A la manera del realismo mágico, en torno a la figura de una mujer de orígenes desconocidos se ha generado todo un sistema de ritos y grupos en los que se funde naturaleza y cultura, violencia y espiritualidad. En Caracas existe, de hecho, la Corte Malandra (o Calé), cuyo auge comenzó a fines del siglo pasado. Su figura más destacada es Ismael Sánchez, un delincuente a quien consideraban el “Robin Hood” del Guarataro. Después de su muerte, hombres y mujeres de las zonas marginales comenzaron a invocarlo para la protección de los seres queridos que estuvieran presos o vivieran fuera de la ley. Después, otras almas se sumaron a la corte, como Petróleo Crudo, Tres Cuchillos e Isabelita, la única mujer del grupo. En la actualidad, el sector del cementerio donde están sus tumbas es un lugar de culto regentado por una banda criminal.
por Michelle Roche Rodríguez I 27 Enero 2025
Como tantas leyendas de tiempos precolombinos, la de María Lionza comienza con el oráculo de un piache: cuando la hija de un cacique nívar naciere con los ojos del color del agua, una inundación liquidará a la tribu. El pueblo se asentaba en las faldas de la montaña de Sorte, en un lugar que aún no se llamaba Venezuela, entre los ríos Aroa y Yaracuy, los más importantes de la cuenca del Caribe. Puesto que los recorridos de sus torrentes superan los 130 kilómetros cuadrados y reciben numerosas corrientes fluviales, el cacique se entristeció cuando su mujer parió una niña de iris azules: era imposible negar el agua a ningún nívar. Piache era como llamaban entonces al chamán de ahora, así que mejor tomar medidas, no fuera que por desobediente enfureciera a los ancestros. Decidió poner a su hija al cuidado de 21 guerreros, a quienes ordenó que jamás le permitieran acercarse a lagos ni ríos, más que lo necesario para el aseo y con estricta vigilancia.
Los animales de las selvas americanas son seres míticos, atravesados por emociones humanas, así que Anaconda se sintió impelida a cumplir el augurio. Una noche que vio a la doncella cerca de la laguna de Cumaripa, quiso raptarla. Es sabido entre los pueblos indígenas que las superficies reflectantes de los lagos sirven de límite entre las dimensiones natural y sobrenatural. De allí emergió la serpiente, creció sobre el agua y espantó a cualquiera que se interpusiera en su propósito, incluidos los guerreros puestos por el cacique, y causó así la gran inundación presagiada. Luego se llevó a la joven hasta lo más hondo… y no se supo más de ella.
El relato anterior es el que hacia 1939 dio a conocer Gilberto Antolínez, un folclorista del estado Yaracuy, a quien se le acreditan las primeras investigaciones sobre el tema. En una leyenda distinta, bastante difundida, no se trata de una princesa nívar —ni de la tribu Yara ni caquetía ni jirajara, como señalan otras tradiciones—, sino de una joven europea, María Alonso. Era la hija de un encomendero español que tenía bajo su potestad varios pueblos indígenas. Lo importante de ambas versiones es que forman parte del mito que promueve a María Lionza como la diosa madre al centro de un sincrético espiritismo autóctono, donde se tejen influencias de las tradiciones esotéricas amerindias, europeas y africanas. Los espíritus de la jerarquía más poderosa de esta devoción, conocidos como las Tres Potencias, son testimonio de tal mestizaje, al reunir con la versión española de la diosa al cacique Guaicaipuro y el esclavo conocido como el Negro Felipe.
A pesar de sus evidentes vínculos con el pensamiento mágico premoderno, el culto marialioncero se encuentra en plena expansión. De hecho, la antropóloga y narradora Michaelle Ascencio, en el ensayo De que vuelan, vuelan, le otorga el estatuto de religión, pues comparte con las confesiones institucionalizadas la presencia de un panteón de dioses, así como un conjunto de dogmas, un cuerpo sacerdotal, ritos distintivos, lugares de culto y un calendario para celebrarlos. El panteón está en la Montaña de Sorte, un santuario un poco natural y otro poco Olimpo, ubicado a 300 kilómetros al oeste de Caracas. Lo conforman 21 cortes o grupos, entre ánimas de la naturaleza, santos católicos y afrodescendientes, igual que ciertos espíritus de personajes de la historia, como el libertador Simón Bolívar.
