos ver la migración como la esperanza de un futuro mundial integrado y la salvación de la crisis climática? ¿Son pesadillas xenófobas estimar a los migrantes como destructores de la civilización y la causa de la exacerbación del crimen y la violencia?

Del miedo a la necesidad, de la admiración al desprecio, de la acogida al odio, la oscilante consideración de los migrantes respondería a factores que muchas veces no tienen que ver con ellos.

Según la evidencia de estos libros, la migración humana ha sido fundamental para el éxito de nuestra especie, al poblar todo el mundo. Ha sido un factor de difusión del conocimiento y de intercambio económico y cultural que ha enriquecido tanto a los migrantes como a sus lugares de destino. Si esto no bastara, podría considerarse lo siguiente: los primeros humanos fueron migrantes y los que están amenazados con ser los últimos, aparentemente, también lo serán.

 

Ilustración: Matías Prado,

 


La vida, después, Abdulrazak Gurnah, Salamandra, 2022, 350 páginas, $16.000.


Nomad Century, Gaia Vince, Flatiron, 2022, 288 páginas, US$28.99.


Sin tiempo para el adiós, Mercedes Monmany, Galaxia Gutenberg, 2021, 544 páginas, €27.50.


The Next Great Migration, Sonia Shah, Bloomsbury, 2020, 400 páginas, US$28.00.


Exiles and Expatriates in the History of Knowledge, Peter Burke, Brandeis University Press, 2017, 293 páginas, US$40.


Expulsiones, Saskia Sassen, Katz, 2015, 294 páginas, $28.500.


Migration: A World History, Michael Fisher, Oxford University Press, 2014, 149 páginas, US$29.95.


Inmigrantes y ciudadanos, Saskia Sassen, Siglo XXI, 2013, 256 páginas, €18.50.


El hombre nómada, Jacques Attali, Luna Libros/La Komuna, 2010, 471 páginas, $12.800.

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