La historia del arte de Aby Warburg (1866-1929)

La libertad, ambición y creatividad con que trabajó el intelectual alemán para armar una biblioteca que contuviera las fuerzas motrices (psicológicas, sentimentales, productivas, estéticas) de la vida histórica, lo han convertido en una figura central para quienes desarrollan una obra multidisciplinaria, con cruces entre artes visuales, literatura y antropología. Admirado por Walter Benjamin (su coleccionismo y el Libro de los pasajes beben mucho del proyecto del Atlas), no fue sino hasta los años 70 cuando su obra comenzó a ser redescubierta en el mundo. Por ello, reproducimos el artículo que en 1976 publicó el editor de la obra completa de Warburg (y autor de un reciente libro sobre él) en la revista Daedalus. Además de ser una “presentación en sociedad”, se lee como un fino análisis de las proyecciones de una obra tan inclasificable como esencial.

por Kurt W. Forster I 30 Agosto 2022

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Tanto un instituto de investigación de importancia internacional como su reputada serie de publicaciones llevan el nombre de Aby Warburg (1866-1929), pero sus logros académicos siguen siendo bastante oscuros a pesar de una “biografía intelectual” escrita por sir Ernst Gombrich. Su reputación como historiador del arte se ve ensombrecida por su fama como el fundador de la Kulturwissenschaftliche Bibliothek, de Hamburgo, que se convirtió en el núcleo de la biblioteca del Instituto Warburg tras su traslado a Londres, en 1933.

Hijo mayor de un banquero hamburgués, Warburg estudió historia del arte —entonces un campo metodológicamente inmaduro, recién admitido en las universidades—, pero decidió no seguir una carrera universitaria. No fue sino hasta sus últimos años que enseñó, y entonces solo como Honorarprofessor, después de dedicar toda su vida al estudio del arte. Sus pocas sucintas publicaciones aparecen solo como el torso de una potencialmente gigantesca obra de una vida en las proporciones de la erudición del siglo XIX. Se preocupó casi exclusivamente de los problemas básicos de la historia cultural, y esperaba preparar el camino para nuevas y exhaustivas investigaciones, aunque toda su obra publicada cabe fácilmente en las 600 páginas de El renacimiento del paganismo. La edición original alemana, de 1932, quedó virtualmente privada de incidencia por la toma del poder nazi.

Varios de los temas de Warburg y algunas de sus búsquedas metodológicas fueron proseguidas por Fritz Saxl y Erwin Panofsky, quienes son ampliamente considerados como los exponentes de una supuesta iconología warburgiana. Algunos de los asuntos focales de Warburg, como el Renacimiento y la Antigüedad en sus dialécticas históricas, la mediación de las tradiciones figurativas, la pintura holandesa, Durero y la imaginería astrológica y especulativa, recibieron un amplio tratamiento por parte de ambos estudiosos, en particular de Panofsky. Sin embargo, mientras que el enfoque de Panofsky es a menudo ordenado y sintético, el de Warburg tiene un molde completamente diferente. Comprensivo en el concepto y crítico en su evaluación de la evidencia, sus preguntas apuntan al papel de la memoria colectiva y las funciones sociales del arte.

Las ideas de estudio de Warburg reflejan de manera misteriosa las condiciones de su vida personal. Lejos de embotar la importancia de sus logros, estas circunstancias personales iluminan cuestiones fundamentales de la erudición histórica. El desapego de la fuerza consumidora de los acontecimientos era su objetivo y virtualmente su definición de las formas superiores de la organización social, pero no podía permanecer al margen de los acontecimientos históricos y la agitación psicológica de su vida.

Su sentido de la significación de los registros en la cultura occidental hizo que cada artefacto pareciera un momento solidificado en el flujo de la vida histórica. El devoto interés de Warburg en los registros aparentemente aleatorios, lo efímero y lo trivial, lo llevó a una forma de voraz coleccionismo que bordeaba la obsesión. Como un infatigable recolector de datos antropológicos, Warburg era tanto la presa como el cazador: quería descubrir las fuerzas motrices de la vida histórica, pero solamente podía percibirlas en términos de los conflictos psicológicos que lo impulsaban a él.