El complejo sistema de doctrinas resultante muestra el barroco constitutivo de la identidad venezolana, al actualizar el animismo amerindio con la creencia africana de que los médiums entran en sintonía con los muertos para curar enfermedades y revelar secretos. Una finalidad alternativa de estas prácticas de posesión es sanar al paciente de daños impuestos desde afuera; que para los devotos significa proteger del mal de ojo.
Ascencio describe esta dinámica como una “sociedad de la desconfianza”, donde prevalece la sensación de estar perseguido por fuerzas sobrenaturales que la mala voluntad del prójimo invoca. Los devotos de María Lionza proyectan sobre los espíritus y las personas el mal que perciben en sí mismos, igual que en otras religiones de herencia africana, como el vudú practicado en Haití o la santería cubana. Lo fundamental del espiritismo marialioncero para las clases populares venezolanas y, acaso, la razón de su longevidad, es su carácter terapéutico.
En un país con desigualdades sociales manifiestas en el deterioro de los servicios públicos, en especial los médico-asistenciales, hasta los antepasados deben ayudar cuando la gente se enferma. La Corte Médica es un testimonio de esto: su patrón es el doctor José Gregorio Hernández, un santo popular apodado el Médico de los Pobres, cuya beatificación está muy adelantada (porque esta religión toma mucho del catolicismo vernáculo). Asociado a Hernández y su corte, se extiende en el barrio José Félix Rivas de la Parroquia de Petare, en Caracas, el llamado Callejón de los Brujos. Allí proliferan los dispensarios donde se practica la “sanación espiritual”, que implica la intervención de los espíritus en operaciones y en la cura de males como el cáncer, la apendicitis o el alzhéimer.
La diosa de Sorte accedió a la categoría de mito latinoamericano de la cultura popular en 1978, con el trabajo Siembra, de los músicos Rubén Blades y Willie Colón —que tiene el récord de ser el más vendido en la historia de la salsa—. Junto a temas como “Pedro Navaja” y “Plástico”, “María Lionza” se encuentra entre los más célebres del disco, que suena como un extenso alegato sobre el alma americana, a partir de la idea marxista de conciencia de clases. Décadas antes de que la gente bailara con María Lionza, se instaló en la autopista Francisco Fajardo de Caracas una estatua de su manifestación indígena, desnuda y montada sobre una danta, que sostiene con los brazos extendidos sobre su cabeza un hueso pélvico de mujer. Su historia se entreteje con la política del país desde aquel lejano 1951, en que el general Marcos Pérez Jiménez la mandó a instalar en el estadio de la Universidad Central de Venezuela, para unos juegos preolímpicos regionales, como imagen del cruce racial venezolano. A través de tal exaltación de la idea del mestizaje, el dictador de turno encubría que su gobierno subvaloraba las herencias amerindia y africana a través de sus políticas destinadas a atraer la inmigración europea, con el objetivo de blanquear a la nación. La estética del escultor Alejandro Colina no calzaba con el diseño de Carlos Raúl Villanueva, cuya inspiración fue la Bauhaus —el arquitecto había comenzado a trabajar en la década de los 40, antes de la llegada de Pérez Jiménez al poder. En 1964, ya en tiempos del gobierno democrático de Rómulo Betancourt, después de finalizada la construcción de la universidad, la estatua se movió a su emplazamiento actual.
Sin embargo, la que está ahora en la autopista no es la estatua de Colina, sino una copia. La mañana del 6 de junio de 2004 se partió por la mitad, mientras se hacían trabajos de mantenimiento ordenados por la Alcaldía de Caracas. Ese hecho fue el corolario a 36 meses de disputas entre el organismo gubernamental y asociaciones afines a la universidad que denunciaban el menoscabo de la estatua, después de 30 años a la intemperie, a merced del smog.