Las ideas de estudio de Warburg reflejan de manera misteriosa las condiciones de su vida personal. Lejos de embotar la importancia de sus logros, estas circunstancias personales iluminan cuestiones fundamentales de la erudición histórica. El desapego de la fuerza consumidora de los acontecimientos era su objetivo y virtualmente su definición de las formas superiores de la organización social, pero no podía permanecer al margen de los acontecimientos históricos y la agitación psicológica de su vida.

El establecimiento de su biblioteca asumió tal importancia en el pensamiento de Warburg, que el extraordinario trabajo que invirtió en su desarrollo excedió la mera utilidad de la biblioteca al alcance de un erudito, hasta tal punto que bien podemos preguntarnos por qué debería haber dedicado tanta de la energía de su vida a ella.

Warburg resumió en la historia de su investigación erudita y en el crecimiento y transformación de su biblioteca, uno de los capítulos cruciales en las condiciones cambiantes del trabajo intelectual. Al formar su biblioteca, él regresó casi a las condiciones de principios del siglo XIX, al estudioso independiente que, como Alexander von Humboldt o los hermanos Grimm, abastecía su taller intelectual con libros y manuscritos como el hábil artesano se equipaba con herramientas y materiales. Pero precisamente el trabajo de Humboldt y los Grimm había hecho mucho por establecer las industrias del conocimiento, las universidades decimonónicas, donde los recursos materiales y de personal escalaron hasta una producción erudita más allá del alcance individual. Por motivos personales, Warburg se mostró reacio a ocupar un puesto universitario y también estaba descontento con las condiciones de trabajo en las bibliotecas institucionales. Como un emprendedor pionero e inversionista privado, él creó su propia empresa, una oficina intelectual que, al final, se hizo “pública” como consecuencia de los estragos políticos y financieros provocados por el Tercer Reich. Sin embargo, estas obvias circunstancias solo cuentan la mitad de la historia, la otra mitad es tan impersonal como privada es la primera.

La postura de Warburg del erudito privado totalmente comprometido recuerda la época de la Ilustración, así como su preferencia por los libros sobre los objetos de arte señala su emancipación de los valores de su clase patricia. El aspecto más importante de su biblioteca de investigación radica quizá en la naturaleza contradictoria de su función y propósito en su obra. El alcance potencialmente ilimitado de la información escrita y la representación gráfica contenía para Warburg la realidad histórica del desarrollo y la creación humanas. En consecuencia, su biblioteca asumió la función de una memoria enormemente ampliada. Warburg consideraba al hombre la evidencia viva de su propio desarrollo. Los productos humanos, y más convincentemente las creaciones estéticas, narraron y volvieron a narrar el funcionamiento de la memoria personal y social. La expresión humana en su definición más amplia y, por lo tanto, como categoría antropológica, se convirtió en el foco central de sus estudios y en la verdadera categoría temática de su biblioteca: “Por lo tanto [explicó en 1923] preveo como una descripción de los objetivos de mi biblioteca la formulación: una colección de documentos relacionados con la psicología de la expresión humana. La pregunta es: ¿cómo se originaron las expresiones verbales y pictóricas; cuáles son los sentimientos o puntos de vista, conscientes o inconscientes, bajo los cuales se almacenan en los archivos de la memoria; existen leyes que rijan su formación o resurgimiento?”.

(…)

El análisis histórico del arte, tal como lo concibió Warburg, devolvería a las imágenes congeladas y aisladas del pasado la dinámica del mismo proceso que las generó. Él esperaba comprenderlas como testimonios de una fase del desarrollo humano que de otro modo sería irrecuperable. En el curso de la historia, argumentó, el hombre desarrolló instrumentos de defensa contra una angustia originaria. Como estudioso de Darwin, Warburg consideraba que la adquisición de la cultura era un proceso muy gradual, pero dudaba de que el territorio de la libertad y el control mental fueran un beneficio permanente. Su visión ilustrada del avance científico se vio atenuada por una evaluación profundamente pesimista de la dialéctica del progreso humano.

Warburg resumió en la historia de su investigación erudita y en el crecimiento y transformación de su biblioteca, uno de los capítulos cruciales en las condiciones cambiantes del trabajo intelectual. Al formar su biblioteca, él regresó casi a las condiciones de principios del siglo XIX, al estudioso independiente que, como Alexander von Humboldt o los hermanos Grimm, abastecía su taller intelectual con libros y manuscritos como el hábil artesano se equipaba con herramientas y materiales.

La característica constitutiva de la cultura en la visión de Warburg, una sensación de distancia y control, recuerda vagamente el tono social distante del patriciado hamburgués. Para Warburg, el desapego crítico era una necesidad personal, no simplemente un legado de su clase. El desapego humano del poder real y amenazante de las fuerzas naturales y políticas estaba en peligro constante, y la tecnología de rápido crecimiento de su época reavivó antiguos temores en la mente de Warburg. En 1895-96, durante un viaje por los Estados Unidos, prestó especial atención a dos aspectos peculiares de la cultura estadounidense: las revistas populares y la cultura de tenaz sobrevivencia de las tribus indias. En su estudio del ritual Pueblo en Nuevo México, detectó “el carácter esencial de la concepción de la causalidad entre los ‘primitivos’… la ‘corporalización’ de la impresión sensorial”.

La coexistencia de dos culturas totalmente diferentes en el continente americano, una primitiva y una ultramoderna, alertó a Warburg sobre una potencial pérdida del desapego y la distancia que amenazaba con devolver al hombre a un nuevo estado “primitivo”. Esta “dialéctica de la Ilustración” se congeló en la memoria de Warburg en la siguiente confrontación en una instantánea que tomó en 1896: “Pude capturar, en una foto al azar que tomé en las calles de San Francisco, al conquistador del culto a la serpiente y del miedo a la tormenta, al heredero de los nativos y de los buscadores de oro que desplazaron al indígena: el Tío Sam. Lleno de orgullo y con su sombrero de copa, anda por la calle frente a la ondulada imitación de un edificio antiguo, mientras que por encima de su sombrero se extiende el cable eléctrico. Mediante esta serpiente de cobre, Edison ha despojado del rayo a la naturaleza. (…) De esta manera, la cultura de la máquina destruye aquello que el conocimiento de la naturaleza, derivado del mito, había conquistado con grandes esfuerzos: el espacio de contemplación, que deviene ahora en espacio de pensamiento”.

Si estas palabras tienen un timbre extrañamente anacrónico y, a primera vista, en apariencia tienen una dudosa lógica, se vuelven terriblemente reales si pensamos en la guerra tecnificada de 1914-1918, en el Holocausto de la Segunda Guerra Mundial y en la amenaza de aniquilación total a través de la guerra atómica. La tecnología moderna permite un mayor control y distancia —en palabras de Warburg, una más espaciosa zona para el pensamiento—, pero también ha abolido todo escape de la amenaza de destrucción total.

Es trágicamente oportuno que el avance de la Primera Guerra Mundial y el colapso de Alemania le costaran a Warburg su cordura. A medida que se extendía la guerra, abandonó prácticamente todo el trabajo académico en un esfuerzo desesperado por hacer frente al curso de los acontecimientos en el nivel de la información, es decir, a distancia. Su amigo Carl Georg Heise recordaba que diariamente “concentraba toda su energía en recopilar recortes de los siete más importantes periódicos… y anotar breves pero reveladores comentarios”. En su futilidad, el esfuerzo “demente” de Warburg refleja la absoluta incomprensibilidad de los acontecimientos; y en su desesperada persistencia, la necesidad de afrontarlos con la esperanza de descubrir su causalidad.

Con el fallido proyecto del Atlas Mnemosyne, Warburg pudo haberse dado cuenta de que tanto la cultura de su clase como su propia operación de salvataje, estaban históricamente condenadas. En el tema mismo de su estudio —la mediación social de la comunicación humana expresiva y la transformación de su lenguaje— se valió de los fracasos y logros de la memoria colectiva en la historia.