En el ambiente de polarización política de la época, donde cualquier asunto enfrentaba el gobierno de Hugo Chávez con sus detractores, la alcaldía representaba al primero y la universidad, a los segundos. Después del quiebre, las asociaciones denunciaron que el mantenimiento se hizo sin las medidas de seguridad mínimas —en la época circularon fotos en la prensa donde los obreros aparecían sin guantes, sentados sobre los senos de la estatua— y lograron llevarse a María Lionza de vuelta a la universidad, en donde un equipo la reparó. Durante casi 20 años, la obra de arte se mantuvo allí. En ese tiempo, varias sociedades espiritistas pidieron que se llevara a Yaracuy la imagen de unos siete metros de altura, lo que finalmente se hizo. El traslado fue iniciativa del Instituto de Patrimonio Cultural y se llevó a cabo la madrugada del 3 de octubre de 2022, sin que participara nadie de la universidad. Desde esa institución lo denunciaron como un robo. Dos años después sigue la querella abierta con la Federación Venezolana de Espiritismo, que se encargó de escoger el lugar en las faldas de Sorte para depositar la obra.
Innegable ícono de Caracas, la poeta Yolanda Pantin le dedica a esta estatua su libro Hueso pélvico. El panorama urbano, soez en su llanura de concreto, cuyo núcleo es María Lionza, está presente desde el primer canto del extenso poema. “Yo venía a través de la ciudad”, y en la siguiente estrofa continúa con el verso: “De ninguna parte me sobrevino una frase / Que llegaba con su imagen: el hueso pélvico, en alto, / Que carga una diosa”. Más adelante lo declara todo “malherido”, “como verdaderamente era”. Conforme avanza esa voz melancólica, la imagen móvil de una marcha hacia el centro de la ciudad va tomando forma —“Así el desfile, náufragos, / Como fantasmas que atosigan”—, acaso se refiera a la marcha real acaecida en abril de 2002, que terminó con un breve golpe de Estado contra Chávez. Ese desplazamiento furioso por la urbe que ya no siente suya es también metafórico: implica la nostalgia y alejamiento del hogar familiar perdido, tema recurrente en la obra de Pantin. Así identifica a la diosa de piedra, menos con la Madre Naturaleza del mito que con la patria perdida como consecuencia de la crisis política que, en 2004, año de la publicación de Hueso pélvico, apenas comenzaba.
Como alegoría social, lírica o urbana, el espiritismo asociado a María Lionza es uno de los aspectos más pintorescos de la cultura venezolana contemporánea, con todo y sus matices agresivos. Si el poema de Pantin apela al mito de la diosa en su manifestación urbana de estatua como imagen de la incipiente división política, la práctica religiosa marialioncera es alegoría de la violencia con que los venezolanos entraron al siglo XXI. Para muestra de esto, basta con señalar que los espíritus más jóvenes en el panteón pertenecen a la llamada Corte Malandra, cuyo auge comenzó a finales del siglo pasado, conforme se hizo más pronunciada la criminalidad en las urbes, a consecuencia de la inequidad entre clases sociales.
Conocida como Corte Calé entre sus seguidores, su figura más destacada es Ismael Sánchez, cuyo mausoleo en el Cementerio General del Sur de Caracas se considera un portal, o lugar de culto al aire libre donde se manifiestan los espíritus. En la década de los años 70, Sánchez fue un delincuente a quien consideraban el “Robin Hood” del Guarataro, porque compartía los frutos de sus robos con la gente del barrio. Después de su muerte, hombres y mujeres de las zonas marginales comenzaron a invocarlo para la protección de los seres queridos que estuvieran presos o vivieran fuera de la ley. Después, otras almas se sumaron a la corte, como Malandro Ratón, Petróleo Crudo, Tres Cuchillos, El Muelita o El Chamo Machera e Isabelita, la única malandra del grupo. En la actualidad, el sector del cementerio donde están sus tumbas es un lugar de culto regentado por una banda criminal.
La llegada al Olimpo en Sorte de quienes en vida fueron delincuentes es testimonio de la permeabilidad del sistema de cultos asociado al mito de aquella princesa nívar que funciona como imagen del saber popular, a la vez que muestra rasgos íntimos, como la batalla entre el miedo y la agresividad que se libra en el alma de cada venezolano a merced de las circunstancias más precarias.