En 1923, después de que Warburg recobró su equilibrio mental y recuperó su capacidad para investigar, se embarcó en otro proyecto gigantesco, largamente preparado por muchos esfuerzos anteriores y que curiosamente recuerda su recopilación compulsiva de información durante los años de guerra. Intentó nada menos que un atlas de gestos humanos expresivos a través de registros pictóricos y esquemáticos que se extendían hasta las fotografías de noticias más recientes e incluían relieves antiguos y medievales, pinturas renacentistas e incluso sellos postales. Lejos de simplemente compilar gestos humanos similares a través de su transformación histórica en registros pictóricos, Warburg fue agudamente sensible a las ambigüedades e incluso a los trastoques en su función y significado. Él era demasiado historiador de la cultura material para caer en la trampa de los iconógrafos. Incluso en su formato físico, la elaboración del Atlas Mnemosyne abandona el habitual discurso lineal del libro. Warburg dispuso fotografías y reproducciones en pantallas gigantes para establecer la recurrencia histórica de figuras y gestos clave en patrones politemáticos. Recuperó en la gran escala de la historia el pequeño y aparentemente efímero vocabulario de la expresión humana.

Si Warburg hubiera listado la fotografía —una forma de almacenamiento de una enormemente ampliada memoria— entre los ejemplos de avance cualitativo en la erudición moderna, podría haberse dado cuenta, un cuarto de siglo después, cuando se embarcó en el Atlas Mnemosyne, de que la dialéctica del progreso había optimizado sus medios para cartografiar el desarrollo histórico del lenguaje mimético, mientras que la creciente uniformidad y la inflación de las imágenes amenazaban con borrar grandes extensiones de memoria colectiva. De manera muy inmediata, Warburg intentó una operación erudita de salvataje de la cultura europea. Como Marcel Proust, quien en su En busca del tiempo perdido documentó a distancia un mundo que estaba subjetivamente perdido antes de ser realmente destruido, Warburg recuperó, ante la inminente amnesia colectiva y las vastas destrucciones futuras, la historia de la emancipación humana en su propia “psicohistoria”. El lenguaje mimético y gestual lo consideró el medio mismo de la continuidad histórica.

Las artes plásticas constituyen el único registro concreto de la actividad mimética del ser humano fuera de su propia memoria colectiva. Warburg buscó nada menos que romper el código de su herencia cultural, en un momento en que gran parte de esa herencia había palidecido y fracturado y, con las guerras mundiales, iba a ser físicamente destrozada y pervertida.

Con el Atlas Mnemosyne, Warburg respondió a sus urgentes experiencias de fragmentación de la cultura y, a través de su intenso trabajo en Roma (1928/29), buscó contrarrestar su profundo sentimiento de pérdida. Al organizar el material para el Atlas, sus medios conceptuales, y hasta cierto punto su disposición gráfica de las imágenes, eran similares a los de los collages de Schwitters, su alcance y objetivo interpretativo no menores que los de Proust o Robert Musil, pero la insuficiencia de cualquier individuo para una tarea semejante ilumina de manera trágica la mediación social incumplida de esa misma cultura. El esfuerzo personal del historiador recuerda, una vez más, la doble reflexión del pensamiento histórico: él y sus ideas son tan contingentes como el objeto de su estudio. Solamente en la medida en que perciba sus propias condiciones podrá desarrollar una comprensión crítica de las verdaderas condiciones de la vida pasada. Con el fallido proyecto del Atlas Mnemosyne, Warburg pudo haberse dado cuenta de que tanto la cultura de su clase como su propia operación de salvataje, estaban históricamente condenadas. En el tema mismo de su estudio —la mediación social de la comunicación humana expresiva y la transformación de su lenguaje— se valió de los fracasos y logros de la memoria colectiva en la historia. De hecho, sería difícil definir un tema más comprensivo para el estudio de la historia cultural en el siglo XX.

 

Esta es una versión abreviada del artículo que apareció en la revista Daedalus 105-1 (1976), y se reproduce con la autorización del autor. Traducción: Patricio Tapia.

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